Obama ante el default y el desacato

Marcelo Zlotogwiazda
El jueves pasado, el mismo día en que el gobierno argentino presentó ante el Tribunal Internacional de La Haya una demanda contra Estados Unidos por el desempeño de su Poder Judicial, Cristina Kirchner dijo por cadena nacional que “el presidente de los Estados Unidos cuenta con una facultad que le otorga su Constitución, que se llama cláusula de separación de poderes, que es conocida como fórmula de respeto mutuo, y que significa que un presidente puede decirle a un juez que está interfiriendo en las relaciones exteriores”.

La Presidenta se refería a un artículo publicado esa mañana en el diario inglés The Guardian por el periodista Greg Palast con el título “Cómo puede Barack Obama terminar con la crisis de la deuda argentina”. Palast señalaba como antecedente que el ex presidente George W Bush apeló a esa herramienta para frenar la incautación de activos del Congo-Brazzaville que había ordenado la Justicia estadounidense en una causa iniciada por el fondo buitre de Paul Singer –el mismo que le ganó el juicio a la Argentina– por un default del país africano.

Hay un antecedente, mucho más reciente, de la propia administración Obama. En 2012 el Departamento de Justicia le solicitó a un tribunal federal del distrito de Washington DC que no sancione con multas a Rusia en un juicio que le había ganado la organización judía jasídica Jabad Lubavitch. El Ejecutivo argumentó que esa pena “no tiene ningún antecedente en la jurisprudencia internacional, no ayudaría a resolver la disputa, y sería contraproducente y dañina para la política exterior de los Estados Unidos”.

Jabad Lubavitch había demandado a Rusia para que le entregue la Biblioteca Schneerson, una colección de más de diez mil libros y cincuenta mil documentos antiguos que fue recopilada en territorio de la actual Bielorrusia a principios del siglo XX por el rabino Iosef Itzjak Schneerson, líder espiritual de esa organización religiosa ortodoxa. Parte de esa colección, que tiene ejemplares del siglo XVIII y que los jasídicos consideran sagrada, había sido nacionalizada por el gobierno soviético en 1918; otra parte que había quedado desparramada por Polonia y Letonia fue trasladada a Alemania y recuperada por el Ejército Rojo al finalizar la guerra en 1945. El rabino Schneerson, que había sido deportado de la Unión Soviética, se radicó en Nueva York y murió en 1950.

Luego de que Rusia decidiera abandonar y desconocer el juicio en 2009, el tribunal de Washington declaró al país en default en julio de 2010, y ordenó que entregue la colección Schneerson a la embajada de Estados Unidos en Moscú o al representante que indique la demandante.

A pesar de que el Departamento de Justicia había solicitado que no se impusieran sanciones monetarias para evitar que se perjudicara la política exterior, en enero de 2013 el juzgado de Washington confirmó el fallo y condenó a Rusia a pagar una multa de 50.000 dólares diarios a Jabad Lubavitch mientras la colección permanezca en Rusia. “La toma de tales medidas punitivas no ayudan a la solución del conflicto y la imposición de sanciones de desacato por parte de un tribunal contra un Estado extranjero no es bien vista en nuestro país”, se quejó entonces el representante oficial del Departamento de Estado, Ariel Vaagen.

El litigio por la biblioteca Schneerson se transformó en un conflicto diplomático. El ministro de Relaciones Exteriores ruso, Serguei Lavrov, declaró respecto de la condena que “resulta escandaloso que un tribunal de Washington haya dado este paso sin precedentes y repleto de consecuencias gravísimas, como la imposición de una multa a un Estado soberano”. Agregó: “Hemos declarado en diversas ocasiones que este fallo es extraterritorial por naturaleza, va en contra del derecho internacional y es nulo de nulidad absoluta”. El Kremlin frenó el intercambio cultural. Un par de importantes museos cancelaron exhibiciones de sus obras en Estados Unidos por temor a embargos. Y la amenaza de incautación también hizo que varios veleros rusos, como el Nadezhda y el Sedov, decidieran no ingresar a puertos de los Estados Unidos.

El asunto no quedó ahí. Rusia actuó en espejo. Su Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional iniciaron en Moscú una demanda contra el gobierno de los Estados Unidos y contra la Biblioteca del Congreso en reclamo de siete libros de la biblioteca Schneerson que habían sido prestados en 1994 por pedido de la comunidad judía de Nueva York.

A fines de mayo pasado un tribunal de la capital rusa le dio la razón a la demanda, ordenando a las correspondientes autoridades de Estados Unidos que devuelvan los siete libros. Dispuso, además, que a menos que se presente un recurso de apelación dentro del plazo de un mes, la parte perdedora deberá pagar una multa diaria de 50.000 dólares por cada día de demora en cumplir con el fallo. Ningún amparo fue presentado, y el plazo se venció casi en simultáneo con la decisión de la Corte Suprema estadounidense que dejó en firme la insólita sentencia del juez Thomas Griesa que luego fue ratificada en segunda instancia.

Los juicios cruzados por la biblioteca Schneerson se enmarcan en un contexto de creciente tensión entre Estados Unidos y Rusia, que actualmente tiene como foco central el conflicto en Ucrania. Así como los libros dieron lugar a litigios, el apoyo de Vladimir Putin al separatismo ucraniano disparó sanciones comerciales por parte de Obama y sus aliados, que fueron respondidas al estilo “ojo por ojo diente por diente” por un embargo ruso a importaciones de varios países de Occidente, en una escalada de guerra comercial con final incierto y preocupante.

Pero en sí misma, la batalla judicial por la biblioteca muestra que Obama tiene atribuciones para influir en Tribunales, pero también muestra los límites de ese poder.

Según Greg Palast, Obama no está dispuesto a pagar el precio de enfrentar a Singer. Lo fundamenta con un antecedente (la concesión de subsidios que el presidente estadounidense le otorgó en plena crisis de 2009 a una empresa de Singer luego de que este lo presionara con cerrar la fábrica), y señalando la inmensa capacidad de lobby que ya han demostrado los fondos buitre.

¿Acaso Palast cree que Singer es más poderoso que Putin?

Revista Veintitres - 14 de agosto de 2014

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