"Los indicadores de inflación están desfasados en todo el mundo"

El análisis de la relación entre inflación y crecimiento a lo largo de los últimas décadas ha sido tratado extensamente por el economista Mario Rapaport, a través de aportes fundamentales para la comprensión de la compleja historia de la inflación en la Argentina, como surge de su trabajo Aportes de Economía Política en el Bicentenario de la Revolución de Mayo, en el apéndice Crecimiento o inflación: ¿un falso dilema? 1945-2007. En esta entrevista analiza la evolución entre ambas variables a lo largo de ese período. Afirma que la falta de credibilidad de los sistemas de medición de precios es en todo el mundo, y plantea cómo se podría mejorar el nuevo índice que prepara el Indec.

El complejo problema de la inflación

En esta materia, Argentina exhibe uno de los índices más elevados y persistentes del planeta, ratificando así una constante que ya se extiende, salvo breves lapsos intermedios, por más de sesenta años sin que se la haya logrado dominar eficazmente.

En general hay coincidencia en que la inflación constituye una fuerte e insalvable traba al desarrollo que tiende a favorecer una mayor concentración de la riqueza, causando un marcado cuan sistemático deterioro de la liquidez y de los ingresos que siempre se reajustan con cierto rezago, especialmente los salarios.

Gritos y susurros en la economía

Cuando un tema domina sobre los demás algo pasa, suele decir un amigo que no entiende de economía pero estudió a Lacan. Ahora es la inflación. Hace poco era el dólar, que sigue haciendo ruido pero no prende con todo el mundo; antes, los impuestos a las exportaciones de soja; más tarde el mínimo no imponible de ganancias; en los noventa, el riesgo país, y la lista sigue. En cambio, el hiperdesempleo del neoliberalismo, las tasas de interés siderales del crédito a las pymes y al consumo, las ganancias escandalosas de algunas empresas, la usura de los préstamos internacionales, los abusos de los monopolios, nunca ocuparon las tapas de los diarios, el aire de las radios y las pantallas de todo tipo por semanas y semanas.

Debate sobre la inflación en Argentina

La discusión acerca de las causas de la inflación es, en esencia, un debate sobre teoría del valor y de la acumulación del capital; entendiendo que la teoría del valor incluye tanto la formación de precios, como una determinada concepción del dinero (Marx decía que la teoría monetaria era la verdadera prueba de fuego de una teoría del valor). Por eso, detrás de las explicaciones monetaristas de la inflación -el aumento de precios se debe al aumento de la cantidad de dinero- existe una cierta concepción del dinero (o tal vez, la ausencia del concepto del dinero), así como detrás de la explicación keynesiana -la inflación es el reflejo de una puja distributiva- existe una concepción del precio. Por eso es importante prestar atención a la base teórica del planteo de Manzanelli y Schorr.

Inflación oligopólica (IV)

La polémica abierta en las páginas del suplemento económico Cash sobre las características y relevancia de la denominada inflación oligopólica continúa. Interesante intercambio de ideas entre economistas heterodoxos.

El domingo 24 de marzo los investigadores de Flacso Schoor y Manzanelli, en respuesta a una crítica nuestra realizada la semana previa, afirman que en estas discusiones se debe tener “rigor metodológico y sustento empírico”. Estamos totalmente de acuerdo y por ello insistimos en que la hipótesis de la “inflación oligopólica” carece de sustento tanto teórico como empírico.

En el terreno teórico, los autores argumentan que el precio de “exclusión” –que por definición es inferior a aquel que tornaría viable la participación de competidores marginales– es necesariamente “circunstancial”, dado que una vez expulsada la competencia, los “oligopolios” tenderían a colocar precios superiores a los iniciales.

En esta descripción, los “oligopolios” parecen seguir una receta experimental con la cual primero bajarían precios para luego subirlos. Los procesos de concentración estarían signados por una curva de precios primero descendente y luego ascendente.

Cabe preguntarse por el rigor metodológico apuntado: los investigadores de Flacso, o de cualquier otra institución, ¿conocen algún “experimento” de esta naturaleza llevado a cabo en la vida real? ¿Por qué motivo cuando vuelven a elevar los precios por encima del nivel de exclusión, los mismos u otros productores marginales no pueden reingresar al mercado? Llama la atención la referencia a Sylos Labini, un autor absolutamente cristalino cuando apunta al precio de exclusión (o precio “límite”) justamente como un nivel tan bajo que excluye del mercado a eventuales competidores. Para Labini, los “oligopolios” excluyen competidores colocando precios bajos, no altos. Y deben mantenerlos en niveles bajos precisamente para inhibir nuevas entradas.

En el terreno empírico, los autores se refieren a la puja distributiva intracapital y reclaman un mayor nivel de desagregación para sacar conclusiones. Sin embargo, la simple comparación entre los índices agregados de las ramas “más concentradas” en relación, por ejemplo, con los de precios al consumidor, desbaratan la hipótesis de una inflación impulsada por prácticas oligopólicas (ver gráfico 1).

Como puede observarse, las ramas altamente concentradas (RAC) presentan tasas de variación casi idénticas, hasta resultar indistinguibles a partir de 2006, al índice IPIB manufacturero promedio que publica el Indec, al tiempo que crece a tasas significativamente menores al índice de precios de siete provincias, sobre todo a partir de 2006, cuando se aceleró la inflación.

Los investigadores reconocen no tener datos sobre costos, lo que no les impide asegurar que existe una presión inflacionaria derivada de la estructura “oligopólica”. Aunque no disponemos de una estructura de costos detallada, como primera aproximación contamos con la participación de los salarios en el valor agregado bruto de las 500 mayores empresas. Como puede observase en el gráfico 2, esta participación se incrementó en forma sostenida desde 2003, confirmando las estimaciones sobre los márgenes unitarios entre decrecientes y estables mencionadas en nuestra nota anterior.

Es significativo que se admita una caída (aunque leve) de las utilidades en relación con el valor agregado durante la post-convertibilidad sin abandonar la hipótesis de una inflación impulsada en forma significativa por presiones oligopólicas. Además, debe recalcarse que la rentabilidad efectiva de los capitales en cualquier economía no depende únicamente de los precios finales en relación con los costos unitarios, sino del nivel de la demanda final en relación con el stock de capital disponible. Durante el período analizado, la rentabilidad del capital en Argentina no se preservó en base a subas de precios desvinculadas de los costos, sino que fue el aumento de la demanda agregada, al elevar el grado de utilización de la capacidad productiva, lo que permitió que los capitales disfrutasen de un nivel de rentabilidad alto en términos históricos aun con márgenes unitarios decrecientes.

En un pasaje de la respuesta, los autores sostienen que “estudiando los precios relativos del sector de bienes de capital (rama escasamente concentrada) se advirtió que los precios mayoristas del mismo aumentaron muy por debajo del de sus insumos críticos. Resulta que los principales proveedores de materias primas son grandes oligopolios con larga tradición en elite empresaria local (Aluar, Acindar, Siderar, Siderca), cuya rentabilidad media fue del 22 por ciento, mientras que la de la industria de bienes de capital alcanzó el siete en 2005-2009”. Es importante notar que los productos elaborados por estos “oligopolios”, como aluminio, acero y tubos sin costura, son commodities estandarizados cuyos precios están también influidos por el mercado mundial, al tiempo que no guardan una relación directa con la estructura de mercado doméstica. En todo el mundo estos productos aumentaron de precio y Argentina no fue una excepción.

En relación con el comportamiento inversor de la clase capitalista en la Argentina, los autores señalan, como si se tratase de una paradoja, que las inversiones efectivamente realizadas durante la posconvertibilidad no fueron proporcionales a la rentabilidad obtenida. Aquí aparece una vez más un problema de naturaleza teórica. En contraposición a muchas corrientes neomarxistas con significativo peso en la academia argentina, debe notarse que en ninguna economía del mundo la inversión privada es inducida por la rentabilidad obtenida en el pasado, sino por la ganancia adicional que es posible obtener por ampliar la capacidad productiva, es decir, por realizar una nueva inversión. Los autores, quizá sin advertirlo, dan una solución para la “paradoja” planteada cuando dicen que “el elevado crecimiento del producto manufacturero durante la posconvertibilidad ha sido impulsado por la enorme capacidad ociosa existente tras la crisis de la convertibilidad”. Si realmente existía una enorme capacidad ociosa, ¿por qué debía esperarse un boom inversor cualquiera fuera la rentabilidad? ¿En qué lugar del planeta las empresas invierten alocadamente cuando la capacidad ociosa es elevada? Este comportamiento inversor puede resultar contradictorio con los postulados del neomarxismo y quizás allí radique el origen del cuestionamiento moral implícito en la expresión “reticencia inversora”. Pero lo relevante en este caso es que no se trata de una conducta reñida con las leyes más elementales del capitalismo.

Según los autores, “la contrapartida (de la ‘reticencia inversora’)... fue una plétora de capital remitida al exterior por distintos mecanismos”. De allí infieren que éste es “también un factor de importancia para reflexionar sobre la escasa diversificación de la matriz industrial en la última década”. Por un lado, distintos investigadores de Flacso argumentan desde hace años que el “capital concentrado” de Argentina goza de ganancias extraordinarias. Por otro, este curioso capital, en lugar de quedarse en la Argentina y penetrar en otros mercados con mercancías domésticas, aprovechando sus “extraordinarios” privilegios, opta por migrar al exterior huyendo de esta mina de oro de la rentabilidad extraordinaria. Cabría preguntarse, ¿ganancias extraordinarias en relación con las que se pueden obtener en otros países? A modo de ejemplo, ¿los investigadores saben cuál es la rentabilidad de una colocación financiera en Argentina en relación con el resto del mundo?

Y esto nos conduce al problema final de la escasa diversificación de la matriz industrial. Pareciera que los autores imaginan que el único capital que sabe crear barreras a la entrada es el que opera en Argentina. Dada la apenas incipiente política industrial de los últimos años y el bajísimo nivel de inversión pública, en realidad es ingenuo pensar que cualquier actor privado va a reinvertir ganancias y adoptar una actitud audaz en materia de inversión, independientemente de los vaivenes de la demanda agregada y de las reticencias típicas del capital privado para afrontar los desafíos del desarrollo. En ese sentido, no hay ninguna novedad histórica: Argentina no tiene otra opción más que elevar los niveles de inversión pública. Quien descubrió América y llegó a la Luna no fue el mercado. Fue el Estado.

Inflación: ¿cuál es el problema?

Se desató en las páginas del suplemento Cash un debate a partir de los artículos de Pablo Manzanelli y Martín Schorr sobre “Inflación oligopólica” (10/3/13) y una respuesta de Eduardo Crespo y Alejandro Fiorito titulada “Es la puja distributiva” (17/03/13), donde salen al cruce del planteo que coloca el problema inflacionario en el esquema de concentración oligopólica de la economía argentina y sostienen que el proceso está centrado en una contienda por los ingresos.

Oligopolios e inflación

Cuando se dice que la causa principal de la inflación es la puja distributiva, se hace referencia a que la suba de salarios se traslada a precios, a que es un problema de estructura de costos. Ello no quiere decir que no deben aumentarse salarios o, bien, que no existan formas de mejorarlos sin provocar un descalabro inflacionario. En todo caso, es una cuestión de ritmos. No obstante, es necesario separar los momentos analíticos. Una cosa es dar cuenta de un fenómeno económico y otra abordar las políticas redistributivas. El punto de síntesis es que sólo el diagnóstico correcto del fenómeno permitirá brindar la respuesta correcta.