Ricos y obcecados

Alberto Rabilotta
Aleluya, el semanario The Economist, admite que la desigualdad alcanzó un nivel que puede entrabar el crecimiento, una conclusión a la que muchos llegaron hace largo tiempo, como señala la columnista canadiense Carol Goar (Venerable Economist sounds alarm over growing inequality, Toronto Star del 18 de octubre).

Pero esa Biblia del capitalismo desde 1843 afirma, sin sonrojarse, que la historia no provee respuestas a las actuales disparidades de riquezas entre ese 1.0 por ciento y el 99 por ciento de la población, una advertencia destinada a justificar “cambios” que permitan mantener el estatus quo.

Las “respuestas” que el informe de The Economist provee son una ensalada de medidas de sentido común -reclamadas sin ningún éxito por economistas que tienen algún sentido de la historia y saben cual fue el remedio a la Gran Depresión-, como reducir la talla de los grandes bancos de depósito e inversiones para evitar que tengan que ser rescatados a cualquier precio en caso de crisis financiera, pero en el contexto la continuación de las políticas de ajustes estructurales, o sea las políticas de austeridad que la oligarquía rentista hace aplicar en prácticamente todos los países del “capitalismo avanzado”.

Y también, por el instinto de clase que le lleva a querer destruir cualquier organización de los trabajadores, The Economist propone desmantelar los sindicatos de maestros para poder “diversificar” la educación, y de paso aumentar fuertemente la edad de retiro, lo que me recuerda al ex Secretario general de la OCDE Donald Johnston, quien a comienzos de este siglo y en un seminario en la Conferencia de Montreal proponía elevar a 70 años la edad de retiro de todos los trabajadores, incluyendo a los que trabajan en la construcción o la minería, algo que en ese instante parecía una exageración y que hoy está convirtiéndose en realidad en los países del capitalismo avanzado.

Cierto, The Economist reconoce que los gobiernos deberían hacer algo más por los jóvenes y los pobres, y también aumentar los programas de capacitación para los desempleados, así como eliminar algunas ventajas fiscales que benefician a los ricos, o sea “dar atole con el dedo” como dicen los mexicanos, ya que estas “recomendaciones” parten del supuesto de que los gobiernos actuales no tienen los recursos para una intervención económica masiva ni para desmantelar los monopolios globales que causan la situación actual, y que por lo tanto deben aparecer como que están haciendo algo, lo que no quiere decir que estén haciendo algo, y más importante, algo que valga realmente la pena para los pueblos.

Cambiar las cosas para que todo siga igual. Así va el mundo del capitalismo avanzado. Después de la reunión de los jefes de gobierno y de Estado de la Unión Europea (UE), esta semana que termina, en la UE asistimos a una nueva ola de optimismo porque parecería que se decidió avanzar hacia la creación de la unión bancaria que permitirá controlar y recapitalizar los bancos, al menos los de la zona euro (ZE).

El problema de fondo, la implosión económica que está ocurriendo en varios países, desde Grecia a Portugal, pasando por España e Italia, que afecta a decenas de millones de personas que han perdido el empleo, a veces el alojamiento, que estudiaron y no tendrán empleo ni medios para vivir, y que están perdiendo las esperanzas de volver a tener una vida normal, ese problema sigue entero y de él no se discute en los grandes medios de comunicación. Como tampoco se le da importancia al rápido aumento del separatismo o independentismo en España, Bélgica e Italia, que en buena medida revela la profundidad de esta crisis económica, política y social.

En otros países, como Francia, Bélgica y hasta Alemania, el proceso de desmantelar todas las conquistas salariales y laborales, por ejemplo, es más lento pero sigue adelante, y se manifiesta en el crecimiento del desempleo, del subempleo, y en el empobrecimiento de amplios sectores de la población.

Lo que me lleva a un texto de Norman Pollack, escritor y profesor de historia en la Universidad estatal de Michigan, quien afirma que en el caso de Estados Unidos ya se puede hablar de fascismo porque existe una interpenetración entre el gobierno y los grandes capitales, la cual ha creado un jerarquizado sistema de clases sociales, con enormes diferencias de riqueza y poder; porque este sistema militarizó los valores sociales y la estrategia geopolítica; porque pretexta la falsa ideología de una sociedad sin clases para inculcar la lealtad al orden social entre el pueblo trabajador..

Los ricos se ofuscan mucho y no quieren escuchar ninguna razón cuando se trata de que el gobierno se inmiscuya en los negocios, aunque esa intervención para crear el pleno empleo favorezca a la clase capitalista, como bien decía en 1942 el economista polaco Michal Kalecki.

Al señalar las contradicciones y las verdaderas razones de clase por las cuales los capitalistas, industriales y financieros, se niegan a que los gobiernos intervengan en situaciones de crisis, en esa conferencia sobre “Aspectos políticos del pleno empleo”, Kalecki se refiere al fascismo: Una de las importantes funciones del fascismo, como tipifica el sistema nazi, fue la de eliminar las objeciones capitalistas al pleno empleo. En tanto que tal, bajo el fascismo el rechazo a las políticas del gasto de gobierno son superadas por el hecho de que la maquinaria del Estado está bajo el control directo de una asociación de las grandes empresas con los negocios de los fascistas. Así se elimina la necesidad del mito de la “finanza responsable”, que sirvió para prevenir que los gobiernos combatan las crisis de confianza mediante el gasto. En la democracia uno no puede saber de que tipo será el próximo gobierno. Bajo el fascismo no hay próximo gobierno.

En Estados Unidos, según Pollack, no importa quien salga electo de los comicios del 6 de noviembre, Romney u Obama, porque en el fondo nada cambiará, porque la oligarquía seguirá en el gobierno.

El titulo del último libro del economista Michael Hudson define muy bien la evolución del capitalismo y la situación actual: “The Road from Industrial Capitalism to Finance Capitalism and Debt Peonage “. O sea “el camino desde el capitalismo industrial al capitalismo financiero y a la esclavitud por la deuda”.

No solo hay mucho para pensar, sino cantidades industriales de motivos para actuar, como diría Mafalda.

ALAI, América Latina en Movimiento - 19 de octubre de 2012

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