Lo último es lo central. En una etapa inflacionaria de esta magnitud en torno al 100% anual no es fácil ir ajustando ingresos de los trabajadores activos y pasivos al ritmo del cambio de los precios, incluso tratando de recuperar lo que se perdió, porque no se puede olvidar que en la época macrista bajó un 20% el salario real, y que luego, pese a la promesa del elegido presidente por votación popular en el 2019, no se pudo recuperar lo perdido y la caída siguió, mucho más suave sobre todo el caso del salario de los trabajadores registrados, pero continuó deteriorándose el de los trabajadores informales.

Entonces, una estrategia para amenguar el peso del aumento de los precios sería siempre muy bien recibida por la sociedad, porque pende en la cabeza de todos cuando ocurre lo que está ocurriendo hoy en la Argentina la amenaza de un shock, de dinamitar todo, que es la amenaza de los irresponsables, de los perversos en realidad, porque saben que un shock antiinflacionario con una fuerte devaluación inicial o una eventual dolarización haría trizas el salario de los que viven de su trabajo, que son la mayoría de la población, y nos llevaría a valores de pobreza, indigencia y desempleo como los que tuvimos en el anterior shock en el 2001-2002 o aún serían peores. 

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