Irak: La guerra una mentira y un resultado impreciso

Por Moises Saab (Desde El Cairo) / Una década, más de 111 mil civiles muertos, pugnas regionales, confesionales y un estado general de caos caracterizan hoy la situación de la antigua Mesopotamia, el país que de granero del mundo conocido entonces ha pasado a ser el escenario de una matanza sin fin, devenida monótona a pesar de su violencia.

El "misión cumplida" del presidente norteamericano de la época, George W. Bush, ha devenido objeto de burlas que despierta una sonrisa sardónica en los familiares de los casi cinco mil 500 militares que Washington admite como bajas en una guerra que estaba programada para una semana y aún no termina, sino que amenaza extenderse.

Sin contar los "asesores civiles", un invento diabólico que nunca ha fructificado y sólo ha servido para propiciar una corrupción que ha costado más de mil millones de dólares a los contribuyentes norteamericanos.

En términos internos, las rivalidades confesionales, que en Irak nunca alcanzaron los extremos, a diferencia de en otros países del área, han aflorado con una violencia que causa asombro.

Las áreas en las que residen musulmanes chiítas, y sus lugares sagrados, como la ciudad de Kerbala, son blancos cotidianos de ataques de una violencia nunca vista en ese país.

En el caso de los kurdos, las diferencias parecían resueltas con la creación de una región autónoma en el norte del país, pero no ha sido así: las autoridades de esa zona están abocadas a un conflicto con el Gobierno central por la posesión de tres provincias, Kirkuk, Mosul y Sulaimaniya, en las que existen grandes yacimientos de petróleo.

Además de ese conflicto con raíces étnicas y económicas, los iraquíes han devenido de personas orgullosas de su pasado, que presentaban ante el mundo como una herencia común, a un conglomerado marcado por regionalismos, como evidencian el conflicto con los kurdos y la rebelión en la provincia de Al Anbar, de mayoría sunita.

El signo más obvio del auge del confesionalismo está en el apoyo que recibe el primer ministro Nuri al Maliki de los residentes en la ciudad meridional de Basora, justo por donde llegaron las tropas estadounidenses y sus aliados británicos y españoles.

Además de una contradicción: la red Al Qaeda en Irak tiene hoy más fuerza y miembros de los que nunca pudo soñar bajo el régimen derrocado por la invasión y ocupación estadounidense.

La fragmentación ha llegado al extremo de que en los año 90 surgió la tesis de dividir el país en sultanatos, o lo que es igual, retornar al medioevo y olvidar una historia en la cual aparece con brillo propio la rebelión contra el colonialismo británico y el papel iraquí en la región como factor de contrapeso a Israel.

Es quizás en el ámbito regional donde hay que buscar otra contradicción entre los propósitos de las autoridades estadounidenses con si bien eliminó a Saddam Hussein y el Gobierno del Partido Baas, (las similitudes con los acontecimientos en Siria no son causales), permitió el fortalecimiento de la revolución islámica en Irán.

Es indudable que los muchos y costosos errores de Hussein dieron a Washington en bandeja de plata los pretextos, si falta hicieran, para eliminar al obstáculo que se le presentaba en el Levante de la época y, de paso, establecer su presencia militar en el Golfo Pérsico, un objetivo que hasta entonces le había sido esquivo.

Sin embargo, el despliegue de portaviones y las bases militares en países de la península arábiga es un esfuerzo económico agotador en las actuales condiciones económicas y de resultados imprecisos, como demuestra la resistencia de Irán a pesar de las severas sanciones en su contra y las inquietudes en varios países que le son afines.

Las autoridades persas han hecho saber que en caso del estallido de una agresión en su contra tienen la disposición, y la posibilidad militar, de bloquear el estrecho de Ormuz, el objeto del deseo para los estrategas estadounidenses, ya que por él transita el 35 por ciento del petróleo que alimenta las economías de las potencias occidentales.

Para colmo de desilusiones, Teherán y Bagdad han dado en los últimos meses señales de acercamiento, una pesadilla diplomática ya que crea un muro de contención a tener en cuenta para la política estadounidense en el sensible golfo Pérsico.

En ese contexto, y aparte las consideraciones políticas, está la devastación de un país cuya población sobrevive angustiada en un entorno marcado por la violencia, impuesta por una mentira: las armas de destrucción masiva que nunca existieron.

Cientos de miles de muertos después…

EE.UU. amenazó a Saddam con hacer retroceder a su país “hasta la Edad de Piedra”… y va camino de lograrlo.

“La guerra es de vital importancia para el Estado; es el dominio de la vida o de la muerte, el camino hacia la supervivencia o la pérdida del Imperio: es forzoso manejarla bien.” No, no es una frase de George W.Bush, aunque la hubiera suscrito con las dos manos. La dijo hace casi 2.500 años Sun Tzu en El arte de la guerra, un libro de cabecera del 43º presidente de Estados Unidos.

Para la vida

Estoy aquí sentado debajo del pequeño sol
el que nos vio águila y también gorrión.

Qué hacer con el silencio cuando la cabeza estalla,
cómo parar la impotencia de no poder hacer nada.

Por qué querer matar a tus hijos
es para que duela años la sangre
ayer por no querer a la Patria
y ahora por quererla demasiado.

¡Alerta, Humanidad!: Israel e Irán a las puertas de la guerra

Cada día Irán envía un mensaje disuasivo a Israel y a sus aliados. Esta vez han logrado modernizar el misil balístico de corto alcance Fateh-110, dotándolo de una mayor precisión, velocidad y haciéndolo más eficaz, con independencia de las condiciones meteorológicas a la hora de su lanzamiento, de acuerdo a informaciones de la agencia iraní de noticias IRNA, realizadas ayer.

Este tipo de misiles tierra-tierra representa un serio peligro a las intenciones de Israel de precipitar una agresión a Irán. No solo por la cantidad suficiente de los mismos en manos iraníes, sino también por su capacidad destructiva.

Comparaciones entre países y bloques para una eventual guerra en Asia Occidental

Para empezar, debo reconocer que parte de estas comparaciones están parcialmente basadas en el libro de Paul Kennedy titulado “Auge y caída de las grandes potencias”, que leí hace unos cuantos años. Por supuesto, como no estoy escribiendo un libro de texto, tiene que ser mucho más breve porque su intención es otra. Pero aquí vamos.

Definiendo los bloques del conflicto

En este conflicto se formarán 2 bloques o grupos de alianzas. Por un lado tendremos los países agrupados en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), más sus aliados Israel, Jordania, y los países del Consejo de Cooperación del Golfo (el CCG, constituidoArabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Kuwait y Omán), y les sumaremos Jordania, Libia, Túnez y Marruecos, entre otros. Posibles aliados que se pudieran involucrar de una u otra forma son Azerbaiyán y Georgia. Por supuesto, Estados Unidos y la OTAN tiene aliados en todo el mundo, así que de cualquier región pueden surgir aliados e involucrarse países que puede que no tengan nada que ver con esa zona del mundo. A este grupo de países vamos a llamarle el Bloque Imperial o Hegemónico.

“El informe que trascendió es falso”

El coronel retirado José Luis García fue colaborador de Augusto Rattenbach en la elaboración del informe que lleva su nombre y que la presidenta Cristina Fernández ordenó desclasificar esta semana en el marco del conflicto con Gran Bretaña por las islas Malvinas. Como compañero y amigo de toda la vida del hijo del general Rattenbach, como responsable de una parte del informe y como secretario adjunto del Centro de Militares por la Democracia (Cemida), García es hoy una de las voces más autorizadas para hablar de lo que sucedió con el informe, su impacto en el conflicto actual con los ingleses y del “absurdo” de la guerra por las islas. En diálogo con Página/12, aseguró que desclasificar el informe servirá para revelar que “el pueblo argentino era totalmente ajeno a la actitud belicista que llevó a la guerra”.

Malvinas, la locura de las guerras

Durante los 45 días de operaciones de combate en el Atlántico Sur, además de los 323 muertos por el hundimiento del crucero General Belgrano, murieron en combate 326 soldados argentinos. La cifra de suicidios de ex combatientes superó ese número. Las estimaciones varían entre 350 y 450 casos y las diferencias de apreciación es por si se suman o no aquellos casos de personas que murieron en accidentes o enfermedades que pudieron tener como un componente fundamental el hecho de haber quedado marcados por haber estado en una guerra. Sólo para evitar confusiones, la tasa anual de suicidios en Argentina es de 8,2 casos cada 100.000 habitantes, de acuerdo con datos del Ministerio de Salud de la Nación. Si en los frentes de combate hubo unos 14.000 hombres, la tasa resulta entre 12 y 15 veces mayor.

Hace seis años, un periodista de La Nación, Oliver Galak, a raíz del suicidio de un ex combatiente se preguntaba: “¿Por qué Argentina ha olvidado a sus ex-combatientes de la guerra de Malvinas? ¿Será acaso porque Argentina no soporta la derrota sufrida y quiere esconderla debajo de la alfombra? ¿Será acaso porque su clase política, tras más de 20 años, tiene mucho que esconder? ¿Será acaso porque la Argentina no soporta mirar cara a cara a los hombres que mandó a la muerte, mintiéndoles?”. Una serie de preguntas de apariencia punzante y, sin embargo, todas ellas sólo útiles para sembrar confusión. Un trabajo revelador de dos psicoanalistas franceses –Françoise Davoine y Jean Gaudillère– (Historia y trauma - la locura de las guerras) contiene una serie de advertencias sobre las conductas de quienes estuvieron en frentes de combate.

De manera resumida serían las siguientes. La negación: lo que pasó no pasó. La culpa del sobreviviente: por qué ellos y no nosotros. La perversión del juicio: las víctimas son las culpables. La fascinación por los criminales. Este último concepto, aclaran los autores, es tomado por Hanna Arendt en su trabajo Los orígenes del totalitarismo.
Estas recomendaciones pueden resultar no sólo de carácter universal sino que pueden muy bien ser tomadas como punto de referencia para analizar las conductas de quienes, como Galak, no estuvieron en la guerra pero pervierten, en pocos párrafos, lo sucedido en 1982 en Malvinas. Lo confirman los deslices del periodista al poner como sujeto a “la Argentina” y no a la dictadura, así como de interpelar a “la clase política” porque “tiene mucho que esconder” en cambio de abordar el discurso de La Nación durante la dictadura y particularmente en la cobertura del conflicto bélico.

Pero hay un aspecto referido a “la Argentina” que va más allá de discriminar las responsabilidades de quienes mandaron soldados conscriptos poco instruidos a un escenario bélico. Concretamente, la idea, generalizada en estas latitudes, de que los británicos salieron menos lastimados que los argentinos. Esa creencia se basa en distintas verdades consabidas: que son un Imperio acostumbrado a la guerra, que salieron victoriosos del conflicto y que, además, sus soldados profesionales están entrenados física y mentalmente para matar y morir.

Los suicidios, lejos de ser un problema exclusivo de los argentinos –derrotados–, afectaron también a los soldados victoriosos. Un artículo del Daily Mail –segundo periódico más leído de Gran Bretaña y tabloide, al igual que La Nación– publicado cuando se cumplían 20 años del conflicto y no 30 como ahora, consignaba que una “shockeante y poco conocida historia en la guerra de Malvinas se conoce hoy: más veteranos se suicidaron que el número de soldados muertos en acción”. El artículo, al igual que el de Galak cuatro años después en La Nación, tomaba como base el suicidio de “un héroe de guerra” inglés. La cantidad de veteranos ingleses que se quitaron la vida era –en 2002– de 264, mientras que los caídos “en servicio activo” habían sido 255. La elaboración de estos datos fue brindada por la South Atlantic Medal Association (Asociación de la Medalla del Atlántico Sur), una asociación que entrega a sus socios –ex combatientes– una insignia colgante con la cara de la Reina Isabel que lleva como inscripción Dei Gratia Regina (Reina por la gracia de Dios). Es decir, la escena resulta por lo menos bizarra: una organización identificada con el imperio que manda a la guerra es la misma que revela las consecuencias del conflicto una vez que se silencian los cañones.

¿Qué hizo la Argentina? Un diálogo con Silvia Bentolila, médica psiquiatra, resultó para este cronista muy ilustrativo de cómo fueron atendidos –o contenidos– muchos veteranos de guerra. En 1997, cuando Bentolila era jefa de servicio en el Hospital Paroissien de La Matanza, se creó un programa de atención a ex combatientes. Los primeros que se acercaban al hospital trabajaron con los médicos y psicólogos no sólo para tratar sus propias situaciones del llamado estrés postraumático, sino que también actuaron como mediadores con otros ex soldados que estaban aislados –mayoritariamente deprimidos– y a los que estimularon para tomar contacto con el programa. Tuvieron un 0800 que funcionaba las 24 horas y atención a los pacientes durante ocho horas diarias. Los médicos llevaron la experiencia al resto la Región Sanitaria VII y se expandió a otros hospitales bonaerenses. Fue la salud pública la que se ocupó de los malvineros precisamente en un momento donde todo era privatizado, incluso mientras el ministro de Salud de la Nación era Alberto Mazza, un empresario del negocio de la hotelería hospitalaria privada de lujo que tocaba la misma melodía que sonaba en todas las otras áreas. Quizá no haya un relato épico de lo actuado por los médicos y psicólogos de un hospital matancero. Pero convendría tomar dimensión de algo más grave que las propias limitaciones, que sin duda las hubo, respecto de haberle abierto las puertas a los veteranos.

Es cierto que por muchos años la sociedad argentina estuvo desmalvinizada. Por diferentes motivos, por diferentes prioridades. Ahora, más allá del calendario, sucede que Gran Bretaña vio agotadas sus reservas de petróleo en el mar del Norte y todo indica que detectó reservas en la zona de Malvinas. Esto, sumado al discurso autoritario y belicista de David Cameron, llevó al gobierno argentino a ser más enérgico en el tema. Entonces, cabe preguntarse si esta reafirmación de la voluntad de soberanía en las islas puede reavivar los fantasmas de guerra, especialmente entre quienes estuvieron en el frente. La respuesta no puede ser unívoca pero requiere de atención: la sensibilidad de quienes quedaron perturbados por la guerra puede verse alterada, seguramente de maneras muy distintas y sería muy pertinente que los servicios de salud pública para los veteranos se reactiven. Sin perjuicio de ello, lo mejor que puede pasar, tanto a quienes estuvieron en el frente como quienes no, es aventar fantasmas de posibles conflictos bélicos. El reclamo de soberanía del Gobierno es pacífico, recurre a los mecanismos diplomáticos y a la solidaridad de los pueblos latinoamericanos, que conocen en sus historias los mismos tipos de atropellos imperiales de los que somos objeto los argentinos y no sólo por Malvinas.

La náusea. Las guerras constituyen circunstancias extremas en las sociedades humanas. Desmoronan los vínculos, crean héroes de personas ordinarias, terminan con las vidas. Las naciones constituyen la categoría cultural de identidad más extendida entre los humanos y son, además, los ámbitos en los cuales algunos humanos pueden relacionarse con otros humanos en espacios tales como las Naciones Unidas, la Organización Mundial de Comercio o el Banco Mundial. También tiene organismos específicos para regular los conflictos bélicos y allí aparece la importancia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde cinco naciones tienen el privilegio de ser miembros permanentes. Estas categorías de naciones son, entonces, imprescindibles. Tienen, a la hora de los escenarios de guerra, tanta importancia como los cañones o los barcos. Es más, una diplomacia firme y decidida puede lograr triunfos que jamás podrían conseguirse mediante un conflicto armado. En ese sentido, vale la pena rescatar un concepto tratado por Hanna Arendt y que es la identificación de las elites sociales con “el populacho”, un concepto peyorativo pero que intenta dar cuenta de que la apelación al patriotismo o al militarismo suele ser una retórica impulsada por los poderosos y tomada por sectores medios empobrecidos o directamente sectores populares.

La guerra no sólo es nauseabunda en los escenarios donde se mata gente. Lo es después. Las cifras de suicidios entre ex combatientes argentinos y británicos son indicativas de que no sólo perdura en el tiempo en la eliminación de vidas, sino que puede ser cruel con victoriosos y derrotados, con profesionales de la guerra o con colimbas voluntariosos. La lucha por la soberanía no es un fantasma bélico. Es un reclamo legítimo de una comunidad nacional –Argentina– que no va a ser apoyada por los ciudadanos de otra comunidad, la británica. Eso no debería alimentar los fantasmas de la guerra. Antes de pensar, por ejemplo, que es importante ganarle a los ingleses en un match deportivo, sería bueno tener presente que la locura de la guerra llevó a muchos argentinos y a muchos ingleses a no poder seguir viviendo y eligieron ser sus propios victimarios.