Un día en Lago Escondido, el km 0 del Estado paralelo

Candela Conese

En el Lago Escondido, apropiado por el magnate inglés Joe Lewis, suceden reuniones entre miembros del poder judicial, mediático y político. Por primera vez un contingente de organizaciones sociales llegó a esa costa de la Patagonia argentina en reclamo de la apertura de un camino público, como la ley dictamina. Una crónica escrita por quienes profanaron el santuario del poder y acamparon un día en territorio invadido.

Falta una hora y media para que salga el sol. Es la madrugada del 27 de diciembre de 2022 y los 63 compañeros y compañeras que nos disponemos a intentar llegar al Lago Escondido estamos desarmando carpas, cargando termos de agua caliente y guardando mochilas y provisiones en las camionetas y los autos que, en apenas unos minutos, se ordenarán en caravana y arrancarán, uno detrás de otro, hacia el ingreso principal al espejo de agua que, en detrimento del fallo judicial que está firme desde 2013, hasta la fecha no ha sido nunca escenario del disfrute popular.

Se trata de la primera vez que un grupo se aventurará hacia el lago por esta vía. Es habitual que se intente llegar por el camino de Tacuifí, el que la ley establece que debería ser accesible a cualquiera que desee llegar a las aguas lacustres. Sin embargo, no casualmente la ruta nunca fue construida y para llegar hay que recorrer 26 kilómetros a pie por montaña. Además, habitualmente la llegada se frustra ante la intercepción de miembros de la patota paramilitar que trabaja para el inglés Joe Lewis. Sin ir más lejos, algunos de los compañeros de este contingente se han propuesto en ocasiones anteriores llegar por ahí. Este intento, a diferencia de aquellos emprendidos por cientos de patriotas a lo largo de los últimos años, cuenta con los aportes de un compañero originario, habitante de la zona. Él propuso, con inmensa sabiduría, que fuéramos pioneros en el intento en vehículos y por la puerta por la que ingresan el magnate y todos los invitados a Hidden Lake. Nadie esperaría que desde el subsuelo de la patria nos atrevamos a cruzar los portales que los poderosos tienen reservados para sus privilegiados andares.

Salimos por el camino de ripio al ritmo ansioso de quienes saben que están rumbo a escribir algunas páginas de la historia de los pueblos, que es la que inexorablemente vencerá. Sin embargo, la mayoría de nosotros creemos que nos vamos a quedar en el camino. Que lo más probable es que la patota nos impida el paso. O que la policía –que, como militantes de organizaciones sociales, bien sabemos que prioriza el resguardo de los poderosos por encima de la protección de los derechos de los laburantes– detenga compañeros.

La misión avanza con un objetivo claro: flamear la bandera argentina en el Lago Escondido. Escondido por el magnate inglés Joe Lewis; blindado por su testaferro Nicolás Van Ditmar; protegido por una patota a sueldo que se encarga de impedir violentamente el paso cada vez que alguien intenta ingresar; amparado por la gobernación provincial, responsable por omisión de que no exista un acceso público a la orilla del lago; usufructuado por los invitados de lujo que se reúnen y cierran negociados a costa de la soberanía nacional en Hidden Lake: altos mandos de medios de comunicación hegemónicos, jueces y fiscales comprados, funcionarios y operadores del partido político que, cuando gobernó, no le tembló el pulso para consolidar una estafa sin precedente contra todos los argentinos y las argentinas.

Por sendos parabrisas, entre las curvas que delinean la montaña patagónica, se aprecia la hilera de vehículos que trasladan la convicción de compañeros de todo el país, dispuestos a poner el cuerpo por la patria. Que, como militantes populares, lo hacemos todos los días; hoy se cristaliza en un acto de reafirmación de la soberanía nacional. La claridad que desde hace minutos asoma por los contornos del horizonte ondulado va apoderándose del panorama, marcando las 6 de la mañana. La camioneta vanguardista sale de la ruta en un viraje hacia la izquierda, quizás para acercarse a los corazones que se salen del pecho de la euforia. Llegó el momento con el que soñamos desde hace semanas, cuando fuimos convidados a planificar la acción.

A partir de que ingresamos al camino de ripio que desemboca en el lago y la mansión, nos esperan 16 kilómetros, que vamos descontando a una velocidad inusitada. Los puestos de seguridad están vacíos y las vallas, abiertas. Pero hay cámaras, no debe faltar mucho antes de que nos quieran cortar el paso. Seguimos avanzando, atentos al camino y a unas señales amarillas que indican cuántos kilómetros resta recorrer para arribar. Resulta paradójico que el kilómetro 0, que en las rutas nacionales hace referencia a donde se debaten las leyes y se supone que se toman las decisiones trascendentes para el país, sea en este caso la mansión donde se pasean los titiriteros del Estado paralelo.

No hay tiempo para quedarse viendo todo lo que hay en el camino: una granja porcina, un tambo, animales exóticos desperdigados, varias canchas de fútbol, circuitos hípicos, un taller pesado, un jardín botánico, largas hectáreas de cultivos de frutas regionales. Todos los lujos, rodeados por un camino de montaña boscoso, de un verde vivo, atravesado por largos arroyos de agua cristalina. Un verdadero paraíso que no alcanzamos a contemplar porque sabemos que demorarnos daría por cerrada la ventana de oportunidad que tal vez, si seguimos encontrando las vallas abiertas de par en par como durante los 14 kilómetros que llevamos transitados, nos deje frente al lago que algunos privilegiados tienen por piscina de patio trasero.

Los últimos 2000 metros se transitan entre comentarios de asombro, “no puede ser tan fácil, algún obstáculo tiene que aparecer”. Pero no. Esquivamos la mansión, que se presenta frente a nosotros como una suerte de arco del triunfo a través del cual se vislumbran las montañas a la luz de la aurora. Aunque, esta vez, el triunfo es nuestro; a la izquierda, entre sombras de frondosa vegetación, aparece el lago, azulado y hermoso.

Estacionamos en la orilla y descendemos de los autos eufóricos, incrédulos, fascinados por la epopeya. Estamos en Lago Escondido. Somos 57 pero valemos por los 47 millones a los que este paraíso pertenece y es negado. Saltamos y reímos entre festejos y algarabía. Nos abrazamos con nuestros compañeros más queridos, gritamos de emoción. Juan Grabois, con una bandera argentina flameando en la espalda, nos conduce hacia el cruce del lago. Uno a uno nos vamos descalzando y atravesando los metros de agua que nos separan del sector de orilla que está al frente de la casona.

Tal como nos habían informado, hay señal, tanto de teléfono como de Internet, así que logramos anoticiar a las compañeras que quedaron en Buenos Aires recepcionando información y material. Estamos avisados de que la señal puede cortarse en cualquier momento, dado que llega mediante potenciadores y en la estancia tienen la capacidad de inhibirlos y dejarnos incomunicados. Alcanzamos a contactarnos con compañeros que viajaban en dos autos que no llegaron, resulta que tomaron mal un desvío en el primer tramo de ripio y nunca lograron posicionarse en la caravana. También conseguimos enviar fotos y videos al exterior. Está por publicarse el comunicado de la brigada informando acerca de la iniciativa, necesitamos que un rato más tarde se difundan imágenes de la hazaña: estamos adentro, gracias a la organización colectiva llegamos por primera vez al lago que se apropió el magnate inglés que, estratégicamente, también tiene una estancia sobre el Estrecho de Magallanes y un helipuerto que es trampolín a las Islas Malvinas.

Armamos las carpas sobre el césped que bordea la mansión y que se excede de los 15 metros de Camino de Sirga que por ley deben dejar liberados los propietarios de terrenos lindantes a espejos de agua. No damos crédito a la falta de respuesta de parte de la custodia de la estancia. ¿Cómo puede ser que descansen de manera semejante en su impunidad para que resulte tan sencillo ingresar por la puerta principal?

Cerca de una hora más tarde aparece, al fin, un trabajador de la estancia. Está en la galería de la casa y su gestualidad es de sorpresa. Lo vemos informar por el radio y, un instante después, se colma de gente joven con uniforme de trabajo que observa al grupo de atrevidos con atención y curiosidad. “Afuera la yuta y los invasores, el Lago Escondido es de los trabajadores”, se canta desde la vereda de la playa.

Se acercan los primeros empleados de seguridad destinados a hablar con el compañero Diputado Nacional Federico Fagioli y el resto de nuestros voceros, quienes les informan que estaremos acampando por tiempo indeterminado en una playa que la justicia dictaminó que es pública, que se trata de una acción política en un territorio de la Comarca Andina que es patrimonio de todas y todos los argentinos pero solo accesible para algunos que son serviles al poder real. Venimos a dar la disputa y no nos iremos en tanto no se abra una vía de negociación con la gobernación provincial para avanzar en la apertura del acceso público al lago, para que todos los argentinos y las argentinas y, sobre todo, los patagónicos y las patagónicas que en esta zona no tienen acceso a ningún lago producto de la privatización y extranjerización de las tierras, puedan disfrutar de este paradisíaco rinconcito de la patria, como estamos gozando nosotros hoy: nadando en el lago, tomando sol, jugando a las cartas, leyendo.

Llevamos varias horas acampando frente a la playa cuando, sin previo aviso, deciden encender los aspersores de riego que están a nuestro lado. Así, algunos empleados serviles a la voluntad de Lewis y sus lacayos comienzan a intentar amedrentarnos. Pero tenemos la determinación de quedarnos donde estamos, así que nos acercamos a la casa para solicitar que los apaguen, que nos escuchen; les expresamos que no es contra ellos, que son meros trabajadores explotados; que ser funcionales a su empleador únicamente garantiza que siga pudiendo disponer de sus vidas, con esquemas de contratación esclavistas, solo porque les pagan un salario de miseria, que ni punto de comparación tiene con la torta que se llevan los dueños del poder. Ante estas reflexiones, algunos de los empleados amagan a aplaudir, pero sus compañeros los censuran a los codazos limpios.

Con intervención de la Policía de Río Negro, conseguimos que apaguen el riego y se respete nuestro derecho a habitar la playa y el césped hasta 15 metros desde la orilla. Entonces, los 57 nos sentamos sobre nuestra zona de pasto para desarrollar una serie de formaciones dictadas por compañeros y compañeras. Plantas autóctonas y los usos de las que nos rodean; geopolítica y recursos naturales estratégicos en la región; cuando nos encontramos en medio del taller de comunicación popular y comunitaria, vemos a nuestras espaldas que la galería de la casa se colma de una larga hilera conformada por miembros de la patota montados a caballo, otros trabajadores de la estancia, algún encapuchado lanzando amenazas a los gritos y la policía de la provincia: un verdadero comando unificado enviado para amedrentarnos. A partir de este momento, lo que era puro disfrute popular en absoluta paz y tranquilidad, irá dejando lugar a un clima de creciente tensión. Sin embargo, y a pesar de que no se desarma la fila patrocinada por algunos salarios de Hidden Lake y otros estatales y que protege cada ladrillo y cada columna y cada marquesina de la casona británica en territorio nacional, nosotros seguimos con las formaciones. Le toca a Juan dictar el módulo de economía popular, el sujeto político excluido de nuestra época, el que se organiza y construye una alternativa comunitaria para hacer frente al sistema que maximiza la extracción de ganancias de cuerpos y territorios.

No tenemos cómo enterarnos de cuál está siendo la repercusión afuera, pero sí la tranquilidad de que en todo momento nos comportamos pacíficamente, sin romper nada ni insultar a nadie. Sabemos, sin embargo, que intentarán instalar una versión llena de difamaciones y mentiras acerca de nuestra estadía. Será con ese fin que, en el único reflejo ágil que tuvieron desde la estancia, a las dos horas de nuestra llegada ya habían instalado una cámara de vigilancia en el techo de la casa. Además, enviaron a dos personas con cámara a registrar todos los intercambios. Suponemos que los medios concentrados se estarán haciendo un festín bajo el argumento de la violación a la propiedad privada, mientras que los medios de índole más progresista estarán bancando la acción, haciendo eco de una reivindicación que el campo popular arrastra desde que las tierras fueron vendidas ilegalmente durante la funesta década menemista.

Entre tanta increpación patotera, recibimos amenazas de lo que nos harían por la noche entre los arbustos. Una compañera se descompensa y nuestros voceros entran en negociaciones con la policía para que un auto pueda partir de manera segura hacia El Bolsón; en un principio son negadas las garantías de seguridad, pero a las dos horas se resuelve que una escolta policial guiará a nuestros compañeros hasta la ruta. Paralelamente, acordamos mudar las carpas hacia donde están los autos, porque prevemos que la noche será larga y, por seguridad, es preciso que no nos dividamos entre el cuidado de los autos y el de las carpas. Ya no cruzamos por agua, sino por un puente debajo del cual corre un arroyo de agua turquesa, sobre el que hasta hace apenas un rato había un perro que gruñía si intentábamos transitar, acorralándonos al paso acuático. Mientras armamos las que serán nuestras habitaciones agrestes por la noche, aparece el patrullero que escoltará a los cuatro compañeros que van a salir en uno de los autos, que avanza por el camino señalado, pero se encuentra con un carro de golf cortándole el paso; en él viajan cinco de los lacayos del inglés, que durante toda la tarde nos habían estado propinando amenazas. El celular no se adelanta ni atina a resguardar el avance de nuestro auto, así que varios de nosotros nos acercamos a forzar que corran el carro: de ninguna manera la patota paramilitar de Lewis va a acompañar al auto que necesita salir producto del amedrentamiento. Se arma un forcejeo: ellos no quieren dejarnos salir, nosotros no permitiremos que cumplan sus amenazas. Cuando nos proponemos a empujar el carro fuera del camino para que el auto policial pueda colocarse delante del nuestro, finalmente se mueve y permite el tránsito del vehículo compañero.

Oscurece y las colinas de bosque bordeadas por un césped cuidado al detalle se llenan de los miembros de la patota cipaya que durante la tarde nos habían estado increpando. Mientras cenamos sánguches de milanesa que habíamos llevado por si lográbamos la hazaña de ingresar y plantar campamento, establecemos un esquema de guardia nocturna que cubra todo el perímetro de la orilla sobre el que nos asentamos, con rotación de la compañerada cada dos horas. Por la noche, las temperaturas dan la ilusion de que se aproximan los picos de color blanco brillante que coronan las montañas que nos rodean. Sí se acercan en intervalos y de manera coordinada los guardias de la propiedad privada, por un flanco, por el otro, anticipados por nuestras linternas que no cesan de alumbrar y logran captar el momento exacto en que uno de ellos arroja una piedra contra una de nuestras carpas. Nos movemos en alerta, reforzamos el cuidado, les anunciamos que si se aproximan nos encontrarán preparados.

La noche transcurre a los gritos, de una a otra vereda, con compañeros patagónicos diciéndoles que se nota que no son de la región, que si lo fueran no les daría el corazón para llamar trabajo a la defensa del invasor. Les recordamos que deben permanecer despiertos, no como anoche, cuando se durmieron y nos dejaron el paso habilitado sin inconvenientes. Tampoco quieren dejarnos dormir, ponen música a todo volumen y nos encandilan con luces muy potentes. No sabemos si por falta de una orden de sus superiores, que no ignoran que Hidden Lake se encuentra en la mira de la opinión pública y está siendo allanada por la justicia a partir de que trascendieran los chats; o frenados por el miedo a enfrentarse a la organización de cuerpos y mentes determinados a luchar por la patria; el hecho es que en toda la velada no superan el límite del Camino de Sirga y, cuando se vislumbra cercano el amanecer, uno a uno se retiran de sus puestos.

Ya son las 10 de la mañana. Llevamos más de 24 horas a la vera del Lago Escondido, seguramente uno de los más hermosos que tenga nuestra Patagonia. Uno por uno vamos recibiendo un diploma que certifica que hemos sido parte de las formaciones en Soberanía Nacional dictadas por ENOCEP, la escuela de formación política de la UTEP. Nos juntamos en ronda, esta vez para hacer las evaluaciones pertinentes de la acción realizada. Intervienen los compañeros referentes y, en conjunto, evaluamos que cumplimos los objetivos de un hecho político que no tenía precedentes. Que hemos demostrado que ningún poderoso es invencible, que con fuerza militante podemos pasar de lo simbólico a lo material y alcanzar a transformar la realidad adversa que, en función de los intereses del selecto clan que se pasea por estas tierras sin que ningún grupo comando ni la policía los increpe, golpea a nuestro pueblo trabajador.

Todos y todas, al unísono, ponemos las manos, los pies o la cabeza en el agua cristalina, en señal de agradecimiento por su pureza, por haber propiciado la vida de comunidades y especies, aún cientos de años antes de la llegada de éste o anteriores invasores. Nos disponemos a levantar campamento y salir de la estancia, precedidos por un patrullero y escoltados por la fiscalía. Saldremos, así como entramos, por la puerta principal, y seguiremos viaje rumbo a cada una de nuestras provincias, más convencidos que nunca de que ningún pedazo de nuestro territorio soberano le pertenece al extranjero. De que la organización colectiva es la respuesta a toda forma de opresión que quieren imponer sobre el pueblo pobre de la patria aquellos que tienen la costumbre de usar como medio los cuerpos flacos y las manos gastadas de otras y otros para su fin de abultar bolsillos, propiedades y cuentas off shore. Tan inalcanzables e impunes se creen aquellos, que ignoran la fuerza de nuestro pueblo osado y valiente, que cuando ha logrado organizarse detrás de objetivos concretos se ha demostrado capaz de enfrentar al poder y a quienes lo ostentan, tan invencibles ellos como resistente su blindaje de dádivas mediáticas y judiciales.

De la vereda del lago, público y de todos y todas, siempre dispuesta a enfrentar las pretensiones de invencibilidad que otorgan los privilegios, se encuentra la acción política directa de quienes estamos dispuestos a poner el cuerpo en defensa de los bienes comunes y los derechos básicos de dignidad que tiene cada ser humano: a la tierra, el techo y el trabajo. Las Malvinas son argentinas; el Lago Escondido, también.

 

Fuente: Nodal - Enero 2023

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