¿El que mata último ríe mejor?
Pareciera que los humanos somos o creemos ser, dentro de las especies vivas en el planeta, los únicos conscientes de nuestra finitud, de que vamos a morir. Ese saber nos perturba y determina. Porque también somos los únicos –y parece que no es algo desligado de lo anterior– que hacemos dos cosas que el resto no: asesinar y reír. Con eso (dos caras de la desesperación) nos ha bastado para ser eficaces, más eficaces que otros –darwinianamente– digo. Por eso nuestra aparente supremacía ha sido un glorioso, patético desastre. Resultado de lo peor y de lo mejor que inventamos.
Otra mirada sobre Charlie Hebdo
Francia acaba de perder una elite de humoristas en un terrible atentado, y un estremecimiento de cólera y horror conmociona justificadamente a la sociedad. París se lanzó a la calle y Charlie Hebdo , el periódico dirigido por esos humoristas, recibe miles de miles de euros de resarcimiento espontáneo. Nadie podría dejar de condenar el atentado, y todos, desde Bergoglio hasta Obama, pasando por Merkel, han cumplido con su cometido. En el aire enrarecido de un conflicto que va adquiriendo proporciones desmesuradas, debería haber, sin embargo, algo más que el espacio destinado a sentenciar el fanatismo causante de la catástrofe.
Charlie Hebdo: la infamia
Infamia. Es la única palabra que puede resumir lo que sentimos ante el asesinato de los compañeros de Charlie Hebdo. Un crimen tanto más odioso, cuanto que estos camaradas artistas eran gentes de izquierda, antirracistas, antifascistas, anticolonialistas, simpatizantes del comunismo o del anarquismo. Hace poco, habían participado en un álbum de homenaje a la memoria de los centenares de argelinos asesinados por la policía francesa en París el 17 de octubre de 1961. Su única arma era la pluma, el humor, la irreverencia, la insolencia. También contra las religiones, según la inveterada tradición anticlerical de la izquierda francesa. Pero en el último número de la revista, la portada ofrecía una caricatura contra la islamofobia de Houllebeck, y dentro, una página de caricaturas contra la religión… católica. Vale la pena recordar que Chab, el redactor jefe, era un dibujante de sensibilidad revolucionaria que llegó a ilustrar el libro de Daniel Bensaïd Marx, mode d’emploi. Y que estaba presente en el acto de homenaje a Bensaïd, en donde esbozó unos dibujos tiernos e irónicos que se iban proyectando en pantalla.
Transformar el horror
Hay un periodismo que ante la violencia produce un marco específico e interesado para impedir pensarla, en el que él es el que decide qué puede ser entendido o preguntado. De manera forzosa etiqueta que en determinados acontecimientos una explicación/
pregunta equivale a una absolución. Es ese periodismo el que intenta decidir hasta dónde podemos expresarnos y hasta dónde no, extorsionando con poder disciplinador. Parece decirnos: si piensan se corren riesgos y ojo... si se equivocan los vamos a castigar de tal forma que jamás se atreverán a pensar otra vez.
Cuidado con los maniqueísmos
En la mañana del 7 de enero pasado, un brutal ataque contra un grupo de periodistas y dibujantes de larga trayectoria, reunidos en las oficinas del conocido semanario satírico Charlie Hebdo ubicadas en el distrito 11 parisino, generó una fuerte conmoción en la sociedad francesa, al mismo tiempo que rápidamente se hizo eco en la prensa internacional y abrió interpretaciones de todo tipo. ¿Qué es lo que estaba sucediendo? ¿Cómo explicamos un ataque de tal violencia “en nombre de una religión”?
La ambigüedad de las plazas francesas
Las únicas palabras equilibradas en el torrente de declaraciones de horror y de angustia también en la prensa italiana por el asesinato de los dibujantes y del director de “Charlie Hebdo” las ha escrito Massimo Cacciari, reorientando la cuestión a su dimensión temporal y política. A la gran emoción y protesta que ha llenado rápidamente de modo espontáneo las plazas francesas no le ha faltado alguna ambigüedad.