La ambigüedad de las plazas francesas

Rossana Rossanda
Las únicas palabras equilibradas en el torrente de declaraciones de horror y de angustia también en la prensa italiana por el asesinato de los dibujantes y del director de “Charlie Hebdo” las ha escrito Massimo Cacciari, reorientando la cuestión a su dimensión temporal y política. A la gran emoción y protesta que ha llenado rápidamente de modo espontáneo las plazas francesas no le ha faltado alguna ambigüedad.

Se ha podido manifestar legítimamente, y casi recogiendo la invitación del presidente Holland, el rechazo del fundamentalismo y la defensa de la República y el “no” a los problemas que plantea la gran inmigración musulmana en Europa. Facilitada en Francia por el muy trillado llamamiento a la colonización francesa de África del Norte y de Oriente Medio.

Durante muchos decenios hemos olvidado que fue un acuerdo entre un alto funcionario inglés, Sykes, y otro francés, Picot, el que dibujó el reparto del imperio otomano entre Francia y Gran Bretaña. Gran Bretaña logró posteriormente imponerse y todavía más recientemente han prevalecido las políticas de los Estados Unidos. Pero las recientes opciones tomadas por Holland de intervenir en el cuerno de África y en África Central han restaurado, sin quererlo, la imagen de una gloria colonial que da aliento a Marine Le Pen. Igualmente, las palabras del presidente Hollande justo después del atentado, pidiendo a todo el país unidad contra el terrorismo, han parecido legitimar la petición del Frente Nacional de participar en la gran manifestación oficial antifundamentalista del próximo domingo [11 de enero], lo que le ha suscitado cierto embarazo, habida cuenta del impulso con el que Marine Le Pen ha anunciado su participación. No se puede en efecto llevar adelante dos políticas opuestas – acariciar viejas e injustificables tendencias coloniales y defender los valores republicanos– como ha hecho el gobierno socialista, en su intento de emplear un elemento que distraiga del descontento popular en temas de derechos de los trabajadores y de política económica.

El lema “Je suis Charlie” manifestaba eficazmente el apoyo a un semanario ni mucho menos de enorme difusión, que en general no le dedica cumplidos al Frente Nacional. Se puede por lo demás discutir sobre un tema ya vulgarizado en Italia como es el de la inmunidad política de la sátira, hoy aparentemente defendida por todos. A las famosas viñetas danesas contra Mahoma les dio mayor difusión Charlie Hebdo en una acentuación del ateísmo hasta muy esperable, pero que no ha de identificarse con el desprecio a todos los creyentes: “Mierda a todas las religiones”, había escrito y publicado en portada la revista. A la incapacidad de la izquierda de llevar argumentos laicos al centro de la opinión pública, y de responder al reclamo que hoy tienen especialmente algunos monoteismos y el budismo, aun siendo bastante diferentes, ha correspondido la indulgencia en formas fáciles de caricatura, que seguramente han ofendido a millones de musulmanes en Europa. Baste pensar en qué acogida hubieran tenido si esas viñetas se hubieran aplicado nominalmente a Jesucristo. No creo que sea útil dejar a los caricaturistas una tarea que por su naturaleza, queriendo reírse de todas las formas de fe, no pueden ejercer: es como arrojar una cerilla a una lata de gasolina. Es justo la debilidad de la izquierda después de 1989 la que produce este renacimiento con fuerza de las religiones.

Por lo que respecta a la musulmana, cómo no preguntarse por qué su fundamentalismo – que parecía estar excluido por la organización no piramidal de sus iglesias – se haya desatado de esta forma mortífera, particularmente hoy. Mahoma existe desde el siglo VII y desde entonces la actitud del imperio otomano, por ejemplo, respecto a los judíos, fue con mucho más tolerante y tendente a la asimilación que la de la Iglesia Católica, que impulsó las cruzadas y la cubrió de maldiciones e improperios, sin que éstos llevaran a ninguna Yijad, más bien, el “feroz Saladino” famoso era un interesante pacifista. El extremismo de matar a todos los infieles al profeta pertenece a nuestros días, y es mucho más serio buscar sus orígenes en las formas coloniales y no coloniales adoptadas por Occidente que en un pasaje u otro del Corán.

Un fenómeno no menos importante tiene que ver con la fascinación que ejercen formas extremas de milicia, que llegan incluso a considerar la muerte propia como “martirio”, sobre jovencísimos occidentales que llegan hasta Siria u otros lugares donde se alistan en las filas de maestros del fundamentalismo. El tan proclamado final de las ideologías parece haber dejado en pie solamente el absolutismo de algunas minorías musulmanas, como, precisamente, la Yijad y de modo particular el reciente Daesh, es decir, el Estado Islámico representado por el llamado Califato de Al Baghdadi.

Entre nosotros se manifiestan ya las ganas de condenar a los raperos que parecen inspirarse en ello, un error del que hará falta precaverse. En resumen, la fascinación del islamismo radical se corresponde con la estupidez con la que la cultura predominante en Occidente parece tratar la necesidad de un “sentido” no reducible al dinero, que los aspectos ideológicos de la globalización han intentado obscurecer en estos pagos nuestros. Gran problema de nuestro tiempo que es inútil exorcizar.

Rossana Rossanda es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.

Sinpermiso - 11 de enero de 2015

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