La victoria de Jeremy Corbyn ha transformado ya la política

Seumas Milne
Debe haber sido la luna de miel política más breve de la historia. Apenas se había anunciado la abrumadora elección de Jeremy Corbyn como dirigente laborista cuando comenzó el contragolpe en serio. Podía ser que el marginal para el que las apuestas estaban 100 a 1 se hubiera agenciado la más extraordinaria victoria democrática por el liderazgo. Pero cuando le llegó el turno al establishment politico y mediático, las habituales exquisiteces se dejaron por completo a un lado.

En cosa de minutos, había comenzado la primera de una cadena de dimisiones blairistas de puestos en el gabinete en la sombra que no se les había ofrecido todavía. Los conservadores difundieron advertencias escalofriantes acerca de la amenaza que representaba para la seguridad del país y cualquier familia del terruño. Y la campaña de los medios se elevó a nuevos niveles de histeria: Corbyn sus aliados eran descritos como enloquecidos simpatizantes terroristas.

Una muesca más en el dial de la propaganda y empezarán a pedir que el líder laborista sea deportado a un campo de internamiento en Caithness [el más remoto condado de Escocia, en el extremo norte de Gran Bretaña]. La arremetida se esperaba. Pero la virulencia antidemocrática de los monopolistas de los medios evasores de impuestos tiene todavía poder para dejarnos sin aliento. También ha servido para obscurecer las dimensiones y el significado de lo que ha ocurrido.

No hay equivalente de un vuelco democrático tan espectacular de la política oficial en Gran Bretaña. En tres meses, Corbyn ha pasado de la obscuridad del diputado de a pie a ganar más de un cuarto de millón de votos, casi el 60% del total, superando el 57% de Tony Blair cuando fue elegido líder por primera vez en 1994, además de eclipsar el apoyo a Blair de determinados miembros. Corbyn atrajo a cientos de miles al Partido Laborista y dejó a la candidata blairista Liz Kendall reducida a un humillante 4.5%.

Se mire como se mire, la elección de Corbyn y el movimiento que le lanzó representan una erupción política de proporciones históricas. Sea lo que fuere que pase ahora, lo cierto es que no se puede dar marcha atrás a un cambio tan fundamental. Ocho años después de que la crisis económica atenazara el mundo occidental, la revuelta contra la austeridad ha encontrado su voz de un modo totalmente inesperado. Se ha quebrado la conformidad política afianzada durante los años de neoliberalismo indiscutido.

Por primera vez en decenas de años, un socialista sin remordimientos está a la cabeza de uno de los dos principales partidos de Gran Bretaña. Entretanto, el gobierno conservador lanza un ataque jurídico contra los sindicatos – contra el derecho de huelga, la financiación laborista y las libertades civiles de los sindicalistas – que el diputado conservador David Davis ha motejado de franquista. Se trata de un ataque claramente dirigido a destruir el movimiento sindical como fuerza política y laboral efectiva.

La idea de que esto representa una colonización del “centro” por parte de los conservadores resulta evidentemente absurda. Por el contrario, la política se está polarizando como respuesta a una década de caída de los niveles de vida, de inseguridad en aumento y de crisis económica. El establishment mediático y político se ha demostrado incapaz de gestionar la la intrusión de la insurgencia democrática de Corbyn en lo que parecía un orden elitista bien aislado. Las empresas mediáticas que durante años han errado en todas las cuestiones de primera importancia, desde la guerra contra el terrorismo hasta la economía, se ven ahora incapaces de habérselas con unn movimiento que le ha dado la vuelta a las reglas del juego.

Así que, por el contrario, se han agarrado a cualquier error o metedura de pata, real o imaginada, de consuno con la derecha laborista derrotada, para tratar de hacer descarrillar el naciente liderazgo de Corbyn. En ellos cuenta todo, desde la falta de mujeres en los puestos más importantes – en el primer gabinete o gabinete en la sombra en tener mayoría de mujeres – a no cantar el himno nacional y dejar un vacío mediático que llenarán sus oponentes.

El líder laborista ha conseguido conjurar la amenaza inmediata construyendo un gabinete en la sombra de amplia base, del cual se había predicho de modo extendido que sería imposible. Y el éxito de su debut con testimonios de los votantes en las preguntas al primer ministro el miércoles pasado desarmó a Cameron y estabilizó, al menos a corto plazo, a un partido parlamentario intranquilo.

Apenas sí resulta sorprendente que los primeros días del liderazgo de Corbyn hayan sido caóticos. Hablamos de una campaña espontánea que salió de ninguna parte, impulsada por voluntarios de base por todo el país. La idea de que la maquinaria de un sindicato le ha tenido en un puño resulta risible para cualquiera que lo haya visto de cerca. Corbyn mismo carece de experiencia en ese papel de líder y se encuentra inevitablemente ante una escarpada curva de aprendizaje.

Pero su evidente falta de asesores y de artimañas de político profesional forma parte, por supuesto, de su atractivo. El reto más serio, aparte de unos medios informativos frenéticamente hostiles, vendrá de sus propios parlamentarios. Después de años de control por parte del Nuevo Laborismo, el Partido Laborista en el Parlamento se encontraba bastante a la derecha de la militancia, antes incluso de la afluencia de nuevos reclutas. Los blairistas desheredados ya han empezado a conspirar para derrocarlo o, si fracasan, para pasarse en algunos casos a los conservadores.

De otros se puede esperar que voten con el gobierno para autorizar, por ejemplo, bombardeos sobre Siria, en contra del nuevo liderazgo laborista. Nuevos miembros del del gabinete en la sombra andan hablando ya en contra del programa con el que se eligió a Corbyn, desde su oposición a los recortes en política social a su rechazo a dar a Cameron un cheque en blanco en la renegociación de la pertenencia a la UE. Algo de esto se puede tragar como una nueva forma de hacer política mientras no se hunda en la incoherencia.

Pero tambien refleja un choque elemental entre los diputados, muchos de los cuales llegaron a Westminster gracias a una operación de investigación personal centralizada, y una militancia enormemente acrecentada que quiere hacerse con el control de su propio partido. Al dar rienda suelta a la democracia del laborismo, el nuevo liderazgo tiene la oportunidad de cambiar el equilibrio de poder. Será desde luego un viaje movidito. Continuará la acometida de los medios. Pero si los partidarios de Corbyn no pierden la cabeza, puede que el pasado sábado [12 de septiembre, fecha de su elección] haya sido el comienzo de un cambio de largo alcance: forzar a abrir el sistema político, poner la alternativa a la austeridad en el centro de la escena y poner fin al apoyo de Gran Bretaña a guerras si fin.

Para llevar esto a cabo sera necesario un poderoso movimiento desde fuera lo mismo que desde dentro del Parlamento. Las reacciones contra la austeridad aplicada después de 2008 se suceden hoy en un país tras otro. El desafío estriba en traducir esa insurgencia en poder politico. No sabemos hasta dónde puede llevar al laborismo la elección de Corbyn o por cuánto tiempo podrá sobrevivir su liderazgo. Pero una cosa está clara: no habrá vuelta atrás. Ha cambiado ya el laborismo y la política británica para bien.

Seumas Milne es un analista político británico que escribe en el diario The Guardian. También trabajó para The Economist. Es coautor de Beyond the Casino Economy.

Sinpermiso - 20 de septiembre de 2015

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