La nueva ciencia social

La economía nació como actividad doméstica, de administración de los bienes que necesita una familia y ese concepto se extendió por varios siglos, hasta que la especialización productiva aumentó simultáneamente la productividad y el intercambio de bienes, evolucionando esto en círculos concéntricos, hasta vincular el mundo entero.

La diferenciación de roles fue una tarea que no descansó, con protagonismo de los banqueros, de los comerciantes mayoristas y minoristas, de las regulaciones públicas, que adquirieron importancia creciente.

La economía acompañó esa evolución. Se pasó de lo doméstico o comunitario estrecho a lo nacional y regional. Los primeros cientistas estructurados alrededor de estudiar la administración de bienes de dimensión nacional, pusieron énfasis en entender la forma de los intercambios comerciales y las consecuencias para los protagonistas. Describieron los usos y costumbres, sin buscar – o tal vez sin encontrar – relaciones causales específicas.

Hasta que,  a fines del siglo 18, resultó evidente que el capital, como factor de producción, era hegemónico respecto de la tierra o el trabajo, los otros dos factores reconocidos entonces, ya que a pesar de ser en apariencia independiente, podía comprar – convertidos en mercancía – a la tierra o el trabajo.

Desde entonces hasta el presente la economía se aplicó a describir y fundamentar el sistema con el capitalista en el vértice superior. Aún los críticos y hasta los adversarios de este sistema, se han concentrado sólo en discutir o cuestionar la distribución de ingresos resultado de la hegemonía del capital, tanto al interior de las empresas como al interior de la sociedad en su conjunto. Toda otra cuestión es colateral a este conflicto base y en buena medida se la considera derivada de esa cuestión principal.

De ese modo, tanto los apologetas del sistema como sus detractores, admiten el carácter decisivo del capital y sus objetivos, difiriendo sólo en la evaluación de sus efectos sociales.

Importa aquí entender el método de análisis de esta disciplina, porque es diferente al que aplica cualquier otra ciencia social.

Toda la transición desde una ciencia que se ocupaba de la economía doméstica hacia el escenario capitalista, tuvo el acompañamiento de teóricos que describieron los fenómenos emergentes a partir de la búsqueda de la satisfacción compartida y simultánea de productores y consumidores; de compradores y vendedores en una transacción. La expansión del comercio, por ejemplo, fue recibida como una manera de acotar el poder de un soberano y establecer relaciones equitativas y agradables en lugar del sometimiento feudal.

David Ricardo, entre varios, se aplicó a analizar las posibles ventajas nacionales derivadas del comercio internacional.

El paso del tiempo, sin embargo, fue dejando en claro que la evolución no era uniforme. Había ganadores y perdedores, no solo en la relación entre países, sino al interior de cada comunidad por pequeña que fuera.

El ingreso a la revolución industrial, con el uso masivo de la energía en procesos de manufactura que así elevaron sideralmente su productividad, llevó asociada una fuerte aceleración en la segregación de destinos personales.

El capitalista, en sus varias formas, acumuló renta y patrimonio, frente a campesinos errantes o semi esclavizados y trabajadores fabriles sumidos en la miseria a pesar del trabajo de familias enteras de sol a sol.

La ciencia económica produjo en tal momento histórico una mutación que a nuestro juicio se prolonga hasta hoy y anticipó su crisis como disciplina académica.

Cambió el foco de su interés. En lugar de profundizar el examen de los efectos del capitalismo sobre la estructura social y sobre el destino de sus componentes, creó un axioma que la lleva de ser una ciencia social a pretender – o más bien simular – ser una ciencia exacta.

Para esto, se puso gran empeño en definir el homo economicus, aquel que busca el interés personal con toda su racionalidad puesta en el intento. Ese ser se postuló como presente en la base de todo emprendimiento y condición necesaria para una evolución positiva de la economía, con el mercado como instrumento para diseminar esos beneficios pretendidos por cada actor individual y para confrontar con los otros actores, hasta alcanzar un resultado positivo y compartido.

La construcción teórica de los últimos dos siglos se basa en tal axioma y de tal modo naturaliza el comportamiento económico de individuos, comunidades, naciones y el planeta entero y pasa a deducir sus efectos y hacer pronósticos, como lo hace quien aplica las leyes de la física.

Los resultados prácticos que no se corresponden con tales predicciones son “fallas del mercado”.

Más grave aún: es inimaginable que se piensen e implementen emprendimientos que no se correspondan con el liderazgo del homo economicus. Una cooperativa, por ejemplo, es definida como una forma de distribuir más equitativamente los beneficios generados, pero con respecto a un emprendimiento estándar, es simplemente un ámbito de conducción colectiva, que se espera que busque el beneficio de un grupo de personas, aún cuando sea a expensas de los demás, como se concede que piensa y actúa un capitalista individual.

Una sociedad sin fines de lucro es considerada una entidad marginal y excepcional, sujeta a reglamentaciones en algunos casos más rigurosas que su contracara de actividades entregadas a la búsqueda del lucro como fin esencial.

La hipótesis inicial – el homo economicus -se sostiene una y otra vez como válida e imprescindible y se la defiende con el cuchillo entre los dientes.

Una ciencia social – que se ocupa de analizar el comportamiento de las comunidades y de sus miembros -, si se asume como una ciencia exacta es una distorsión grave, porque pasa a deducir hechos y conductas, en lugar de describir la realidad concreta y a partir de allí recorrer el camino inverso, esto es: tratar de explicarla.

El problema no se resuelve cuestionando ética o moralmente los resultados del sistema y proponiendo una mejor distribución de la plusvalía o incluso el cambio de protagonistas en la cima del poder económico. Esta actitud es la que ha seguido la llamada heterodoxia, con variados niveles de fuerza crítica. Hasta el traslado de capacidad productiva y financiera al Estado, como administrador de la sociedad en su conjunto, es una solución ilusoria, si se sigue admitiendo como fundante de toda actividad económica el interés propio y la meta de acumulación de renta y patrimonio, como legítima y excluyente.

RECUPERAR LA HERMANA PERDIDA

Es de alta importancia recuperar la capacidad de la economía de analizar sus efectos estructurales en forma directa. La pobreza; la exclusión del trabajo, no solo para fracciones con alguna discapacidad, sino a partir de este siglo, como problema que abarca masivamente a las generaciones que llegan a la mayoría de edad; deben urgentemente dejar de ser considerados casi perversamente subproductos no deseados de la evolución inercial capitalista. En consecuencia, debemos dejar de ver como únicas posibles soluciones directas el agregar espíritu emprendedor en los desplazados o su opción menor: capacitar a los excluídos para habilitarlos mejor en la permanente selección de los capitalistas.

Para conseguir lo antedicho, hay que cambiar sustancialmente el enfoque.

Hay que poner esta ciencia social detrás de desentrañar los caminos que nos llevan a una vida más sensata sobre esta tierra.

En lugar de sacralizar al capitalista y considerar los perjuicios posibles como “anormalidades” o excrecencias, hay que concentrar el interés analítico en entender por qué se generan la pobreza, la desigualdad, la diferencia de potencial evolutivo, la exclusión sistemática.

Recién a continuación, pueden definirse metas generales de este campo de conocimiento. Estas metas no deberían ser otras que encontrar los caminos para atender las necesidades básicas objetivas y subjetivas de cualquier comunidad en su tránsito por el mundo. Esto es: volver a los orígenes, con el salto de escala que va de lo doméstico a lo colectivo.

El sujeto social a proteger y promover pasaría así a ser el ciudadano común y alrededor de sus derechos y obligaciones efectivas se debería construir los sistemas lógicos de relaciones, con sus preguntas, conflictos, dilemas, aparentes caminos sin salida, propios de toda reflexión social en este mundo de tan enorme complejidad.

Es evidente que seguir este camino no destruye ni elimina, ni siquiera reemplaza, a la economía capitalista, como ciencia social pretendidamente exacta. Ésta seguirá detrás de su andamiaje ideológico que da sustento al sistema hegemónico actual.

Simplemente – y nada menos – aparecerá una nueva ciencia social, a la cual deberíamos llamar, para no regalar el término: ECONOMÍA DE LA COMUNIDAD.

Se trata de organizar las miradas de quienes no somos ni queremos ser homo economicus, pero reclamamos nuestro derecho a tener una vida apacible, con ilusiones y gratificaciones, sin depender de las decisiones de esos especímenes.

En la comunidad pueden nacer, crecer y florecer miles y miles de empresas cuyo fin sea obtener mejoras en la condición de vida general, por lo cual las llamamos EMPRESAS SOCIALES. Deben participar en los mercados, interactuar con las empresas capitalistas, con el Estado en sus diversas formas y con organizaciones comunitarias. Sobre todo, el accionar de cada una de ellas, debe poder vincularse a la mejora de alguna faceta de nuestro entorno vital.

Ese enorme espacio, intelectual y a la vez concreto, nos está esperando. No lo dilatemos más

P.D.: Recomendamos acceder al link adjunto y descargar el informe allí mencionado

https://desafiospublicos.argentina.gob.ar/noticias/termino-la-primera-et...

 

produccionpopular (IPP) - 1 de julio de 2021

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