Gente como uno

Jorge Cicuttin
La imagen es brutal. Desoladora. Se siente como un golpe en el estómago. Un grupo de hombres y mujeres, atildados, la mayoría de ellos con sombrero, camisas claras y corbatas, mientras ellas aparecen con vestidos de verano. Se los ve hablar, animados, uno señala un árbol que se ve detrás de la multitud. A la izquierda de la foto sobresale una pareja joven, de veinteañeros. Él de camisa blanca, corbata y cabello prolijamente recortado. Ella con un vestido oscuro sin mangas y con pequeños dibujos claros.

Los dos miran hacia la cámara. Ambos sonríen.

Al fondo, dos cuerpos ensangrentados cuelgan de un árbol.

Es la imagen de un linchamiento en el sur de los Estados Unidos, a comienzos del siglo XX.

La escena es repugnante. Tanto que dudé en publicarla. Pero el rechazo, el temor que uno siente ante lo que está ocurriendo en el país en los últimos días, con esta seguidilla de linchamientos, me convencieron de ponerla en esta nota editorial.

Porque la pregunta que me duele, y mucho, surge a partir de esta vieja fotografía: ¿qué diferencias existen entre estas personas que participaron de un linchamiento en el siglo pasado y las que, por ejemplo, formaron parte del linchamiento de un joven acusado de robar una cartera en la coqueta esquina porteña de Charcas y Coronel Díaz?

Muchos de los que participaron en ambos linchamientos sintieron orgullo por lo que estaban haciendo. Golpeaban convencidos de hacer lo correcto. Cada gota de sangre que salía de las heridas del linchado los alentaba a seguir. Porque se lo merecía, se repetían. Porque representa al enemigo. Y al enemigo se lo cosifica. En un caso eran jóvenes negros; en el más cercano, un joven ladrón.

Y todos no son más que “cosas” sangrando. Colgados de un árbol o tirados en la calle.

En estos días me harté de escuchar “peros”. En las palabras de algunos comunicadores y de “personas comunes” consultadas en la calle. “No está bien matarlo a golpes, pero…”, repiten aquellos “moderados” que no están abiertamente de acuerdo con los linchamientos.

Los “peros” señalan la ausencia del Estado, la complicidad policial, la Justicia lenta cuando no inexistente, el cansancio ante los robos. Y es cierto que el Estado muchas veces falla al no brindar seguridad, tanto como los policías que dejan “zonas liberadas” para el delito. No es algo nuevo, ni responde –como repetía un experto en temas policiales del Grupo Clarín– a los diez años de kirchnerismo. Ya en 1990 una gran parte de la sociedad defendía al ingeniero Santos que persiguió y mató a tiros a dos hombres que le habían robado un pasacassette. Lo llamaron “justiciero”. Y ponían los mismos “peros” que los linchadores de hoy.

Ninguna de esas circunstancias justifica la bestialidad de matar entre varios a golpes en la cabeza a un joven sospechoso de haber robado una cartera, como ocurrió en Rosario.

No se equivoquen, es injustificable.

Le pido que mire bien la foto. ¿Qué le produce?

Mire a esos jovencitos sonreír.

Gente como los de Coronel Díaz y Charcas.

Gente como uno, le dicen.

Da asco, da miedo.

Revista Veintitres - 2 de abril de 2014

Noticias relacionadas

Un panel en el IADE que analizó la producción de noticias sobre inseguridad y violencia al interior...
Sabina Frederic. ¿Más policías es igual a más seguridad? ¿El aumento del delito se soluciona con más presencia...

Compartir en