Furia en Grecia. La batalla sin fin

Gabriel Michi*
Grecia explotó. Y la bomba tuvo su efecto en cadena en las semanas siguientes al día “D”, el 7 de diciembre, cuando la furia adolescente se encendió tras el asesinato de Andreas Alexandros Grigoropoulus, hoy Alexis para todo el mundo. Tres semanas después de aquel episodio desatado por las balas policiales, el fuego sigue encendido. Y nada parece apagarlo. Andreas es una especie de mártir, que simboliza y pone al desnudo lo que hace años vienen sufriendo: una enorme exclusión. Una realidad que desnuda la cara oculta del progreso a costa de desigualdad. [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] . Breves reflexiones sobre la revuelta en Atenas / Mike Davis[/size]

El chico, de unos nueve años, miraba asolado. El skate en su mano, pegado a los restos de autos quemados y con el fondo de una tienda deportiva de cuatro pisos que sólo era cenizas, había dejado de rodar. El local aún humeaba. Era el mediodía del 7 de diciembre y su desconcierto podría ser no sólo porque nunca había visto algo así en su corta vida sino también porque los protagonistas de esos hechos eran adolescentes cuyas edades no parecían ser muy lejanas.

El cuerpo de bomberos intentaba apagar un indomable fuego que había comenzado en la madrugada, cuando los jóvenes, enfurecidos por el asesinato a sangre fría de un chico de 15 años por los disparos policiales, rompieron los vidrios y quemaron una treintena de locales en Plaka, el tradicional centro histórico de la capital griega, Atenas.

Los días siguientes repitieron la furia. De un lado, adolescentes arrojando piedras y rompiendo negocios, tomando colegios y protestando de mil maneras. Del otro, la policía reprimiendo, ahora con balas de goma y gases lacrimógenos. De lejos, un gobierno conservador que veía sucumbir su poder en manos de la ira juvenil. En el medio, una sociedad conmovida por el dolor y asustada por el desenlace. En tanto, en los hoteles tan acostumbrados a alojar turistas de todas partes del mundo recomendaban a sus visitantes no salir a la calle. Los taxis casi no podían ingresar al centro de la ciudad y los buses desaparecían de a ratos con destino incierto.

Nadie entendía demasiado qué era lo que estaba ocurriendo.

Los medios de comunicación tradicionales primero ignoraron el tema, después algunos de ellos se hicieron eco de versiones inverosímiles –por ejemplo, un supuesto atentado terrorista de un grupo local- hasta que al final decidieron abordar la historia cuyo relato más cercano a la realidad había circulado primero por blogs de Internet y vía mensajes de texto en los celulares. La contracomunicación había hecho efecto, frente a la falta de reacción de los medios más arraigados.
Otro fenómeno de la era digital.

Todo comenzó en el barrio de Exarchia, famoso por ser unos de los lugares de mayor presencia anarquista entre los jóvenes, quienes –otra generación, claro- habían protagonizado una gran revuelta en 1973. Y la mecha se encendió cuando el policía Epaminondas Korkoneas le disparó a Andreas Grigoropoulos. El chico, era un joven de clase media, que protestaba contra el accionar policial y un gobierno esquivo. Su funeral, tres días después fue acompañado por miles y miles de jóvenes que transformaron a Andreas en una especie de mártir, que simboliza y pone al desnudo lo que hace años vienen sufriendo: una enorme exclusión.

Y es que Grecia ha cambiado mucho. Desde su llegada a la Comunidad Económica Europea y habiendo sido uno de los países más pobres de todo el Viejo Continente, su salto en lo macroeconómico fue enorme. El hecho de tener que colocarse al “standard” de sus vecinos le significó mucho dinero aportado por esta unión de países de vanguardia. Y con eso, un enorme desarrollo económico. Pero, como suele ocurrir en estos procesos, muchos se quedaron afuera de ese progreso. Aumentó la desigualdad social y la brecha entre ricos y pobres se hizo insoportable. Fue un proceso similar al que vivió la Argentina en la década del ’90, con cuadros de corrupción, privatizaciones de todos los colores, flexibilización laboral, reformas educativas muy polémicas y demás condimentos que alimentaron el cóctel fatal.

Justamente, uno se los sectores más castigados fue el de los jóvenes. Ellos vieron como sus ilusiones de que el progreso también los alcance, se diluían en medio de la concentración económica de los más poderosos. Sus oportunidades laborales se hicieron casi nulas, a no ser que acepten las condiciones precarias que les ofrecen. Por eso se los llama la “generación 300 euros”, porque es lo que ganan en sus paupérrimos primeros trabajos. Hoy el 20% de los jóvenes griegos viven por debajo de la línea de pobreza. Y no tienen demasiadas chances de salir de ese pozo. Muchos de esos chicos son hijos de griegos desclasados, que viven con un salario de apenas 700 euros, algo que está muy lejos de poder saciar la encarecida economía doméstica helena. O de inmigrantes que siempre van a la cola de esos beneficios.

Frente a eso hay rabia. Y por eso, la prédica anarquista tiene tantos adeptos entre ellos. Si encima se suma al cóctel explosivo, la muerte de un joven en manos de la Policía –con quienes vienen teniendo enfrentamientos desde siempre-, poco queda para explicar. Sólo habría que agregar una historia de larga tradición gremial y militante, que se vio reflejada también en todos estos días no sólo por el reclamo por la muerte de Andreas, sino por una huelga eterna de trabajadores estatales que impidió incluso que los turistas conociesen la Acrópolis. Sus reclamos son justamente por los permanentes ajustes del gobierno de derecha del primer ministro griego Costas Caramanlis.

O sea, que la historia parece que recién comienza. ¿Dónde terminará? Nadie lo sabe. Algunos creen que esto es sólo una batalla. Una batalla como aquellas que libraron los griegos en el pasado. Pero con condimentos bien actuales.

Grecia explotó. Y la bomba tuvo su efecto en cadena en las semanas siguientes al día “D”, el 7 de diciembre, cuando la furia adolescente se encendió tras el asesinato de Andreas Alexandros Grigoropoulus, hoy Alexis para todo el mundo. Tres semanas después de aquel episodio desatado por las balas policiales, el fuego sigue encendido. Y nada parece apagarlo.

La furia de la “generación de los 600 euros” –en realidad ellos mismos dicen que son de los “300 euros”, que es lo que en verdad ganan en sus primeros trabajos-, tiene múltiples razones. Pero un común denominador: el de la exclusión en un país que vio como su economía se engrosaba con el ingreso a la Unión Europea. De hecho, Grecia logró un récord absoluto: entre 2002 y 2007 su PBI se duplicó, pasó de 149 mil millones de dólares a 315 mil millones el año pasado. El PBI per cápita también se multiplicó: ascendió de 13.483 dólares a 28.273. Pero ¿qué pasó? En medio de semejante bonanza, el reparto de esa torta no fue equitativo y mucho de ese crecimiento se hizo a costa de sectores enteros que quedaron colgados del sistema.

Entre los más perjudicados estuvieron los jóvenes. Ellos vieron cómo ese boom de autopistas que cruzaban por doquier, tiendas de primera línea en el mercado europeo y turistas que gastan sus euros en uno de los circuitos más cotizados del Viejo Continente, los dejaba afuera de todo. Sus oportunidades se diluyen en un mercado negro similar al que sacude a los mismos sectores en Latinoamérica e incluso en la propia Europa.

Y encima pareciera que la Policía tiene un encono en particular con ellos. Las represiones a manifestaciones estudiantiles, por ejemplo, suelen ser mucho más duras que en otras geografías. Y todos lo vinculan con la mano dura del primer ministro Costas Karamanlis, que llegó al poder con el discurso y la impronta de la centroderecha. “El gobierno no sólo no tiene respuestas para nosotros los jóvenes, sino que su única reacción frente a nuestras demandas es la represión policial”, asegura el estudiante Dimitrius Madrevelis. “Lo que pasó con Alexis es el símbolo de lo que pasa acá en Grecia con nosotros. Por eso todo explotó”, concluye.

Karamanlis vio sitiado su poder por la furia adolescente. Pero no es el primer escándalo en el que se vio sumergido. La ola privatizadora, los affaires de corrupción, las crisis de todos los colores, el desmanejo político y el ajuste como receta “mágica” no hizo más que despertar el descontento de vastos sectores sociales.

Los movimientos gremiales tienen una enorme fuerza y por su tradición militante, sumada a la historia de conciencia de clase que se generó durante décadas de gobiernos socialistas, suelen tener gigantescos enfrentamientos con el poder conservador. De hecho, cuando estalló todo este conflicto había un paro de estatales que se extendió por jornadas enteras, sin contar con las convocantes huelgas generales que se repiten a menudo.

Y la militancia estudiantil también tiene una fuerza contundente. Han encarado luchas frecuentes contra las medidas educativas restrictivas que el gobierno ha decidido en los últimos años. Tomas de colegios y universidades son moneda corriente en Grecia, mucho antes de las que se sucedieron por el brutal asesinato de Alexis. Es por ello también que la prédica anarquista tiene tanta fuerza entre los jóvenes y si bien sus líderes pueden ser algunos cientos, en todas las manifestaciones que se dieron por el crimen –y que se extendieron y se extienden aún hoy por todo el territorio helénico- sumaron a miles y miles que incluso no militan en las ideas anarquistas. Es muy reduccionista el discurso de la derecha de atribuir a los líderes anarquistas juveniles todo el accionar de bronca que ya dejó –según estimaciones extraoficiales- más de 1.300 millones de dólares de pérdidas, entre comercios incendiados, infraestructura destruída y otros resultados que plasmó la ira de esta generación excluida. Son muchos más los que participan de esos reclamos y hacen sostenible en el tiempo semejante grado de fogueo “antisistema”.

“Los jóvenes sienten la violencia creada por la desigualdad, el desempleo y la lejanía del poder”, diagnosticó George Papandreou, presidente del Partido Socialista griego (PASK) y de la Internacional Socialista. El que habla no es un improvisado: es el principal líder de la oposición y un hombre muy respetado en toda Europa. “Estamos atravesando un momento muy difícil. Contra la violencia hay que hacer un llamamiento a la responsabilidad y al autocontrol. Ese debe ser el cometido central del progresismo” continuó. Papandreou sostiene que la crisis económica globalizada tuvo su influencia en Grecia y en sus palabras desnudó que la concentración del poder y la exclusión de enormes sectores que eso significa, fue otra de las causantes del colapso social griego.

Ahí yace una buena parte de la explicación de lo ocurrido en Grecia. Pero que, pese a sus connotaciones locales, también se extiende a otros países de Europa, en particular a Francia. Hoy esos tres disparos mortales que impactaron en el cuerpo de Alexis siguen retumbando con un eco infinito. Tres semanas después, la furia sigue intacta. Como las razones de fondo que la generaron.

*Periodista, Presidente del Foro de Periodismo Argentino (FOPEA). Trabajaba junto al reportero gráfico José Luis Cabezas cuando este fue asesinado en enero de 1997.

Fuente: [color=336600] Diario El Argentino – 27.12.2008 [/color]

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