Kautsky y Lenin sobre la república y el estado

A finales de 1904, Karl Kautsky escribió una serie de artículos bajo el título general de La república y la socialdemocracia en Francia. Las reflexiones de Kautsky sobre la posición marxista ante la república surgieron de un debate entre los socialistas europeos sobre la conveniencia o no de que los socialistas participaran en un gobierno burgués, como en el caso de Alexandre Millerand en Francia. Los marxistas ortodoxos como Kautsky se opusieron a la presencia de Millerand en el gabinete francés. Su crítica de la Tercera República “burguesa” en Francia fue tan vehemente que algunos socialdemócratas alemanes llegaron a la conclusión que los marxistas tenían prejuicios contra la república como forma de organización política. Tal vez los marxistas eran políticamente indiferente; tal vez incluso preferían una monarquía, como la alemana.

Utopías realizables: algunas hipótesis de trabajo

¿Es posible formular otra economía política de las nuevas izquierdas en América Latina? ¿Cómo traducir esa economía política en política económica para el desarrollo? ¿Cómo construir, en esta perspectiva, sociedades más democráticas, igualitarias y solidarias? ¿Cuál debe ser la nueva ecuación entre sociedad, mercado y Estado? ¿Hasta dónde han llegado o pueden llegar en la erección de una alternativa las izquierdas cuando se vuelven gobierno?

Estas preguntas van más allá de la realidad inmediata, cercada por las ominosas señales de una crisis global que no cesa; por el contrario, obligan a revisitar el desarrollo histórico y, en particular, los cursos económicos y sociales que ha experimentado Latinoamérica, por lo menos desde que, al calor de otra gran crisis, la que arrancara en 1929, la región tocará un punto de inflexión y buscara cambiar su rumbo hacia la industrialización y la conformación de Estados desarrollistas.

La legitimidad de la Constitución

Realidad Económica transcribe el trabaio inédito e inconcluso del doctor don Arturo Sampay, dirigido a establecer con la claridad conceptual que era una de sus características, conclusiones válida y perennes para el tema de la legitimidad constitucional.

El mejor homenaje para quien dedicó tantas horas de su vida a un tema trascendente, sin dejar de ser por ello un hombre político, un hombre de familia y un apoyo para todos aquellos que necesitaron de su consejo, es la publicación de este trabajo.

Exponer sobre el tema del mismo, es indagar muy profundamente sobre la existencia del Estado, sobre conceptos tan profundos como justicia y moral, temas tan controvertidos como justificación del poder y resistencia a su ejercicio o derecho a la desobediencia, aspectos tan esenciales como permanencia o contingencia de valores éticos.

La sociedad civil rusa, veinte años después

En el momento en que Vladímir Putin iniciaba su primer mandato como presidente de Rusia, a principios de 2000, muchos analistas se lamentaban de la desaparición de la sociedad civil rusa. A finales de 2011, cuando Putin se prepara para un tercer mandato presidencial, los mismos analistas se han visto sorprendidos por el resurgimiento de protestas ciudadanas. Con una narrativa expresada en términos de éxito y fracaso, dependiente de un vocabulario normativo y conceptos analíticos estáticos, no se puede dar sentido a esa evolución. Una narrativa más coherente, como la que se trata de presentar en este artículo, debe echar mano de conceptualizaciones sobre las interacciones, en las que los ciudadanos y el Estado son vistos como mutuamente
constituyentes a través de una serie de imbricaciones sociales y políticas complejas. Una narrativa así, además, no debe partir del año 2000, sino retrotraerse más allá en la historia, dilucidando la evolución en los últimos veinte años tanto del Estado soviético y postsoviético como de la propia sociedad. De esta manera, el declinar de la sociedad civil en los años noventa puede entenderse, entonces, como paralelo a la desintegración
de las instituciones donde interactuaban el Estado y la sociedad, y el resurgir del activismo cívico en años recientes como correspondiente a la consolidación del autoritarismo.

Estado, democracia y globalizacion

A continuación reeditamos, en su memoria, el artículo de Guillermo O´Donnell (1936-2011) publicado en Realidad">http://www.iade.org.ar/modules/galerias/photo.php?lid=155&cid=1]Realidad Económica n°158

El eje central de la argumentación del autor es el juego complejo y a veces contradictorio entre, por un lado, el inmenso dinamismo de la globalización y, por el otro, la necesidad de un estado fuerte y amplio, asentado sobre una ciudadanía conciente y una sociedad civil vigorosa, capaz de ser foco de lealtades de la población, de sostener un sistema legal justo y efectivo, de promover y a la vez domesticar las principales consecuencias socialmente dañinas de los mercados, y de sustentar un régimen democrático. Parte importante del problema es que la globalización ya está y seguirá estando, pero tenemos muy poco del tipo de estado antes delineado.

Otra parte del problema, no menos preocupante, es que el avance de la globalización sin un estado que la domestique disminuye la probabilidad de lograr ese estado. Frente a tal carencia, estos países nuestros, que nunca fueron ejemplo de igualdad ni de homogeneidad, se hacen más desiguales, más heterogéneos y más desarticulados. A partir de esto, una reacción es la de no hacer nada: ¿para qué nadar contra tan fuertes corrientes?

Hood Robin o los populistas del mercado

Si Moisés bajó del Monte Sinaí trayendo las tablas de la ley, al menos no se creía su autor, se las atribuía a una autoridad divina. En cambio, el economista austríaco Friedrich von Hayek siguió un camino inverso cuando organizó desde 1947 reuniones anuales de economistas y empresarios a los pies del Mont Pelerin, en Suiza.

Era un nuevo credo que no provenía de un dios sino de un hombre, aunque muchos veían en él al dios del mercado y del individualismo. Uno que proclama el triunfo del derecho de propiedad sobre el de comer y tener una vida digna, o que señala que para mantener una sociedad libre sólo basta con establecer reglas de “justa conducta” impuestas a todos los ciudadanos por igual, aunque predominen las desigualdades.