En defensa del Plan B de Varoufakis
Ese "plan B" entrañaba pensar al margen del tablero del juego de la Troika, en el que o bien cumples plenamente con ellos, o te cierran los bancos. El plan B exploraba el modo de erigir un mecanismo monetario paralelo que pudiera ser inmediatamente hecho operativo en caso de Grexit, a fin de evitar que los ciudadanos griegos de a pie se quedaran sin dinero, sin efectivo, y sin un sistema bancario viable.
Aunque evitar el Grexit era la segunda prioridad de Varoufakis, la máxima prioridad de Syriza era llegar a una renegociación social y económicamente viable del Memorando de Entendimiento (MoU, por sus siglas en inglés) acordado por la Troika con el anterior gobierno griego. Caso de no llegar a ninguna negociación real y genuina, entonces, si Syriza no estaba dispuesta a dejar caer su programa electoral, el riesgo de un Grexit impuesto por la Troika era muy elevado. De aquí que, si Syriza tenía que tomarse en serio su programa electoral, resultara imprescindible que el Ministro de Finanzas elaborara algún tipo de plan secreto o, en caso contrario, dejar bloqueada cualquier posibilidad de conseguir dentro de la Eurozona lo que para Syriza era la máxima prioridad.
Es tan difícil que alguien pueda poner en duda la necesidad de Varoufakis de desarrollar un plan B, como que pueda dudar de sus intenciones y de su inteligencia. Lo que se presenta como discutible tiene más bien que ver con su descripción del modo en que se levantaría un sistema de pago de emergencia no-tramitado por la vía de "hakear" el registro fiscal de Grecia. Philippe Légrain describe así la situación:
"Tal vez la mayor objeción al Plan B de Varoufakis] es que hakear el sistema fiscal es ilegal. Yo no soy un experto en derecho griego, y dudo de que lo sean tampoco todos los comentaristas extranjeros que andan por ahí opinando. Pero si Tsipras hubiera decidido poner en marcha el plan luego del triunfo del OXI en el referéndum, lo más seguro es que hubiera conseguido la aprobación parlamentaria o que hubiera podido apelar a un caso de fuerza mayor. Después de todo, pocas emergencias nacionales mayores que la amenaza de los acreedores de llevarse por delante todo el sistema bancario y, con él, los ahorros populares y todo el capital laburante de la pequeña empresa. [The Guardian, 29 julio 2015]
Dada la escala del desastre financiero que podría crear un Grexit sin disponer de otra moneda, vale la pena plantearse la cuestión del significado de la legalidad en relación con el mundo de las altas finanzas. Considérese, por ejemplo, la FATCA.
La FATCA es [por sus siglas en inglés] la Ley de Cumplimiento de las Obligaciones Tributarias de las Cuentas en el Extranjero. Esa pieza legislativa facilita los poderes de supervisión global del Servicio de Ingresos Internos (IRS, por sus siglas en inglés) del gobierno de los EEUU de América. La legislación establece que si cualquier banco del planeta se niega a allanarse a los requerimientos del gobierno estadounidense en punto a conocer exactamente el estado de cuentas de cualquier depósito global que sea de su interés, ese banco quedará excluido del comercio con los EEUU y se le impondrán unos impuestos por un montante del 30% de sus beneficios anuales: y eso afecta también a los depósitos a nombre de ciudadanos sin residencia fiscal en los EEUU. El manifiesto propósito de esta ley es que el IRS pueda identificar y gravar fiscalmente todos los depósitos norteamericanos con saldos superiores a los 50 mil dólares en cualquier parte del mundo. Que este conocimiento integral de las finanzas globales termine en manos del gobierno de los EEUU, es aparentemente sólo un efecto lateral de esa legislación. Y, ¡miel sobre hojuelas!, esa legislación facilita enormemente al gobierno estadounidense emprender acciones financieras contra quienquiera del planeta que los EEUU terminen considerando un terrorista o una amenaza para sus intereses nacionales. Obvio es decir que las exigencias de la FATCA violan las leyes de privacidad de prácticamente todas las naciones de la Tierra. Así que se exige a todos los bancos que firmen con el IRS cláusulas atinentes a la privacidad, a fin de poder operar en el teatro financiero global con independencia de lo que digan las respectivas leyes nacionales. No sorprenderá a nadie saber que incluso la banca suiza ha aceptado esas desapoderadas exigencias de información.
El IRS tiene una asombrosa capacidad para suscitar la colaboración de los bancos extranjeros a la hora de entregar al gobierno norteamericano hasta los más íntimos detalles de sus depositantes. Su fuerza de persuasión no dimana de otra cosa sino del puro poder financiero absoluto de la economía estadounidense y del Tesoro norteamericano en la arena global. El coste de exclusión de una negativa a cumplir es sencillamente demasiado alto. Nadie que pretenda jugar en serio en las finanzas globales le va a hacer un feo al Tesoro norteamericano, ni le va a recordar que actúa violando la soberanía de las otras naciones o aun que viola los principios básicos de privacidad establecidos por el derecho internacional, ni mucho menos que los EEUU se han convertido en una dictadura financiera global: simplemente, eso es lo que hay.
Las leyes funcionan de manera harto extraña cuando de altas finanzas se trata.
En 2007-8 los grandes banqueros norteamericanos se servían de instrumentos financieros especiales que les permitían generar enormes beneficios privados derivados de una audacia insolente y de magia matemática. Esas actividades creativas con hipotecas, sin ser aparentemente ilegales, pusieron en riesgo de colapso al entero sistema financiero global. Así que cuando el gobierno estadounidense echó billones de dólares del contribuyente a las fauces de cinco grandes entidades bancarias, la cosa se vio como una acción de todo punto necesaria e inevitable. Puede que ese rescate público de instituciones privadas causara algún problemilla de conciencia en los círculos de las altas finanzas de la época, pero, en lo substancial, el juego de Wall Street se jugó del modo en que los grandes poderes esperaban que se jugara, de manera que ningún poder financiero ningún sintió que se hubiera infringido regla alguna en el desarrollo de la partida. El juego es este: el poder financiero global existe para el progreso del poder financiero global, y los estados nacionales están aquí para asegurar que nada vaya mal para quienes toman riesgos. Todos jugaron según su papel en el juego, y no se desbieló el carro: todo perfecto, pues. Razón por la cual no se persiguió judicialmente ni se exigió responsabilidad ninguna a los inventores y a los usuarios de las armas financieras de destrucción masiva que hicieron pasar torrentes de dinero público a manos privadas en magnitudes sin precedentes históricos.
Lo que esto enseña es que para los grandes jugadores financieros y para los grandes estados el poder es su propia justificación. A eso se le llama realismo financiero. Todo lo que la troika de la Eurozona está haciendo con Grecia es seguir el ejemplo norteamericano del realismo financiero. Y aquí lo que se considera legal, necesario y correcto es, a fin de cuentas, que las instituciones financieras con mayor poder te digan que es legal, necesario y correcto. Que sus reglas funcionan en beneficio propio, es cosa que se da por hecha. Y va de suyo que quienquiera se niegue a jugar el juego por ellos controlado será severamente castigado.
El plan B del señor Varoufakis, incluido el modo de desarrollarlo, está en función de su rechazo de la irresponsabilidad social y política del poder financiero exterior ejercido en el interior de la nación griega. Acaso se presente también como una objeción moral, en condiciones extremas, a la validez de leyes que facilitan la destrucción del sector financiero griego por la troika. Dado que el Primer Ministro dio a Varoufakis autoridad política para llevarlo a cabo, tal vez entonces habría que evaluar su modo de ponerlo en práctica en relación con las agendas políticas que había sido autorizado a promover. Las cuestiones más importantes a valorar serían entonces éstas: ¿podría, de una u otra forma, su plan salvar los ahorros del pueblo griego? ¿Habría facilitado la puesta en marcha de un sector financiero operativo en Grecia después del Grexit? Yo creo que puede haber pocas dudas de que el plan B de Varoufakis habría sido la opción más práctica para los griegos, si, tras el referéndum del 5 de julio, se les hubiera forzado a salir de la Eurozona y Syriza se hubiera mantenido fiel a su programa original.
Al idear reglas financieras fuera de la jaula en que quería encerrarle la troika, Varoufakis actúa movido por el bienestar del pueblo griego. Ese pensamiento libre y creativo, así como esas motivaciones, representan una afrenta para el realismo financiero de la troika, porque Grecia es un jugador pequeño y endeudado que juega en tablero ajeno buscando ridículamente operar fuera de las reglas que quienes tienen poder han fijado en provecho propio. Esa ambición griega de torcer las reglas desde una posición de debilidad viola los principios básicos del realismo financiero.
Es verdad: Varoufakis desafía las leyes del realismo financiero. Sin embargo, no lo hace desde la ingenuidad. Porque, en efecto, Varoufakis es perfectamente consciente del modo de operar del realismo financiero. Lo que hace de él una anomalía política superlativa es que, además de eso, es perfectamente consciente también de dos o tres cosas más.
Primero, como "marxista errático" y talentoso matemático y economista político que es, Varoufakis es consciente de que la indeterminación es un rasgo básico de todas las áreas de la creencia y la acción humanas. Eso le da una consciencia filosófica de la dialéctica entre necesidad y libertad, lo que le capacita para ser un hombre de convicciones políticas, y no un hombre simplemente en el poder. Lo que le separa de la ciega determinación y la total indiferencia política de los fanáticos del realismo financiero que pululan por Bruselas y por los medios de comunicación dominantes. En segundo lugar, Varoufakis es perfectamente consciente de que el realismo financiero viola los principios básicos de la rendición democrática de cuentas, de la soberanía nacional y de la responsabilidad moral. Puesto que él creen en lo que el realismo financiero viola, no puede sino rechazar el realismo financiero. En tercer lugar, Varoufakis es cabalmente consciente de que las reglas de las finanzas no tienen por qué respetarse para poder funcionar en términos de realismo financiero. Es lo suficientemente inteligente como para poder pensar fuera de la jaula, y lo bastante valiente moral y filosóficamente como para desarrollar planes prácticos fundados en iniciativas genuinamente creativas. En el actual mundo del poder, superlativamente conformista, es muy difícil encontrar un dirigente político así. Esos tres factores hacen de Varoufakis un inconformista político potencialmente radical en la Eurozona, alguien que puede joderle la marrana al statu quo realista financiero.
Por eso Schäuble y sus afines desprecian a Varoufakis. Yani amenaza los fundamentos filosóficos mismos de su poder. A fin de preservar el poder de los realistas financieros, simplemente no hay que tomar en serio a Varoufakis. De aquí toda la faramalla mediática sobre su vestimenta, su moto y su pelo. De aquí todo el implacable bombardeo mediático sobre cualquier acción que les resulta incongrua con el realismo financiero. De aquí todas esas cortinas de humo sobre su falta de diplomacia, obviando siempre su sensibilidad y su genuino interés en lograr resultados constructivos. A los medios de comunicación les encanta analizar su estilo y maneras, pero raramente se interesan seriamente por la substancia de lo que dice.
El realismo financiero es el enemigo de la política. Es el enemigo de la gente del común. Consiste en una serie de sobreentendidos operativos subyacentes a un clima global de poder en el que los ricos esclavizan y explotan a los pobres y organizan todas las estructuras de poder aptas para la promoción de su propios intereses. El plan B de Varoufakis eran un plan audaz y moral que el programa electoral de Syriza necesitaba tener en reserva, por si las negociaciones con la troika fracasaban. El referéndum del pasado 5 de julio puso firmemente al pueblo griego detrás del programa original de Syriza. Si Tsipras y el gobierno griego no hubieran capitulado ante la troika luego del 5 de julio, el plan B podría haberse puesto en marcha y posiblemente habría funcionado. Pero ahora la pelota sigue en el alero. Los próximos meses nos mostrarán si realmente se da un tercer rescate independientemente del hecho de que la Troika haya tenido éxito en obligar a Syriza a aceptar sus exigencias de austeridad.
Paul Tyson es un analista económico británico, habitual columnista de Open Democracy.
Sinpermiso - 2 de agosto de 2015