¿Cómo salir de la inercia inflacionaria?

Eduardo Crespo


El país tiene una enorme deuda en moneda extranjera y sufre elevadas tasas de inflación. Sin embargo, contra lo que muchos imaginan, Argentina no rompe los modelos académicos de la teoría económica. Nuestra peculiaridad reside en la intensidad de los componentes que explican la inflación –inercia de la inflación pasada; excesos de demanda; aumento de costos– que entran en una dinámica compleja y difícil de controlar cuando superan ciertos umbrales.

La macroeconomía argentina parece haber retornado a la década de 1980. Al igual que entonces estamos sumamente endeudados en moneda extranjera y sufrimos elevadas tasas de inflación. Los niveles de actividad son inferiores a los observados hace una década, los salarios cayeron de forma estrepitosa y la moneda nacional parece condenada a sufrir una persistente declinación. Esto último incentiva la dolarización de excedentes y contratos, lo que deriva en un círculo vicioso de dolarización e inflación. El resto del mundo, en cambio, ya no es el mismo de   entonces. En los 80 toda la periferia mundial, desde México hasta la Polonia comunista, sufría las consecuencias de la suba de tasas de interés dispuesta por la Junta de la Reserva Federal de Estados Unidos en 1979. La mayoría de los países periféricos afrontaba salidas de capitales, deterioro de sus términos de intercambio y elevados niveles de endeudamiento en dólares. Era una restricción externa generalizada que derivaba en devaluaciones competitivas y elevadas tasas de inflación en casi todas las latitudes.

A diferencia de entonces, la economía mundial de las últimas décadas se distinguió por tasas de inflación moderadas, reducidas tasas de interés a nivel internacional (en torno al 0% para títulos de corto plazo) y precios internaciones de las exportaciones de materias primas y alimentos que fluctúan en niveles muy superiores a los de entonces. En ese contexto, al menos durante la primera década del siglo XXI, varias economías “emergentes” acumularon apreciables volúmenes de reservas internacionales, controlaron la inflación y redujeron drásticamente sus compromisos en moneda extranjera. En otras palabras, sus macroeconomías se apartaron de restricciones externas severas como la que sufre hoy Argentina. Aunque desde la crisis de 2008, y en especial después de la recaída del comercio mundial en 2012, la mayoría de estas economías desaceleraron sus tasas de crecimiento, en casi todos los casos preservan niveles de solvencia externa suficientes para sortear crisis cambiarias de grandes dimensiones. Fue también esa fortaleza la que posibilitó las apreciables transferencias de ingresos durante la pandemia para evitar grandes caídas en los niveles de actividad.

Si el escenario internacional y regional es tan distinto, ¿por qué Argentina parece haber retornado a ese pasado de inflación e insolvencia externa? Primero analizaremos brevemente las causas de la inflación. Resumiendo algunas contribuciones teóricas, nos arriesgamos a sostener que hay consenso en que la inflación suele responder a alguna combinación de los siguientes componentes: A) inercia de la inflación pasada; B) excesos de demanda; C) aumento de costos (1). Contrariamente a lo que imaginan muchos, entendemos que Argentina en este punto no viola todos los modelos académicos, ni obliga a reinventar la pólvora en materia de teoría económica. Nuestras peculiaridades obedecen a la intensidad que adquieren algunos de estos componentes en una dinámica siempre compleja y difícil de controlar cuando se superan ciertos umbrales.

El mecanismo de la inercia

Los liberales argentinos ofrecen un diagnóstico invariablemente monocorde: “el populismo emite en exceso para cubrir sus déficits”. Debemos ser cuidadosos de atribuir esta lectura a los libros de texto convencionales, ya que se trata de una interpretación mucho más tosca y desactualizada. Primero debería ser claro que Argentina no es el único país del mundo que tiene déficit fiscal. La inmensa mayoría de los países experimentan déficits crónicos. Segundo, tampoco está claro en este caso cuál sería el mecanismo de transmisión que conduce del déficit a la inflación. La explicación habitual es que se genera un exceso de demanda de bienes o factores. En un contexto donde la economía se encuentra en pleno empleo (o en su nivel “potencial”) un aumento de la demanda debería elevar el nivel de precios. Es decir, ofrecen como explicación el componente B señalado más arriba. Pero como el lector ya habrá adivinado, la economía argentina está muy lejos del pleno empleo o de su imaginario nivel potencial. A duras penas está recuperando niveles pre-pandemia.

¿No existen vías por la cuales el déficit fiscal pueda influir sobre el nivel general de precios? Un canal de transmisión más razonable que el exceso de demanda de bienes o factores podría ser que la monetización del déficit alimente el exceso de demanda de un activo financiero fundamental: el dólar estadounidense. En este caso el canal de transmisión a la inflación serían los costos de insumos importados, los costos de oportunidad de exportadores (2) y los contratos dolarizados de una economía bi-monetaria. En otras palabras, el mecanismo de transmisión en este caso pasaría por el componente C. La monetización de excedentes, por su parte, responde a motivos que se retroalimentan: un nivel de inflación elevado genera expectativas de devaluación y presiones para “sincerar el tipo de cambio” que incentivan la compra de dólares (3), lo que agrava la inflación conformando un círculo vicioso del que es difícil salir: la inflación termina en devaluación y la devaluación en inflación, un perro que se esfuerza en morderse la cola. Este cuadro se agrava con tasas de interés incomprensiblemente bajas que no ofrecen alternativas rentables al “patriota” que opta por quedarse en pesos. Se genera así un estrangulamiento de divisas de origen financiero. A ello debe agregarse que las exportaciones argentinas están estancadas desde hace una década (4) y que cualquier variación positiva del nivel de actividad se traduce en aumentos más que proporcionales de las importaciones, nuestro viejo y conocido estrangulamiento de divisas de origen comercial. ¿Y la “puja distributiva”? Las subas salariales, así como el aumento en los márgenes de rentabilidad, entran dentro del componente C, ya que se trata de variaciones de costos (5).

Ninguno de los elementos mencionados, sean eventuales excesos de demanda o subas de costos, constituyen ejemplos de inflación, entendida ésta como una tendencia persistente al aumento de los precios. ¿Cuál es el mecanismo que transforma un aumento puntual del nivel de precios en una tasa más elevada de aumentos que se prolonga en el tiempo? ¿De qué modo una suba determinada se repite en el momento siguiente y así sucesivamente? Aquí es donde entra la inercia (nuestro componente A) y las dificultades para reducir la inflación toda vez que la misma supera ciertas tasas críticas. El mecanismo es bastante sencillo. Un período “hereda” parte de la inflación de la etapa anterior porque quienes sufrieron aumentos de costos, o perdieron en el pasado con la suba de precios, repasan dichos costos o renegocian contratos en el período presente. Las empresas que vieron aumentar sus insumos trasladan las subas a los consumidores, los alquileres se renegocian, los asalariados buscan recuperar lo perdido con aumentos nominales. La inercia refiere al intento de recuperar aquello que se perdió, no a los aumentos autónomos por encima de la inflación pasada. Es analíticamente conveniente diferenciar los aumentos autónomos, que incluimos en el componente C, de los intentos por recuperar ingresos, que clasificamos en el A como “inercia”. Los hay de los dos y por ello distinguimos puja de inercia.

¿Por qué siempre es difícil reducir la inercia? Cortar la inercia significa que quien perdió en el pasado no recupera todo lo perdido, al menos por la vía de subas nominales. Cualquiera sean las causas de las subas anteriores, es sumamente improbable que los empresarios no busquen trasladar a precios devaluaciones o subas salariales, que los propietarios de inmuebles no renegocien alquileres, que los asalariados no busquen recomponer el poder adquisitivo de sus salarios. Los que vociferan que reducir la inflación es una tarea sencilla mienten o, muy probablemente, no tienen la menor idea del asunto. ¿Es posible reducir la inflación sin que nadie pierda? Difícil… Los economistas suelen inventar eufemismos como la expresión “ancla”. Hablamos de “ancla cambiaria”, “ancla de los servicios públicos”, “ancla salarial”, etc. Consiste en que algún sector absorba, al menos en parte, subas pasadas sin trasladarlas al período siguiente.

¿Es posible reducir la inflación sin que nadie pierda? Difícil…

Los planes de metas de inflación de los Bancos Centrales en Latinoamérica, por ejemplo, en buena medida funcionan a través del canal de transmisión cambiario y su impacto sobre los costos, ya que promueven la entrada de capitales, el famoso carry trade, que tiene por efecto principal la apreciación real (y a veces nominal) de las monedas domésticas con relación a la divisa estadounidense (6)Ayudan así a establecer un “ancla cambiaria”. La efectividad de cualquier ancla tiene límites, especialmente cuando se parte de niveles de inflación elevados como Argentina. Federico Sturzenegger, por ejemplo, atribuye su malogrado paso por el Banco Central a la intromisión política de Marcos Peña para reducir tasas de interés (y “sincerar” el tipo de cambio) el 28 de diciembre de 2017, el famoso 28D (7). Lo que parece desconocer es que cuando la inflación, por cualquier motivo, se mantiene en niveles altos, el tipo de cambio no puede apreciarse indefinidamente sin que aparezcan comprensibles presiones distributivas –a través de la política–  de los productores de transables (8). De igual modo, las tarifas de servicios públicos no pueden congelarse por tiempo indeterminado (al menos sin que medien transferencias públicas crecientes, aumentando el déficit fiscal que se busca controlar), así como los salarios no pueden caer indefinidamente sin que estalle todo por los aires. Las “independencias” de los Bancos Centrales tienen límites sociales, políticos y económicos. Entre otras cosas, debe recordarse que la “gran moderación” inflacionaria de las últimas décadas, y que inspira las políticas centradas en las metas de los Bancos Centrales, fue también, entre otras cosas, una gran moderación salarial (9). No debería sorprender, entonces, que fracasen en contextos de elevada conflictividad distributiva como el argentino, especialmente cuando se parte de niveles de inercia de dos dígitos.

La solución no es volver a los 90

En las actuales circunstancias se agrega un problema adicional: el mundo, al menos en el último año, parece haber dejado atrás su fase de inflación reducida. Sea la pandemia, el encarecimiento de materias primas, proteccionismo o presiones distributivas, algunos precios internacionales de productos básicos como energía y alimentos subieron de forma desconocida, con serios impactos sobre los costos internos y la inflación a nivel global. Esta circunstancia, unida a una significativa brecha cambiaria entre el dólar oficial y las cotizaciones paralelas, de reducción improbable por contarse con escasas reservas internacionales, y cuando aún está pendiente el cierre de las negociaciones con el FMI, inviabiliza la posibilidad inmediata de estabilizar la inflación. En un contexto delicado como éste, se debe actuar con cautela en ciertos frentes y con decisión en otros. Es oportuno recordar que en regímenes de alta inflación suelen surgir mecanismos que agudizan el fenómeno en forma cualitativa: los contratos tienden a acortarse (10) agravando la inercia, las expectativas devaluatorias pueden traducirse en subas preventivas de márgenes (11), la fijación de precios comienza a realizarse en función de la cotización del dólar sin mayores mediaciones (12). Donde debe actuarse con firmeza es en la creación de instrumentos que remuneren adecuadamente a quienes optan por quedarse en pesos y en la obtención urgente y prioritaria de divisas promoviendo la exportación y la sustitución de importaciones. En relación a esto último, constituye un nuevo obstáculo a superar la creciente presencia de movimientos anti-exportadores camuflados en ONGs y movimientos pseudo ambientalistas, casi siempre flojos de papeles en sus campañas prohibicionistas. La convocatoria a acuerdos para acercar posiciones puede ayudar, pero conociendo la historia argentina no es para hacerse grandes ilusiones. El riesgo que se corre es repetir lo hecho en la década de 1990. No debería sorprender que una nueva coalición política busque “resolver” el problema inflacionario huyendo hacia adelante con una dolarización formal de la economía. En el corto plazo, como ocurrió con la convertibilidad, podrían verse mejoras transitorias. Pero en el mediano y largo plazo la historia es conocida: problemas de balanza de pagos que inducen tendencias deflacionarias, desempleo, desindustrialización y endeudamiento en moneda extrajera. Atarle las manos al Estado y a los sectores populares siempre fue el sueño líquido de la derecha. Actuar ahora es fundamental para no repetir esa historia.

1. Franklin Serrano, “O conflito distributivo e a teoria da inflação inercial”, Revista de Economia Contemporânea, 2010. https://www.scielo.br/j/rec/a/mmq7wVdVbLCfQT3YL5jMvNc/?lang=pt

2. Si los productores tienen la opción de colocar su producción en el mercado doméstico o el internacional, es comprensible que opten por distribuir su oferta (o fijar sus precios) de acuerdo a la cotización del dólar. Cuando mayor la cotización, menos conveniente será abastecer el mercado doméstico a los precios anteriores y viceversa (el efecto inverso debería observarse en presencia de retenciones a las exportaciones).

3. Fabián Amico y Mariano De Miguel, “Cuando pase el temblor”, El Economista, 2018. https://eleconomista.com.ar/economia/cuando-pase-temblor-n18571

4. En 2021 estaríamos observando una fuerte recuperación debido tanto al aumento de los precios internacionales como de las cantidades exportadas.

5. Las campañas moralizadoras para combatir ‘monopolios’ y reducir márgenes ‘abusivos’ no son otra cosa más que expresiones de esa puja distributiva.

6. Franklin Serrano, “Juros, câmbio e o sistema de metas de inflação no Brasil”, Brazilian Journal of Political Economy, 2010. https://www.scielo.br/j/rep/a/wgcw6wdQDb66phtrhCRJckx/?lang=pt

7. Federico Sturzenegger, Macri´s Macro. The meandering road to stability and growth. Universidad de San Andrés, octubre de 2019. https://webacademicos.udesa.edu.ar/pub/econ/doc135.pdf

8. Amico y De Miguel, op cit.

9. Adam Tooze, Crashed: How a Decade of Financial Crises Changed the World, 2018.

10. Roberto Frenkel y Jaime Ros, “Alternativas de política antiinflacionaria en la economía colombiana”, https://repositorio.cedes.org/handle/123456789/3424

11. Roberto Frenkel, “Decisiones de Precio en Alta Inflación”, Desarrollo Económico Vol. 19 N°75. 1979.

12. Carlos P. M. Bastos, Price Stabilization in Brazil: a Classical Interpretation for an Indexed Nominal Interest Rate Economy, New School University, 2002 y Franco, G H B Aspects of the Economics of Hyperinflation: Theoretical Issues and Historical Studies of Four European Hyperinflations, Ph.D. diss. Harvard, 1986. University, 1986.

- Eduardo Crespo, Profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Nacional de Moreno (UNM).

 

Le Monde diplomatique, edición Cono Sur - marzo de 2022

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