Adiós a las especies nativas y su gente

Raúl Montenegro
La Argentina ya perdió más del 70% de sus bosques nativos, y el proceso continúa. En 1914 cubrían 106 millones de hectáreas; en 2009 esa cifra bajó a 31 millones. Reforestar apenas cambia este balance, porque los bosques son ecosistemas con miles de especies distintas, mientras que las plantaciones artificiales solo multiplican una especie por vez, en su mayoría no nativas, como pinos y eucaliptos. Se pueden plantar árboles, pero no ecosistemas. Cada trozo de ambiente autóctono que se pierde tiene algo de único y no es recuperable.

Desaparecen además otros ambientes autóctonos, como pastizales, matorrales, humedales y sus combinaciones, cada uno con biodiversidades. Crecen, al mismo tiempo, las superficies dedicadas a cultivos, expansión urbana y megaminería. No se salvan ni las altas montañas ni las salinas, ambientalmente frágiles y sensibles. Lamentablemente, la Argentina ya perdió el balance que debe haber entre ambiente nativo y ambiente produccitivo. Esto explica el colapso de las fábricas de agua (las cuencas hídricas) y de las fábricas de suelo (pues solo los ambientes nativos reponen cantidades significativas de suelo). Nuestro país muestra hoy la más baja resistencia ambiental de toda su historia, fruto de numerosos gobiernos incapaces de comprender que a la naturaleza se la domina obedeciéndola.

Olvidamos que un bosque no es solamente un grupo de árboles, sino un complejo entramado de seres vivos. En un metro cuadrado de suelo y hasta los 30 centímetros de profundidad pueden vivir unos 1.500 millones de microorganismos, 120 millones de gusanos, 440.000 insectos, 400.000 ácaros, 3000 ciempiés y milpiés, 500 hormigas. El desmonte, el fuego y los plaguicidas que llegan desde cultivos pulverizados hacen desaparecer insectos, reptiles, aves, mamíferos. Sin la vegetación nativa y con la biodiversidad muy afectada, la naturaleza deja de fabricar suelo. En ambientes tropicales y templados se requiere de 220 a 1100 años para regenerar 25 milímetros de suelo. En las selvas frías del sur argentino formar un centímetro de suelo puede demandar varios miles de años. El fuego y los desmontes impiden el retorno de materia orgánica, favorecen su erosión y lo compactan. Falta de vegetación e impermeabilización impiden que el suelo absorba el agua de lluvia, baja el número de vertientes, escasea el agua en épocas secas y durante las temporadas de lluvias los ríos crecen cada vez más violentamente.

Si bien tenemos áreas naturales protegidas, su superficie es muy reducida sobre el total de superficie del país: menos del 7% en 2004, cifra que contrasta con el 37,0% de Venezuela, el 27,5% de Costa Rica y hasta el 9,5% de Cuba (1990). En la región del Chaco seco -donde hoy se expande la soja transgénica- está protegido menos del 4%, y en los otrora ricos bosques del Espinal, hoy desmantelados, apenas se protege el 0,26% (2004). En Córdoba, por ejemplo, la destrucción ha sido atroz y continúa desmontándose. De la superficie original de bosque cerrado, nativo, queda menos del 3%. Mientras que a nivel internacional se registraban tasas de desmonte de -0,23% anual, Córdoba registró la tasa más alta del país y una de las mayores del mundo: -2,93% anual (1998-2002).

En la Argentina la protección de los ambientes nativos se declama, pero no se practica. Aunque rige la ley nacional de bosques nativos 26331, muchas provincias, al hacer sus leyes locales, privilegiaron los desmontes sobre la conservación. Se pierden cuencas, pero también culturas. Para que las topadoras actúen, comunidades indígenas son expulsadas de sus territorios. Hoy tenemos nuestro propio Lejano Oeste, donde hay gobiernos feudales que miran para otro lado -como el de Formosa- y gente que es asesinada por defender su tierra y sus bosques.

La Nación - 16 de febrero de 2013

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