El capitalismo en terapia intensiva

Entrevista a Wolfgang Streeck, por Idafe Martin
La desigualdad podría marcar las próximas décadas de las economías del norte del planeta. Wolfgang Streeck, director del prestigioso Instituto Max Planck de Sociología (Colonia, Alemania), acaba de publicar Buying time: the delayed crisis of democratic capitalism (editado en inglés por Verso Books). En su libro, Streeck, que conversó la semana pasada con Ñ, analiza las tensiones y conflictos entre países, gobiernos, votantes e intereses capitalistas, explica cómo el impuesto se ha ido convirtiendo en deuda pública y desde ahí en el ajuste que vemos hoy en día.

Su tesis, que muestra las tensiones entre capitalismo y democracia, se completa con un corto ensayo titulado ¿Cómo acabará el capitalismo?, publicado por la revista británica New Left Review. Streeck, profesor en la Universidad de Colonia, miembro del consejo de investigación del Instituto Europeo de Florencia y una autoridad mundial en Sociología, explica en esta entrevista que el capitalismo tiene tres problemas que lo corroen: no genera crecimiento, sólo funciona mediante deuda y hace crecer la desigualdad. Streeck cree que estos problemas son endógenos, consecuencia del propio sistema capitalista.

–Su libro pone en entredicho las bases del actual sistema capitalista.
–La obra muestra que la desigualdad creciente, los mayores niveles de deuda y la ralentización del crecimiento han sucedido a la vez durante un período de al menos cuatro décadas, con sólo unas pocas variaciones menores entre países. Creo que los tres problemas están profundamente interconectados. La desigualdad deprime la demanda efectiva, los altos niveles de deuda son responsabilidad del uso especulativo de un capital que cada vez produce menos crecimiento y ese bajo crecimiento intensifica el conflicto distributivo y hace cada vez más difícil la redistribución de arriba abajo. Es un círculo vicioso. Y lleva funcionando así desde hace tanto tiempo que es muy difícil imaginar un remedio a corto plazo.

–¿Significa eso que el capitalismo tal y como lo conocemos en la actualidad acabará pronto?
–Depende de lo que queramos decir con “acabará”. Si definimos el capitalismo como un modelo de progreso que permite al menos un poco de distribución de las fuentes del crecimiento, creo que ya acabó. Si lo definimos como que los medios de producción son de propiedad privada y que la acumulación de capital se da en manos privadas más que en la sociedad como conjunto, podría sobrevivir todavía algo más, pero con problemas de crecimiento, riesgos crecientes y “accidentes normales” como la crisis financiera que estalló en 2008.

–¿Qué podemos hacer para parar el crecimiento de la deuda?
–Lo que necesitaríamos, básicamente, sería imponer impuestos a los ricos de forma más efectiva. En las dos últimas décadas, los gobiernos han reducido continuamente los impuestos a la riqueza y a los ingresos y además han rebajado los impuestos a las corporaciones. También han permitido una competencia fiscal internacional casi ilimitada y han cerrado sus ojos a la evasión fiscal rampante y a los cada vez mayores paraísos fiscales internacionales. Así no es de extrañar que cada vez sean menos capaces de sostener las necesidades colectivas de sus sociedades y hayan tenido que financiar su gasto tomando prestado de los ricos y de la “industria” financiera global.

–¿El capitalismo se puede reformar a sí mismo para promover otro crecimiento económico o necesita obligatoriamente más deuda y desigualdad?
–No lo sé. Necesitamos una muy profunda transformación tanto de nuestras economías como de nuestros sistemas políticos, una gran agenda que incluya reformas fundamentales del sistema monetario global, nuevos modos de proteger a la fuerza laboral de la explotación extendida por todo el mundo, un nuevo régimen energético que no deje el medio ambiente inhabitable. Las últimas décadas de negligencia y avance feliz del capitalismo consumista están llegando a su límite. Hay tantas cosas que deben ser renovadas, reformadas, “revolucionadas”...

–Durante siglos, el capitalismo y la democracia fueron adversarios. Desde 1945 trabajaron juntos en Occidente. Sin la amenaza del comunismo, ¿el capitalismo financiero puede ser todavía compatible con los valores democráticos y las esperanzas de la mayoría de la población?
–El capitalismo y la democracia ya no trabajan juntos. Las elites han empezado a admirar países como China, por una cierta eficiencia económica derivada de un gobierno autoritario. Las masas, y en particular los que más necesitarían la democracia, han perdido la confianza en ella, en especial en su capacidad para mejorar sus condiciones de vida. Para ellos, la democracia se ha convertido en un deporte del que son únicamente espectadores. Además, las principales decisiones económicas se han traspasado a instituciones que están más allá de cualquier control electoral, como los “independientes” bancos centrales, instituciones internacionales como el FMI o el Consejo Europeo.

–¿Cuáles son las consecuencias de la desigualdad para nuestros sistemas democráticos? ¿Los ciudadanos apoyarán nuestro sistema político si la desigualdad empobrece cada vez a más gente?
–Ya vemos en muchos países que la gente en las capas sociales más bajas ha dejado de participar en las elecciones democráticas, y que los partidos políticos han dejado de prestarles atención. En general, los partidos y los líderes políticos han perdido masivamente el respeto de los ciudadanos. El cinismo sobre la política está cada vez más extendido. Pero que esto vaya a resultar en revueltas organizadas que busquen un diferente sistema político y económico está por ver. Pueden pasar cosas de forma inesperada, como la “primavera árabe”, que no anticipó ni la NSA. Pero estas revoluciones lo tienen muy difícil para llegar a un final feliz. Vea el caso egipcio.

–¿En qué grado problemas como la desigualdad y el desempleo son responsables del auge de los partidos de extrema derecha populista en Europa?
–Hay una relación obvia. Muchos votantes de la derecha populista eran votantes de los partidos socialdemócratas que ahora se sienten abandonados. Como la socialdemocracia se convirtió en el partido de las clases medias, que durante un tiempo creyeron poder beneficiarse de la “globalización”, los perdedores de esta internacionalización se vieron identificados con los movimientos reaccionarios y xenófobos que prometen un retorno al pasado. También creo que la vieja izquierda, abandonando la protección de los ciudadanos de las fuerzas del mercado, ahora une fuerzas con los liberales para convertir a sus antiguos votantes en una capa social a la que hay que excluir y contener culturalmente. Esto les costará carísimo en el futuro.

Revista Ñ - 13 de agosto de 2014

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