AM/PM: el Capital ya se cobra nuestro sueño

Entrevista a Jonathan Crary por Hector Pavón
Para ser honesto, no dormí bien anoche”, dice un tanto desvelado –mientras nos escribe– Jonathan Crary autor de un libro que quita el sueño. Literalmente. Y no deja dormir porque viene a confirmar las sospechas de un mundo que ha hecho del día una condena de 24 horas. El libro de Crary se llama así 24/7 (Paidós). Y lleva por subtítulo: El capitalismo tardío y el fin del sueño .

Es decir, las 24 horas, los siete días de la semana. Siempre abierto y en funcionamiento. Full time. “Nuestro sistema económico global actual depende de los mercados ‘24/7’ y la producción y consumo sin pausa. Esto es totalmente incompatible con la inactividad, la improductividad, el tiempo muerto del sueño, y eso genera un antagonismo continuo entre estas necesidades”, dice Crary mezclando resignación y condena.

El mundo parece haberse convertido en una gran Las Vegas –por una parte– con el neón encendido ad infinitum y en una Osaka –por otra– donde las fábricas no descansan y pueden ser visitadas por los turistas de día, para ver el despliegue tecnológico; y de noche, para ver el espectáculo de la maquinaria futurista iluminada. El capitalismo lo quiso así: basta de dormir, sólo hay que producir y consumir. Esto es –en palabras de Crary– un mundo sin sombras, iluminado por siempre, espejismo capitalista de la poshistoria, del exorcismo de la otredad, que es motor del cambio histórico.

Crary tomó nota de algunos hechos inquietantes. A saber: estudios sobre la actividad del gorrión “de corona blanca” que vuela siete días seguidos del norte al sur de los Estados Unidos, ¿cómo lo hacen? Las experimentaciones del gobierno con sus propios soldados en Irak probando drogas para no dormir por una semana. Las torturas practicadas por oficiales y parapoliciales con los acusados de terrorismo han incluido el no dejar dormir, recurso ya utilizado por Stalin hacia 1930. Concluyó que la obsesión por mantenerse despierto preocupa al hombre de hoy y que se ha convertido en un consumidor que ya no duerme y que se mantiene vivo con la luz de las pantallas. En su libro, Crary define: “La temporalidad es un tiempo de indiferencia, en el cual la fragilidad de la vida humana es cada vez más inadecuada y el sueño no es necesario ni inevitable. En relación con el trabajo propone como posible e, incluso, normal, la idea de trabajar sin pausa, sin límites”.

Siempre hay pioneros. El capitalismo trabaja a ensayo y error. “Primero debemos mirar en el siglo XVIII –nos advierte Crary desde Columbia– cuando se construyeron los primeros molinos textiles con el objetivo de que trabajaran las 24 horas del día. Esto fue un cambio temprano en las temporalidades del universo agrario, conformado por los ciclos naturales del día y la noche según las estaciones del año, las cuales fueron parte de la cultura milenaria. En el siglo XIX, los sistemas modernos de circulación y flujo, ferrocarriles y líneas telegráficas, fueron construidos para facilitar lo que Marx llamó la ‘continuidad constante’ del crecimiento económico y la acumulación. Ahora en el siglo XXI este principio de circulación incesante y actividad se encuentra casi en todas partes. Pero lo que es nuevo en los últimos 15 años es la demanda de que los seres humanos remodelen sus vidas para conformar esta continuidad para no interrumpir el funcionamiento de los mercados y otros sistemas. Obviamente esta fase coincide con el neoliberalismo y el fin de las formas de capitalismo regulado o mitigado. Hay una clase de biodesregulación que sostiene que el tiempo de descanso humano, salud o el estar bien es algo demasiado caro para ser posible dentro de la economía global. ‘24/7’ denota una constelación de procesos muy poderosos en nuestro mundo contemporáneo caracterizado por una producción sin fin, acumulación, consumo, comunicación, juegos o lo que sea. Se trata de la casi imposibilidad de inactividad o de estar desconectado. ‘24/7’ es un tiempo homogéneo sin intervalos de quietud, silencio o tiempo para descansar, reposar. Hay una exposición permanente, un mundo iluminado donde nada puede quedar escondido o ‘privado’. Es la monetización implacable de cada intervalo posible de tiempo o cada relación social concebible, de hacer cada cosa de nuestras vidas convertible a valores del mercado.

–Se busca a través del laboratorio que no durmamos más…
–En el libro, discuto con las investigaciones de neurocientíficos, financiado por los fuerzas armadas de EE.UU. para desarrollar técnicas que permitirían a los soldados estar despiertos por una semana o más. Es razonable asumir que no hay resultados efectivos aquí en la forma de productos farmacéuticos que podrían ser consumidos por trabajadores, estudiantes, gamers, etc. No puedo evaluar los beneficios relativos o los peligros de reducir artificialmente la necesidad de dormir. Pero sí se ha hecho para permitir a las personas comprar y trabajar más, no puedo ver cómo eso sería algo bueno, excepto para quienes se benefician de ella. Sospecho, por el contrario, que el sueño es un ejemplo crucial de un elemento de la vida humana “esencial” que no volverá a ser reinventada o mercantilizada. Tengo cierto optimismo: hay un intervalo significativo de tiempo humano que es invencible por las fuerzas financieras y del control. Puede ser herido o afectado, como yo muestro, pero por supuesto nunca eliminado. El punto es concentrarse en espacios que necesitan defenderse de esas fuerzas como el medio ambiente...

–Menciona el medio ambiente, ¿qué características exhibe esta fase capitalista con la naturaleza?
–Una de las características de nuestro mundo neoliberal es la irrelevancia de la noción de preservación. Si hay recursos que pueden ser extraídos o explotados, deben ser extraídos o explotados. Hay una orgía de saqueo y acumulación a través del fracking, minería de carbón, agricultura industrial, refinería de minerales tóxicos, contaminación de mares y ríos. La lógica de esto requiere que se trabaje todo el día, sin tiempo para la regeneración de ecosistemas y medio ambiente. Y esto también acelera el calentamiento global. Creemos que hemos entrado en una nueva era de mundos virtuales y desmaterializados pero lo que mueve al capitalismo del siglo XXI es el saqueo de materias primas. En todas partes vemos la intensificación de la extracción de recursos, el despojo de la tierra y el agua y también de las formas políticas de control y poder militar necesarios para cumplir la misión. Los dispositivos digitales del “24/7” no existen sin la expropiación destructiva de la salud mineral del Sur global.

–¿Cuáles son las alternativas posibles, cómo se ejerce la resistencia?
–Este capitalismo es mucho más devastador para los que se encuentran en el Sur global, hay luchas en el mundo que podrían bien demandar formas de confrontación directa. Una forma efectiva de resistencia sería inventar nuevas formas de vivir, pero antes debe haber un replanteo radical de cuáles son nuestras necesidades, nuestros propios deseos. Significa detener absolutamente de comprar lo que nos dicen que necesitamos; rechazar el rol de consumidores en masa. Significa rechazar la cultura multimillonaria, la toxicidad de todas las imágenes y fantasías de riquezas de las que estamos rodeados. Para los que tenemos chicos, significa abandonar todo las expectativas imposibles y desesperadas que les imponemos para el éxito profesional y financiero individual y, en lugar de ello, proporcionarles visiones de un futuro vivible en común. Pero esto es sólo el comienzo, sólo algo preliminar a las tareas políticas más grandes. Si no podemos hacer esto que es básico y claro, entonces elegimos seguir siendo parte del problema.

–¿Qué pasó con la vida cotidiana, dónde quedó, cómo se transformó?
–Estoy totalmente en desacuerdo con quienes sostienen que el núcleo de la vida cotidiana ha sido fácilmente relocalizado en Internet y las redes sociales. El lugar de las rutinas, los aburrimientos y hábitos es donde uno sigue siendo público y anónimo. En el corazón de la vida cotidiana todos los días hay algo fugitivo y no capturable, lo cual las redes sociales eliminan completamente. Así es difícil para mí entender cómo la vida cotidiana tiene conexión con el tiempo empleado en cada gesto o click que es grabado, archivado, analizado con el objetivo de predeterminar el futuro de las cosas y los deseos de uno. Déjeme agregar que las temporalidades de “24/7” corroen el tejido de la vida social y sociedad civil. “24/7” posiciona el engaño del tiempo sin espera, de una instantaneidad bajo demanda, de conseguir y tener lo que se quiere al tiempo que se está aislado físicamente de los otros y de algún sentido de responsabilidad que puede estar implicado. “24/7” también socava la paciencia individual para escuchar a los otros y esperar el turno para hablar. El problema de esperar, tomar turnos está atado a lo irreconciliable del capitalismo “24/7” con algún comportamiento social que envuelve el compartir, la reciprocidad o la cooperación.

–La conexión permanente es clave para el “24/7”...
–Los medios y las corporaciones nos dicen que deberíamos estar conectados todo el tiempo. Pero las conexiones en las redes hablan menos de las relaciones entre personas que el uso compulsivo de servicios de comunicación donde los lazos humanos son reducidos a operaciones repetitivas y homogéneas, manejadas por incitaciones a la auto promoción y el auto marketing. La conectividad deviene fantasmal y vacante –donde la gestión de los amigos de uno no es diferente de la gestión de la propia cuenta bancaria. Una desfiguración del lenguaje es lo que ocurre con la palabra “compartir”. Está siendo reducida a la exhibición de identidades digitales sonrientes que creamos para nosotros mismos fuera de fórmulas prefabricadas y contenido monetizado, todo lo cual desactiva la autoconciencia necesitada para el compartir actual o el cuidado de los otros. Y, claro, somos inducidos hacia los beneficios de los análisis de consumo “24/7” que monitorean nuestras vidas más de cerca que las agencias de seguridad como la NSA o las policiales.

Revista Ñ Nº 606 - 11 de mayo de 2015

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