Volver al pasado de cara al presente

Producción: Javier Lewkowicz

 

Con qué gobierno de la historia argentina se puede comparar la gestión de Mauricio Macri. ¿Es un modelo desarrollista o liberal? Cómo les fue a otros proyectos políticos que intentaron reformas similares. Qué podría pasar en esta oportunidad.

El sueño del Frondizi propio

Por Benito de Miguel *

Los históricos detractores de Arturo Frondizi hicieron todo lo posible para sepultar, por un lado, la experiencia de los cuatro años en que gobernó la Argentina (1958-1962), y por el otro, la aproximación teórica de Rogelio Frigerio, su socio político de ahí para siempre. Con una despiadada guerra psicológica desde 1963 y finalmente a sangre y fuego a partir de 1976, lo consiguieron. Así nos fue. Hoy en día, esa vocación castradora de los intereses nacionales bien entendidos, se esmera tenazmente en reivindicar discursivamente la una y la otra, mientras se ocupa de hacer exactamente lo contrario de esa una y de esa otra.

Por caso, varios conspicuos miembros de la administración Macri, comenzando por Macri mismo, reivindican a Frondizi y Frigerio. Siendo ofertistas y exportadores primarios sin atenuantes, han creído ver ahí el único éxito concreto de la fe que los empecina. Esta búsqueda de respetabilidad en un pasado que les es completamente ajeno, conforme los hechos actuales y la conducta de siempre, funge de rito que los protege de las consecuencias de la cruda realidad del porvenir; en vista de que el presente como historia nos recuerda que tentativa tras tentativa de las políticas económicas que se pusieron en marcha después de los cuatro años, inspiradas y animadas por el ofertismo de acendrado tinte librecambista, conocieron el fracaso como único e ineluctable resultado. Y esto porque en el capitalismo realmente existente se crece dirigido por demanda o no se crece.

Además de ritual, la necesidad de invocar a Frondizi y Frigerio la provoca la creencia en que con esta postura construyen un relato atractivo que les permite diferenciarse de lo que ellos llaman “populismo” para, entonces, ser presentado ante la opinión pública como una alternativa política seria y coherente. Destacan la indudable seriedad con la que el gobierno de Frondizi llevó adelante los asuntos de la nación dando a entender que eso provino de poner en caja a los sectores populares, cuyos reclamos suponen contrarios a la acumulación, para no darse por enterados de que esa “seriedad” se materializó en sentido contrario: a partir de un esfuerzo de desarrollo guiado a incrementar estructuralmente el nivel de la demanda. En este plano, como ideológicamente no concilian una cosa con la otra, confunden y hacen confundir. La idea de que el desarrollismo se opone a la reivindicación de los intereses de la clase trabajadora es un mal entendido que choca de lleno con su verdadera esencia e historia. Estábamos acostumbrados a que desde la izquierda todos los abusos y ficciones posibles se dieran el gusto de pintar de negro la experiencia desarrollista. Ahora, tal parece que es el turno del amarillo.

Reconozcamos que en conjunción con el carácter reaccionario que los anima, en eso colabora cierta ambigüedad de Frondizi y Frigerio sobre las “prioridades” y “prelaciones” entre inversión y consumo. Más allá de cualquier polémica al respecto, eso fue decididamente saldado en la práctica desarrollistas; llevada adelante siguiendo férreamente el criterio enunciado por Frigerio, de acuerdo al cual se buscaba reemplazar “las líneas de la economía subordinada a los mecanismos del comercio exterior” a favor de “una economía que se edifique […] hacia la expansión del mercado interno.”

Es que durante una parte considerable de la historia argentina el desarrollo operó a través de una serie de contradicciones y crisis –pero sin ningún aumento significativo de los salarios– en la medida que la reproducción ampliada fue motorizada por otros dos elementos: el consumo de las clases acomodadas y las exportaciones, es decir, los otros componentes de la demanda. Sin embargo, llega cierto momento en el que no se puede ni disminuir ni dejar de aumentar los salarios, de lo contrario, se marcha derecho a enfrentar cara a cara la crisis y el estancamiento endémico, puesto que la inversión en el capitalismo realmente existente es una función creciente del consumo.

¿Parece muy contradictorio? Lo es. La democracia industrial se edifica sobre ese mar de fondo, en medio de un mundo donde impera el desarrollo desigual y teniendo en la mira que no tiene otro camino para consolidarse que “la expansión del mercado interno” y partiendo de la necesidad de atender, junto con las prioridades de la “inversión”, el ensanchamiento de la canasta de consumo popular. La industria pesada –esa que algunos “modernos” dicen que pasó de moda– y el resto de la sustitución de importaciones no son fines en sí mismos, sino que sirven para eso.

Como no se trata de un camino fácil, bien al contrario: muy difícil, en el que aguardan contramarchas y contradicciones, lo cierto es que a la democracia industrial, que no tiene sustitutos factibles, se llega con un instrumento político diseñado a propósito o no se llega. Mientras tanto, entretenidos en el intento de ver si lo pueden diseñar y construir, en todo momento hay que tener presente que si se logra instalar la coartada del “sueño del Frondizi propio” ocurrirá el fracaso del Frondizi real, porque cuando despierten verán que los demonios del subdesarrollo estarán de vuelta omnipresentes.

* Concejero Latinoamericano y de Gobierno de la Sociedad Internacional para el Desarrollo (SID).

 

Un final anunciado

Por Francisco Cantamutto y Martín Schorr *

La historia nunca se repite como copia, aun cuando el libreto se asemeje. La proyección a futuro de propuestas ya ensayadas está siempre mediada por las tensiones del presente. Cambiemos es una coalición entre nuevos partidos liberales, otros con trayectoria y base territorial, y representantes directos del poder económico. Es también, como fuerza social, la forma concreta que adoptó la confluencia de ciertas fracciones empresarias para oponerse al gobierno anterior. Este conjunto de agentes políticos y económicos tiene algunos acuerdos básicos que no trasuntan en definiciones específicas y deben buscarse en la práctica.

Esos núcleos de coincidencias configuran la ofensiva de los capitales más concentrados sobre el trabajo y las fracciones menores del capital, y compone el programa económico de Cambiemos. Decir que se trata de neoliberalismo es insuficiente: ese conjunto de tareas ya fue realizado por gobiernos anteriores y sus trazos consiguieron cierta continuidad. Mediante transferencias de ingresos cuantiosas y sumamente regresivas, el programa procura una nueva configuración del bloque de poder, y para ello pone a prueba diferentes políticas. Entre las más significativas están la devaluación, la supresión o reducción de retenciones, la liberalización comercial y de capitales, el tarifazo, la emisión descontrolada de Lebac, la vigencia de tasas de interés reales positivas y los despidos.

Estas medidas implican redistribuciones donde algunos ganan y otros deben perder: no hay posibilidad de un ilusorio “todos ganan”. La Marcha Federal, las numerosas protestas contra el tarifazo, los reclamos de algunos sindicatos y las movilizaciones de trabajadores de la economía popular son algunas de las formas de resistencia al ajuste. Existen también roces entre los integrantes de la coalición, como se expresa por ejemplo en las disputas en torno al nivel del tipo de cambio o de las tasas de interés.

La historia muestra que algunos intentos de configurar un determinado bloque de poder logran consolidarse y otros no. Las políticas económicas de Adalbert Krieger Vasena o las de Celestino Rodrigo tenían parecidos de familia (devaluaciones, subas de tarifas y tasas de interés, atraso salarial), pero no lograron sostenerse. Incluso los primeros ensayos del menemismo (planes Bunge & Born y Erman González) fallaron en mantener ciertos precios relativos y acabaron en hiperinflaciones.

El programa recién se pudo consolidar cuando la afluencia de capitales externos se articuló con la prenda de cambio para dar nacimiento a la convertibilidad: las privatizaciones. A través de la venta de empresas públicas se logró la confluencia del capital extranjero, los acreedores de la deuda y los grupos locales. El programa de apertura como forma de disciplinamiento social sobre trabajadores y capitales de menor escala tenía a su favor el fantasma de aquellas híper, que fungió como amenaza de caos ante un orden que resultaba claramente regresivo. Las privatizaciones fueron la oportunidad concreta de obtener ganancias para aquellos grupos locales afectados por esa apertura, al insertarse en actividades protegidas y reguladas en su favor. La amenaza del caos previo y la oportunidad concreta de potenciar la acumulación de capital de los intereses más concentrados delinearon el programa económico del menemismo.

El gobierno de Macri carece de ambos elementos, al menos en intensidad equivalente. El período inmediato previo, plagado de contradicciones, no terminó en un estallido, ni económico ni social. Por el contrario, la intensificación de la inflación y la recesión ocurren a posteriori. Esto limita la capacidad del ajuste y obliga a reiterar el discurso de la herencia como forma de exculparse, en un cuadro de creciente movilización e impugnación popular al rumbo escogido. Al interior del bloque de poder el gobierno carece de activos abundantes para rematar. La principal oferta pasa por la toma de deuda y su valorización en colocaciones de corto plazo. Esta herramienta, aunque inestable, permitió extender la convertibilidad hasta su explosión en 2001. Si ese es el camino, sabemos cómo termina.

* Unsam/Conicet-SEC.

 

Página/12 - 5 de septiembre de 2016

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