Una técnica conocida
La misma condición innovadora extrema del fracking es analizada de manera diametralmente opuesta por sus cuestionadores. Aquí, lo nuevo es considerado peligroso, es asumir la condición de que la seguridad sólo puede alcanzarse con el paso del tiempo, una vez que la tecnología haya dejado atrás la etapa de pruebas. Por ello, en declaraciones al periódico uruguayo El Diario, el ingeniero y ambientalista Horacio D’Elía señala que las energías renovables “son alternativas que no implican los riesgos de la fractura hidráulica, que es una técnica experimental de la cual no se conocen bien los resultados”. Los diputados nacionales Fernando “Pino” Solanas y Claudio Lozano, autores de un proyecto de declaración en el Congreso para adherir a la jornada internacional contra el fracking en 2012, argumentan que la fractura hidráulica es “una técnica de explotación con tecnologías en etapa experimental, ya cuestionadas en todo el mundo por la incertidumbre que provoca. Al desconocerse sus derivaciones, sus efectos a mediano plazo no están estudiados”. El concejal rionegrino José Chandía, autor del proyecto de ordenanza que prohibió el uso de la técnica de estimulación en la localidad de Cinco Saltos, en recientes declaraciones afirmó que el fracking “es una técnica experimental, pero se experimenta con el planeta sin saber a qué costo”.
Sin embargo, lo que se puede observar en estas posiciones encontradas es la coincidencia en resaltar la condición del fracking como una innovación tecnológica radical. La sobrevaloración y el fetichismo alrededor de la innovación ha sido un tema que el investigador británico David Edgerton ha encontrado como un elemento central de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología contemporáneos, en particular en el diseño de políticas públicas y en el análisis de la historia de la tecnología.
Para Edgerton, es un lugar común en este tipo de relatos resaltar el papel extraordinario que se les asigna a los inventores y sus creaciones como personas y artefactos adelantados a su tiempo, en contraposición a sociedades conservadoras que avanzan rezagadas hacia un futuro mediado por la tecnología. Por ello, podemos decir que la diferencia existente entre estas opiniones divergentes radica en el diagnóstico que se hace respecto del papel del fracking en relación con el futuro: espléndido y radiante para los defensores, ominoso y funesto para sus detractores.
En la literatura especializada se entiende por innovación radical al momento inicial de la trayectoria tecnológica de un artefacto o proceso. Es, en palabras de la investigadora venezolana Carlota Pérez, la introducción de un producto realmente nuevo, que no resulta de los esfuerzos por mejorar una tecnología ya existente y que es, por consiguiente, un punto de partida para una específica trayectoria técnica. Analicemos desde los datos históricos si efectivamente el fracking cumple los requisitos señalados por Pérez. En 1947, en el campo gasífero de Hugonot, Kansas, la empresa Stanolind Oil lleva adelante la primera prueba experimental de una fractura hidráulica (el fluido base era una mezcla de gasolina y napalm, usando como medio soporte arena proveniente del río Arkansas). Dos años más tarde, ya en una etapa de producción comercial, dos estimulaciones fueron llevadas adelante por la compañía Halliburton, en Stephens County, Oklahoma, y Archer County, Texas. A partir de aquí, la utilización de la técnica tuvo un crecimiento exponencial. En 1950 fueron tratados 332 pozos y ya para 1955 era habitual fracturar una media de más de 3000 pozos por mes en todo Estados Unidos. A modo de ejemplo, desde 1950 hasta 2010 se perforaron más de 2,5 millones de pozos en toda la Unión, de los cuales fueron fracturados alrededor de un millón. Para tener una idea de la magnitud, sólo en el estado de Kansas se han desarrollado procesos de fractura en más de 57 mil pozos.
Por otra parte, para la década de 1980, ya en una etapa señalada por la teoría del pico de petróleo (pick oil) como de plena declinación de la producción mundial de hidrocarburos, se comenzó a utilizar la fractura hidráulica en yacimientos no convencionales de lutita (shale), en combinación con la perforación horizontal. Tras años de esfuerzo en los cuales coexistieron éxitos parciales con fracasos notorios, la empresa Mitchell Energy logró en 1998 alcanzar los resultados esperados. De allí en adelante, el fracking comenzó a aplicarse con fines comerciales de manera sistemática en los yacimientos no convencionales de los Estados Unidos, primero en Barnett Shale y luego en Haynesville, Eagle Ford, Bossier y Marcellus Shale.
Vemos, entonces, que la fractura hidráulica, en tanto proceso tecnológico, ha sido objeto a lo largo de sus más de sesenta años de historia de permanentes mejoras, optimizaciones y adaptaciones a determinados entornos, en particular en aquellos yacimientos que por sus características geológicas requieren de técnicas específicas de estimulación para hacerlos económicamente viables. Por tanto, hoy no estamos en presencia de un proceso tecnológico radicalmente nuevo sino que más bien presenciamos una etapa caracterizada por innovaciones continuas en el mismo.
Al referirse a esta etapa de la modalidad evolutiva de una tecnología conocida como innovación incremental, Carlota Pérez señala que la misma representa el desarrollo creciente en eficiencia técnica, productividad y precisión de los procesos tecnológicos y por cambios regulares en los productos, a fin de alcanzar mejores estándares de calidad, reducción de costos o de diversificación en la gama de usos.
Para concluir, la polémica instalada en torno de las virtudes o peligros de la fractura hidráulica por su presunta condición de técnica novedosa no tiene justificación alguna. La pretendida eterna juventud del fracking, en todo caso, será para algunos un argumento más para sostener las supuestas bondades del libre mercado, en tanto que para otros sólo será la última máscara que adoptan las fuerzas que llevan a la humanidad al desastre ecológico.
Página/12 - 3 de noviembre de 2013