Una deuda interna que ya es eterna

Silvia Naishtat

Silvia Naishtat.
Fuente: Clarín

Al revés de otros países de América latina que nacieron pobres, en la Argentina la pobreza comienza a sufrirse desde 1975.

Hasta entonces llegaba a 5% de la población de los centros urbanos y al 6% en todo el país. Este fenómeno se fue haciendo carne y tuvo picos dramáticos en la hiperinflación de Menem y tras la devaluación de Duhalde. Y cuando logró retraerse, nunca regresó a los porcentajes anteriores.

Los especialistas hablan de un patrón de distribución injusto. A mediados de los años 70, el 10% más rico concentraba el 24% de los ingresos del país. Hoy saltó al 36%. En el otro extremo, el 10% más pobre participaba con 2% y se contrajo a 1,1%.

Hay planes eficaces, nobles intenciones y hasta anuncios que suenan como notas musicales, pero todavía no se logra sepultar el fenómeno. La última medición, que se difundirá en pocos días, muestra que la pobreza alcanza al 38% de los argentinos. Es una reducción importante desde el 55% del año 2002. Pero es una cifra horrorosamente alta para este país.

En Chile están ganando la batalla. En 15 años la achicaron de 40% al 18% actual, gracias a una economía que creció en continuado. En Brasil hubo una drástica disminución de la pobreza rural. Sin embargo, en el país de Lula la diferencia entre el 20% más rico y el 20% más pobre es 32 veces, en Chile 18 veces y aquí, 13 veces.

A mediados de los setenta, Argentina tenía los mismos indicadores de los que hoy se enorgullece Australia: 6% de pobreza, 3% de desempleo y una brecha sustancialmente menor entre la punta y la base de la pirámide social. "Hemos vivido un retroceso que no tiene antecedentes en la historia mundial" dice el sociólogo Artemio López. Para Luis Beccaria, de la Universidad de General Sarmiento, Argentina no tiene por qué estar condenada a estas cifras sociales. "Produce alimentos, tiene poca población", dice.

¿Será sólo cuestión de aplicar mejores políticas públicas? Felices fiestas.

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