Un Planeta esquilmado: entrevista a Lester Brown
El American Scientist entrevista al fundador del prestigioso Worldwatch Institute, Lester Brown.
Desde que fundó el Worldwatch Institute en 1974, el analista medioambiental Lester Brown ha ido siguiendo los efectos del desarrollo insostenible y previendo sus posibles consecuencias. Ve signos de que hemos entrado en lo que los ecologistas llaman un efecto "pásate-y-colapsas", en el que la demanda rebasa el rendimiento sostenible de los sistemas naturales. Ese efecto acabó ya con anteriores civilizaciones; ahora, dice, está ocurriendo a escala global.
El libro de Brown, Plan B 2.0 (Norton, 2006), pone al día una primera edición publicada hace tres años. En él, argumenta que los primeros síntomas de la decadencia económica se perciben en el medio ambiente, y ve indicios inquietantes en las selvas, en los caladeros y en las praderas de nuestros días. Su prescripción es una economía global remodelada, que promueva la educación y los métodos sostenibles para venir en apoyo de una población planetaria creciente..
Brown dirige actualmente el Earth Policy Institute, una organización sin ánimo de lucro dedicada a la investigación multidisciplinar con base en Washington, D.C.. El editor jefe de la revista American Scientist Online Greg Ross le entrevistó recientemente por correo electrónico.
Greg Ross.- En su libro, usted aborda muchos temas: el agotamiento del petróleo, la escasez de agua, el calentamiento global... ¿Cómo se relacionan?
Lester Brown.- El agotamiento del petróleo -el oil peak-, las escaseces de agua y el calentamiento global están relacionados en el sentido de que todos han sido inducidos por un enorme crecimiento de la población y de la actividad económica mundiales. Con el petróleo estamos agotando un recurso que no es renovable en un trecho temporal humanamente relevante. Las escaseces de agua son el resultado de una cada vez más creciente demanda de agua, primariamente para producir comida. El calentamiento global es el resultado del enorme crecimiento en el uso de los combustibles fósiles y el consiguiente incremento de las emisiones de carbono hasta un punto en que se ha excedido la capacidad de la Tierra para absorberlas.
A comienzos del sigo pasado, el crecimiento de la economía mundial se medía en miles de millones de dólares. Hoy, el crecimiento anual se mide en billones de dólares. El triste hecho es que las tendencias medioambientales que observamos -selvas que se encogen, desiertos que se expanden, tablas de reservas acuíferas que caen, caladeros piscícolas que colapsan, praderas que se deterioran, suelos erosionados, temperaturas crecientes, hielos que se funden, barreras coralíferas que agonizan y especies que desaparecen- son manifestaciones de una civilización que exige a la Tierra mas de lo que ésta puede dar.
El principal reto al que se enfrenta nuestra generación es el de la reestructuración de la economía global, a fin de que el progreso económico pueda continuar. Eso significa la substitución de una economía fundada en los combustibles fósiles, de una economía centrada en el automóvil, de una economía del desecho, por una economía alimentada por fuentes renovables de energía, por una economía dotada de un sistema de transportes mucho más diversificado, por una economía capaz de reutilizar y reciclar prácticamente todo.
G.R.- ¿Cómo está afectando a las cifras globales la emergencia de China?
L.B.- La aparición de China como el principal consumidor de recursos naturales puede entenderse mejor, si se la compara con los EEUU, que ha sido por décadas el mayor consumidor. Entre las mercancías básicas -grano y carne en el sector alimentario, petróleo y carbón en el sector energético y acero en el sector industrial-, China consume ahora más que los EEUU, salvo en petróleo. Consume casi el doble de carne (67 millones de toneladas, por 39 de los EEUU) y más del doble de acero (258 millones de toneladas, contra 104 millones).
Esas cifras refieren al consumo nacional. Pero ¿qué ocurriría si China alcanzara el nivel de consumo per capita de los EEUU? Si la economía China sigue expandiéndose al ritmo del 8% anual, su renta por persona llegará al nivel de los EEUU actuales en 2031.
Si en ese momento el consumo de recursos per capita en China fuera el mismo que en los EEUU de hoy, las proyecciones indican que 1.450 millones de personas consumirían el equivalente a dos tercios de la cosecha de grano mundial actual. El consumo de papel en China sería el doble de la actual producción. Se acabarían los bosques del planeta.
Si un día China llegara a tener, al estilo norteamericano, tres automóviles por cada cuatro personas, tendría 1.100 millones de coches. El mundo entero, hoy, tiene 800 millones. Para subvenir a las necesidades de carreteras, autopistas y estacionamientos de ese enorme parque automovilístico, China tendría que pavimentar un área equivalente a la que ahora se dedica al cultivo de arroz. Necesitaría 99 millones de barriles de petróleo diarios. Sin embargo, el mundo produce ahora 84 millones diarios, y nunca podrá producir mucho más.
El modelo económico occidental -una economía fundada en los combustibles fósiles, centrada en el automóvil y hecha al desecho- no puede funcionar en China. Si no puede funcionar en China, no puede funcionar tampoco en la India, país que, según las proyecciones, en 2031 tendrá una población todavía más grande que la China. Ni puede funcionar para los otros tres millones de personas que viven en los países en desarrollo y que sueñan con el "sueño americano".
Y tal vez lo más decisivo: en una economía mundial crecientemente integrada, en la que todos los países compiten por el mismo petróleo, el mismo grano y el mismo acero, el modelo económico existente tampoco puede funcionar para los países industriales. China nos está abriendo los ojos para ver que los días de la vieja economía están contados.
Sostener nuestra civilización global en el incipiente siglo XXI depende ahora de la transición hacia una economía fundada en energías renovables, hacia una economía capaz de reutilizar y reciclar los productos, hacia una economía dotada de un sistema diversificado de transporte. Seguir con los "negocios habituales" -el Plan A- no nos llevará adonde queremos llegar. Llegó la hora del Plan B: la hora de construir una economía nueva en un mundo Nuevo.
GR.- ¿Acaso nuestra economía globalizada nos hace más vulnerables de lo que lo fueron los sumerios, pongamos por caso?
LB.- Nuestra economía globalizada nos hace más vulnerables en unas cosas, y menos en otras. La ventaja de una economía global es que diferentes partes de ellas pueden verse más afectadas que otras por distintas combinaciones de tendencias mediombientalmente dañinas. Sin embargo, en una economía global integrada, los efectos que se produzcan en cualquier sitio van a ser percibidos en uno u otro grado en todas partes. La destrucción de selvas o el agotamiento de reserves acuíferas en cualquier parte del mundo afectará a todo el mundo.
La principal debilidad de nuestra economía global es que no disponemos de un gobierno global capaz de gestionar nuestras respuestas a las tendencias medioambientales que están socavando las bases de la economía global. La falta de una estructura global de gobierno capaz de organizar una respuesta a las tendencias socavadotas de nuestro futuro es, definitivamente, una debilidad.
GR.- ¿Y qué me dice de las nuevas tecnologías? ¿No pueden ayudarnos a salir del mal paso?
LB.- Las nuevas tecnologías jugarán un papel central en la transición energética de los combustibles fósiles a las fuentes renovables de energía. Para la economía automotriz norteamericana basada en los combustibles fósiles la clave para la reducción drástica del uso del petróleo y de las emisiones de carbono serán los automóviles híbridos gaseoeléctricos. El automóvil promedio nuevo vendido en los EEUU el año pasado consumía un galón de gasolina [=3,79 litros] cada 22 millas, mientras que el Toyota Prius japonés podía hacer hasta 55 millas por galón de gasolina. Si los EEUU, por rezones de seguridad petrolífera y de estabilización climática, decidieran reemplazar todo su parque automovilístico de vehículos de pasajeros por híbridos gaseoeléctricos supereficientes en los próximos diez años, el consumo de gasolina podría reducirse a la mitad. No entrañaría esto cambio alguno en el número de vehículos en circulación o de millas recorridas; pero sí un cambio en la dirección de una tecnología óptima, y ya disponible, de propulsión automotriz.
Además, un híbrido gaseoeléctrico con una batería adicional enchufable de almacenamiento nos permitiría recorrer casi todas las distancias cortas para la compra y otras actividades por el estilo. Eso podría reducir el consumo estadounidense de gasolina un 20% más, con lo que llegaríamos a una reducción del 70%. Luego, si invirtiéramos en miles de parques eólicos a lo largo y ancho del país, a fin de inyectar electricidad barata en la red, podríamos realizar el grueso de los desplazamientos de corta distancia con energía eólica, reduciendo espectacularmente tanto las emisiones de carbono como la presión sobre las reservas petrolíferas mundiales.
Usar temporizadores para recargar baterías con electricidad procedente de los parques eólicos durante las horas de baja demanda, entre la 1 y las 6h., cuesta el equivalente de una gasolina a 50 centavos el galón. No solo disponemos de una alternativa a las menguantes reserves de petróleo, sino que esa alternativa no es costosa, no es agotable y es nuestra. El suministro no puede ser interrumpido.
En efecto, los progresos en el diseño de automóviles gaseoeléctricos y de turbines eólicas han sentados las bases tecnológicas para la creación de una nueva economía del combustible automotriz en los EEUU y en gran parte del resto del mundo. Otras tecnologías que facilitarán la transición hacia fuentes renovables son las células fotovoltaicas, las plantas de energía térmica de origen solar, los calentadores de agua y de tierra termales de origen solar, mecanismos para aprovechar la energía de las olas, mecanismos para aprovechar la energía geotérmica y procesos para la conversión de celulosa en combustible automotriz.
GR.- A final, viene usted a decir, la clave es "obligar al mercado a decir la verdad". ¿Qué pasos recomienda usted?
LB.- La clave para construir una economía global que pueda sostener el progreso económico es la creación de un Mercado honrado, un Mercado que diga la verdad ecológica. El mercado es una institución increíble, capaz de asignar recursos con una eficiencia que ningún cuerpo planificador central puede igualar. Equilibra fácilmente oferta y demanda, y determina precios que realmente reflejan la escasez y la abundancia.
Sin embargo, el mercado tiene algunas debilidades fundamentales. No incorpora en los precios los costes indirectos del suministro de bienes y servicios; no valora adecuadamente los servicios que presta la naturaleza; y no respeta los umbrales de sostenibilidad de los sistemas naturales. Favorece también el corto plazo sobre el largo plazo, e ignora, por lo mismo, a las generaciones futuras.
Los sistemas contables que no dicen la verdad pueden ser muy costosos. Los defectuosos sistemas de contabilidad empresarial que dejan los costes fuera de los libros han acabado llevando a la bancarrota a algunas de las mayores empresas del mundo. Desgraciadamente, nuestro defectuoso sistema de contabilidad global tiene, potencialmente, consecuencias harto más graves. Nuestra prosperidad económica moderna se ha logrado en parte ignorando los déficit ecológicos, costes que no aparecen en los libros, pero costes que, tarde o temprano, alguien tendrá que acabar pagando.
El primer paso consiste en calcular los costes indirectos de varios bienes y servicios que adquirimos. En la medida en que todos nosotros somos decisores económicos -como consumidores, planificadores empresariales, políticos gubernamentales o banqueros de inversiones-, nos fundamos en los precios de los mercados para orientar nuestras decisiones. El problema es que el mercado nos da mala información. Y el resultado son decisiones malas.
Permítame ilustrarle el asunto. Un estudio del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) en los EEUU calculó el coste social de fumar cigarrillos, incluyendo dos costes: el coste de tratamiento de las enfermedades causadas por el tabaco y la pérdida de productividad que van con esas enfermedades. Concluyeron que el coste para la sociedad de fumar un paquete de cigarrillos era de 7.18 dólares. Si suponemos que el coste de cultivar tabaco y manufacturar los cigarrillos ronda los 2 dólares el paquete, entonces el precio de los cigarrillos debería rondar los 9 dólares el paquete. Eso no sólo justifica la elevación de los impuestos sobre el tabaco, que se lleva cuatro millones novecientas mil vidas al año en todo el mundo, sino que da pautas ara saber cuánto hay que elevarlos.
Si el coste para la sociedad de fumar un paquete de cigarrillos es de 7.18 dólares, ¿cuál es el coste para la sociedad de quemar un galón de gasolina? Afortunadamente, el Internacional Center for Technology Assessment ha hecho un análisis detallado, que lleva por título "El precio real de la gasolina". El equipo de investigación calculó varios costes indirectos, incluidos los incumplimientos fiscales de la industria petrolera, los costes de protección del suministro del petróleo, los subsidios a a la industria petrolera y los costes de asistencia sanitaria por enfermedades respiratorias derivadas de las emisiones automovilísticas. El total de esos costes indirectos ronda los 9 dólares por galón, algo mayor que el coste social de fumar una cajetilla de cigarrillos. Añádase ese coste externo o social a los cerca de 2 dólares por galón que es el precio medio de la gasolina en los EEUU a comienzos de 2006, y la gasolina costaría 11 dólares por galón. Esos costes son reales. Alguien carga con ellos. Ahora que esos costes han sido calculados, pueden usarse para determinar los impuestos a la gasolina, lo mismo que los análisis del CDC se usan para fijar los impuestos al tabaco.
En el verano de 1989, China sufrió unas inundaciones sin precedentes en la cuenca del río Yangtse durante un largo período de tiempo. Al final, las inundaciones causaron unos daños estimados en 30 mil millones de dólares, una suma equivalente al valor anual de la cosecha de arroz en China. Por unas semanas, el gobierno chino habló de las inundaciones como si de un hecho de la naturaleza se tratara, lo que, en efecto, era. Pero a mediados de agosto convocaron una rueda de prensa en Beijing reconociendo que había habido contribución humana, que la deforestación de los bosques de ribera de la cuenca del Yangtse había contribuido también a las inundaciones. El gobierno dio entonces un paso insólito. Prohibió la tala de árboles en los bosques de toda China. Los funcionarios justificaron eso señalando que el valor de los árboles en pie era tres veces superior al de los árboles talados. Lo que reconocían era que los servicios de control de inundaciones prestados por los bosques eran tres veces más valiosos que la madera mercantilizable en esos mismos bosques. En el mundo científico, eso se conoce como el momento ¡Ahá!. El gobierno chino reconocía la verdad ecológica en el mercado. Eso es, en una palabra, lo que Edmundo entero necesita hacer con todos los bienes y servicios.
GR.- ¿Ve usted un punto de no retorno, un momento inaplazable para la acción?
LB.- Al observer la relación rápidamente cambiante entre nuestra civilización global de los 6 mil quinientos de humanos de comienzos del siglo XXI con los sistemas y los recursos naturales de que dependemos, pensamos en umbrales, puntos de no retorno plazos perentorios para la acción. Desgraciadamente, puesto que esos umbrales son fenómenos naturales y puesto que los plazos perentorios para la acción los determina la naturaleza, estamos como disminuidos en nuestra respuesta. Puede que no sepamos que estamos rebasando los plazos para la acción, hasta que sea demasiado tarde. Uno de los más conocidos ejemplos de fallo a la hora de reconocer un umbral clave es el de la gestión de la multicentenaria actividad pesquera del bacalao en la costa de Newfoundland, Canadá. Algunos biólogos marinos advirtieron de que la sobrepesca y el encogimiento de los caladeros ponían en riesgo a la actividad pesquera. Pero cuando se tomó finalmente la decisión de vedar la pesca del bacalao, las reservas del mismo habían disminuido ya a tal punto, que eran irrecuperables. Hoy, más de diez años después, no hay signos de recuperación. Tal vez esa pesca se haya perdido para bien.
Otro ejemplo sería la fusión del hielo en el Mar Ártico. La fusión de ese hielo, por sí misma, no afecta al nivel del mar, porque el hielo está ya en el agua, pero si esa área helada, de dimensiones continentales, que ha disminuido en un 20% en la estación veraniega en las tres últimas décadas, llegara a derretirse entera, alteraría profundamente el clima de la región.
Cuando la luz solar impacta en la nieve y el hielo, cerca del 80% de la misma vuelve por reflexión al espacio, y sólo el 20% es absorbida como calor. Los modelistas se refieren a eso como un vínculo de retroalimentación positiva, una situación en la que una tendencia, una vez en curso, tiende a reforzarse a sí misma.
La fusión del Mar Ártico preocupa a los científicos, porque podría inducir un calentamiento de la región y traer consigo la fusión de la capa de hielo de Groenlandia. Si tal ocurriera, en unos pocos siglos el nivel del mar subiría 23 pies. Algunos científicos creen que la fusión de la capa de hielo de Groenlandia elevaría el nivel del mar a un ritmo de un metro cada medio siglo. Si el calentamiento de la región ártica ha llegado al punto en el que la capa de hielo de Groenlandia está amenazada, eso quiere decir que estamos abocados a un futuro en el que muchas de las ciudades costeras del mundo quedarán total o parcialmente bajo el nivel del mar. Los deltas fluviales y los humedales arroceros de Asia serán igualmente inundados, privando a la región de parte de su suministro de arroz.
Algunos científicos creen que hemos llegado ya a un punto de no retorno. Otros creen que si actuamos rápidamente para cortar las emisiones de carbono, podríamos todavía salvar la capa de hielo de Groenlandia. Lo cierto es que los plazos los pone la naturaleza. Sólo sabremos que hemos fallado cuando sea irreversible.
Si en unos pocos años llegara a quedar claro que la fusión del hielo ártico lleva sin remedio a la fusión de la capa de hielo de Groenlandia, nos enfrentaremos, por vez primera en la historia, a una fractura de nuestras sociedades según líneas generacionales. Ya conocemos la fractura social según líneas raciales, religiosas, étnicas; pero nunca antes se había dado una fractura en líneas generacionales. La próxima generación, que tendrá que lidiar con la subida del nivel del mar que nosotros hemos provocado, nos preguntará por qué no actuamos. ¿Cómo pudísteis hacernos eso? Podrán leer la literatura científica y las alertas de la comunidad científica que nosotros leemos ahora.
Hay otra cuestión, a saber: ¿cómo nos sentiremos con nosotros mismos, si llega a hacerse patente que nuestra generación es responsable de la fusión de la capa de hielo de Groenlandia?
Fuente: Sin Permiso