Significados del giro a la derecha chileno
Los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales chilenas dejaron un sabor amargo en la izquierda (que quedó por debajo de 30%) y saldaron la puja en el interior de la derecha a favor de José Antonio Kast, del Partido Republicano, quien quedó en segundo lugar, mucho más cerca de Jeannette Jara de lo que se esperaba, con casi 24%. El «nacional libertario» Johannes Kaiser no logró dar el sorpasso pero con su 14% quedó en un lugar clave para influir en el nuevo gobierno. Evelyn Matthei, heredera del piñerismo, se derrumbó al quinto lugar, superada por el inclasificable Franco Parisi. Con más de 50% del electorado escorado a la derecha, la campaña de Jara será cuesta arriba: a la cuestión de la aritmética del voto se sumará el bajón anímico en la izquierda.
En esta entrevista, Tomás Leighton, director de la fundación Rumbo Colectivo, analiza «en caliente» los resultados y los efectos de una agenda social que desde hace tiempo se desplazó hacia la inseguridad, la inmigración y la economía.
¿Cuál es la primera lectura de los resultados?
Diría que la derecha avanza dividida y la izquierda apenas resiste unida. José Antonio Kast pasó a segunda vuelta compitiendo contra la derecha convencional de Evelyn Matthei y contra una escisión por derecha de su partido, encabezada por Johannes Kaiser y su Partido Nacional Libertario. Sumadas, las derechas arrancan la carrera al balotaje duplicando los votos que solían acumular en primera vuelta antes del voto obligatorio -que se aplicó por primera vez en una elección presidencial y llevó la participación a más de 85%-.
Hay que mirar con mucha atención la jugada de la extrema derecha chilena, que utilizó la fragmentación de forma productiva. Johannes Kaiser, ex-diputado del partido de Kast, logró casi 14% de las preferencias, amenazando con el cierre de la frontera con Bolivia, llamando a retirar a Chile de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y prometiendo indultos a violadores de derechos humanos. Todo esto terminó por moderar la imagen de Kast -ahora a su derecha ya no estaba la pared, como en 2021, sino Kaiser-. Pero además, la lista parlamentaria unificada entre republicanos y libertarios evitó que se quitaran votos entre sí y le arrebató la hegemonía a la derecha convencional en la Cámara de Diputados.
Una de las razones por las que la derecha convencional quedó relegada a la quinta posición y Jara no logró un apoyo más contundente, fue el sorpresivo tercer lugar de Franco Parisi y los 14 diputados del Partido de la Gente (PDG). En su tercera postulación a la presidencia, con resultados siempre al alza, Parisi ha logrado cultivar un estilo outsider ausentándose por completo del debate público entre elección y elección, al punto de que reside en Estados Unidos. Si bien propuso minar el norte de Chile para frenar la inmigración irregular y castrar químicamente a agresores sexuales, se ha definido como «ni facho ni comunacho» y catalogó a Kaiser y Kast como «lo peor de la ultraderecha». Por lo tanto, el PDG es la cuota de incertidumbre de la segunda vuelta y del nuevo ciclo político. En la elección pasada, el partido de Parisi logró seis escaños pero en dos años esos parlamentarios ya se habían ido todos del PDG, repartiéndose entre la izquierda y la derecha. Ahora, mientras dure, en la nueva bancada deberá convivir un variopinto conjunto de parlamentarios.
Finalmente, Jara comienza el camino al balotaje con un número de votos similar al que las izquierdas suelen obtener en primera vuelta desde el retorno a la democracia, pero obligada a recuperar votos de las candidaturas de derecha si es que la participación electoral se mantiene en los mismos porcentajes.
En este caso, la unidad de socialistas, comunistas y frenteamplistas (por el Frente Amplio, de Gabriel Boric) apenas alcanzó para impedir la mayoría absoluta de las derechas en el Congreso, alejando las posibilidades de que cambien el sistema político, el sistema electoral o la Constitución. Reflota hoy una de las frases insignes de Boric al referirse al tercio fiel que se expresa hace casi diez elecciones: «Cuando alguien dice 'soy del 38%’ me da orgullo y escozor». Si bien las obras del gobierno reconciliaron a dos generaciones en pugna -jóvenes y ex-integrantes de la Concertación- y a los tres grandes partidos del progresismo, las izquierdas tienen el margen de maniobra restringido a afirmar el estatus quo, mientras la revancha conservadora avanza en los sectores populares.
¿Cómo define a la fracción de la derecha que finalmente se impuso?
Kast es parte de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) como Benjamin Netanyahu, Javier Milei, Giorgia Meloni y Donald Trump. Pero su adscripción a la «internacional reaccionaria» es un elemento secundario. Lo central en Kast es su pertenencia a la cultura política «gremialista», una corriente corporativista y religiosa que enraizó sus postulados en la Constitución de 1980 que sigue rigiendo en Chile. No es un outsider; de hecho, se fue de la Unión Demócrata Independiente (UDI), el partido heredado de Jaime Guzmán, artífice intelectual de dicha Carta Magna, reclamando para sí la autenticidad de esa tradición política. Kast armó su propio movimiento, el Partido Republicano, con el objetivo de salvar a la derecha chilena de las concesiones que Sebastián Piñera le había hecho a la izquierda. En 2021, calificó al segundo gobierno de Piñera como el peor de la historia después del del socialista Salvador Allende.
A diferencia de la novedosa irrupción de los libertarios en Argentina, Kast pareciera estar más bien recuperando la hegemonía de la vieja derecha conservadora pospinochetista en Chile. En un país en el que el Estado subsidiario de los Chicago Boys está plasmado en la Constitución, el discurso minarquista sobre el Estado pequeño tiene mucho menos sentido que en el país vecino. Pero, por el contrario, a muchos en la derecha les atrae un discurso que propone restaurar el proyecto conservador anterior a Piñera.
Kast se impone en la primaria de la derecha, en una elección en la que Evelyn Matthei quedó quinta, capturando la nueva versión del malestar chileno, que antes interpretó desde la izquierda Gabriel Boric. Nuevamente hay promesas de cambios radicales, pero esta vez contra la delincuencia y la inmigración. El clima de pesimismo y el voto castigo le han permitido a la derecha abandonar su versión moderada y verbalizar una revancha conservadora indistinta contra los «octubristas», en referencia a quienes participaron del estallido de octubre de 2019, los inmigrantes indocumentados, los delincuentes y los «parásitos del Estado».
Al comienzo de la campaña, Evelyn Matthei parecía caminar directo hacia la Moneda, pero luego «pasaron cosas». ¿Qué explica su caída?
Es cierto, la muerte de Sebastián Piñera, en un trágico accidente de helicóptero en febrero de 2024, pareció el momentum de la derecha convencional, pero las contradicciones de Matthei le impidieron aprovechar la oportunidad. En 1992, Matthei filtró un audio contra su entonces rival interno en la derecha, Sebastián Piñera, que terminaría siendo un hecho premonitorio. En la grabación oculta, Piñera pautaba las preguntas del debate de la primaria sugiriendo que le preguntaran a Matthei por la ley de divorcio, para exponer su conservadurismo y los cambios de opinión que también habían caracterizado a su padre como miembro de la Junta de Augusto Pinochet.
En adelante, a Matthei siempre le pesó mucho su rol en la impunidad de Pinochet en 1998 y sus excusas para no pedir perdón por el golpe de Estado, apoyado por los dos partidos a los que perteneció: Renovación Nacional (RN) y la UDI. Finalmente, cuando por fin parecía haber aprendido las lecciones de moderación programática impartidas por Piñera, le surgieron dos candidatos a su derecha y nuevamente quedó en offside. Entonces, en esta campaña, un día cuestionaba el populismo securitario, pero otro proponía reponer la pena de muerte. Recibió el apoyo de ex-integrantes de la Concertación, pero se lo quitaron cuando cuestionó el plan de búsqueda de los detenidos desaparecidos. Y, lo peor: nunca se decidió realmente a avalar la reforma previsional que Boric pactó con los partidos que la apoyaban.
Al final, el propio spot publicitario de Matthei describe, sin proponérselo, una carrera llena de ambivalencias: «Evelyn toca el piano. Matthei tiene mano de hierro contra la delincuencia (...), Evelyn disfruta podar el jardín, Matthei tiene mano dura contra la corrupción (...)». Las Matthei no terminaron de articularse en una sola candidata. Que haya repetido el fracaso de su coalición en la presidencial de 2021 muestra, además la incapacidad de la derecha convencional para navegar entre la liberalización cultural del país y la radicalización de su electorado. Lo interesante es que la contradicción de Matthei nos adentra en la crisis discursiva de las derechas convencionales alrededor del mundo.
Hoy la izquierda mira con mucho entusiasmo a Zohran Mamdani en Nueva York, pero Chile ya tuvo su Mamdani que es, o fue, Gabriel Boric. El presidente, de 39 años, se va con alrededor de 30% de popularidad, que no es poco en Chile para un presidente saliente pero la sensación en la izquierda es de frustración. ¿Cuál es, brevemente, el balance de su gestión, que tuvo el impulso inicial del «estallido» y la Convención Constitucional y luego la carga de la derrota del proyecto de Constitución?
El Frente Amplio y el Partido Comunista llegaron al poder con la promesa de superar el neoliberalismo y saldar las deudas de la transición democrática, pero su gobierno tuvo que ocuparse de los efectos inmediatos de la pandemia en seguridad y economía. Mientras la izquierda estaba en las nubes pensando en la gran transformación constitucional, los sectores populares empezaban a resentir la llegada del crimen organizado transnacional y la recepción del gran flujo migratorio venezolano. Sin embargo, cuando triunfa el rechazo al nuevo texto constitucional –la peor derrota electoral de la izquierda en su historia–, Boric mostró capacidad de adaptación y al final de su gobierno puede decir que quebró la curva ascendente de homicidios, disminuyó la inmigración irregular y redujo la inflación a la mitad. En otras palabras, el rechazo a la Constitución fue la primera gran frustración de la nueva generación de izquierda, pero hay un valor en que Boric haya llamado a «escuchar la voz del pueblo» esa misma noche.
Ahora bien, una de las cosas sobre las que hay que reflexionar es sobre la incapacidad de las nuevas izquierdas para transitar el camino entre las campañas electorales y el ejercicio de la administración del Estado. En el caso de Chile, pienso que el aumento sostenido del salario mínimo, la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales y la reforma de pensiones serán cambios valorados con el tiempo, pero si persiste una sensación de frustración es por las ilusiones desmedidas de la campaña e, incluso, una vez constatada la minoría parlamentaria. La disonancia cognitiva en este caso fue mucho más aguda por la introducción del voto obligatorio, que sumó tres millones de personas que no votaban. Pero de todas formas, el caso chileno sirve para pensar sobre dos problemas paralelos a la hora de dirigir el Estado: la futilidad de la «estrategia populista» cuando se trata de construir orden, y las «ideologías de vuelta atrás» –como las llama Adam Przeworski–, de «restaurar» la democracia en lugar de transformar las condiciones que generaron la situación de crisis, que solo reproducen las condiciones para el triunfo de las extremas derechas.
Muchos dicen que Jeannette Jara carga en mayor medida con el hecho de representar la continuidad que de pertenecer al Partido Comunista (PC). ¿Cuáles fueron, y son aún, sus fortalezas y debilidades para enfrentar la segunda vuelta? ¿Cómo queda la (centro)izquierda chilena tras este resultado?
La ex-ministra de Trabajo tuvo su momento político más alto la noche en que se aprobó la reforma previsional impulsada por el gobierno. Y que el ex-candidato presidencial del PC Daniel Jadue, de su propio partido, haya fustigado públicamente la reforma es un síntoma de que el liderazgo de Jara no se puede reducir al PC. De hecho, si la derecha pulsa la tecla anticomunista va a beneficiar a Jara. La mentalidad de la Guerra Fría tiende a concebir a los izquierdistas como portavoces del enorme movimiento proletario que desató grandes reacciones, pero hoy la izquierda se encuentra en uno de sus momentos de mayor debilidad, entonces ese discurso no calza con la realidad. En una de sus campañas, la ministra comunista Camila Vallejo decía con ironía: «Llegó el demonio marxista, llamen al exorcista». Creo que ese demonio asusta menos que en el pasado.
Una de las fortalezas de Jara es que ha sabido interpretar al mundo popular. La población la identifica como alguien que puede mejorar la salud y la educación de la población porque está más cerca de los problemas cotidianos de la gente. En la contienda con José Antonio Kast, se trata de un atributo muy valioso, especialmente si se considera que Parisi había enarbolado un fuerte discurso meritocrático en primera vuelta y se refirió al resto de los candidatos como «cuicos de izquierda y derecha», es decir, personas de clase alta en la jerga chilena.
Por otro lado, el riesgo es que su campaña ponga demasiado el acento en sus orígenes populares. Uno de los humoristas más célebres del país describe muy bien cómo la exacerbación del relato sobre el origen puede ser leída en tono de burla. Al imitar a la candidata le hace decir: «Yo vengo de abajo, en una pieza vivíamos veinte personas y soñábamos todos lo mismo». Al mismo tiempo, hablar de derechos laborales cuando las prioridades están en seguridad es como intentar cambiar el sentido del viento. Hábilmente, Kast ha insistido en que Jara quiere «tratar a los delincuentes con amor».
De todas formas, creo que la centroizquierda chilena debe comprender que el balotaje no se juega solo en el desempeño de Jara, sino en la movilización del rechazo a la extrema derecha. Una de las últimas investigaciones del politólogo Cristóbal Rovira entrega pistas sobre las resistencias que Kast despierta en parte del electorado.
Entre los grupos reacios a apoyar a la extrema derecha en Chile persiste una demanda de seguridad estatal que evite el giro hacia la justicia por cuenta propia. Tal vez como herencia de Diego Portales, una de las figuras de la organización y consolidación del Estado chileno en el siglo XIX, hay un íntimo deseo de que el poder de fuego esté controlado por el Estado a través de una policía, ahora con estándares elevados, que evite situaciones caóticas.
En 2023, cuando Kast le propuso al país eliminar los impuestos territoriales en el texto constitucional, la izquierda logró explicar de forma eficiente las repercusiones que ello tendría en los barrios más carenciados. Al igual que la etiqueta «comunismo», las etiquetas «democracia», «Estado» y «derechos» no le dicen nada al mundo popular si no están anclados en experiencias concretas.
Todo indicaría que la derecha ganará la segunda vuelta, si sumamos a las tres fracciones de este espacio. ¿Qué tipo de reconfiguraciones pueden esperarse en este espacio y qué tipo de gobierno encabezaría Kast?
Que la derecha sea la favorita se vincula a la incapacidad de todos los partidos para lograr la elección de gobiernos de su mismo signo desde enero de 2006. Han pasado casi veinte años desde que Michelle Bachelet le dio continuidad en las urnas a la Concertación. Luego se impuso la alternancia elección tras elección. Pero además, después de los fracasos constitucionales, los chilenos siguen queriendo cambios fuertes, solo que ahora estos refieren a seguridad y control migratorio, en un cuadro de descontento con las elites políticas.
Si bien Parisi y el PDG tienen la llave para una hipotética mayoría de derecha en el Congreso, me parece que la clave está en el futuro rol del Partido Nacional Libertario de Kaiser. Si la división política suele ser vista como un dolor de cabeza para las izquierdas en el mundo, la derecha chilena dio una lección de cómo usar la fragmentación de candidaturas presidenciales para controlar la conversación pública, sin desperdiciar votos.
En 2024, Kaiser dejó la bancada parlamentaria de Kast para fundar su propio partido y robarle el nicho de votantes antiprogresistas que se le fugaría por su intento de acercarse al votante medio. Ahora, Kaiser intentará devolverle la base electoral a Kast en el balotaje, pero al precio de marcar la pauta de un hipotético gobierno de derecha y proyectarse como relevo electoral. El punto es que lo que en campaña fue un círculo virtuoso, podría ser el talón de Aquiles de un hipotético gobierno en común. Mientras Matthei y la centroderecha de ChileVamos bailarán fácilmente al ritmo de Kast gracias al sedimento que quedó de Jaime Guzmán entre ambos, el rage-baiting de Kaiser podría ser contraproducente para Kast, ya que parece servir más para provocar que para gobernar.
Fuente: Nueva Sociedad - Noviembre 2025

