Reino de España: Una primera reflexión sobre las elecciones del 23 J

Gustavo Buster, Daniel Raventós, Miguel Salas


Lo que parecía una catástrofe anunciada para las izquierdas tras las elecciones municipales y autonómicas del 28 M, se ha acabado convirtiendo en una amarga derrota para las derechas extremas del PP y Vox el 23 J, que les impide gobernar. Está por ver si podrá hacerlo una nueva coalición progresista y enfrentarse al reto de abordar los problemas tanto sociales como democráticos pendientes de la anterior legislatura en una correlación de fuerzas peor y un margen fiscal más reducido por la presión de la UE. Pero también cabe que las reivindicaciones expresadas por Junts, cuya abstención resulta imprescindible para la formación de un gobierno progresista, acaben forzando la convocatoria de nuevas elecciones generales en el Reino de España antes de que termine 2023.

El fracaso de las derechas extremas

Feijóo, el candidato del Partido Popular, solo tenía una oportunidad. Y la ha desaprovechado. Consigue 136 escaños, 47 más que su ya olvidado antecesor en 2019, el 33,05% de los votos, con una movilización inédita de la derecha, gracias al trasvase de votos útiles de la extrema derecha de Vox (que pierde 19 escaños) y de acoger los votos huérfanos de Ciudadanos (que en 2019 logró aun 10 escaños, y cuya desaparición nadie lamenta). Ha reclamado en su discurso un derecho constitucional inexistente a que se le deje gobernar como la lista más votada. Un llamamiento melancólico al bipartidismo dinástico, que en realidad esconde una política de apartheid electoral de la mayoría de los ciudadanos, y que murió el 1 de octubre de 2016 con la crisis del PSOE por el mismo motivo y la defenestración-resurrección de Pedro Sánchez.

Pero los llamamientos de Feijóo a gobernar con el apoyo de poco más de una cuarta parte del electorado, nunca fue su “plan A”. El mapa surgido de las elecciones municipales y autonómicas del 28 M solo le dejaban la opción de una coalición con Vox, a pesar incluso de negarse a comparecer en cualquier debate en el que estuviese Abascal. Y este era el punto más débil de su proyecto, a pesar de apoyarlo en la “derogación del sanchismo”. Un gobierno de coalición reaccionario de derecha extrema PP-Vox, en la estela de Polonia, Finlandia o Hungría, difícilmente puede representar ese “consenso de estado” congelado en el que se ha convertido la Constitución de 1978. Al final, lejos de dividirlas, ha movilizado a las izquierdas despertando su instinto básico de supervivencia.

Feijóo no ha estado a la altura de Isabel Ayuso ni en Madrid, reducto de la oligarquía rentista, donde ha perdido el 7,3% de los votos obtenidos el 28 M, que equivalen a 2 diputados. La última semana de campaña dilapidó en buena parte su ventaja inicial con sus mentiras, la ausencia del debate final y su relación con Marcial Dorado, del que sabía que era un “contrabandista pero no aún un narcotraficante”. Antes del ajuste de cuentas interno en el PP, le queda el amargo trago de verse designado por Felipe VI, fracasar en la moción de confianza sin obtener ni los 176 escaños de la mayoría absoluta ni una mera mayoría simple, porque tiene asegurado el voto en contra de 179 diputados. Y está por ver qué hará Vox en este callejón sin salida, después de verse arrastrado por el voto útil más inútil de la hipócrita campaña de Feijóo.

Vox ha sido el gran perdedor de la estrategia de Feijóo. No tiene otra opción que bunquerizarse como la extrema derecha neo-franquista despechada, en la estela de lo que fue la moción de censura de Tamames. Será un problema de inestabilidad en los gobiernos autonómicos que comparte como socio minoritario con el PP (Valencia y Extremadura) o en los que no le ha dejado entrar el PP a pesar de su apoyo (Baleares y a la espera Murcia).

La enésima resurrección de Pedro Sánchez

Después de perder las elecciones municipales y autonómicas del 28 M, convocar elecciones anticipadas y del pinchazo en el debate con Feijóo la primera semana de la campaña electoral, Pedro Sánchez ha sabido hacer de la debilidad virtud. Ha resistido la avalancha de las derechas y obtenido mejores resultados que en 2019, añadiendo dos diputados más al grupo parlamentario del PSOE con el 31,70% de los votos, a menos de 300.000 papeletas y el 1,35% del PP. Gracias a la ayuda inestimable de Zapatero, en la última semana de campaña ha conseguido hacer del pretendido “sanchismo” un grito de resistencia contra las derechas extremas, apoyándose más en el instinto de supervivencia de las izquierdas que en la reivindicación de los éxitos de su gestión al frente del gobierno de coalición progresista.

Las deficiencias de su gestión pueden resumirse en dos aspectos, sino tres, que hemos repetido hasta la saciedad en Sin Permiso: un continuo intento de arbitraje equilibrista entre intereses de clase contrapuestos y una limitación a los marcos del régimen del 78 (así como el Consenso de Bruselas y el geopolítico de la OTAN) a pesar de que eran la raíz o agravaban los problemas coyunturales de gestión de la policrisis acumulada. El tercero, como es evidente, ha sido el aparcamiento e intento de “desinflamar” más que de resolver la crisis constitucional en Cataluña.

Mientras que los dos primeros son la razón del desencanto que tanto ha afectado a la movilización de las izquierdas hasta que no se ha apelado a su propia supervivencia, el tercero ha acabado erosionando el legado político del procés y dando una mayoría electoral al PSC (+7 escaños) y a Sumar-Comuns en Cataluña (que mantiene los suyos), a pesar de la vida muerta que ha supuesto la mesa de diálogo y que le ha costado a ERC 7 escaños. Pero sería un espejismo creer que la crisis constitucional en Cataluña esta “apaciguada” o en vías de solución: la prueba de ello es el bloqueo y la repetición de elecciones generales con las que amenaza Junts si no se abren perspectivas concretas desde Madrid a una solución democrática de la cuestión nacional catalana, a pesar de la derrota electoral que han sufrido los tres partidos independentistas.

El PSOE ha conseguido también superar ligeramente en número de votos al PNV y EH-Bildu en Euskadi, estableciendo un equilibrio a tres cuyo gestor más fiable es EH-Bildu. Y aumentar un escaño, a pesar de verse superado por el PP, en Madrid, Baleares, Canarias, Navarra, Cantabria y Valencia. Sus fracasos más preocupantes e importantes son la perdida de cuatro escaños en Andalucía y tres en Galicia, donde se consolidan las mayorías caciquiles del PP, como en Castilla-León. En Castilla-La Mancha es patente el crecimiento del bloque PP-Vox frente al PSOE, sin que Sumar consiga ni un escaño y lo mismo ocurre en Extremadura y Aragón.

La conclusión de estos datos es que la correlación de fuerzas del PSOE con las derechas sociales y políticas se sigue degradando y depende más para mantener su hegemonía de las otras fuerzas del bloque progresista, empezando por Sumar. Ello aumentará las contradicciones del arbitrismo de Sánchez, que ya fueron manifiestas en el primer gobierno de coalición progresista, especialmente en el horizonte del giro austeritario de la aplicación del Pacto Fiscal europeo y la evolución de la guerra de Ucrania.

Sumar

La arqueología del nacimiento de lo que ha acabado siendo Sumar, una coalición electoral de más de 15 organizaciones territoriales a la izquierda del PSOE, en parte resultado de la crisis de Podemos, hay que situarla en la designación de Pablo Iglesias, a su salida del gobierno en marzo de 2021, de Yolanda Díaz como candidata de Unidas Podemos.

La transformación de una coalición en otra ha estado determinada por el propio balance de la gestión en el gobierno de coalición progresista de los distintos componentes de Unidas Podemos, empezando por la del propio vicepresidente Pablo Iglesias y la de Yolanda Díaz en el Ministerio de Trabajo. Pero las polémicas generadas por medidas como el Ingreso Mínimo Vital y especialmente la de la Ley del “si es si”, así como la falta de consenso sobre el modelo de coalición que debía sustituir a Unidas Podemos han ido retrasando la puesta en marcha del proyecto.

Este se inició con el “proceso de escucha” y las comisiones de elaboración programáticas a comienzos de 2023, no haciendo posible la presentación de candidaturas unitarias en las elecciones municipales y autonómicas del 28 M. Sumar, por lo tanto, sigue siendo una coalición confederal, con una pequeña organización “paraguas” del mismo nombre, que debe ejercer tareas de dirección política desde el grupo parlamentario, mientras desarrolla nuevas estructuras democráticas y coordina las existentes territorialmente, dando coherencia al conjunto del espacio político a la izquierda del PSOE.

Los resultados electorales han permitido -a pesar de la presión del voto útil hacia el PSOE y la falta de tiempo para la movilización de un abanico de identidades muy amplio-, constituir Sumar como un socio de la coalición progresista imprescindible y un posible puente entre el PSOE y las izquierdas soberanistas vascas, catalanas y gallegas. A pesar de contar con el apoyo de sindicatos como CCOO y UGT, el reflujo de las movilizaciones sociales se sigue expresando en un retroceso en el número de votos (680.000) y de escaños (7) en relación con los obtenidos por el mismo espacio político en 2019.

Sumar es por lo tanto un proyecto completamente abierto desde el legado recibido. Necesitará hacer un balance común, evitar las tendencias centrífugas e ir desarrollando su programa, concebido como un programa de reformas y gestión de gobierno de defensa de los intereses inmediatos de las clases trabajadoras y de las minorías. Superar ese “economicismo” inicial y darle un contenido político democrático que responda a los problemas estructurales del régimen del 78 -contrarrestando por la izquierda las presiones que recibe de la derecha el PSOE- es quizás uno de los retos más importantes de lo que se pretende sea un “nuevo laborismo”, una socialdemocracia radical en un período no revolucionario.

Tan importante como su capacidad de ofrecer un espacio unitario plural a todas las corrientes de la izquierda será su capacidad de establecer relaciones con los movimientos sociales, respetando su autonomía pero defendiendo y proyectando sus luchas en el terreno parlamentario. Tiene en este proceso de construcción los ejemplos del Bloco de Esquerda portugués o del PSOL brasileño, pero con las dificultades inherentes a un estado plurinacional cuya articulación democrática está aun pendiente.

Independentistas y soberanistas

Cualquier análisis de los resultados queda incompleto sin incluir los resultados en Galicia, Euskadi y Cataluña. Por la razón evidente, como se ha señalado al inicio de que la repetición de elecciones depende de si Junts se abstiene y permite la formación de un nuevo gobierno PSOE-Sumar.

En Galicia, el reforzamiento del PP con tres escaños más es acompañada de igual caída del PSG. Pero tanto Sumar como el BNG mantienen sus resultados de 2019, con la transferencia de un 1% del voto del primero al segundo.

En Euskadi, el PSE obtiene 14.000 votos más que el PNV, que pierde un escaño, y que EH- Bildu, en un empate tripartito en la práctica. Sumar solo mantiene uno de los tres escaños de Unidas Podemos y el PP gana otro escaño. En Navarra, EH-Bildu mantiene el escaño que tenia, pero el vencedor es de nuevo el PSN, aunque le superan en votos las derechas divididas del PP, UPN y Vox, aunque solo los dos primeros consiguen escaños.

En Cataluña se produce un gran cambio en la correlación de fuerzas, con la victoria del PSC, que gana 7 escaños. Sumar-Comuns se mantiene y junto al PSC alcanzan el 48,52% de los votos. Tras la polémica sobre el derecho a decidir y el papel de la mesa de diálogo con una posible consulta posterior sobre el acuerdo alcanzado, la diferencia con la suma de las tres fuerzas independentistas (26,60%) es muy significativa. ERC pierde 7 escaños y Junts 1, mientras que la CUP pierde los suyos por un escaso porcentaje. PP gana 4 escaños hasta situarse en 6 y con los 2 que mantiene Vox, suman el 21,10%.

La capacidad de negociación de Junts es más el resultado de la inestabilidad del conjunto del resultado electoral, de la polarización social izquierda-derechas en todo el reino de España, que el resultado de su propia fuerza o del reflejo de un procés soberanista popular que se encuentra claramente en reflujo y cuya alternativa política en el último período ha sido ERC. El bloqueo de Puigdemont tiene como primer objetivo recuperar la hegemonía que le arrebató ERC, rentabilizar el reflujo del procés, y solo en segundo lugar mejorar su correlación de fuerzas con el gobierno central progresista, porque este no cuenta con la correlación de fuerzas frente a la derecha ni para una reforma constitucional ni para evitar la acción autónoma de un Tribunal Supremo en manos de la derecha contra los exiliados. Dado que la campaña de la derecha extrema contra el “sanchismo” se ha apoyado precisamente en este tema, cabalgando el nacionalismo españolista, el margen de maniobra tanto del PSOE como de Junts, por sus propias razones, es tan estrecho que hace difícil pensar un terreno de acuerdo que no obligue a la repetición de elecciones. Más teniendo en cuenta las últimas actuaciones del juez Llarena del Tribunal Supremo.

Frankenstein contra Nosferatu: el fin del bipartidismo dinástico

Las elecciones del 23 J han expresado una polarización de clase inédita desde la II República, a pesar de que los elementos de clase no se expresen siempre consciente ni claramente. Los llamamientos a respetar la lista más votada de Feijóo, dejando sin representación a la mayoría de los votantes de otras opciones políticas, puede representar un llamamiento melancólico e inútil a reconstruir el bipartidismo dinástico que alternó en el gobierno al PP y al PSOE, con el apoyo externo de CiU e incluso del PNV, cuando fue necesario. El centro-derecha sustituía al centro-izquierda, con los apoyos externos ocasionales del centro-derecha catalán y vasco.

Como hemos señalado antes, ese bipartidismo ha muerto como expresión de la crisis política del régimen del 78. La polarización de clases es la que alimenta actualmente el voto útil entorno a dos partidos de derecha e izquierda, reflejando precisamente el efecto contrario al del bipartidismo, que intentaba construir un “consenso de estado” alrededor de la Constitución de 1978 y su monarquía que evitase esa polarización.

Esta diferencia entre bipartidismo y polarización, aunque tuvo y tiene como principales protagonistas al PP y al PSOE son el reflejo político de las transformaciones sociales y económicas que han erosionado a la pequeña-burguesía tradicional con la modernización y proletarización del sector servicios, dominante en nuestra economía. Como resultado, el centro político se ha reducido y cuando se ha querido reconstruir artificialmente, como en el caso de Ciudadanos, lo ha sido a partir de la radicalización del nacionalismo españolista, cuyo principal beneficiario ha sido Vox.

Aunque ha quedado en segundo plano durante la campaña, el ex-secretario de estado de cultura del PP, José María Lassalle, ha sido quién mejor ha captado en una imagen de la cultura popular esta polarización. Frente al gobierno Frankenstein progresista, la alternativa de un gobierno Nosferatu reaccionario.

En la tradición romántica que moldeó ambos personajes, Frankenstein es un monstruo reconstruido con trozos de cadáveres proletarios, al que un científico loco, pero bien intencionado, da vida mediante la electricidad concentrada de una tormenta. Frankenstein despierta para salir a la luz del día y ayudar a construir un mundo nuevo. Es el “nuevo Prometeo” que se encuentra con el rechazo y la incomprensión de quienes se aferran a lo malo conocido, incapaces, como Frankenstein de librarse de sus cadenas.

En la misma tradición, Nosferatu es un señor de la noche que huye de la luz del día, incapaz de soportarla, que vive de sus privilegios feudales chupando la sangre de sus desgraciados siervos, tanto de manera figurada, a través de la extracción de sus rentas de la tierra, como literal. Es el ejemplo de lo que las revueltas y revoluciones desde el siglo XVII han querido dejar atrás y contra la que se enfrentó abiertamente la revolución de 1848, en la que participaron Marx y Engels.

Nosferatu ha sido derrotado en el último momento en estas elecciones del 23 J. Pero no ha muerto, porque es necesaria una estaca de madera en el corazón. Quizás convenga recordarlo en los próximos meses.

 

Sinpermiso - 25 de julio de 2023

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