Población y comercio exterior

Enrique Aschieri


Aumentar las exportaciones argentinas es uno de los ítems en que coinciden oficialismo y oposición en una campaña electoral en la que, inevitablemente, la cuestión económica está atravesada por la pandemia, y no siempre de la mejor manera.

En materia de exportaciones, la sensible diferencia entre ellos está en que los opositores, haciendo gala de la corriente ideológica a la cual pertenecen –el rancio liberalismo–, buscan esa meta para que sustituya al mercado interno; en cambio, los primeros, para que lo complemente. No falta a la cita de unos y otros el mantra de exportar con más valor agregado, lo cual, implícitamente, lleva por detrás la concepción de que la remuneración de los factores depende del tipo de producto: si es agro, es barato; si es industria, es caro. Las consecuencias políticas poco felices de esta involuntaria coincidencia entre ambos son considerables.

Esa ambivalencia, además de ser un puro prejuicio, no tiene nada que ver con la realidad. El tipo de producto y el sector de donde proviene no tiene incidencia en la determinación del salario. La dirección es en sentido inverso: el precio de los factores, particularmente el salario, cuyo nivel queda establecido por las relaciones de fuerza en la lucha política interna de cada país, es el que determina el precio de los bienes. Al respecto, resulta ilustrativo considerar que, históricamente, el trigo enriqueció a Canadá y empobreció a Ucrania y a la Argentina. Haciendo abstracción de la renta de la tierra para allanar el argumento, la razón estuvo, precisamente, en los altos salarios del primero y los muy bajos de los otros dos. Al amparo de la misma lógica, se puede observar que Bombardier de Montreal, como empresa fabricante de aviones, es factible que envidie a su par de San Pablo, el mastodonte Embraer. Al revés, son los operarios brasileños los que envidian a sus colegas canadienses por sus enormes diferencias salariales. Misma productividad, mismo producto, la diferencia de los muy altos salarios canadienses en comparación a los muy bajos brasileños objetiva una sociedad que arregla sus problemas políticos acudiendo al igualitarismo y otra que desprecia ese expediente.

Es clave no perder de vista el proceso de la fijación política del poder de compra de los salarios, en medio de la espantosa distribución del ingreso en la Argentina. En vez de tomar el toro por las astas, se lo quiere pialar de la cola, postulando iniciativas como las del ingreso universal, que en sí mismas no son erróneas, pero parece que sobrellevan el berretín de esquivar el bulto de los bajos sueldos. En todo caso, ayudan a administrar más humanamente la pobreza, pero no la abaten, que es de lo que se trata.

Por lo demás, decir “exportar con más valor agregado” es incorrecto. Equivale a proponer exportar con más producto bruto, lo cual es incongruente porque las ventas externas, al expresarlas como porcentaje del producto bruto o valor agregado (ambos significan lo mismo: suma de ganancias y salarios), no pueden hacerse por la definición adoptada. A nadie se le ocurre decir “exportar con más producto bruto” porque se está exportando un porcentaje del producto bruto. Daría la impresión de que este mal uso y abuso de la definición de valor agregado está alentado, antes que por el cinismo, por la ingenuidad política de creer que se puede pasar de largo de resolver las contradicciones políticas de la lucha de clases sin atender lo que la causa, que son las decisiones del Estado de dejar languidecer a los trabajadores.

¿Más proteccionismo?

Hechas las necesarias salvedades, lo cierto es que para pagar el fuerte endeudamiento externo que dejó el gobierno de JxC como peludo de regalo, hay que exportar más de lo que se importa. Incluso, si se refinancia para que no cunda la malaria, el superávit comercial se impone como meta. De lo contrario, la presión comercial, unida a la financiera, augura un dólar que no tenga miras de aquietarse. La clave entonces está en la sustitución de importaciones, la ISI, porque este mundo nunca fue muy dado al librecambio. Induce a sospechar que menos todavía con la política de los Estados Unidos hacia China.

Más allá de las apariencias de odio y rencor entre republicanos y demócratas, los paquetes de medidas de Joe Biden que vienen sorteando –con sus dificultades– las Horcas Caudinas legislativas, sugieren que hay un acuerdo de fondo entre los sectores más lúcidos de la clase dirigente norteamericana a efectos de encuadrar las grandes contradicciones internas, generadas por el sesgo de las corporaciones gigantes de no reinvertir en el mercado interno y buscar la innecesaria baratura externa de las remuneraciones de morondanga que se pagan en la periferia.

Si se considera la marcha de las inversiones externas en China, se infiere que los Estados Unidos en esta disputa van, por así decirlo, transitando el segundo o tercer round en una pelea de quince. Se olvida, a menudo, que el comercio es sustituto de la inversión externa; esto es: más comercio, menos inversión externa y viceversa. Cuando en un país se registra más comercio e inversión externa, significa que están usando sus bajos salarios para abastecer los mercados solventes. En efecto, eso parece seguir sucediendo en China, según datos de fuentes privadas y organismos internacionales.

En 2020 se registró un stock de inversión extranjera directa puesta en China de 1,9 billones de dólares. Para tener un punto de referencia, en 2010 ese stock era de 587.000 millones de dólares en 2010. Por efecto de la pandemia, el flujo de inversión extranjera directa mundial declinó el año pasado en un 35%, a 1 billón de dólares. En reversa, las entradas de inversión externa en China aumentaron de 141.000 millones de dólares en 2019 a 149.000 millones de dólares en 2020, con la fe puesta en que la debacle del virus quedaba rápido atrás. Consultores especializados en el mercado bursátil global estimaron que, hacia finales del año pasado, los inversores estadounidenses poseían en cartera 1,1 billones de dólares en acciones emitidas por empresas chinas. En el primer semestre de este año, otros inversores extranjeros compraron en las bolsas del Imperio Medio 35.000 millones de dólares en acciones chinas y 75.000 millones de dólares en bonos del gobierno, en cada caso, 50% arriba de las compras de 2019. En 1990 y en dólares corrientes, el PBI de los Estados Unidos equivalía a nada menos que 15 veces el de China. En 2020 esta diferencia se había reducido al 40%.

Estos números configuran el lógico correlato de lo acontecido. En 1999 los chinos exportaban por aproximadamente 200.000 millones de dólares, unos 18% del PIB de entonces. En 2020 exportaron 2,5 billones de dólares, también casi un 18% del PIB, si todo sigue colisionando como ahora, los estudios de diferentes bancos de inversión proyectan que durante el próximo lustro las exportaciones chinas crezcan a razón del 3% anual promedio. El impresionante crecimiento del producto y de la expansión económica china fue conducido por las multinacionales norteamericanas y europeas. Sin el concurso de esos gigantes y la presión que ejercieron para que sean admitidos en la OMC (Organización Mundial del Comercio), los chinos por sí mismos no hubieran podido vencer las barreras proteccionistas directas o indirectas. Milagros no existen, al menos en estos ámbitos.

Esto se corrobora al registrar que, desde 1990 a la fecha, el producto bruto de los Estados Unidos prácticamente se duplicó, mientras que el de China se incrementó 13 veces. En consecuencia, medido en dólares constantes, el PIB per cápita de los Estados Unidos en 1990 era 67 veces más grande que el de China, en tanto que hoy en día no lo sobrepasa en más de 7 u 8 veces. Independientemente de la retórica, desarmar este mecanismo no va a ser ni sencillo ni inmediato. En lugar de desarmar, más adecuado sería reconfigurar. Los conflictos internos norteamericanos encuentran una condición necesaria de resolución en sellar la filtración de semejante volumen de inversión externa.

Los chinos deben conformarse con la reinversión de utilidades. Algo similar a lo que sucedió con los ingleses en la Argentina. Después de 1890, la pérfida Albión no puso un mango en las pampas: se limitó a reinvertir utilidades. Esa voluntad de China para acordar con los norteamericanos se plasma en el último plan quinquenal del gobierno que apunta a endurecer la regulación de la tecnología, la seguridad nacional y los monopolios. A su vez, las empresas chinas a las que se les prohibió cotizar en Wall Street están solicitando en número récord hacer ofertas públicas de la bolsa de valores de Hong Kong, lo que también tiene sus riesgos.

Demografía

Hay un síntoma demográfico en los Estados Unidos que, al examinarlo con cuidado, perfila claramente el interés estratégico argentino en todo este baile mundial. Ese síntoma se ausculta en el aspecto que menos se menciona –o directamente se ignora– de la ventaja comparativa de David Ricardo. En el modelo del economista inglés clásico, el paso de la situación sin comercio (autarquía) a la con comercio (libre cambio absoluto) supone de acuerdo a los parámetros que puso en juego la caída de casi un décimo de la población mundial. Con el 90% de los habitantes supérstites se hace el mismo producto bruto que antes. A nadie parece interesarle mucho que los números cierren con la gente adentro, como quien dice.

Esta prognosis del modelo de Ricardo se verifica en los propios Estados Unidos. El Washington Post (10/08/2021) anticipó que el informe de la Oficina del Censo, por primera vez desde que se creó, contabiliza una disminución en la cantidad de la población blanca. El declive de la población blanca se ha producido unos ocho años antes de lo que predijeron los demógrafos. La población ha crecido sólo un 7,4% en la última década. Es el crecimiento más lento de la historia, excepto en la década de 1930, que mayormente proviene de personas de color. Los hispanos representan la mitad del crecimiento de la población. La proporción de asiáticos aumentó desde el 3% en 2010 al 6% en 2020. La proporción de personas de raza negra se mantiene estable en un 12,5%.

El punto es que la clase dirigente norteamericana ha tomado conciencia de que revertir esta situación implica ponerse cada vez más duros con el comercio y hacer crecer los ingresos de las mayorías. Los europeos y japoneses la seguirán en ese camino, no les queda otra. En consecuencia, la Argentina tendrá que enfrentar un mundo más cerrado y mucho más caro. Esta situación no se puede encarar entonando ditirambos al aumento de exportaciones. No hay que perder un minuto en hacer crecer el mercado interno sobre la única base posible: los salarios. De no hacerlo, no es cargar las tintas observar lo que sucede en África. El continente con mil millones de habitantes (14% de la población mundial), sólo captura el 1% de las ventas mundiales de automóviles nuevos. Además, el 85% del total de automóviles nuevos se vende en Sudáfrica. En un mundo donde la propulsión de los automóviles con el motor a combustión interna trata a marcha forzada de ser dejada atrás a manos del ingenio eléctrico, por las temidas consecuencias que ya se sienten del cambio climático, los africanos literalmente siguen andando a pata. Tal es lo que significa la desconexión.

 

El Cohete a la Luna - 15 de agosto de 2021

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