"Percepción" - “Dólar te quiero”

Alfredo Zaiat
[b] [size=small][color=669900]"Percepción"[/color][/size][/b] La medida dispuesta por la AFIP para la fiscalización de la compraventa de divisas, sumada a la implementada días previos por el Banco Central de eliminación del privilegio de petroleras y mineras de mantener dólares de exportación en el exterior, intensificó el debate sobre el nivel del tipo de cambio. Desde hace bastante se ha instalado la polémica sobre la competitividad de la paridad cambiaria, con una amigable comunión entre economistas neoliberales y algunos heterodoxos. Los argumentos más enérgicos se refieren a que en los últimos años los precios de la economía han subido más que el del dólar. También afirman que los salarios han avanzado a un ritmo más acelerado, afectando los costos empresarios. Son aspectos que resulta interesante precisar para tener una perspectiva un poco más compleja que la poco rigurosa “percepción” de atraso. Ese estado de ánimo fue expresado en estos días de tensión en la city por no pocos economistas del establishment, que han asegurado sin ruborizarse que “la gente tiene la percepción de que el dólar es un bien barato”. Esta definición gaseosa encierra una presunción de superioridad de “la gente” argentina sobre “la gente” brasileña, por ejemplo. Porque si hay una economía donde el atraso cambiario es notable es la brasileña y, por lo tanto, el dólar sería lo más barato que cotiza en ese mercado. Pero en esa plaza no se han montado shows de miedos sobre la paridad cambiaria ni se han registrado corridas desesperadas para desprenderse de reales para comprar dólares, al margen de que existen muchas más restricciones para la adquisición de divisas de las que aquí se han establecido. La supuesta “racionalidad argentina” que difunden esos economistas sólo revela desprecio por saberes técnicos, preocupación por sus propias finanzas, puesto que algunos reciben financiamiento externo por sus trabajos, y defensa de intereses de grupos exportadores.

La “economía perceptiva” es la más reciente innovación de profesionales que no dan cuenta, ni se los interpela, sobre sus antecedentes en la gestión económica de gobiernos pasados, en el mercado financiero local o internacional ni sobre sus reiterados errores de diagnósticos y pronósticos de las principales variables. Uno de ellos, molesto porque lo categoricen como neoliberal, pero no como ex ejecutivo de la banca JP Morgan, ha reiterado, consciente de la ignorancia de sus interlocutores ocasionales, que una muestra del atraso cambiario es que ha desaparecido el superávit comercial, cuando no hay registro alguno de ese resultado. En septiembre, el saldo entre exportaciones e importaciones fue positivo en 1064 millones de dólares, pocos millones más que el mismo mes del año pasado, acumulado en nueve meses de este año 8162 millones apuntando a poco más de 10 mil millones el superávit comercial en 2011.

La conducta de ahorrar en dólares tiene motivos económicos, políticos y culturales, en una economía bimonetaria que aún arrastra la pesada mochila de un régimen de convertibilidad de diez años que profundizó sus rasgos de dolarización. Los motivos del incremento de la formación de activos externos de residentes locales, comúnmente denominada “fuga de capitales”, no se explican por “la percepción de un dólar barato”, comentario preferido de economistas de la city en los últimos días, anotándose el éxito de que gran parte de los medios lo repitan y amplifiquen. Otra forma de analizar la destacada propensión a la compra de dólares por parte de agentes económicos es la existencia de abultados excedentes de capital, obtenidos por un ciclo de crecimiento extraordinario que se extiende desde el 2003 a una tasa acumulativa promedio del 7,6 por ciento anual. O sea, no es que compran más dólares porque su precio “está barato”, sino porque contabilizan ganancias crecientes, parte no declarada. Es lo mismo que sucede con la evolución del mercado automotor, donde se venden más autos como nunca antes, o el de electrodomésticos que registra despachos record, o con el mayor flujo de viajes turísticos al exterior, o con el incremento del consumo de alimentos y bebidas, indumentaria, o con el aumento del gasto en restaurantes. El proceso dinámico de adquisición de esos bienes no es interpretado por esos “economistas perceptivos” por su precio “barato”. Por el contrario, afirman, en contradicción con sus propios postulados, que “la inflación no para de subir”. Entonces, la compra de dólares, equiparada al comportamiento del consumo de bienes y servicios, revela un sustancial incremento del poder adquisitivo como también de las utilidades de empresas, más que el atraso en su cotización. Quienes sugieren la existencia de un “dólar barato” y alientan una fuerte devaluación están proponiendo, en realidad, disminuir ese margen incremental de compra acumulado en los últimos años.

Más interesante sería analizar las razones que impulsan destinar gran parte de esos excedentes al atesoramiento de una moneda que está siendo cuestionada como unidad de referencia global. La pérdida de capacidad de compra del dólar a nivel internacional es una de las características más evidentes de la actual crisis económica de Estados Unidos. Pese a ello, el billete verde se mantiene como refugio preferido de ahorristas, pequeños y sofisticados. Muchos empresarios habrían perdido bastante dinero si hubieran seguido los consejos de economistas de la city a lo largo de los últimos años. En cambio, muchos ahorristas sí han perdido de ganar más con la inversión de sus capitales porque quedaron atrapados de la idea del dólar atrasado, postulado que no ha cesado de replicarse en estos años.

Si bien la tasa de interés en pesos se ubica por debajo de la evolución del índice de precios promedio, según la estimación de institutos de estadísticas provinciales, en términos de dólares ha ofrecido un rendimiento real del 4 al 6 por ciento anual. En comparación con la tasa cercana a cero que devengan depósitos en los mercados centrales resulta atractiva, aunque es más baja que la que se consigue en la plaza brasileña, por ejemplo. Ese particular comportamiento inversor no se explica apelando a la racionalidad financiera, que no se hace presente en el mercado argentino. La conveniencia entre dólar y tasa de interés en pesos o respecto de cualquier otra alternativa, como inmuebles urbanos, campos, acciones, títulos públicos, oro, bienes durables, encuentra al billete verde como la peor opción inversora de los últimos años. Esto sin considerar que es una moneda que se ha devaluado a nivel internacional y que su perspectiva no es alentadora como reserva de valor.

Aparecen por lo tanto otros factores que exceden el estricto análisis económico-financiero sobre las motivaciones de comprar dólares. La persistencia en el espacio público de la especulación sobre una futura devaluación y el debate sobre la competitividad de la economía consolidan la obsesión con el tipo de cambio, pese a que se aplicó en forma gradual un ajuste nominal de la paridad del 32 por ciento entre julio de 2008 y noviembre de 2010, cuando la mayoría de los países de la región estuvieron apreciando sus respectivas monedas. Algunos economistas están preocupados legítimamente por la competitividad de la economía, en especial de ciertas actividades de mano de obra intensiva exportadora o vulnerable a importaciones. Esos rubros requerirán de políticas específicas más que una devaluación general. Otros, en cambio, proponen un fuerte ajuste encubriendo que de esa manera proponen deprimir costos laborales en términos del dólar, lo que implica consolidar mayores márgenes de ganancias. Se trata de la receta tradicional del ajuste recesivo, que como enseña la experiencia reciente de la década del ‘80 y ‘90, implica crisis económica y debilitamiento del poder político, para subordinarlo así a los intereses del poder económico. Abandonar hoy la estrategia de un tipo de cambio administrado con pequeñas variaciones periódicas por otra que incorpore una fuerte devaluación significaría convocar al estallido del conflicto sociolaboral debido a la recuperación de la capacidad de organización de los trabajadores, además de sumar tensión inflacionaria y turbulencias financieras.

Aclaración a los lectores. La nota siguiente "Dolar te quiero" es una continuación del presente Panorama Económico, con el objetivo de brindar más información para el debate sobre la competitividad del tipo de cambio.

Página/12 - 4 de noviembre de 2011

“Dólar te quiero”
La peor opción de inversión financiera en la plaza local desde 2007, cuando se intensificó la compra de dólares, fue el atesoramiento de esa moneda. En este período, el billete verde se ha devaluado y ha perdido capacidad de compra. Esto significa que hoy se necesitan más dólares para adquirir lo mismo que hace pocos años. Esta tendencia declinante ha provocado dudas a nivel global sobre su rol de moneda hegemónica en el sistema internacional. Este marco estructural de la evolución del dólar en el mundo no es considerado en el debate público cuando se analiza la competitividad del tipo de cambio en la economía doméstica. Esta omisión fundamental viene acompañada de la posición política de economistas de la city que reiteran con vocación militante la existencia de atraso cambiario. No pocos grandes empresarios los acompañan en esa misión, lo que generó la reacción de la Presidenta CFK, quien ordenó a la AFIP una fiscalización más efectiva en el mercado cambiario cuando le informaron que un hombre vinculado al negocio frigorífico contabilizaba en una de sus compañías personales una facturación de 1,7 millón de pesos anuales y en un solo día había comprado dos millones de billetes verdes con la consigna “dólar te quiero”.

Ya que el declive de la moneda estadounidense como reserva de valor no parece ser un tema que inquiete a muchos que exhiben supuesta “racionalidad financiera” acumulando esos billetes, la situación relativa de la paridad cambiaria en relación con el funcionamiento de la economía local requiere de mayores precisiones para eludir lugares comunes.

El tipo de cambio real mide la relación entre los precios de los bienes y servicios de la economía con respecto a los de un grupo de socios comerciales importantes. Se trata de una variable crucial por sus efectos sobre la demanda interna, la estructura productiva, el patrón del comercio internacional, los flujos de capitales y la competitividad de la economía. Para poder evaluarlo es necesario estudiar su dinámica en relación con:

El desempeño de las exportaciones, importaciones y del saldo de la balanza comercial.

Los términos de intercambio y el precio de los commodities de exportación.

La productividad laboral.

El endeudamiento externo neto.

La política cambiaria de los países vecinos y del resto del mundo y las expectativas cambiarias.

Un informe reservado del Banco Central considera que una medida de la competitividad externa para los sectores intensivos en mano de obra es el tipo de cambio real que toma en cuenta la evolución de los salarios locales en relación con la de los principales socios comerciales (dólar, euro y real). Este indicador constituye una prueba exigente para la economía argentina dado el fuerte crecimiento que exhibieron los salarios nominales desde 2003, mayor al mostrado por otros precios de la economía, lo que se tradujo en una significativa mejora de los ingresos laborales en términos reales. Pese a ello, el documento del Central destaca que el tipo de cambio deflactado por salarios resulta superior al promedio de los últimos 15 años: su nivel en septiembre de 2011 excede en un 28,2 por ciento al promedio de la convertibilidad y en un 71 por ciento respecto de diciembre de 2001. La productividad es otro elemento clave para analizar el grado de competitividad cambiaria. Por ejemplo, si el tipo de cambio real se aprecia un 10 por ciento, pero la productividad crece en la misma magnitud, ésta tiene un efecto compensatorio sobre el nivel global de competitividad. En el informe se señala que la productividad laboral registró un ritmo de crecimiento del orden del 5 por ciento promedio anual entre 2004 y 2010, que contribuyó a la mejora de la competitividad dado que implica una disminución de los costos unitarios.

El saldo de la balanza entre exportaciones e importaciones determina la disponibilidad de dólares “comerciales”. La persistencia de superávit en esa cuenta refleja que se mantiene la competitividad de la economía. El resultado positivo acumulado durante los primeros nueve meses de 2011 creció respecto del mismo período de 2010 en más de 1700 millones de dólares si se excluye la compra externa de combustibles. Este rubro es muy poco sensible a las variaciones del tipo de cambio y el aumento de esas importaciones estuvo originado en el fuerte crecimiento económico y en deficiencias en el abastecimiento interno. En tanto, la cotización promedio de la soja del período 2006-2007 fue de 242 dólares por tonelada mientras que en los primeros nueve meses del 2011 el promedio fue de 473 dólares, un 95 por ciento superior. Por lo tanto, el actual tipo de cambio real no se traduce en un problema de escasez de dólares “comerciales”, a la vez queda en evidencia que equilibrando la balanza sectorial de combustibles ayudaría a compensar la parte deficitaria de la cuenta corriente, principalmente la balanza de servicios financieros producto de la remisión de utilidades al exterior y en menor medida, el pago de intereses.

En relación con la política cambiaria de los principales socios comerciales de América latina, se observa que los países de la región efectuaron abruptas devaluaciones en 2008, en el peor momento de la crisis internacional cuando quebró el banco de inversión Lehman Brothers, y eso afectó la competitividad de la economía argentina. Para compensar ese impacto, en ese período hubo un ajuste nominal gradual respecto del dólar del 32 por ciento entre julio de 2008 y noviembre de 2010. Luego, cuando pasó lo peor de la crisis, los países de la región empezaron con apreciaciones nominales de sus respectivos tipos de cambio, lo que contribuyó a la recuperación de la competitividad de la paridad doméstica. El informe del Central destaca que sólo Argentina y México registran en octubre de 2011 una paridad nominal con el dólar mayor que en diciembre de 2006, mientras que en Brasil su moneda se encuentra en niveles nominales mínimos, similares a los de mediados de los ’90. En ese documento se señala que esto ha implicado que el tipo de cambio real bilateral con Brasil deflactado por salarios sea un 127 por ciento mayor al nivel registrado en diciembre de 2001 y un 33,2 por ciento si se lo compara con el promedio de 1995-2001.

Otra variable para considerar respecto de la competitividad de la paridad cambiaria es el monto de la deuda externa. El nivel adecuado del tipo de cambio real debería ser más alto (depreciado) cuanto mayor sea el endeudamiento externo neto de la economía. Esto ocurre porque si un país tiene una deuda externa muy grande (en relación con sus activos externos), necesitará de mayores saldos comerciales positivos para afrontar los pagos de intereses que generan dichos pasivos. La Argentina desde 2004 pasó, debido a los consistentes superávit de cuenta corriente, de ser deudora externa neta a ser acreedora neta, lo cual implica un tipo de cambio real de “equilibrio” más bajo por esas razones. Además ha disminuido sustancialmente la carga del stock de deuda en relación con el PIB, representando la deuda privada en dólares no más del 8 por ciento del Producto.

En la investigación del Banco Central sobre la evolución de las variables que influyen sobre el nivel adecuado del tipo de cambio real se concluye que la economía hoy presenta una situación global mejor que en los años noventa y que en 2001, y “que la actual paridad cambiaria se encuentra levemente por encima de un nivel de equilibrio de mediano y largo plazo en cualquiera de sus definiciones usuales”.

Debatir sobre la competitividad del tipo de cambio exige mayor rigurosidad técnica que la “percepción de un dólar barato” exhibida por economistas de la city. Estos demandan, en realidad, una fuerte depreciación del peso para licuar salarios, gasto público y legitimidad política del Gobierno. Disputa que se desarrolla además en un contexto omitido: una moneda fetiche (el dólar) devaluada a nivel internacional y poco rentable en términos de inversión financiera.

Página/12 - 5 de noviembre de 2011

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