Objetivos que no han envejecido

Enrique Martín*

 

Sin utopía

la vida sería un ensayo para la muerte

Joan Manuel Serrat

Existen en el campo económico corrientes de ideas que se expresan a través de los medios de comunicación y se organizan en agrupamientos empresariales o en centros de estudio.

La curiosidad por desentrañar el fenómeno económico ya no es una preocupación de círculos especializados, sino que es la inquietud de estratos cada vez más amplios: sectores del trabajo afectados por la baja del salario real, comerciantes angustiados por el deterioro del mercado interno, industriales desconcertados por las desnacionalizaciones, las quiebras, el vaciamiento o la desprotección arancelaria, productores agrarios deprimidos como siempre por la inestabilidad, los precios poco equitativos y el ahogo de los monopolios que comercializan sus esfuerzos. En todos hay un inquieto sondeo de la realidad económica.

Esto lo dijimos en el primer número de Realidad Económica, hace un cuarto de siglo. Y como un compromiso editorial agregábamos:

Escribiremos sobre los cambios favorables al interés nacional. Queremos que las praderas argentinas sean las beneficiarias de una reforma agraria que eleve la productividad, diversifique los cultivos, complemente el desarrollo industrial y desnude las relaciones de los grandes latifundistas con los monopolios nativos o extranjeros. Coincidimos con quienes quieren un estado moderno, dinámico, progresista, que salvaguarde la soberanía nacional y conserve la atención de los recursos básicos del país para ponerlos al servicio de un programa que supere el subdesarrollo y la dependencia externa. Aportaremos indicaciones y estudios para que los argentinos ande4n el camino de un comercio exterior independiente que defienda los legítimos intereses de los productores en el exterior, y que establezca relaciones de recíproco beneficio con todos los países del mundo. Nuestra línea conceptual estará orientada a buscar una distribución equitativa de la renta nacional que incorpore a las mayorías a la sociedad de consumo, a la auténtica, que satisfaga las necesidades materiales y espirituales de la población.

Cuando después de un cuarto de siglo uno vuelve la mirada retrospectivamente y advierte con crudeza que no ha pasado nada bueno duradero. Que el país no pudo resolver positivamente ninguna de esas proyecciones programáticas. Que aumento la marginalidad. Que muchos de los que creían que las malas ondas eran solo para los pobres, hoy deben reconocer que ellos mismos han perdido posiciones y que ahora comparten los tablones con los menesterosos. Cuando tantos comerciantes se fueron descapitalizando casi sin darse cuenta, pagando ilusionados en algún momento grandes tributos por los fondos de comercio, más tarde haciéndoles guiños a la inflación para terminar al fin encolumnados en la interminable fila de negocios vacíos. No los fue mejor a los industriales despistados que suponían que si pensaban como los grandes grupos recibirían de los monopolios un certificado de buena conducta que garantiza su supervivencia.

Nada de eso ha ocurrido.

La ilusión del comercio prospero que permitía un buen pasar para su propietario y el acceso al título universitario para sus descendientes, ha sido sustituida por la variante insólita que a lo sumo los deja vegetar en los shoppings pagando el impuesto de las franquicias matrices extranjeras, o en el peor de los casos han sido reemplazados por cuenta propistas de vereda o con cama adentro esperando las 24 horas en los maxi o minikioskos la entrada providencial del cliente disputado. Todos los industriales nacionales (tanto los que creyeron en los peces de colores de los teóricos del mercado y de la competencia, como los más lúcidos que percibían donde estaban parados pero que no recibían del estado y de sus uniones empresariales el resguardo de la producción y de las fuentes de trabajo), todos, repetimos, corren en este mismo momento el riesgo de ser especies en extinción por obra del dumping económico-social armado por los grandes monopolios trasnacionales desde las factorías llamadas eufemísticamente tigres; todo ello en un contexto de globalización y concentración de la economía que no deja espacios para que pueda respirar lo que queda de la industria nacional a la que se le disputa, encima, el enflaquecido mercado interno.

La clase política tiene buena parte de culpa por esta crisis profunda, porque no ha sido capaz de ofrecerle a la gente un claro proyecto de desarrollo económico y social autónomo. O peor aun cuando convoco y avalo dictaduras militares para imponer con rigor programas impopulares que hiciesen más desiguales a muchos, para emerger a los menos.

¿Qué ha pasado en el seno de la sociedad, con utopías olvidadas o disimuladas con pudor? ¿Porque no reivindicar los ideales? ¿Acaso todos fuimos responsables del Muro o de su caída, o por el Muro como símbolo paso la historia de la humanidad que allí mismo habría agotado su progresismo? Parafraseando el mojón del olvido que el presidente Menem congela en “el 45”, hablar hoy de imperialismo, de vaciamiento del Estado (que no es lo mismo que el estado de corrupción que desnaturalizo a las empresas del Estado), o hablar de campesinos sin tierra, o de profesionales sin trabajo y sin porvenir, o decir en voz alta “compre argentino”, es un anacronismo. ¿Lo es verdaderamente?

Entre tantos interrogantes que como la mayoría de la gente nos planteamos, figura el cómo rescatar una conciencia nacional para que no siga avanzando este proceso de atraso con disfraz de modernismo; que no se saiga legitimando en las urnas por la de unión de quienes piensan bien pero actúan en pequeño.

En 25 años desfilaron por las páginas de Realidad Económica tantísimos economistas, sociólogos y politicólogos bienpensantes (como los calificaba nuestro recordado primer director Arturo Sampay) a los que había y hay que juntar para este lado para reconstruir un país donde todos los que coincidan en metas de justicia social en un estado de derecho dispongan de espacio, recursos y creatividad para dar vuelta el guante de goma que está sucio por las inequidades sociales, las frustraciones de los científicos y de los técnicos, la ilegalidad institucionalizada, el abandono de la industria nacional sin crédito para recomponer su capital de trabajo y sin mercado interno solvente para colocar su producción, el ahogo de las economías regionales y la quiebra de los bancos provinciales, la sistematizada destrucción del federalismo, la renuncia a la soberanía nacional en todos los órdenes.

El reto que hay que afrontar en esta coyuntura es que el campo popular ideologice claramente objetivos que no han envejecido, para que el país tenga a la vista la alternativa democrática y de progreso.

Octubre 1995

[*] Nombre con el que firmaba Súlim Granosvsky. Fue uno de los fundadores de Realidad Económica y su jefe de redacción hasta 1977.

 

IADE - Realidad Economica - 02 de febrero de 2023

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