Identidades, discursos sociales y tecnologías de género

Beatriz Escudero Rava*
Este trabajo pretende ser una somera presentación del camino recorrido por la reflexión teórica en torno a la idea de Sujeto acuñada en la modernidad. El concepto de Sujeto, tal como se lo concebía en la modernidad y sus características intrínsecas ha sido puesto en crisis y sometido a un proceso de deconstrucción creciente a través del siglo XX, proceso en el que la variable del género y las teorías que han abordado esta variable, así como el feminismo, han tenido un rol relevante. [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] . El género en las ciencias sociales / Rosa Cobo Bedia* . ¿Qué es la perspectiva de género y los estudios de género? / Susana Gamba* . El neoliberalismo como destrucción creativa / David Harvey* [/size]

Tres grandes mitos nos han sido legados por la Modernidad: 1) la existencia de un Sujeto universal a priori, 2) la posibilidad de alcanzar objetivamente la verdad y el conocimiento racional del mundo, y 3) el reconocimiento del sentido general de la historia. Desde entonces, el Sujeto Moderno, en tanto ente abstracto, universal, portador de derechos y responsabilidades humanas, agente de elecciones voluntarias y de responsabilidad moral y legal, ha sido la base de concepciones tanto políticas como epistemológicas.

Pero, ¿en quién pensamos cuando hablamos de Sujeto? Debemos a Simone de Beauvoir la problematización del lugar de la mujer en esta categoría. El Iluminismo de la racionalidad masculina dejó en la oscuridad a la mitad de los seres humanos: las mujeres. En palabras de la autora, “La mujer se determina y se diferencia con relación al hombre, y este con relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto; ella es lo Otro” (1). La categoría mujer aparece por primera vez como construcción socio-cultural, la otredad de un Sujeto Masculino trascendente, constituido como lo Uno, esencial y absoluto.

Largo camino ha recorrido el feminismo desde las primeras reivindicaciones por participar del Sujeto Humano de forma plena, mediante la lucha por la igualdad. En las décadas del 60 y del 70, se produjo un viraje teórico que enfocó su atención en aquellas cosas que todas las mujeres compartían en virtud de ser mujeres. Además de conceptos como patriarcado, política sexual u opresión, surge el de sistema sexo-género acuñado por Rubin Gayle, entendido este como “…un conjunto de disposiciones por el cual una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y satisface esas necesidades humanas transformadas” (2). Si con Simone de Beauvoir la Mujer busca participar del Sujeto moderno, en estas décadas se comienza a pensar en múltiples sujetos posibles, en los que se intersectan variables como el género, la clase social y la raza.

El estructuralismo de mediados del siglo XX asestó un duro golpe al Sujeto moderno. Eliminó de una vez y para siempre la posibilidad de pensar un sujeto autónomo, pleno y libre, al colocarlo en el interior de estructuras que construyen al sujeto. Levi-Strauss pensará en estructuras de parentesco; Althusser por su parte, pensará en un espacio ideológico constituyente, en el que sólo existimos como sujetos de la ideología, concebida en una dimensión imaginaria -de un sujeto con sus condiciones de existencia-, y una dimensión productiva, en la medida en que posee existencia material a través de sus prácticas y es regulada por los aparatos ideológicos del Estado. El proceso de subjetivación producido por la ideología supone el compromiso de la propia subjetividad con ella. La interpelación es el proceso por el que una representación social es aceptada y absorbida por un individuo como su propia representación y la vuelve real.

Michel Foucault es claramente tributario de este orden de pensamiento. Para Foucault la subjetividad es construida a través de las relaciones entre poder y saber. Su concepto de poder rechaza las concepciones “jurídico-discursivas” que lo constriñen a un accionar represivo, prohibitivo y sólo capaz de la censura, que actúa mediante un dispositivo unitario en todos los niveles y ámbitos sociales. Por el contrario, el poder es esencialmente productivo. El poder no es “...una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada” (3). Es poder siempre en ejercicio, en el marco de una relación social a la que es inherente, y en la cual hay siempre la probabilidad de resistencias. De hecho, no hay poder sin esta probabilidad. El poder, aunque intencional, no es subjetivo, no es una propiedad o potencia que un agente tiene. Se extiende capilarmente por todo el tejido social, “circula” de abajo hacia arriba, de allí que su análisis sea una “microfísica del poder”, análisis de las redes que instituye y a través de las cuales circula, organizando la sociedad. Si para Althusser no hay un afuera de la ideología, Foucault diría que no hay nada fuera de las relaciones de poder-saber. El ejercicio del poder, asimismo, es inseparable de la producción de un saber (4). Tanto la ideología en Althusser, como esta particular relación en Foucault tienen un rol productor de subjetividades y una materialidad en sus prácticas. Lo que Foucault criticará en Althusser es que el análisis de las relaciones de poder excede al análisis del Estado y sus aparatos ideológicos, y un análisis en esta clave supone una concepción “vertical” del poder que iría desde estos aparatos hacia el resto del cuerpo social.

La subjetividad se construye a través de dispositivos, es decir, redes particulares de elementos discursivos y extradiscursivos inscriptos en un juego de poder. En Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, Foucault entiende a la sexualidad como un dispositivo, el conjunto de efectos producidos en los cuerpos, comportamientos y relaciones sociales, en el despliegue de una tecnología política compleja. La sexualidad deja de ser una propiedad de los cuerpos o algo existente originariamente en los seres humanos y se convierte en un espacio privilegiado de producción de subjetividades, punto de pasaje de relaciones de poder particularmente denso, en virtud de su ubicación privilegiada en la articulación entre las técnicas de poder disciplinarias que construyen al cuerpo como objeto de las relaciones de poder –la anátomo-política-; y las técnicas de biopoder que transforman a la población en un problema económico y político, centrado en el cuerpo-especie.

Por su parte, De Lauretis realiza una deconstrucción del lazo entre género y diferencia sexual del sistema sexo-género, dando un paso más hacia la deconstrucción del Sujeto moderno, para poder pensar un sujeto no unificado y contradictorio, constituido en el género y en la experiencia de relaciones raciales y de clase (5).

Lo hará en cuatro proposiciones. La primera de ellas es que el género debe ser entendido como una relación entre entidades preconstruidas como clase, mediante la cual se asigna a una entidad una posición dentro de una clase, y paralelamente, una posición relativa a las otras clases preconstituidas. En segundo lugar, en la representación del género está su construcción, tanto social como subjetiva. El género es producto y proceso de su misma representación y auto representación. Tercero, su construcción se produce en los aparatos ideológicos del Estado, la Academia, el arte e incluso, el feminismo. Es decir, la construcción de género prosigue a través de varias tecnologías de género y discursos institucionales, pero también “...subsisten en los márgenes de los discursos hegemónicos” (6). Las teorías de Foucault y Althusser que ignoran el género o las que se ocupan de él, tal como el psicoanálisis, siempre “...inspiran, contienen y promueven alguna representación de genero” (7). Así como no hay nada fuera de la ideología, no hay nada fuera del género. En cuarto lugar, la construcción de género es afectada por su propia deconstrucción. Es una advertencia casi metodológica que invita a pensar sobre los términos e intereses que gobiernan cualquier deconstrucción, sobre todo a aquellas que contienen a la mujer en la feminidad (mujer) y reposicionan la subjetividad femenina en el sujeto masculino, ignorando al sujeto emergente, constituido en una multiplicidad de diferencias, en la heterogeneidad material y discursiva.

La crítica al esencialismo filosófico, el papel del lenguaje en la estructuración de las relaciones sociales y la deconstrucción de la categoría de “sujeto” han estado en el centro de los debates teóricos contemporáneos. Ya no es posible pensar en un sujeto racional y transparente a sí mismo, dotado de unidad y homogeneidad en sus diferentes posiciones y centro, origen y fundamento de las relaciones sociales. Se ha producido el paso a las “posiciones de sujeto” en el interior de una estructura discursiva (8). En esta clave, Judith Butler realiza un rechazo radical de la ontología de la identidad. No hay sujeto, sexo, género o incluso sexualidad anterior a los discursos que los configuran. Provocativamente afirma que “el sexo por definición siempre ha sido género”, así como el cuerpo es una construcción, en la medida en que no puede decirse que tengan una existencia significable previa a la marca de género. En la distinción sexo-género, el sexo, como construcción fantasmática, se sustancializa en la forma de lo real y lo fáctico. Desde una teoría fenomenológica de los actos, esta autora tratará de evidenciar los modos en que los agentes sociales “constituyen la realidad social por medio del lenguaje, del gesto, y de todo tipo de signos sociales simbólicos” (9) que constituirán la ilusión de un Yo generizado. La identidad, que aparece como sustantiva e inmutable, es el efecto de una práctica discursiva que genera la ilusión de su existencia misma. En otras palabras, esta identidad, su coherencia y continuidad, es ficcional en la medida en que es continuamente producida por el sujeto en la reiteración de actos preformativos regulados culturalmente.

Desde esta perspectiva, los sujetos, insertos en una matriz heterosexual que funciona como campo de reglas que prescriben una manera de ser del género, “…lo que será inteligiblemente humano y no”, producen una serie de actos repetidos en los que producen y reproducen esa matriz heterosexual. Se establece así un marco de expresión legítima de los cuerpos en el que la iterabilidad, la cita de la Norma, es su propia productora. El género, por lo tanto, no es un sustantivo, “el efecto sustantivo del género se produce performativamente y es impuesto por las prácticas reglamentadotas de la coherencia de género. (…) el género es siempre un hacer” (10). Entrar en las prácticas de repetición no es una elección del sujeto, puesto que “el “yo” que podría entrar ya está adentro siempre” (11).

Butler establecerá dos sentidos al concepto de performatividad y en ellos se percibe la situación paradójica del sujeto, el que, constituido y regulado por la matriz heterosexual, resulta ser su productor a la vez. Por un lado, la performatividad es la forma en que la anticipación de una esencia dotada de género provoca lo que plantea como exterior a sí misma, “...una expectativa que termina produciendo el fenómeno mismo que anticipa”; y por el otro, “repetición y ritual que logra su efecto mediante su naturalización en el contexto de un cuerpo…” (13). El carácter performativo de la realidad de género supone la representación (entendida como cita de la norma o actuación) de la misma como condición de su propia realidad. Pero esta representación nunca es perfecta. La norma nunca es encarnada completamente, lo que da lugar a la posibilidad de incorporar pequeños desplazamientos en los actos que denuncien el carácter ficcional de las identidades y la naturaleza contingente de la norma, posibilitando así el cambio.

La crítica del Sujeto de la Modernidad que el feminismo impulsa y gesta acaba con la jerarquía y con la dimensión binaria entre los sexos, cuando instala la diversidad, la especificidad, la experiencia, la heterogeneidad y la pluralidad. Se ha librado de toda esencia fundante, y en este sentido, abre la posibilidad a la acción política, por cuanto se han puesto en evidencia las limitaciones del formalismo para pensar lo político. Con la noción de traducción cultural se pone de manifiesto la necesidad de introducir la consideración de la cultura y la sociedad para repensar los esquemas formales. La ampliación permanente de los límites de la universalidad no es posible sin una noción estable de género como premisa fundamental de un feminismo que tenga presente la construcción variable de la identidad como ineludible requisito metodológico, normativo y horizonte político.

Notas

(1) De Beauvoir, S., El segundo sexo, México, Siglo Veinte, 1995, Pág. 18.

(2) Rubin, Gayle, El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo, en Marysa Navarro y Catherine Stimpson, ¿Qué son los estudios de mujeres?, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1998, pág. 17.

(3) Foucault, M., Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Bs. As., siglo XXI, 1991, pág. 113.

(4) En una entrevista Foucault lo plantea en términos de una articulación perpetua: “…el ejercicio del poder crea perpetuamente saber e inversamente el saber conlleva efectos de poder”. Foucault, M., Entrevista sobre la prisión, en Foucault, M., Microfísica del poder, Las Ediciones de la Piqueta, Madrid, pág. 109.

(5) De Lauretis, T., Technologies of gender, Indiana University Press, USA, 1987, pág. 8.

(6) De Lauretis, T., Technologies of gender, op. cit. pág 25.

(7) De Lauretis, T., Technologies of gender, op. cit. pág. 26.

(8) Laclau, Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista, Madrid, Siglo XXI, 1985.

(9) Butler, J., Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista, en Debate Feminista, Vol. 18, México, octubre 1997, pág. 296.

(10) Butler, J., El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Bs. As, Paidós, 2001, pág. 58.

(11) Butler, J., El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, op. cit., pág. 178.

(12) Butler, J., El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, op. cit., pág. 14.

(13) Butler, J., El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, op. cit., pág. 15.

Bibliografía

Butler, J., Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista, en Debate Feminista, Vol. 18, México, octubre 1997.

Butler, J., El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Bs. As, Paidós, 2001.

De Beauvoir, S., El segundo sexo, México, Siglo Veinte, 1995.

De Lauretis, T., Technologies of gender, Indiana University Press, USA, 1987.

Foucault, M., Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Bs. As., siglo XXI, 1991.

Foucault, M., Entrevista sobre la prisión, en Foucault, M, Microfísica del poder, Las Ediciones de la Piqueta, Madrid.

Laclau, Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista, Madrid, Siglo XXI.

Rubin, Gayle, El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo, en Marysa Navarro y Catherine Stimpson, ¿Qué son los estudios de mujeres?, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1998.

*Licenciada en Sociología, Universidad de Buenos Aires.

Fuente: [color=336600]Revista Question (Universidad Nacional de La Plata) – N°18 – Otoño 2008[/color]

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