Gaza: paisaje después de la batalla

Ignacio Álvarez-Ossorio Alvariño
La operación Plomo Fundido, lanzada por Israel contra la franja de Gaza, pretendía restaurar el poder de disuasión israelí, debilitar a Hamás y acentuar la división territorial y política palestina. Sin embargo, no es previsible que modifique la repartición de fuerzas sobre el terreno, ni tampoco que acelere un traspaso de la autoridad de Hamás a Fatah, dado que la popularidad del movimiento islamista ha aumentado mientras que la formación nacionalista parece haber retrocedido posiciones. [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] . Debate entre los embajadores de Israel y Palestina en la Argentina / Juan Pablo Bacino . Crítica de la separación: apuntes acerca de lo Otro y los otros en el conflicto palestino-israelí / Mariela Cuadro . “¡Mentira! ¡Mentira! ¡No tiene perdón!” / Juan Gelman [/size]

[size=xx-small]Resumen: La ofensiva contra Gaza buscaba, en palabras del presidente israelí Simón Peres, “dar una lección” a Hamás que, a pesar del boicot internacional y del bloqueo económico israelí, ha logrado conservar el gobierno en la franja. Tras 10 días de encarnizados bombardeos, el Consejo de Seguridad aprobó la resolución 1860 que llamaba a un alto el fuego inmediato. Israel declaró un alto el fuego unilateral el 17 de enero de 2009, tras firmar un memorando con EEUU que intensificaba la cooperación en la lucha contra el contrabando de armas hacia Gaza. Poco después, Hamás proclamó su “victoria” y también anunció la interrupción de las hostilidades. La posibilidad de que, a pesar de su elevado número de víctimas, el enfrentamiento termine sin vencedores ni perdedores es altamente probable. Pese a haber sufrido un elevado número de bajas, Hamás podría conservar el control de Gaza y, además, forzar la apertura de los pasos fronterizos para poner fin a la crisis humanitaria. Por su parte, Israel podría frenar el contrabando de armas a Hamás y conseguir una presencia internacional en la frontera con Egipto, pero deberá pagar un elevado precio por ello ya que la desproporcionalidad de su ofensiva ha socavado su imagen a nivel internacional. La viabilidad de este frágil alto el fuego dependerá del grado de implicación de la comunidad internacional no sólo en la resolución de esta crisis, sino también en la reactivación de las negociaciones de paz.[/size]

Análisis

La ofensiva militar israelí contra Hamás, iniciada el 27 de diciembre de 2008, ha dejado tras de sí un reguero de muerte y destrucción, cebándose no sólo en objetivos militares (campos de entrenamiento, fábricas y almacenes de misiles), sino también civiles (mezquitas, universidades, ministerios, comisarías, edificios administrativos, escuelas y viviendas) de la franja de Gaza, donde viven millón y medio de personas en tan sólo 365 kilómetros cuadrados. En los 22 días de esta asimétrica guerra murieron 13 israelíes (10 militares –cuatro de ellos por “fuego amigo”– y tres civiles) y más de 1.300 palestinos (según la organización de derechos humanos al-Haq, el 80% de ellos civiles).

La campaña militar, bautizada con el nombre Plomo Fundido, puso fin a una tregua de seis meses de duración entre Hamás e Israel, lograda con la mediación egipcia. Ninguna de las partes respetó escrupulosamente sus términos, ya que Israel no alivió la situación humanitaria al negarse a suavizar el bloqueo económico de la franja de Gaza y las milicias palestinas lanzaron más de 300 cohetes contra las localidades israelíes vecinas –que no llegaron a producir víctimas–, la mayoría tras el asesinato de cinco milicianos el 4 de noviembre.

Según las autoridades israelíes, la operación Plomo Fundido estaba destinada a frenar el lanzamiento de cohetes artesanales Qassam. Los objetivos, sin embargo, parecían ser otros: (1) restaurar el poder de disuasión que Fuerzas de Defensa Israelíes (fuertemente erosionado durante la guerra contra Hezbolá en 2006); (2) desalojar del poder a Hamás (o, al menos, asestarle un golpe del que tardara en recuperarse); (3) acentuar la división entre Gaza y Cisjordania (iniciada tras la toma del poder de Hamás en verano de 2007); (4) ahondar la fragmentación de la escena política palestina (y torpedear los intentos para impulsar un diálogo nacional); y (5) congelar las conversaciones de paz para retrasar la creación de un Estado palestino (lo que permitiría acentuar la política de hechos consumados destinada a reducir al mínimo su extensión). Este nueva “lección” serviría también para que los palestinos recordaran el lugar que Israel les parece haber reservado en la Historia. Como dijera seis años atrás Moshe Yaalon, anterior jefe de Estado Mayor ahora en las filas del Likud: “Se debe hacer llegar a lo más profundo de las conciencias de los palestinos el hecho de que son un pueblo derrotado”.

Pese a que muchos analistas han subrayado las similitudes entre lo ocurrido en Líbano en 2006 y lo acontecido en Gaza en 2008, las diferencias son manifiestas. Mientras que Hezbolá contaba con armamento de última generación suministrado por Irán y Siria, la capacidad militar de Hamás era mucho más rudimentaria, sobre todo si se comparaba con la poderosa maquinaria bélica israelí. Probablemente el principal paralelismo entre ambas es que tanto Hamás como Hezbolá son conscientes de la imposibilidad de vencer a las Fuerzas de Defensa Israelíes, pero también saben que no pueden ser derrotadas por completo al tratarse de milicias aestatales. Precisamente por dicha razón, la mera supervivencia de Hamás en una guerra tan asimétrica podría ser considerada, tal y como hiciera Hezbolá en 2006, una victoria simbólica que atestiguaría la capacidad de resistencia del movimiento, eso sí a costa de haber pagado un elevadísimo precio. Esta apuesta no parece exenta de riesgos, ya que da la impresión de que Hamás antepone su propia agenda política a la suerte que pueda correr la población civil.

¿Legítima defensa?
Como pronto pudo verse en el terreno de batalla, las capacidades militares de Hamás habían sido sobrevaloradas. Al igual que la Administración de Bush en Irak, también el Gobierno de Ehud Olmert exageró la peligrosidad de Hamás, así como la intensidad de sus vínculos con Irán y Siria, para tratar de crear un clima propicio que justificase su ofensiva. Sólo así puede entenderse la campaña destinada a convencer a la opinión pública internacional de que la seguridad del Estado hebreo estaba amenazada por el continuo lanzamiento de cohetes, a pesar de que la cifra de víctimas civiles desde 2001 era relativamente baja (23 israelíes) y que, durante los 22 días de hostilidades, tan sólo murieron otros tres civiles israelíes.

Buena parte de la comunidad internacional aceptó en un primer momento el argumentario israelí, interpretando que la operación era un acto de legítima defensa contra una organización que tanto EEUU como la UE consideran como terrorista. Durante la primera parte de la ofensiva, los diferentes actores internacionales se limitaron a pedir contención a las partes. La República Checa, que ocupaba la presidencia de turno de la UE, mostró su solidaridad con Israel y su ministro de Asuntos Exteriores, Karel Schwarzenberg, describió la operación como “defensiva”.

La Administración Bush, por su parte, hizo lo posible por demorar la solución de la crisis para dar tiempo a las tropas israelíes a completar la operación, negándose incluso a respaldar la resolución 1860 del Consejo de Seguridad que llamaba a un alto el fuego. Para Washington, el problema no residía en la desproporción de los ataques, el elevado número de víctimas civiles o el agravamiento de la crisis humanitaria. Según George W. Bush, Hamás debería “poner fin a sus actividades terroristas”; para Condoleezza Rice “la responsabilidad de la ruptura del alto el fuego y el estallido de la violencia en Gaza” recaía únicamente en las espaldas de Hamás.

La ministra de Asuntos Exteriores israelí, Tzipi Livni, manifestó por su parte, que “no hay duda de que mientras Hamás controle Gaza habrá un problema para Israel, un problema para los palestinos y un problema para toda la región”. Curiosamente algunos países europeos compartían este planteamiento e interpretaba que el desalojo del poder de Hamás allanaría el camino para que el gobierno israelí impulsara las negociaciones con la Autoridad Palestina, dirigida por el presidente Mahmud Abbas, y alcanzara un acuerdo sobre el estatuto final de los Territorios Ocupados: Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza. Aunque dicha música suena bien a las cancillerías occidentales, no tiene muchos visos de realidad, dado que un acuerdo de paz definitivo con los palestinos sigue siendo, a día de hoy, inviable por las resistencias que genera entre las elites políticas y económicas israelíes. En realidad, existe un fuerte contraste entre la percepción de la diplomacia europea, que interpreta que nunca antes se ha estado tan cerca de la paz, y la situación de los Territorios Ocupados, donde Israel está desarrollando la fase más intensa de la colonización desde la ocupación de 1967, en un proceso que cada vez guarda más parecido con lo ocurrido en 1947 tras la aprobación del Plan de Partición de Palestina.

La comunidad internacional parece no haber extraído lecciones de lo ocurrido un año atrás en Anápolis, cuando dio carta blanca a la Administración Bush para relanzar el proceso de paz e impulsar la creación de un Estado palestino en 2008, pero sin llegar a establecer ningún tipo de mecanismo externo que garantizase que las negociaciones no se convertirían en un diálogo de sordos. El intento norteamericano de que fuese Israel, su principal aliado en Oriente Medio, el que dictase los términos de la paz, basándose únicamente en la repartición de fuerzas sobre el terreno y sin tener en cuenta las resoluciones internacionales, ha fracasado de manera rotunda. Se impone, pues, un retorno al multilateralismo y una mediación más equilibrada entre las partes.

El día después de Hamás
Si con la apertura del proceso de paz, Fatah ganó legitimidad en el ámbito internacional al apostar por un compromiso basado en la fórmula de los dos Estados, Hamás acrecentó su peso en el ámbito interno al presentarse como la defensora a ultranza de los derechos palestinos, incluida la resistencia frente a la ocupación. En palabras de su dirigente Mushir al-Masri: “La legitimidad de Hamás deriva del pueblo palestino y no de la comunidad internacional. Hemos vencido en las elecciones por nuestros principios inmutables. Uno de ellos es que no habrá reconocimiento de Israel mientras ocupe nuestra tierra; otro es el inalienable derecho del ocupado a resistir al ocupante”.

En enero de 2006 Hamás se impuso en las elecciones legislativas. Los intentos de abrir una vía de diálogo con los países occidentales fracasaron y la comunidad internacional impuso sanciones para aislar al nuevo ejecutivo. A pesar de que Hamás adoptó una estrategia gradualista, basada en la participación en las elecciones, la tregua con Israel y la aceptación de un Estado palestino en las fronteras de 1967, la UE y EEUU no consideraron oportuno incentivar estos pasos para fortalecer a la corriente pragmática de Hamás que, cada vez de manera más clara, apostaba por una política del ‘paso a paso’ similar a la seguida por la OLP en los 80. Incluso cuando se estableció un gobierno de unidad con la participación de Fatah y Hamás en la primavera de 2007, tampoco se alteró dicha política ni se levantaron las sanciones. El hecho de que, por primera vez, la comunidad internacional se inclinara por castigar al ocupado en lugar de al ocupante, que continuó ampliando sus asentamientos y aplicando castigos colectivos contra la población en flagrante violación del derecho internacional, causó un daño irreparable a la cuestión palestina.

Tras la expulsión de Fatah de Gaza en el verano de 2007, en Cisjordania se creó un nuevo gobierno bajo la dirección de Salam Fayad. Aunque es cierto que la posición de Hamás quedó erosionada, también lo es que consiguió conservar el poder en Gaza en unas condiciones sumamente adversas, ya que tuvo que hacer frente a un boicot a su gobierno por parte de la comunidad internacional y al bloqueo de la franja por parte de Israel. Para tratar de romper su aislamiento, Hamás concentró todas sus energías en obtener cierta legitimidad en el ámbito regional. Las negociaciones con Egipto, Arabia Saudí y Qatar, ya fuera para asentar la tregua o para impulsar el diálogo nacional, dieron a la formación islamista un balón de oxígeno que, en cierta medida, compensó el boicot de los países occidentales.

De hecho, Hamás vio en la operación Plomo Fundido una oportunidad para ganar una mayor legitimidad internacional. La Cumbre de Doha, celebrada el 16 de enero, contó con la participación de Jalid Mashal, líder de Hamás, quien reclamó la inmediata interrupción de relaciones con Israel (de hecho, Qatar y Mauritania las congelaron de manera inmediata). Aunque dicha cumbre extraordinaria sólo contó con la presencia de la mitad de los jefes de Estado árabes, evidenció que Hamás no estaba completamente aislada en la escena árabe y, además, contaba con el importante respaldo de Irán, la principal potencia en el golfo Pérsico, y de Turquía, que adoptó un tono inusitadamente crítico hacia Israel.

A pesar de estos éxitos puntuales, Hamás ha fracasado a la hora de ligar un eventual alto el fuego a su reconocimiento internacional. Algo parecido le ocurrió a la OLP cuando en 1982 intentó condicionar sin éxito su evacuación de Beirut, bombardeada por Israel por tierra, mar y aire, a su reconocimiento por la Administración Reagan. Ya antes del ataque a Gaza, Hamás intentó abrir un canal de comunicación con Barack Obama. De hecho, Mashal envió al presidente electo una carta de felicitación, a través de Qatar, en la que mostraba su disposición a entablar un diálogo directo con la nueva Administración y ofrecía a Israel una tregua por un periodo de 30 años. A mediados de diciembre, Mashal se reunió en Damasco con el ex presidente Jimmy Carter con la esperanza de que sirviera de enlace con Obama quien, durante la campaña electoral, se mostró a favor de una paz global que pusiese término al conflicto de Oriente Medio y mostró su disposición a dialogar con Irán y Siria, aliados de Hamás y “bestias negras” de Israel.

El cálculo de Israel, y probablemente también de aquellos países occidentales que secundaron en un principio la campaña, era que los bombardeos contribuyeran a aislar a Hamás de la población, que se revolvería en su contra por haber roto el alto el fuego y precipitado la ofensiva israelí. En este sentido deben enmarcarse ciertas declaraciones, como las efectuadas por el primer ministro Ehud Olmert: “Israel no está luchando contra los palestinos viviendo en Gaza. No son nuestro enemigo, sino víctima de la opresión y cruel opresión de Hamás”, en la línea de las manifestaciones de la secretaria de Estado Condoleezza Rice, quien señaló que “Hamás ha tomado como rehén a la población de Gaza desde su golpe ilegal contra Mahmud Abbas”.

Este cálculo podría ser erróneo. Como ha destacado el analista Dawud Kuttab, la ofensiva israelí podría tener los efectos contrarios ya que ha devuelto la vida a Hamás, que pasaba por un momento delicado. Cada vez más personas empezaban a subrayar los paralelismos entre Hamás y Fatah que, cada uno a su manera, habría fracasado en su intento de impulsar el proyecto nacional. No cabe duda que los ataques israelíes han permitido a Hamás recuperar en parte su popularidad, tanto entre los palestinos como en la calle árabe, a pesar del elevado precio pagado por ello. Según Kuttab, “Hamás ha logrado evitar su inminente derrota política y ha conseguido que los países árabes moderados se alejen de cualquier tipo de negociación con Israel”.[1] De hecho, Siria ha dado por muerta la Iniciativa de Paz Árabe, acordada en 2002 de Beirut, que ofrecía una completa normalización de relaciones entre el mundo árabe e Israel a cambio de una retirada total de los territorios que ocupa desde 1967.

Si bien la campaña ha debilitado al aparato militar de Hamás, lo cierto es que la organización conservará y, probablemente, fortalecerá su posición ya que Fatah no se encuentra en condiciones de asumir el control de la franja debido, entre otras cosas, a su errática gestión de la crisis. En este punto debe recordarse que en otras ocasiones las derrotas militares palestinas, como el Septiembre Negro de 1970 y la evacuación de Beirut de 1982, no se traducen necesariamente en una pérdida de apoyos, sino en una mayor cohesión entre la población y sus representantes políticos.

Aunque haya salido tocada de la crisis, debe descartarse por completo que Hamás ofrezca a Israel una tregua de largo alcance, ya que es un comodín que se reserva para una eventual negociación. Es más probable que aproveche el fin de las hostilidades para rearmarse y tratar de restablecer así su fortaleza militar y su capacidad de disuasión. En este sentido es oportuno recordar que “para Hamás no existe contradicción entre la actividad política y militar, ya que ambas van de la mano y son partes inseparables de la resistencia. De hecho, Hamás cree que la acción militar y la resistencia fortalecerán la posición política y negociadora palestina”.[2] En esto Hamás sigue el modelo de Hezbolá, que toma parte en el juego político sin renunciar a su dimisión armada. Todo parece indicar, por lo tanto, que Hamás intentará preservar su capacidad militar hasta que se establezca un Estado palestino viable.

La crisis de Gaza podría resolverse, pues, a la libanesa. En 2006 Hezbolá no sólo no fue descabezada, sino que además logró incorporarse al Gobierno de Siniora sin verse obligada a desmovilizar a sus milicias armadas. Algo similar podría ocurrir en los Territorios Ocupados, donde el boicot a Hamás y el bloqueo de la franja de Gaza han sido completamente improductivos. Es probable que la única salida al laberinto palestino sea, precisamente, buscar una solución a la libanesa: mediación árabe entre las partes enfrentadas y formación de un gobierno de unidad. Esta salida requiere una actitud positiva de la comunidad internacional que debería dar luz verde a dicho movimiento, tal y como ya hizo en Líbano. Dado el importante desgaste sufrido durante la crisis, Qatar podría reemplazar a Egipto como mediador entre Hamás y Fatah.

Fatah en la encrucijada
En el corto plazo es probable que la inacción de Fatah durante los primeros días de la crisis acabe pasándole factura. Tras producirse los primeros bombardeos, el presidente Mahmud Abbas repitió, sin excesivas variaciones, los argumentos esgrimidos por Israel y las cancillerías occidentales, achacando en exclusiva a la formación islamista la responsabilidad de lo sucedido. Además, sus fuerzas de seguridad disolvieron sin contemplaciones las manifestaciones de solidaridad desarrolladas en las ciudades cisjordanas. Esta actitud acentuó la impresión de que Fatah apoyaba o, al menos, trataba de sacar réditos de la ofensiva. Tan sólo cuando el número de víctimas civiles se hizo insoportable, Abbas endureció su discurso acusando a “la maquinaria de destrucción israelí” de “masacrar a civiles inocentes” y reclamando la movilización internacional para imponer un alto el fuego.

Tras 22 días de bombardeos israelíes, no será fácil que Fatah pueda retomar el control de una Gaza en ruinas. La expectativa de gobernar una de las áreas más densamente pobladas del mundo, con más de un 50% de desempleo y con el 75% de la población viviendo de la caridad internacional tampoco parece excesivamente atractiva para Fatah. Tampoco está claro que Israel esté interesado en destruir totalmente la única fuente de autoridad de la franja de Gaza, ya que es consciente de que el vacío de poder crearía una situación anárquica en la que los distintos clanes se repartirían sus respectivos reinos de taifas, lo que iría en detrimento de la seguridad de Israel. Lo más factible es que, en el corto plazo, la franja de Gaza siga siendo controlada por los islamistas y la Autoridad Palestina únicamente despliegue sus efectivos, junto a los observadores internacionales, en el paso de Rafah.

Un obstáculo añadido es que el mandato presidencial de Mahmud Abbas expiró el 9 de enero. El pasado año, Abbas manifestó su voluntad de abandonar el cargo en el caso de que no se alcanzase un acuerdo en el plazo fijado en Anápolis, pero la división de la escena palestina parece haberle hecho cambiar de opinión. Hamás, con la Ley Básica en la mano, reclama la convocatoria de nuevas elecciones o, en su defecto, su sustitución por el presidente del Parlamento, Aziz Dweik, encarcelado por Israel junto a otros 45 legisladores de la formación islamista. No obstante, la Ley Electoral señala que las elecciones presidenciales deberían celebrarse al mismo tiempo que las legislativas, lo que daría a Abbas un año más para poder proseguir sus negociaciones con Israel. Debe tenerse en cuenta que también el ejecutivo de Salam Fayad se encuentra en un limbo legal, puesto que la Ley Básica sólo prevé que el gobierno de emergencia, formado hace ya un año y medio, dure un período de tres meses.

Todo parece indicar que el mantenimiento de Abbas en la presidencia depende, pues, del avance de las negociaciones y, por lo tanto, del resultado de las elecciones israelíes del 10 de febrero. Una victoria del Likud de Benjamín Netanyahu, tal y como pronostican las encuestas, tendría efectos devastadores porque enterraría cualquier expectativa de alcanzar un acuerdo en los próximos años. De hecho, Netanyahu podría estar interesado en una estrategia desestabilizadora destinada a socavar la autoridad de Abbas, como ya hizo en su día Ariel Sharon con Yasir Arafat, lo que congelaría el proceso de paz y daría a Israel tiempo para acentuar su política expansionista. La posibilidad de que Tzipi Livni, candidata del Kadima, consiga los respaldos necesarios para reeditar la actual coalición de gobierno no debería descartarse, pero ha de recordarse que su apuesta por la negociación se condiciona a la aceptación palestina de los planteamientos israelíes: anexión del territorio entre la Línea Verde y el muro de separación, absorción del Jerusalén Metropolitano que parte en dos Cisjordania, control de las fronteras por parte de Israel, rechazo al retorno de los refugiados y desmilitarización del Estado palestino.

Ante esta adversa coyuntura, Abbas deberá no sólo revertir el proceso de paz en beneficio de los palestinos, sino también mejorar las condiciones de vida de la población de Cisjordania y Gaza si quiere recuperar el terreno perdido. De no darse una activa implicación de la comunidad internacional, con la nueva Administración de Obama a la cabeza, cada vez será más inviable la opción de los dos Estados, ya que el crecimiento imparable de la colonización israelí y la ampliación incesante de los asentamientos, acentuada por la construcción del muro, cada vez deja menos margen a la posibilidad de que algún día surja un Estado palestino con continuidad territorial. En este contexto, la posibilidad que se abre cada día con más fuerza, alentada también por Israel que sigue considerando a Abbas un interlocutor débil, es un retorno a la situación previa a 1967 cuando Egipto administraba Gaza y Jordania controlaba Cisjordania. En el largo plazo, tampoco deben descartarse otras opciones como de un Estado binacional sobre Israel o una federación jordano-palestina entre ambas orillas del Jordán.

Conclusiones

La comunidad internacional en general y la UE en particular han allanado, con su actitud dilatante y sus sanciones contra Hamás, el terreno para la ofensiva israelí. Para no cometer los mismos errores que en el pasado y recuperar el crédito perdido, la UE debería distanciarse de EEUU si la nueva Administración de Obama no imprime un giro radical a su política en torno a la cuestión palestina.

En lo que respecta a Hamás, la UE debería reconocer que, le guste más o menos, es una fuerza que representa a una parte significativa de la población y forma parte del movimiento nacionalista palestino. Un primer paso en esta dirección sería levantar el veto a un gobierno palestino de coalición, como el que se creó en 2007 con la mediación de Arabia Saudí. Este es un requisito indispensable para un eventual acuerdo de paz, ya que de lo contrario se convertiría en papel mojado. En lo que atañe a Israel, la UE ha de dejar claro que los crímenes de guerra y la colonización intensiva del territorio palestino son absolutamente inaceptables. Al hacerlo no sólo sería coherente con el derecho internacional y las resoluciones del Consejo de Seguridad, sino que además evitaría prolongar indefinidamente el conflicto palestino y salvar miles de vidas en ambos bandos.

En el caso de que Israel persista en su política de hechos consumados, Bruselas debería congelar el Tratado de Asociación e, incluso, plantearse una eventual imposición de sanciones, tal y como se hizo con Sudáfrica para acabar con el régimen de apartheid. De lo contrario, la UE dará por buena la estrategia israelí consistente en convertir el problema palestino en un asunto meramente humanitario.

[i]Notas
[1] Dawud Kuttab, “Hal aadat Israel al-hayat ila Hamas”, al-Sharq al-Awsat, 4/I/2009.

[2] Haim Malka, “Forcing Choices: Testing the Transformation of Hamas”, The Washington Quarterly, 28, 4, otoño de 2005, p. 44.[/i]

Profesor titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante

Fuente: [color=336600] Instituto Real Elcano - 21.01.2009[/color]

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