¿Dónde está la clase trabajadora?

Julia Campos - Julia Soul - Luis Campos

La ofensiva del capital es una constante histórica que encuentra en el actual gobierno su socio perfecto. Décadas de precarización transformaron al mercado de empleo en una constelación de categorías que ya no responden meramente a la línea divisoria entre formalidad e informalidad. A su vez, las nuevas formas de control del trabajo abren desafíos cada vez más complejos. Aquí, una radiografía de la clase trabajadora a un año y medio del inicio de la gestión de Javier Milei.

L a llegada de Javier Milei a la presidencia aceleró la ofensiva del capital sobre la clase trabajadora e incluyó un proceso generalizado de cambios para lograr una mejor y mayor explotación laboral. Ahora bien, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la clase trabajadora? ¿Sigue existiendo la clase obrera?

En la década del noventa Carlos Menem prometía que en su gobierno íbamos a “dejar de ser proletarios para pasar a ser propietarios” y se postulaba como el alquimista de tamaña transmutación. Treinta años después pululan los emprendedores como los portadores de todas las virtudes necesarias para la vida social. En paralelo, se fomenta la grieta entre los trabajadorxs según cuál sea su inserción en el mercado de fuerza de trabajo, con el objetivo de que quienes todavía pueden gozar de derechos básicos sean vistos como titulares de privilegios y por ende los causantes de los padecimientos de quienes ni siquiera consiguen vender su fuerza de trabajo en el mercado en condiciones socialmente aceptadas como normales. Las organizaciones sindicales, como consecuencia lógica de este proceso, son acusadas de ser nichos de “la casta”.

Existe una base histórica para que esta ofensiva prospere: el sistema institucional fracasó en su promesa de satisfacer las necesidades de los trabajadorxs, quienes desde hace muchos años ven cómo se dificulta cada vez más la reproducción de su vida cotidiana. La imposibilidad de resolver este deterioro a través de las organizaciones colectivas contribuyó a generar las condiciones de posibilidad para un marco general de desmovilización y desorganización, que no es otra cosa que un campo fértil para el avance en la individualización de la experiencia social.

La presencia de diferentes grupos en el proceso de constitución del sujeto “clase trabajadora” ha sido desigual y cambiante en tiempos y espacios y fue marcando diferentes estrategias organizativas y políticas. Lejos de ser un conjunto inmutable, la clase trabajadora cambia y se transforma a partir de las estrategias de acumulación de capital y de las luchas que libra para resistirlas o revertirlas. No todos estamos en iguales condiciones en el mercado de trabajo, y no todos tenemos las mismas condiciones y problemas laborales. Eso también explica que diferentes grupos —asalariados formales o informales, cuentapropistas, o desempleados, pero también migrantes, mujeres, y otros— tengan objetivos inmediatos y demandas diferentes, incluso contrapuestos entre sí.

Qué es la clase trabajadora hoy: el empleado administrativo que trabaja con una aplicación de delivery los fines de semana; la empleada de una empresa de limpieza que también es trabajadora doméstica remunerada por horas; lxs trabajadorxs del Estado que además trabajan en comercios, como docentes o en sus especialidades, etcétera.

Desde este punto de partida, es necesario preguntarse por la composición de la clase trabajadora en la Argentina en la actualidad, especialmente en dos de los espacios sociales en los que ella se constituye: el mercado de empleo y los procesos de trabajo. La “precarización” en el primer caso y la “reestructuración” en el segundo permiten explicar las transformaciones que atravesó la clase trabajadora en la historia reciente y una mejor comprensión de los procesos que abonan en la lógica individualizante que subyace en la figura del emprendedor.

Cuentapropistas, informales y devaluados

En los últimos años el mercado formal de fuerza de trabajo se caracterizó por la creciente imposibilidad de crear puestos de trabajo de manera sostenida. En la actualidad la mitad de los puestos de trabajo son asalariados no registrados y trabajadores por cuenta propia. Entre 2016 y 2024 los asalariados registrados del sector privado crecieron apenas un 1,2% y los del sector público lo hicieron un 10,3%, mientras que los trabajadores por cuenta propia inscriptos en el monotributo subieron un 41,2% (SIPA).

La situación es más crítica si se incluyen las formas más precarias de inserción en la estructura ocupacional. En la actualidad la mitad de los puestos de trabajo son asalariados no registrados y trabajadores por cuenta propia. Esta foto del mercado de fuerza de trabajo se complementa con una película donde la tendencia es más preocupante: entre 2016 y 2024 casi el 80% de los nuevos empleos que se crearon son no registrados o por cuenta propia.

En esta etapa el dato distintivo es el aumento de la proporción de personas que trabajan por fuera de las relaciones de dependencia formales, ya sea como asalariados sin registrar o por cuenta propia (registrados o no). La inmensa mayoría de estos trabajadores y trabajadoras —salvo algunas excepciones— carecen de cobertura de salud, o de aportes jubilatorios, y sus ingresos son menores que los del promedio de trabajadores asalariados formales.

Asimismo, la informalidad, subocupación y desocupación son mayores entre las mujeres. Muchas de estas diferencias se explican por la abrumadora carga de trabajo no remunerado que recae sobre ellas (trabajos de cuidado, o doméstico): según el INDEC las mujeres destinan el doble de tiempo a las tareas reproductivas. En procesos de crisis económica y de contracción de las políticas públicas, los tiempos destinados al cuidado y a las tareas reproductivas aumentan principalmente debido a las dificultades para remunerar la realización de algunas de esas tareas y al gasto extra de tiempo que implica “buscar precios”. Es por ello que resulta mucho más frecuente que las mujeres organicen su dinámica laboral para poder llevar adelante estas tareas, lo que las lleva a ocupar puestos de trabajo de menos horas (subocupación) o con mayor flexibilidad (frecuentemente informales). Además, pierden salario: las mujeres suelen tener más dificultad para el cobro de ítems como presentismo, productividad, o acceder a horas extra. A su vez, las tareas de cuidado remuneradas, esto es, los trabajos asalariados que implican cuidar, tienen salarios más bajos (como salud y educación) y alta informalidad (como el trabajo doméstico).

La clasificación de las inserciones en el mercado de fuerza de trabajo permite identificar la creciente porción de la clase trabajadora cuya experiencia de trabajo está desvinculada del acceso a ciertas condiciones de reproducción de su existencia. Esto no equivale a suponer que formales, informales, cuentapropistas y otros grupos funcionan socialmente como compartimentos estancos y discurren necesariamente por circuitos paralelos de trabajo, de acción y organización. En efecto, si se pone la foto en movimiento y se enfocan situaciones cotidianas, pueden observarse algunos entrecruzamientos que también hablan de qué es la clase trabajadora hoy: el empleado administrativo que trabaja con una aplicación de delivery los fines de semana; la empleada de una empresa de limpieza que también es trabajadora doméstica remunerada por horas; el obrero fabril que agarra changas como herrero u otro oficio; lxs trabajadorxs del Estado que además trabajan en comercios, como docentes o en sus especialidades; quienes forman parte de cooperativas asociadas a programas de empleo y procuran otros ingresos a través de changas. Cuentapropistas que toman contratos eventuales, o a la inversa, aquellxs con contratos eventuales que buscan changas cuando estos se terminan. También podemos mirar a las familias: parejas de trabajadorxs asalariadxs que generan emprendimientos —pizzerías, pequeños comercios— y entonces adquieren medios de trabajo, e involucran a miembros de su familia en relaciones informales.

Para la primera década del siglo XXI, la mitad de lxs asalariadxs formales había pasado por empleos informales y es recurrente la alternancia entre el cuentapropismo y el trabajo asalariado formal o informal. A la vez, se multiplican estas trayectorias múltiples, sin que necesariamente haya una mejora asociada a esa variación.

Las mujeres suelen tener más dificultad para el cobro de ítems como presentismo, productividad, o acceder a horas extra. A su vez, las tareas de cuidado remuneradas, esto es, los trabajos asalariados que implican cuidar, tienen salarios más bajos (como salud y educación) y alta informalidad (como el trabajo doméstico).

Otro elemento para tener presente al pensar la composición de la clase, relacionado parcialmente con las formas de inserción en el mercado de fuerza trabajo, es la cuestión salarial y de ingresos. El crecimiento tendencial de las formas más precarias de inserción en la estructura ocupacional se da a la par de una mayor dispersión interna: por una parte, sectores manufactureros (especialmente agroindustria), del transporte, de energía y de servicios financieros que logran —vía negociación colectiva— sostener salarios de convenio muy por encima del promedio. A su vez, otras ramas del sector privado, los trabajadores públicos, y el grueso de los trabajadores informales no logran alcanzar salarios que permitan su reproducción social por encima de la línea de pobreza. Es decir, la reproducción social de una porción significativa de la clase trabajadora depende de complementos a los que se accede a través de políticas de transferencia de ingresos (AUH, Tarjeta Alimentar).

La ofensiva del capital en los lugares de trabajo

Las diferentes inserciones en el mercado de trabajo y la dispersión salarial tienen correlación con la localización del trabajo en diferentes sectores de la estructura productiva. En la actualidad, los sectores estratégicos para la acumulación de capital se resuelven principalmente en torno de los complejos exportadores (agroindustria, minería, energía) y de la intermediación financiera, sectores que concentran una proporción relativamente menor de puestos de trabajo. En contraste, crece la proporción de trabajadorxs que se encuentra inserta en los sectores que hacen posible la reproducción diaria de aquellxs insertos en los sectores estratégicos (salud, educación, transporte de pasajeros, trabajo doméstico remunerado, entre otros).

En los lugares de trabajo, se reproducen divisiones entre lxs asalariadxs registradxs heredadas de la reestructuración y reforma laboral de la década del 90: trabajadorxs efectivxs o de planta, de las tercerizadas (seguro, en tareas de limpieza o vigilancia, a los que podemos sumar logística, mantenimiento, entre otros), lxs “de agencia” o “contratadxs eventuales”. Estas segmentaciones se diluyen en los procesos productivos: tareas o actividades que concentran asalariados formales dependen de tareas que realizan cuentapropistas o asalariados informales. Estos entrelazamientos son claros en industrias como la textil, donde el grueso de la producción se reparte entre fábricas y talleres registrados y trabajadorxs asalariadxs sin registrar o cuentapropistas en trabajo familiar. En muchos casos, la producción de una orden de trabajo (generada por una marca grande) se divide entre fábricas registradas y talleres sin registrar: las primeras realizan los moldes, cortan y cosen según las órdenes de trabajo recibidas, y luego se distribuyen la finalización, colocación de botones, etc., entre los talleres —incluso a trabajadores domiciliarios—. En el otro extremo de la cadena, la comercialización, también se encuentran trabajadores sin registrar o cuentapropistas: lxs vendedores ambulantes y manterxs, lxs trabajadores asalariadxs sin registrar en los pequeños comercios. La gestión de residuos urbanos y el reciclado es otra de las cadenas que entrelazan trabajo de cooperativas o familiar en malas condiciones por la base, con eslabones de trabajo formal ya sea en la misma recolección, en las plantas recicladoras o intermediarios comerciales.

En otros sectores industriales, si se quiere más tradicionales (como la metalúrgica o la alimentación), las grandes empresas se proveen de servicios de reparación, o de piezas muy específicas a través de pequeños talleres, con trabajo asalariado informal o mal registrado. En todos los casos, son las empresas principales las que definen qué sectores o áreas de actividad se externalizan y se precarizan, y las que ponen las condiciones para el conjunto de la cadena.

Poner el foco en los procesos productivos vuelve evidente el vínculo entre los cambios en su organización y las reformas de la legislación laboral. Las grandes empresas buscan consolidar marcos regulatorios que faciliten la tercerización y la deslaboralización como política general, sin necesidad de que dichas modalidades se apliquen sobre sus empleados directos, tal como se cristalizó en el capítulo laboral de la Ley Bases. La eliminación de derechos laborales en los eslabones más débiles de la cadena de valor también implica, para quienes controlan sus núcleos estratégicos, la posibilidad de apropiarse de parte del excedente, sin que ello genere peores condiciones laborales en la empresa principal, lo que redunda en una mayor capacidad de administrar el conflicto y, al mismo tiempo, un aumento de la heterogeneidad entre los trabajadores y trabajadoras.

La expansión de las dinámicas de digitalización, virtualización e informatización del trabajo —condensadas en la Inteligencia Artificial, las plataformas y la llamada “industria 4.0”— se produce bajo esta lógica y tiende a dispersar y desorganizar los colectivos laborales, remover protecciones, e intensificar el trabajo y aumentar la carga laboral. Este movimiento más general transforma profundamente las dinámicas de organización, distribución y localización del trabajo. A partir de la implementación de estas innovaciones tecnológicas se avanza aún más en la deslocalización de áreas o sectores de trabajo, mientras el comando de los procesos se centraliza. Las principales empresas, a través de la lógica del llamado “Justo a Tiempo”, imprimen los ritmos y la intensidad a los procesos productivos que llevan adelante sus “proveedores”, determinan qué tipo de calificaciones se requieren para cada tipo de tareas y sujetan a conjuntos amplios de asalariados (formales e informales) y cuentapropistas a un mismo proceso.

Un ejemplo actual y extremo de esta lógica son los procesos de trabajo organizados a través de plataformas de reparto: las plataformas comandan y organizan las tareas de un conjunto variable de trabajadorxs, en grandes áreas urbanas, optimizando los tiempos de circulación de las mercancías. Al mismo tiempo, monitorean y controlan el desempeño de cada trabajador, en relación con esos criterios de optimización. Este mecanismo de gestión algorítmica asegura determinados ritmos de trabajo porque sujeta el desempeño a la asignación de pedidos “premiando” a quienes son más eficientes y castigando a quienes rechazan pedidos, son más lentos o se quejan.

En Argentina, en la coyuntura de la pandemia, adquirieron visibilidad dos dinámicas en la transformación de los procesos de trabajo: el trabajo organizado a través de plataformas y el trabajo remoto. El fin del confinamiento y de la cuarentena disminuyó el trabajo remoto, pero dejó intacta —e incluso profundizó— la dinámica de digitalización e informatización. Aunque estos son los fenómenos más visibles, los procesos de digitalización avanzaron en todos los sectores productivos.

Las grandes empresas buscan consolidar marcos regulatorios que faciliten la tercerización y la deslaboralización como política general, sin necesidad de que dichas modalidades se apliquen sobre sus empleados directos, tal como se cristalizó en el capítulo laboral de la Ley Bases.

La radicalización

La actual fase ofensiva del capital contra los trabajadores y trabajadoras se destaca por su intensidad. El ataque contra los derechos laborales y la búsqueda por intensificar la explotación en los lugares de trabajo es una nota distintiva de la etapa. La capacidad de organizar la resistencia requiere considerar los cambios que ha experimentado la clase obrera en los últimos años. Las acciones defensivas a nivel sectorial seguirán ocupando un lugar central, pero si no somos capaces de ir más allá, tarde o temprano la corriente superará los distintos, y potencialmente inconexos, diques de contención.

Recuperar la capacidad de diseñar acciones unitarias, que integren e interpelen al conjunto de los trabajadores, sin importar la forma en la que se insertan en el mercado de fuerza de trabajo o el eslabón de la cadena productiva en el que se desempeñan, desde los más visibles y formales hasta los más velados en los que ni siquiera existe una vinculación contractual, es una tarea central. Los trabajadores asalariados formales, si bien en retroceso tendencial desde hace décadas, siguen representando una porción muy importante de la estructura ocupacional y están ubicados en los sectores estratégicos para la acumulación del capital en nuestro país. En el otro extremo, cada vez es mayor la proporción de trabajadores que carecen de toda posibilidad de reproducir su existencia a través de la venta de su fuerza de trabajo. Entre ambos grupos, una creciente interacción entre formalidad e informalidad, entre el trabajo asalariado y el cuentapropismo, con el pluriempleo como nota distintiva de los últimos años. Esta fragmentación, que en ciertos casos se presenta como irreconciliable, puede obedecer a diferentes mecanismos de inserción en un mismo proceso de trabajo que aseguran la valorización del mismo capital.

La heterogeneidad de la estructura ocupacional se replica, bajo lógicas y dinámicas distintas, dentro de los lugares de trabajo. Allí también parte central de la tarea a encarar radica en reconstruir la unidad que el capital buscó minar con cierto grado de éxito en las últimas décadas. El desafío parece ser unir aquello que aparece como dividido.

Sobre esta base, el capital busca además enfrentar a trabajadores contra trabajadores, convertir derechos otrora universales en privilegios de una fracción y acusar a las organizaciones sindicales de ser un mero instrumento de defensa de los intereses de una casta. El éxito ideológico de esta iniciativa es clave para impulsar la eliminación de los derechos que todavía usufructúa una parte importante de los asalariados y para debilitar la capacidad de respuesta colectiva por vía de los sindicatos. Entender la conformación actual de la estructura ocupacional y las dinámicas a las cuales se enfrentan los distintos grupos de trabajadores y trabajadoras es el primer paso en dirección a construir una alternativa radicalmente distinta.

 

Fuente: Crisis - Julio 2025

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