De Hegel a Mirtha Legrand en una siesta: descuidos que lo hacen posible

Germán Linzer * (Especial para sitio IADE-RE) | "La reproducción del capitalismo no necesita que cada persona se vuelva un liberal convencido de los beneficios históricos del libre mercado. Alcanza con apelar a fórmulas del pensamiento que pueden ser inconducentes, controversiales e incluso contradictorias. Sembrar el relativismo, exaltar el individualismo, fomentar el escepticismo social y el desinterés por lo público es suficiente para reproducir el sistema".

Sin dictaduras que anulen derechos civiles ni garantías constitucionales, sin crisis económicas o conflictos sociales desestabilizantes, es decir, sin situaciones que abrumen la atención de nuestra inmediatez, en la Argentina atravesamos una época en la que podemos conocer mejor qué es lo que cada uno de nosotros entiende por el ejercicio de su libertad.

A partir de estas condiciones históricas casi únicas, nos preguntamos, ¿cómo es posible que muchos de los referentes morales y profesionales de nuestro pasado, esos que desde su experiencia o con reflexiones arrolladoras encarnaban la rebeldía contra los poderes constituidos, ahora se transforman en voceros, intérpretes y soporte de las formas políticas de esos mismos poderes? ¿Por qué no castigan con la pérdida de su confianza a quienes los proveen de información falsa, distorsionada o engañosa, propia de la llamada “posverdad”?

Descartamos de incluir en esta pregunta a quienes cumplen ese rol errático por odio o interés. Sólo nos interesa saber por qué nuestros familiares, amigos o vecinos (y también algunos periodistas) que damos por formados, informados y bien intencionados, aceptan la represión como forma de resolución de conflictos sociales, entienden que la pérdida de derechos sociales, laborales y económicos es una condena purificadora que deben atravesar las sociedades “malditas” y, finalmente, terminen por elegir las mismas opciones políticas que las élites económicas a las que no pertenecen.

La desaparición y muerte de Santiago Maldonado puso esta contradicción de manifiesto más que nunca. Escuchamos a nuestros seres cercanos encontrar en la víctima la responsabilidad en su propia muerte. Pero el asombro que nos provocan ya se había manifestado antes, al momento de interpretar el desalojo violento de la carpa de los maestros en la Plaza de los Dos Congresos o en el intento de aplicar el 2 x 1 a condenados por crímenes de lesa humanidad. 

En todos esos casos entendimos que los acuerdos sociales y morales mínimos que creíamos compartir, no sólo socialmente, sino también en nuestro círculo de afectos, se desdibujaron y ésto nos genera una sensación de instintivo reproche y rechazo: somos seres políticos y no podemos dejar de personalizar lo político.

Usualmente se dice que esta situación es el resultado de la manipulación de personajes influyentes, el bombardeo mediático, los anhelos “aspiracionales” de las clases medias o la tendencia de los sectores relegados a reproducir los modos de pensamiento de las clases dominantes. Pero estas interpretaciones no parecen suficientes para explicar el cambio de aquellos que supieron ser rebeldes e inculcaban esa actitud a los demás.

Aquí ensayaremos otra respuesta.

Racionalmente religioso

La hipótesis de este ensayo parte del conocido, indemostrable y contrafáctico elogio al capitalismo, que sostiene que este sistema social logra reproducir en todas las clases y grupos sociales, aun en contra de sus propios intereses y de su propia consciencia, modos de pensamiento que llevan a aceptarlo y legitimarlo como sistema. La precisión de la maquinaria estaría en los mecanismos que tiene el capitalismo para que los ciudadanos se vuelvan “conservadores” del orden capitalista alcanzado por los actores dominantes de la economía.

Forzando un poco el argumento, podríamos decir que, si dejamos de ejercitar el pensamiento crítico, en un tiempo relativamente breve (¿años, meses?), nos encontremos mirando los banquetes de Mirtha Legrand, aceptando sus afirmaciones y compartiendo sus indignaciones. 

Lo que hay que entender es que con el capitalismo pasa como con cualquier otra cosmovisión pasada que también tuvo capacidad de normar política, económica y culturalmente la vida de una sociedad: tiene un origen en alguna necesidad vital e históricamente contextualizada. Esto ocurre tanto para el capitalismo como para regímenes con una alta carga teológica en su justificación política, como el régimen feudal.
La religiosidad se origina en la humanidad como parte de una necesidad, de un anhelo vital: sosiega el dolor ante la muerte de seres queridos y da sentido trascendente a una vida a pesar de los sufrimientos y las injusticias.

En la cosmovisión feudal, el orden político estaba justificado por las élites dominantes a las que había que obedecer para que en la “otra vida” las clases subalternas pudiesen alcanzar el bienestar que se les negaba en el presente. Así todas las clases compartían valores y reproducían el sistema social.

El capitalismo también es un sistema que interpreta una necesidad vital y moral históricamente determinada y ayuda a consolidarlo. 

En efecto, la necesidad de generar garantías y derechos individuales, propia de las constituciones liberales frente a la arbitrariedad de poderes monárquicos, y la necesidad de poder expresar libremente la personalidad particular como una de las formas de libertad, es un anhelo que sólo tuvo sustento material, y existencia política concreta, a partir del capitalismo. Es decir, el capitalismo está asociado a un valor social, a una necesidad. Tiene Verdad, en términos hegelianos.

Es por ello que los conceptos del capitalismo están instalados en nuestro más profundo "sentido común" y son fácilmente entendibles. Esto explica también el porqué del éxito de productos mediáticos en las que sus conductores o periodistas tienen como mayor “virtud” la espontaneidad de sus afirmaciones (o su falta de análisis crítico) y la facilidad para representar el "sentir” conservador de “la gente".

Esta es la principal arma del capitalismo: recurrir a esa esencia "individual", apelar a esos “valores compartidos”, para desdibujar las diferencias que separan a los individuos de los intereses concentrados. Lograr que el individuo pueda empatizar con grandes empresas que también “sufren” las movilizaciones sociales, las altas cargas impositivas, la intervención del Estado, etc., es el arma más filosa del capitalismo.

La reproducción del capitalismo no necesita que cada persona se vuelva un liberal convencido de los beneficios históricos del libre mercado. Alcanza con apelar a fórmulas del pensamiento que pueden ser inconducentes, controversiales e incluso contradictorias. Sembrar el relativismo, exaltar el individualismo, fomentar el escepticismo social y el desinterés por lo público es suficiente para reproducir el sistema.

Cualquier propuesta alternativa a este orden es "contracultural" y contraria al sentido común: o bien se basa en una inquietud intelectual, o bien trata de canalizar y racionalizar un malestar social o surge de una aspiración que se presenta como una frustración. La crítica exige un ejercicio de reflexión y autosuperación para que sea una guía transformativa.

Más allá de la verdad: el miedo

Entendemos por “posverdad” el recurso utilizado por formadores de opinión para relacionar a figuras públicas con hechos o situaciones que generan en el público emociones negativas (indignación, frustración o enojo) sin importar tanto la verdad en la existencia de dichos hechos o situaciones, sino que, a través de su apelación, se pueda alcanzar el impacto emocional esperado.

Notas periodísticas en tiempo condicional; la apelación a encuestas, sesgadas o inexistentes, como supuesta forma de expresión popular contra políticas o políticos; el armado de entrevistas acusatorias con entrevistados que se desdicen al momento de enfrentar a un juez; o el recurso del dato falso o fuera de contexto; son algunos de los tantos elementos de esta posverdad.

La posverdad sólo cumple su función si quien consume un estímulo informativo no está interesado en constatar la verdad o certeza del dato.

Esto ocurre porque se “teme” a algún miedo instalado y se siente que se lo debe enfrentar recurriendo a cualquier herramienta que logre sumar voluntades en pos de una misma causa. La desinformación es un grito de guerra, no una manipulación. Sólo se espera el efecto unificador del simbolismo compartido porque con ello se demostraría que existen personas con igual sensación de peligro y que, en conjunto, enfrentan al miedo instalado, validando sus creencias a través de la información que consumen y sin esperar que ellas sean verdaderas.

La ciencia liberal confirma los lugares comunes de la reflexión conservadora de las sociedades capitalistas. Desde la propia experiencia toda construcción es personal, no hay perspectiva de la historia como proceso de avance de derechos a través de la lucha social, ni comprensión de cómo las fuerzas sociales modelan la cultura y las sociedades. 

Dejar a los ciudadanos sin información ni herramientas conceptuales para interpretar la realidad es dejarlos abandonados a temer sobre cualquier proceso transformativo que amenace (real o ficticiamente) con alterar el orden conservador con el que se van modelando las mentalidades. 

Sin formación humanista y predisposición crítica, toda forma social que se perciba como amenazante, invasiva e irracional, genera odio y espanto. Interpretar las diferencias sociales como naturales o basadas en el mérito individual implica desconocer que todos pudimos haber sido “el otro”. 

Las formas de razonamiento que pueden conducirnos a una sociedad mejor no empiezan en el cerebro, sino en la generosidad de asumir con humildad que los seres humanos somos naturalmente (casi) iguales (compartirnos el 99,9% de nuestras secuencias de ADN). Entonces, las diferencias entre culturas, grupos sociales, clases o países, se debe fundamentalmente a esa situación socioeconómica que se disfruta o sufre de nacimiento, y no a los méritos morales o la formación ética.

La verdadera ciencia no sólo es la que permite entender las diferencias entre grupos, clases, sociedades y países (describiendo sus lógicas de supervivencia y organización y las relaciones de producción que ordenan y explican modalidades de pensamiento y dan racionalidad a la acción). La ciencia verdadera es la que nos ayuda a entender, fundamentalmente, por qué algunos de esos grupos, clases, sociedades o países no pueden romper las relaciones que dan “orden” al mundo y los somete sistemáticamente a perder su libertad e igualdad concreta, perpetuando sociedades que no son justas.

En definitiva, Mirtha Legrand nos está esperando en su mesa. Dependerá de nuestra humildad, esfuerzo y perseverancia seguir transitando el camino dialectico del espíritu hacia la libertad que el gran Hegel soñó para la humanidad… y si no ¡buen provecho!

 

* Licenciado en Economía y gerente de Propiedad Intelectual del INTA.

 

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