Cuando el mundo cambia
124 países de los cinco continentes lograron, por primera vez en la historia de la ONU, que la Asamblea discuta una normativa sobre las reestructuraciones de deuda soberana. Hasta el día de ayer ese tema era de exclusiva competencia de los agentes privados y los organismos financieros internacionales, y por supuesto los propios estados involucrados. Ayer, los “mercados” perdieron una batalla internacional frente a las soberanías nacionales. Y lo hicieron, además, frente a los países menos poderosos del mundo, que tuvieron que amucharse de a decenas para torcer la costumbre.
La pregunta no deja de tener sentido: ¿sirve la ONU? Podría pensarse que la Asamblea General, órgano permanente donde están representados los países y todos valen un voto, es un lugar donde declaraciones en favor de la humanidad y las buenas intenciones es moneda corriente, que lo que se disponga en esos salones difícilmente pueda con el avance del capitalismo financiero, animal que no suele detenerse frente a sensiblerías políticas. Sí y no.
A diferencia de una campaña de UNICEF, la declaración del día de ayer, donde se estipula que antes de fin de año Naciones Unidas tendrá una propuesta de marco regulatorio para reestructurar deudas soberanas, fue una larga aspiración de muchos países y cumbres de Presidentes de los últimos años. El impulso diplomático argentino y, tanto como eso, el temor de otros países de verse en la misma situación de chantaje judicial que hoy vive la Argentina con los fondos buitres, funcionaron como aceleradores.
Es otra “ley” del mundo: los cambios se abren paso cuando los que mandan están en crisis y, por lo tanto, les cuesta imponer su discurso a los demás, aún a sus socios cercanos.
Habría que anotar otra razón: la situación de prolongación de la crisis europea, y dentro de ella la crisis de deuda de algunos de sus países, quebró la solidez del frente “primermundista”. Italia, España y Francia, no votaron junto a Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. A diferencia de estos últimos que lo hicieron en contra (la representante de Estados Unidos fue la primera en dar un discurso contra la resolución, sin medias tintas, diciendo que su aprobación era una mala señal para los mercados), los primeros se abstuvieron, discretamente. La abstención reunió 41 votos. Casi todos se explican por la posición europea. Salvo Inglaterra y Alemania -las únicas economías que todavía tienen algo para festejar en el Viejo Continente- el resto de Europa usó el “abstain” como forma de señalar que la deuda y el descontrol del sistema financiero está lejos de ser un problema de los países pobres.
Es otra “ley” del mundo: los cambios se abren paso cuando los que mandan están en crisis y, por lo tanto, les cuesta imponer su discurso a los demás, aún a sus socios cercanos.
Pero todavía queda picando la pregunta sobre la utilidad ONU. Si bien, luego de esta votación, falta que se apruebe un mecanismo concreto de regulación, el estado de opinión del mundo puede que sea ya irreversible.
El 14 de diciembre de 1960, la Asamblea General de la ONU aprobó la declaración 1514, que pasaría a la historia como la “Declaración sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales”. Desde el fin de la segunda guerra mundial había comenzado una oleada de rebeliones coloniales en distintas partes del mundo. A partir de la resolución, que estipulaba la “necesidad de poner fin rápida e incondicionalmente al colonialismo en todas sus formas y manifestaciones”, prácticamente todo el continente africano y buena parte del sudeste asiático, lograron su independencia de las potencias europeas, en pocos años. Se trataba de algo impensable unos años antes, como lo atestiguan las encarnizadas defensas militares, apelando incluso a técnicas de terrorismo de estado, que las potencias europeas llevaron a cabo en sus colonias. No es que el papel firmado en una sala de Nueva York haya derretido mágicamente el poder de las “fuerzas especiales” francesas en Argelia, sino que esa votación puso de manifiesto que había un conjunto de luchas anticoloniales, simultáneas, algunas de las cuales, como la independencia de la India, ya habían triunfado.
Algo similar ocurre ahora: la votación de la ONU no fue una ocurrencia de un bienpensante. Ni siquiera estuvo ligada a luchas “globales” como el impuesto a la tasa Tobin para las transacciones financieras o el “Jubileo de la deuda” que de tanto en tanto impulsa la Iglesia. No, se trató de una acumulación política (y económica) de una parte del mundo que ya lleva más de una década. El ascenso de China, la resurrección de Rusia, la integración latinoamericana, son procesos diferentes pero que comparten una dirección, como lo demostró la última reunión de los BRICS. Ese mundo ya existía y tenía cada año un lugar más importante como motor económico del mundo, como red de intercambio comercial, como alianza geopolítica. La votación de la ONU expresó, en forma de legislación internacional, ese nuevo escenario.
El último tramo del gobierno de Cristina muestra, así, un posicionamiento internacional de la Argentina claro, entendible, lógico. Néstor Kirchner, en la Asamblea General de 2003, dijo que “los muertos no pagan”. En pocos días, Cristina podrá sostener ese mismo argumento en ese mismo lugar, pero ya no en soledad, sino legitimada con la voz y el voto de otros 132 países. El éxito estuvo, como siempre en la política, en saber construir poder.
Telam - 10 de septiembre de 2014