“Los colombianos somos muy malitos”

 

Juana, una mujer madura, lleva en su pecho la foto del “Negro”, un tipo joven. Dice que es su marido y que desapareció días después de la toma del Palacio de Justicia, en 1985. “El ejército ocupó ese edificio de la esquina de la plaza y lo transformó en un centro de tortura”, dice. “A él lo secuestraron.” Los dos militaban en el M-19, la organización que tomó la construcción más grande de líneas simples que domina la escena de un conjunto de edificios públicos enormes, construidos con una piedra amarillenta que parece oxidada.

Vocera de la paz

 

Imelda Daza Cotes es economista e impulsó la reforma agraria en Colombia. Fue concejala de izquierda y tuvo que escapar del país por grupos paramilitares que le mandaban coronas de flores para su velorio mientras ella amamantaba a su hija. Estuvo exiliada durante 26 años en Suecia. Y decidió volver a Colombia a la edad de jubilarse. Intentaron asesinarla y, de todos modos, acompañó la implementación del acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla.

Una oportunidad perdida

 

El resultado del plebiscito colombiano reveló la profundidad de la polarización que, desde el fondo de su historia, caracteriza a la sociedad colombiana. También, la grave crisis de su arcaico sistema político, incapaz de suscitar la participación ciudadana que ante un plebiscito fundacional –¡nada menos que para poner fin a una guerra de más de medio siglo!– apenas si logró que una de cada tres personas habilitadas para votar acudiera a las urnas, una tasa de participación bastante inferior a la habitual en Colombia.