Neuquén y la responsabilidad

Muere un manifestante, un policía lo ha matado. Muchas veces nos encontramos frente a este hecho terrible e inaceptable. ¿Quién es el responsable? Esta pregunta hace temblar todos los andamiajes políticos y jurídicos. El gobernador de Neuquén se declaró responsable de lo ocurrido en términos generales -el desalojo brutal de la ruta- pero no de esa muerte en singular. No estaba en su conciencia, dice, matar a nadie. Pero una doctrina sobre responsabilidades algo tiene para decir al respecto. ¿Qué es una conciencia política? ¿Cuántas dimensiones explícitas como tácitas entran en ella? Entre la mano actuante, que empuñó el arma, y el orden político que la rodea, hay vínculos diversos, no lineales pero evidentes. Quizá llamamos política a las diferentes interpretaciones entre esos vínculos. Sin recurrir a una idea determinista de la relación de las palabras con los actos -no hubo ni podía haber una orden escrita de tirar a matar-, tampoco debemos eximir de responsabilidad a las órdenes indirectas, a los gestos implícitos, al clima político armado con coacciones sistemáticas, al amago persistente de medidas drásticas, a las amenazas más o menos difusas. Muchas veces, una urdimbre de palabras, con sus respectivos énfasis, van preparando un hecho asesino, que surge no de una orden ni de una voluntad pública. Surge del socavón borroso de las palabras pronunciadas por la mitad, y en las tinieblas, de los gestos esbozados ambiguamente, pero que se liberan como sentencias invisibles buscando el hueco horroroso donde alojarse.

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