Una oportunidad para la radicalización democrática

Ayelén Oliva


Para Íñigo Errejón, hoy en las filas de Más País tras la ruptura con Podemos, el momento de excepción que estamos viviendo es una buena ocasión para una ofensiva democrática, socialista y ecologista que construya una propuesta acorde a los desafíos que plantea el siglo XXI.

Desde su pequeño departamento en Madrid, Íñigo Errejón cuenta que a pesar del drama humano que supone la pandemia volvió a estudiar y, por lo tanto, a oxigenar las ideas. Para eso es metódico: guarda el celular en un cajón y organiza las horas “para no vivir esclavo de las pantallas”. A menos de un año de su vuelta al Congreso como diputado nacional, ahora con Más País, un sello propio creado después de la ruptura con Podemos, analiza la crisis global desatada por la pandemia. Errejón cree que este escenario ofrece condiciones para una radicalización de la democracia y propone algunas metas para avanzar en esta dirección.

¿Cuáles son las debilidades de nuestras democracias liberales que han quedado expuestas con esta pandemia?

La crisis ha puesto de manifiesto la debilidad del Estado liberal, o de las democracias liberales, cuando pretenden que no haya comunidad, cuando pretenden disgregarla. Es evidente que ahora ha surgido un sentimiento de comunidad sin el cual no habríamos podido hacer frente al virus. Algunos han ido debilitando y subordinando al Estado, pero cuando hemos necesitado un Estado, incluso quienes se reían del Estado, han acudido a pedirle rescates, financiación. En un momento de miedo, en que todo el mundo se retraía, el único actor colectivo capaz de intervenir y de asegurar que las cosas seguirían funcionando ha sido el Estado. Los neoliberales recuerdan esto en tiempos de crisis, pero luego lo olvidan.

En relación al rol protagónico del Estado, existen quienes alertan sobre una posible amenaza autoritaria como respuesta a la crisis ¿cómo analizás eso?

Creo que, por una parte, hay una tensión entre protección y libertades individuales. Todos sabemos que en tiempos de excepción se adoptan medidas que luego se generalizan y se estabilizan y vienen para quedarse. Hay que estar muy atentos para que en este tipo de situaciones no se produzcan abusos, que siempre suelen producirse contra los más débiles. En ese sentido, claramente las democracias, en esta etapa de incertidumbre, tienen una tensión entre la protección de sus ciudadanos y algunas de sus libertades. Pero me parece que no va por ahí la principal grieta que hemos visto en nuestras democracias liberales, que cada vez tienen más de liberales y menos de democracia. Es decir, han ido enfatizando las libertades individuales formales, muy importantes sin duda, pero achicando el espacio de la soberanía popular y las condiciones republicanas mínimas, para que las libertades formales se conviertan en libertades republicanas que aseguren que la gente pueda vivir sin sometimiento y sin miedo al día a día. En ese sentido, creo que el exceso del contrapeso liberal frente al componente democrático ha debilitado durante mucho tiempo la idea de comunidad. El virus claramente ha puesto de manifiesto que somos una comunidad. La sociedad no es sólo una suma de individuos asustados, yendo cada uno a salvarse por su cuenta, sino que esta crisis nos ha demostrado que sólo se sale, sólo se es fuerte, si existe una idea de comunidad con objetivos compartidos y de solidaridad, aún con aquellos que no conocemos.

¿Cuál crees que será la tendencia política que se imponga como respuesta a esta crisis?

Va a depender de la correlación de fuerzas. Todavía está en disputa explicar qué nos ha pasado, qué nos está pasando y cuáles han sido los elementos que nos han debilitado para hacer frente a esta crisis. Creo que esta crisis ofrece condiciones para una ofensiva cultural y política en un sentido de radicalización democrática. Es decir, una orientación claramente socialista y ecologista. Las situaciones excepcionales, las guerras o las pandemias, suelen poner en valor los esfuerzos colectivos y las instituciones que permiten esfuerzos colectivos como país. La diferencia es que, en general, los neoliberales se hacen cargo de eso sólo para que paguen sus deudas y se les proteja, y luego vuelven a las mismas andadas. Recordemos cuando en 2008 Nicolas Sarkozy dijo que había que reformar el capitalismo y luego se olvidó de ello. Lo que tenemos que hacer es estar muy atentos a esa correlación de fuerzas y a la pelea cultural por explicarnos qué nos ha pasado.

¿Pensás que afectará nuestras prácticas de consumo?

Creo que entra en crisis la idea de que vamos hacia una especie de progreso ilimitado, en el que nos podemos emancipar de los límites de la Tierra y de los límites del cuerpo. El ecologismo político hoy está más vigente que nunca; se ha puesto de manifiesto que somos seres vulnerables, que somos seres frágiles y que además dependemos de nuestro medio natural; que quienes vivimos en ciudades más contaminadas tenemos más posibilidades de contagiarnos y que el contagio sea más grave. Una política que valga la pena es una política que se vuelva a ocupar de la vida, de lo que respiramos, de lo que comemos, de cómo nos desplazamos y del tiempo que tenemos. En ese sentido el COVID-19, al abolir los límites entre lo privado y lo público, nos ha vuelto a recordar cuán importantes son algunos elementos que podrían parecer de una política ingenua: tener ciudades en las que volvemos a oír los pájaros, en las que respiramos bien, en las que podemos volver a hablar con los vecinos. Por ahí pasa toda una línea de conexión entre lo público y lo privado en una ofensiva ecologista y democrática para el siglo XXI.

¿Existe espacio para avanzar con una agenda de izquierda como respuesta a la crisis?

 Pienso que en muchos campos hoy ya hay opciones intermedias. Intermedias en el sentido de que son tan comprensibles por la inmensa mayoría de nuestra ciudadanía, como transformadoras, y que suponen un punto de inflexión al abandonar un modelo neoliberal caduco e ir transitando hacia un modelo social ecológico, humano, más sostenible y eficaz que nos asegure mayor futuro. Pero aquí es fundamental la cuestión del tiempo. Hay que actuar ahora. Las condiciones para una ofensiva, en un sentido democrático socialista, se dan ahora.

¿España es un ejemplo de esas “opciones intermedias”?

En España tenemos un gobierno progresista que en general se contenta mucho con mirarse en el espejo de las derechas mientras éstas se radicalizan. ¿Este gobierno es un gobierno comunista? No; ni por lo que dicen en el día a día, ni por sus medidas. No digo que esto sea positivo. El fracaso del bloque del Este nos tiene que hacer reflexionar; es ya una reflexión inevitable para todas las fuerzas políticas democráticas, progresistas y transformadoras. Pero digamos que el gobierno hasta ahora se ha conformado con mirarse en el espejo de las derechas porque la imagen que le devuelve es la de un gobierno de avanzada en términos sociales y económicos. Pero en la realidad no está siendo contundente para asegurar los grandes beneficios. Y el problema no es de grado, de si pedirle más o menos; es obvio que todo gobierno siempre podría hacer más, y que la oposición le pide más. En nuestro caso lo hemos apoyado, pero a condición de empujarlo para que sea más decidido. No es un problema de conformarse más o menos: el problema es que el momento es ahora, las condiciones culturales, jurídicas, económicas e incluso geopolíticas para avanzar se dan ahora; y dentro de dos meses es muy posible que esas condiciones se estrechen y que los grandes poderes vuelvan a las andadas.

Un escenario tan abierto también puede funcionar como terreno fértil para respuestas reaccionarias ¿cómo analizás esto?

El momento para intentar neutralizar los componentes del sentido común que sean más reaccionarios es ahora. Toda crisis presenta siempre fenómenos ambivalentes, ideas que se asientan en la población en sentido claramente reaccionario, e ideas de sentido claramente progresista o democratizante. Ahora es el momento de avanzar para los gobiernos que se autodenominan progresistas. Yo sé que parece contraintuitivo y que uno podría decir: “lo que hay que hacer es estabilizar, salir de esta y después ya nos planteamos la discusión”. Pero es que la discusión de aquí a unos meses se va a dar en términos de una correlación de fuerzas posiblemente mucho peor de la que hay hoy. La excepcionalidad ayuda a los gobiernos progresistas a avanzar en semanas lo que en otro momento demoraría décadas, y por lo tanto sería imperdonable no aprovechar esta oportunidad histórica. No para avanzar con un proyecto partidista, sino para construir sociedades más fortalecidas que tengan más de comunidad, de solidaridad cívica, de instituciones que cuidan de todos, de equilibrio fiscal y más de aparato económico como para sobrevivir a las próximas situaciones imprevistas que vengan, sean por crisis financieras o por crisis ecológicas.

¿Cuáles son los pilares sobre los que debería construirse una agenda progresista como salida a esta crisis?

En primer lugar, hemos propuesto que hay que constitucionalizar la sanidad pública; es decir, no basta con que haya sanidad pública: hay que incluirla en la Constitución. Definir un piso mínimo de inversión en sanidad pública para que, vengan los gobiernos que vengan, no puedan recortar por debajo de ese piso. En segundo lugar, creo que hay que ser decididos en torno a una reforma fiscal que traspase el grueso de las cargas fiscales de los trabajadores, los sectores medios y los pequeños empresarios a quienes más tienen, aquellos inmensos patrimonios que tienen más de lo que pueden gastar en una vida. Si queremos tener Estado de bienestar como en Dinamarca o política industrial como en Alemania, tenemos que tener impuestos a la altura de nuestros socios europeos. España pierde de media 7,5% en recaudación fiscal comparado con sus socios europeos. En tercer lugar, hay que poner en marcha una renta básica universal. El gobierno está complementando con una cierta renta para los sectores más empobrecidos, pero una buena parte de los trámites, de las condiciones para acogerse y de la burocracia inherente a este tipo de rentas va a hacer que se quede mucha gente por fuera, y además la va a hacer más costosa. En realidad, cada vez hacen falta menos horas de trabajo humano para producir las mismas cosas. Y eso no se puede convertir en precariedad o miedo, se tiene que convertir en una renta de ciudadanía. El Estado de bienestar del siglo XXI no puede asociar la protección social a un empleo, porque el empleo es un bien cada vez más preciado. En cuarto lugar, nos parece fundamental que el Estado intervenga para proteger el derecho a la vivienda, que está consagrado en la Constitución pero que simplemente no se cumple. La vivienda no puede estar sometida a los vaivenes de los fondos buitres, de especuladores que compran vivienda y a veces la dejan vacía para especular con ella. Hay que asegurar el alquiler con un inmenso parque público en régimen de alquiler social. Para decirlo otra manera, hay que ir avanzando en la desmercantilización del derecho a la vivienda. Y, en último lugar, hay que apostar por la transición ecológica como palanca de modernización económica de nuestro país con justicia social. Apostar por la rehabilitación energética de los edificios para hacerlos más eficientes energéticamente, apostar a las energías limpias y dejar de depender en el plazo más breve posible de los combustibles fósiles; ir hacia el sector agroecológico y revitalizarlo. En fin, hay que dar todo un vuelco para que, ya que sabemos que enfrentamos el cambio climático, lo hagamos además con la estrategia de industrialización verde.

En un momento en el que los Estados se fortalecen y las fronteras se cierran, ¿hay espacio para la articulación internacional de los sectores de izquierda?

Claro que lo hay. El fortalecimiento del Estado-Nación no es en absoluto incompatible con el internacionalismo. De hecho, el internacionalismo exige que cada uno construya poder político y poder económico en sus países. El internacionalismo no debe ser confundido con una especie de cosmopolitismo que, en mi opinión, entendimos mal. Mi generación política adoptó el movimiento contra la globalización como si se hubiera acabado la importancia de los países. La prueba de que no se ha acabado es la enorme presión que los lobbys privados y grupos de poder ejercen sobre los Estados nacionales, no para reducirlos, sino para supeditarlos o subordinarlos a sus necesidades concretas. El internacionalismo tiene que pasar por el ejercicio de la soberanía popular. Y hoy el marco más grande donde se ejerce esa soberanía es el Estado-Nación, que es imperfecto y conlleva dificultades, pero tenemos que ir hacia una recuperación de un sentido del Estado responsable y justo. Y ahí me parece que las discusiones en la agenda son muy parecidas entre países que plantean dificultades parecidas en Argentina, en Grecia, en Italia, en Francia o en Portugal.

¿Cuáles son esas discusiones parecidas?

Primero, asegurar un Estado que pueda apostar por los sectores estratégicos. También garantizar un Estado de bienestar que pueda proteger y asegurar la libertad republicana, es decir, los derechos materiales mínimos de existencia. Otro de los puntos es garantizar un cambio de modelo productivo por uno que sea capaz de hacer frente al cambio climático, produciendo riqueza, redistribuyendo más y apostando por el blindaje de los derechos sociales, para que no sean privilegios, sino que sean efectivamente derechos. Me parece que esa es la agenda que podemos compartir y a partir de la cual se puede ir trabajando. Insisto, esta crisis ha puesto de manifiesto la enorme debilidad, irracionalidad e insostenibilidad del neoliberalismo como un modelo depredador de la vida, del planeta, de los seres humanos y de la salud. Frente a él, la respuesta tiene que ser poner en valor aquellos elementos que nos han hecho aguantar los días más duros. Y esos elementos son los que tienen que protagonizar el horizonte hacia el que queremos avanzar quienes buscamos garantizar la democracia, la soberanía y la justicia social.

Propuestas de Íñigo Errejón para una agenda progresista

  • Definir por vía constitucional un piso mínimo de inversión en sanidad pública.
  • Reforma fiscal progresiva que traspase las cargas fiscales de los más débiles a los grandes patrimonios.
  • Renta básica universal.
  • Garantizar el derecho a la vivienda a través de un inmenso parque público en régimen de alquiler social.
  • Transición ecológica como palanca de la modernización económica.
  • Apuesta por las energías limpias y fin de la dependencia de los combustibles fósiles.

 

Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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