Riesgo extranjero

Claudio Scaletta*
El fuerte proceso de extranjerización registrado en los ’90 se detuvo tras la salida de la convertibilidad. Compañías del exterior representan dos tercios del grupo de las 500 empresas más grandes del país. El riesgo tradicional para ese tipo de economía es la potencial contribución al déficit de Balance de Pagos por repatriación de ganancias. Pero con la crisis internacional se sumó el riesgo de transmisión del clima de zozobra y ajuste global de las transnacionales en la economía local. [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] . Principales características e impactos de la "extranjerización" reciente de la economía argentina / María Agustina Briner - Martín Schorr[/size]

En febrero pasado el Indec difundió los resultados de la Encuesta Nacional de Grandes Empresas (ENGE) para el trienio 2005-2007. Los resultados definieron con mayor precisión la evolución estructural de las 500 firmas más grandes de la economía en la post-convertibilidad. Ese análisis excluye al sector financiero y al agropecuario. La primera conclusión es que el fuerte proceso de extranjerización de estas empresas registrado en los ’90 se detuvo tras la salida de la convertibilidad. La segunda es que a fines de 2007 la foto seguía siendo aproximadamente la misma que la de fin de siglo: dos tercios de las firmas de la cúpula empresaria son extranjeras.

Esta relación 2/3 extranjeras versus 1/3 nacional invierte la proporción de principios de los ’90 y se mantiene aproximadamente sin cambios desde 2002. Cuando se detallan los agregados económicos se encuentra que los 2/3 de empresas extranjeras generan el 81,7 por ciento del valor bruto de la producción y el 83,8 por ciento del valor agregado del conjunto de las 500. También representan el 90,2 por ciento de las utilidades del panel. La proporción sólo se altera cuando se mira la generación de empleos. Aunque las firmas nacionales son 1/3 generan el 37,1 por ciento de los puestos de trabajo. La primera conclusión es que las grandes empresas extranjeras representan 5/6 del valor agregado de la cúpula, son más productivas y obtienen, abrumadoramente, mayores ganancias que las nacionales. La mayor generación de empleo de las empresas de capital local sólo delata, muy probablemente, una menor concentración orgánica del capital.

El “riesgo clásico” para una economía en la cual el capital transnacional predomina en el control de la cúpula empresaria es la potencial contribución a los déficit de Balance de Pagos por repatriación de ganancias. Pero este riesgo no es el único. En un contexto de crisis internacional también puede acelerarse la difusión del clima global en la economía local. Esto se produce porque las expectativas que guían la toma de decisiones de las empresas extranjeras no son las que se generan en el mercado interno, sino las que se producen en las economías de origen. Así, la sensación de zozobra económica que se vive en los países centrales se expresa en recortes de inversiones y de gastos en las subsidiarias en Argentina, una situación que retroalimenta cualquier ciclo recesivo.

[b]Dos visiones de la crisis[/b]

Las interpretaciones sobre la crisis global son variadas, pero en esa vorágine pueden identificarse dos corrientes principales. La primera atribuye el curso de los acontecimientos a un problema de regulación; en particular a una excesiva liberalización de los mercados financieros, que dio lugar a “excesos”. Sus resultados más concretos son las cadenas de papeles respaldados por papeles, la proliferación de los llamados “activos tóxicos”. Hace pocos meses se estimaba que la suma de estos activos basura era de 1 billón de dólares. Hoy, según dejaron trascender fuentes del FMI al londinense Financial Times, la cifra podría superar los 4 billones de dólares. La recomendación de política de esta visión se encuentra en sus premisas. La primera es que los Estados deben rescatar los activos tóxicos, no por un afán socializador de deudas de los grandes bancos, sino para evitar la debacle del sistema financiero y el quiebre de la cadena de pagos. Rescatados los activos en problemas, el segundo paso consiste en nuevas reglas restrictivas que eviten la lujuria financiera a fin de abortar en el futuro la repetición del escenario. De esto se habló y decidió en la reciente cumbre del G-20.

La segunda corriente interpretativa sostiene que la crisis actual –podría agregarse “como toda crisis capitalista”–, es una crisis de demanda “real”. La caída de la demanda agregada sería una consecuencia del camino seguido por las empresas para evitar una de las leyes básicas del desarrollo capitalista: “La tendencia a la disminución de las tasas de ganancia”. Para mantener esta tasa, sostiene la argumentación, las empresas de los países centrales recurrieron al dumping social y ambiental “deslocalizando” la producción. La traslación de las fábricas hacia otras economías significó, en los países centrales, una depreciación global de la masa salarial, no sólo porque se pagan los salarios en otra parte, sino porque la deslocalización presiona hacia la baja el nivel de empleo en origen. No obstante, en países con sistemas financieros muy desarrollados, la respuesta para quienes veían disminuir sus ingresos fue el aumento del endeudamiento. El círculo fue inicialmente virtuoso porque evitó la caída del consumo. Pero al mantenerse depreciada la masa salarial el proceso encontró un límite. La propagación de los activos tóxicos sería entonces el efecto estructural de mantener el consumo vía endeudamiento. La propuesta de política consiste en el refuerzo del proteccionismo. Si se limita el libre comercio –se sostiene–, las fábricas regresarían a sus países, donde demandarán más empleo y en consecuencia subirían los salarios, terminando con el desequilibrio básico para sostener la demanda, que era la escasez de la masa salarial. La propuesta de política nada dice sobre qué pasaría con los desempleados de los países donde actualmente están radicadas las fábricas.

Las dos visiones expuestas son endógenas. Son interpretaciones que surgen en el epicentro de la crisis: los países más desarrollados. En el resto del mundo la visión generalizada es que, dado que el mal está en el centro, los países como Argentina se verán afectados esencialmente por los efectos de la caída de la demanda externa. Con más entrenamiento histórico en superar la volatilidad de los ciclos económicos (“las crisis”) no aparecen propuestas expresas de política más allá de intentar blindarse para aguantar el cimbronazo. El contraargumento para esta visión desde “la periferia” es que, a pesar de la creciente interrelación y mayor apertura de las economías, los mercados internos tienen todavía un papel que jugar. Los precios internacionales no serían entonces la única correa de transmisión de la crisis. De aquí la necesidad de observar lo que sucede con la estructura empresaria y prever su comportamiento.

[i]Renacionalización + Extranjerización[/i]

El especialista Miguel Khavise destacó a Cash que desde la salida de la convertibilidad hasta 2007 efectivamente el proceso de extranjerización parece haberse detenido. Así surge de las cifras globales expuestas al principio. No obstante, cuando se acerca la lupa a los datos y el análisis se hace por quintiles sobre el panel de las 500 empresas más grandes, surgen detalles nuevos y hasta inesperados.

El primero es una renacionalización dentro del primer quintil, es decir dentro de las primeras cien empresas más grandes de la cúpula. Esta vuelta del capital nacional se da particularmente en el grupo de las privatizadas. Algunos casos emblemáticos son las firmas ahora controladas por Pampa Holding o los cambios accionarios en YPF.

El detalle de lo sucedido en el primer quintil revela una parte del comportamiento de algunos grupos del exterior. Algunas grandes empresas en manos extranjeras están pensando en salir de la Argentina. La información de prensa muestra que esta idea está presente, por ejemplo, en firmas del sector petrolero y eléctrico. Una lectura posible es que en un contexto de crisis la dinámica podría acelerarse.

Pero si la proporción de extranjeras se mantiene constante, agrega Khavise, ello significa que la extranjerización debe haber aumentado en alguno de los otros quintiles. Este efecto inesperado es lo que efectivamente sucedió en las empresas más chicas: en las últimas 200 de la serie de la ENGE. A nivel microeconómico esto habla de la continuidad de los factores que provocaron la extranjerización.
Paradoja

¿Cómo se explica esta aparente contradicción de renacionalización de algunas grandes empresas con la continuidad de la extranjerización de las de menor tamaño relativo?

En un [color=333300] artículo reciente, publicado en Realidad Económica Nº 235, el economista de la Universidad Nacional del Sur Gustavo Burachik[/color] realiza un intento de conceptualizar los resultados de la ENGE. En el camino repasa los mecanismos de funcionamiento empresario que servirían como retroalimento de la extranjerización. Según surge del análisis de la serie de la ENGE, la extranjerización reconoce, entre 1993 y 2002, dos períodos. Uno, hasta 1997, de carácter “extensivo” y otro, de 1998 a 2002, de carácter “intensivo”. Luego el proceso se detiene en el agregado. Para el presente importa el dato de que la mayor intensidad de la extranjerización se produce en un contexto de crisis, que se inicia con el temblor asiático de 1997, y con el cambio del ciclo interno (comienzo de la recesión que marcó el fin de la Convertibilidad).

Aunque la rentabilidad de las grandes empresas acompañó el ciclo económico al margen del origen del capital, Burachik destaca que la ENGE muestra un diferencial a favor de las extranjeras. Las nacionales, en tanto, fueron menos productivas y, en particular, incapaces de trasladar los efectos de la crisis desde las utilidades a los gastos salariales y, luego, de excluir a los salarios de la recuperación. Adicionalmente, operaron con un mayor nivel de endeudamiento por su menor capacidad de autofinanciamiento y de acceso al crédito. Mientras que en 2005 las firmas nacionales tenían menos utilidades que en 1997, las extranjeras ganaban más. Tomando a diciembre de 1997 como base 100, las utilidades medidas en dólares eran, en diciembre de 2005, de 54 para las nacionales y de 132 para las extranjeras.

La investigación de Burachik agrega que el menor acceso a la tecnología y al financiamiento determina que las empresas nacionales sean menos competitivas que las extranjeras, lo que les impide “penetrar y permanecer en las ramas más rentables y dinámicas”. Además de un crecimiento más lento de los grupos locales, estas asimetrías explican que los mismos activos resulten más valiosos para las firmas extranjeras que para las locales ,”lo cual estimula la extranjerización”. Esta sería la dinámica de los capitales individuales que subyace a una de las tesis de la investigación: “La extranjerización de las grandes empresas es un episodio del proceso de centralización del capital a escala global”. Si esto es así, concluye, “su intensificación en un contexto de crisis resulta teóricamente previsible”.

*Claudio Scaletta - Lic. en Economía (UBA), periodista especializado en economía, columnista agropecuario de Página/12, [1999-2007). Premio Giovanni Agnelli a la Excelencia Periodística (2003) jaius@yahoo.com

Ver en archivo adjunto Encuesta Nacional a Grandes Empresas (ENGE) realizada por el INDEC

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