Nacional y popular

Horacio Rovell
La historia económica argentina presenta claros y dignos ejemplos de gobiernos nacionales y populares: la presidencia de Hipólito Yrigoyen, de Perón, de Illia, de Alfonsín en la gestión de Bernardo Grinspun, y el gobierno de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner, y lo fueron básicamente porque defendieron el mercado interno, el trabajo y la producción nacional. Todos ellos tuvieron como prioridad incrementar la capacidad adquisitiva del salario para aumentar el consumo, con ello crece el PBI (aumenta la oferta para satisfacer ese consumo).

Y para acrecentar la oferta de bienes y servicios se basaron en la ventaja natural que tenemos al contar con la Pampa Húmeda, que es la tierra más fértil del mundo, demostrado por ejemplo en la actualidad, que la soja tiene un rinde promedio de 3 toneladas por hectárea. De las 32 millones de hectáreas cultivables, 20 millones se destinan a la soja, produciendo 60 millones de toneladas por año, por lo tanto las “retenciones” (derechos de exportación) ahora, como el IAPI en el peronismo, y el control del comercio exterior y la aplicación de retenciones en el gobierno de Arturo Illia, detraen recursos del sector primario con los que se subsidia a la energía, fuente primordial para la industria y el resto de la producción.

Sin industria no hay Nación decía un conservador ilustre como Carlos Pellegrini, en el convencimiento de que es la industria la que genera trabajo y valor agregado. Si no preguntémonos cuánta mano de obra requiere la producción de una tonelada de soja. Y es más, la industria cuanto mayor dotación de capital y tecnología tiene y requiere, genera más valor y, por ende, mejor remuneración al trabajo por aumento de la productividad.

Límites del modelo

Los problemas que se suscitan son dos y conforman el límite del modelo. Uno es que al crecer el PBI, indefectiblemente se incrementan las importaciones, dado que no producimos todos los insumos que necesitamos, por ejemplo una fábrica de dulces necesita soda solvay para la limpieza, bien que no producimos en la cantidad que necesitamos (lo mismo pasa con la energía, con el conocimiento técnico, etc. etc.). Y el otro es que fruto de los años de desinversión y por la estructura fuertemente extranjerizada de nuestra economía, es baja la productividad promedio del país.

La dependencia a las importaciones es tan grande que si tomamos un período largo de nuestra historia (1980 hasta 2014 inclusive), en promedio por cada punto que crece el PIB, se acrecientan en 3 –tres– puntos las compras al exterior.

La competitividad industrial argentina se basa en la calidad de su mano de obra y en la energía más barata de la región. Techint se da el gusto de ganar licitaciones internacionales porque tiene los operarios más profesionalizados en las costuras de los caños, y porque recibe energía subsidiada por el Estado. En la producción industrial se requiere de una creciente inversión y tecnología que conforma el camino del crecimiento sostenido.

En pleno auge del modelo kirchnerista, año 2007 por ejemplo, los subsidios fueron de $ 14.600 millones (a un dólar promedio de $ 3,10 significaban US$ 4.700 millones), en el año 2015 superarán los $ 210.000 millones (unos US$ 20.000 millones), cuando la recaudación por retenciones del año 2015 se estiman por debajo de los $ 75.000 millones (unos US$ 7.000 millones). Con esto lo que estamos afirmando es que en el modelo original del kirchnerismo las retenciones pagaban holgadamente los subsidios, y ahora en cambio alcanza a ser la tercera parte del subsidio.

Por ende, el Gobierno continuó “tirando” de la demanda, pero los empresarios (y sobre todos los grandes) una vez utilizada la capacidad ociosa que tenían (fruto de la crisis del plan de convertibilidad, con trabajadores desocupados, plantas cerradas, maquinarias empleadas parcialmente, etc.), en lugar de invertir, prefirieron y prefieren realizar el ejercicio que más conocen y más practican, que es fugar gran parte de las ganancias obtenidas al exterior.

El modelo de defensa del mercado interno y de sustitución de importaciones funciona si son consistentes las variables macro y se cuenta con empresarios dispuestos a enfrentar el desafío. Esto es, el superávit comercial debe poder pagar el ingreso de insumos críticos, parte de la inversión y los subsidios a la producción. Y deja de ser eficiente si se generan inconsistencias que se reflejan tarde o temprano en la llamada restricción externa.

Restricciones

La restricción externa se refleja a su vez en la falta de divisas. En el año 2011 el superávit comercial acumulado permitió que se tuvieran reservas internacionales en el BCRA por más de US$ 52.000 millones, pero el Gobierno, para ganar las elecciones nacionales de ese año (la reelección de CFK), atrasó ex profeso el valor del dólar (vendiendo parte de las reservas del BCRA), pero en lugar de, una vez ganada las elecciones, replantearse el modelo (consolidar las variables macro), se prefirió continuar como si nada hubiera pasado, el resultado es el atraso cambiario, y otra vez la compra de divisas y la fuga de capitales, en octubre de 2014 por ejemplo, las reservas internacionales del BCRA habían descendido a US$ 27.299 millones (casi la mitad).

El marco descripto se complica si tenemos en cuenta la política de los EE.UU. de acrecentar el valor del dólar para poder comprar insumos y energía barata, dado que en dos años a esta parte, el precio de la soja, que es nuestra principal producción y exportación, descendió, medido en esa divisa, un 30%, en mayor o menor medida pasó lo mismo con el resto de los alimentos (carne, trigo, maíz, arroz, etc.) y de las commodities (por ejemplo los minerales entre ellos el hierro, el cobre, la bauxita, etc.) y la energía (gas y petróleo).

Y decimos que se complica porque las grandes empresas químicas y comercializadoras de granos han logrado producir semillas en zonas semidesérticas como puede ser las amplias sabanas africanas o el centro de Australia, sumados a que se siembra en el Mato Grosso y en áreas cada vez más alejadas de cultivo, con lo que los oferentes de alimentos se expanden garantizando precios bajos de los mismos.

En ese contexto, las propuestas son fundamentalmente dos: una, la tan trillada y mil veces corroborada mentira de la seguridad jurídica, generar la confianza para la inversión, etc. etc. que en forma rápida o gradual busca retornar a los mercados de capitales de deuda, previo pago a los fondos buitre de las acreencias que reclaman (que sumadas a los me too, intereses y costas representan no menos de US$ 22.000 millones que se debe reconocer), para lo que se debe hacer un plan de pagos que implica un nuevo techo a los salarios y al nivel de consumo y con ello de actividad, a la vez de asegurar un superávit comercial que permita amortizar intereses y deudas en el tiempo.

El ajuste de los salarios implica el ajuste interno que permite generar el superávit comercial buscado, instrumentado a través de subas del tipo de cambio (dar más pesos por dólar), con lo que se abarata el costo argentino en esa moneda, y esto se debe hacer por muchos años, con lo que lo único seguro es que da como resultado un país para pocos y con salarios paupérrimos.

La verdad que eso nunca sucedió en nuestro país ni va a suceder, por los empresarios que tenemos y el grado de internacionalización que hace que las decisiones no se tomen en y pensando en la Argentina, sino en otros centros, donde sólo les interesa el país en negocios de corto plazo. Prueba está en los gobiernos pro capital que supieron tener ministros como Alsogaray, Krieger Vasena, Martínez de Hoz, Cavallo, Sourrouille, etc. todos dijeron la misma mentira y siempre se terminó en fracaso con empresarios ricos y baja inversión, cierre de fuentes de trabajo y exclusión social.

¿Confianza?

Y menos de necesidad de volver a endeudarse, un país como el nuestro, donde se fugaron según estimaciones oficiales más de US$ 250.000 millones, y según Tax Justice Network US$ 399.100 millones a diciembre de 2014, por un lado, y por otra parte, más de la mitad del ahorro nacional lo generan las propias empresas (ganancias retenidas), por lo que no son dependientes del ahorro de las familias. Otro indicador de que el ahorro no es el problema es que los bancos mantienen alta liquidez y títulos públicos porque la demanda de crédito es baja, y la demanda de crédito es baja porque no se encuentra a quién vender.

Todo esto demuestra que el planteo de expandir la demanda interna, acordar con los países de la región (Mercosur, Unasur, Celac) es correcta, como también lo es acordar comprarles a quienes nos compran, como es el caso de China y Rusia, que incluso posibilita la inversión de capitales en importantes obras hidroeléctricas como son las represas Cepernic, Kirchner y Chihuido.

Para decirlo en palabras de un economista del sistema (y no puede enojarse por esa clasificación), Bernardo Kosacoff: “Pese a todo ello la rentabilidad sigue existiendo. Y esto permite cierto optimismo, porque el punto de partida una vez que se reacomode la macro tiene un punto de apoyo importante. Igual hay que aclarar que las ganancias han caído mucho, pero se mantienen asociadas al colchón del mercado interno. Ya no se venden casi un millón de autos, pero este año (2015) se superarán los 600.000. Es el doble que antes del despegue industrial. Y lo mismo sucede con la venta de champú, chocolates o heladeras. Ese aumento del volumen permite que las compañías se sostengan, aun cuando se esté lejos de los niveles máximos”.

La principal y única razón por los cuales se invierte en la Argentina, es siempre y cuando se genere una demanda (interna y externa) de nuestros productos sostenida en el tiempo. La ecuación costo-beneficio deja un amplio y seguro margen de ganancia (mayor que en los países desarrollados y de casi todos los países de la región), por ende, la inteligencia está en impulsar un modelo que parta desde el trabajo asalariado y de la producción nacional, y hacer que se integre a la demanda interna y externa en un circuito virtuoso en que se retroalimenta la demanda agregada y se mejora el ingreso y la participación de la población.

Miradas al Sur / 27 de septiembre de 2015

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