La pérdida sufrida por el banco JPMorgan Chase incita los llamados para restablecer ya la ley Glass-Steagall

15 de mayo de 2012 — El anunció que hizo el pasado viernes 11 de mayo Jamie Dimon, director ejecutivo (CEO) del banco JPMorgan Chase, cuando admitió que el banco había perdido 2 mil millones de dólares en apuestas en derivados especulativos en su filial de Londres, dio pábulo a una andanada mayor de llamados en respaldo a las peticiones ya existente para restablecer la ley Glass-Steagall. Una cantidad cada vez mayor de voces se suman a esa demanda, y hay quienes piden que Jamie Damon no solo renuncie a su cargo del JPMC, sino que lo saquen del consejo directivo del Banco de la Reserva Federal de Nueva York.

En un artículo publicado en la revista electrónica de negocios Slate, titulado "Flawed Dimon" (Dimon defectuoso) el ex gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer exigió que se reinstituya la Glass-Steagall y que Dimon renuncie a su puesto en la Reserva Federal de Nueva York. Del mismo modo se pronunció Joe Klein en un artículo de la revista Time titulado "Jamie Dimon's Worst Nightmare" (La peor pesadilla de Jamie Dimon). Klein se refiere a un esquema enrevesado para reglamentar a los bancos elaborado por el ex precandidato presidencial republicano Jon Huntsman (quien ha planteado también la reinstitución de la Glass-Steagall) y luego agrega que el "ex senador de Delaware Ted Kaufman y otros están a favor de un enfoque más directo: una versión actualizada de la ley Glass-Steagall que separa la banca comercial de la banca especulativa, y que mantuvo bajo control las pasiones animales de Wall Street desde la Gran Depresión hasta finales de los 1990, cuando fue sustituida por la desafortunada desregulación de Bill Clinton".

Los “desaparecidos” del imperio

Un artículo reciente firmado por John Tirman, director del Centro de Estudios Internacionales del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y publicado en el Washington Post, plantea con crudeza una reflexión sobre un aspecto poco estudiado de las políticas de agresión del imperialismo: la indiferencia de la Casa Blanca y de la opinión pública en relación a las víctimas de las guerras que Estados Unidos libra en el exterior.

Como académico “bienpensante” se abstiene de utilizar la categoría “imperialismo” como clave interpretativa de la política exterior de su país; su análisis, en cambio, revela a los gritos la necesidad de apelar a ese concepto y a la teoría que le otorga sentido. Tirman expresa en su nota la preocupación que le suscita, en cuanto ciudadano que cree en la democracia y los derechos humanos, la incoherencia en que incurrió Barack Obama –no olvidemos, un Premio Nóbel de la Paz- cuando en su discurso pronunciado en Fort Bragg (14 de Diciembre de 2011) para rendir homenaje a los integrantes de las fuerzas armadas que perdieron la vida en la guerra de Irak (unos 4.500, aproximadamente) no dijo ni una sola palabra de las víctimas civiles y militares iraquíes que murieron a causa de la agresión norteamericana.

Hugo Chávez le dio un portazo al Ciadi

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, aseguró que su país no avalará las decisiones del Centro Internacional para la Resolución de Disputas sobre Inversiones (Ciadi), dependiente del Banco Mundial (BM). “Ahora nos amenazan con el Ciadi, de ese Ciadi tenemos que salirnos. No reconoceremos sus decisiones”, dijo Chávez, refiriéndose a la demanda elevada ante ese órgano contra su país, presentada por la empresa norteamericana Exxon Mobil por la nacionalización de activos petroleros en 2007. La Cámara de Comercio Internacional (CCI) ordenó recientemente al gobierno de Chávez indemnizar con 907 millones de dólares a la compañía norteamericana por la nacionalización de uno de sus activos, monto que representa menos de un 10 por ciento de los 12.000 millones pedidos por la petrolera, que aguarda otro fallo del Ciadi, previsto para febrero.

“Ahora nos amenaza la misma Exxon, a pesar de la decisión allá en París (del CCI) de que Venezuela sí les debe, pero no 12.000 millones de dólares”, dijo el mandatario, que habló de la demanda de Exxon Mobil durante su programa televisivo Aló Presidente, que se transmite desde la Faja petrolífera del Orinoco, en el Estado de Anzoátegui. La petrolera multinacional exigía ese monto, pero Caracas anunció la semana pasada que sólo pagaría 225 millones de dólares en un plazo de 60 días.

A su vez, el líder bolivariano señaló que la empresa pretende lo imposible: “Que les paguemos lo que no les vamos a pagar nunca. Y nos amenazan con expropiarnos allá (en Estados Unidos) la (filial de la estatal petrolera venezolana) Citgo, que debe valer como 20.000 millones de dólares por lo menos”, manifestó y afirmó que su país no se doblegará ante el imperialismo. “A la Exxon Mobil le vamos a pagar los 200 millones de dólares y de yapa un tarrito de petróleo”, se mofó el mandatario. Asimismo, señaló la necesidad de crear un organismo en la Unasur donde se puedan dirimir diferencias entre otros gobiernos y América latina. “¿Por qué tenemos que ir para allá, al Banco Mundial, a Estados Unidos, qué es eso?”, preguntó el presidente venezolano.

En 2007 Chávez estableció una estructura de empresas mixtas, con acciones minoritarias para las empresas extranjeras, frente al mínimo de 60 por ciento de la estatal petrolera Pdvsa. La negativa de Exxon Mobil y de su compatriota ConocoPhillips a participar en ese sistema llevó a la expropiación de sus activos, y al inicio por parte de ambas de procesos de arbitraje internacional contra Venezuela.

Según el diario colombiano El Tiempo, Venezuela es el segundo país con más demandas internacionales (después de Argentina) por las nacionalizaciones emprendidas por Chávez. En su versión digital del viernes, este medio señalaba que una veintena de empresas extranjeras exigen pagos de hasta 40.000 millones de dólares al gobierno venezolano. El Tiempo estimó que la demanda más pesada que afronta Venezuela ante esa instancia es la de la transnacional petrolera ConocoPhillips, que exige casi 30.000 millones de dólares por la nacionalización, en el año 2007, de sus proyectos y equipos en la Faja del Orinoco, que alberga la reserva de crudo más grande del mundo.

Irak, otra derrota político-militar de EE.UU.

Mirado desde 1945, el récord político-militar de Estados Unidos en las guerras prolongadas es mediocre. La guerra de la península coreana de 1950-1953, que contó con la activa participación de Estados Unidos, terminó con un armisticio que estableció la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur en el paralelo 38, es decir, con la situación idéntica al inicio de las hostilidades. Esa guerra, que en Estados Unidos careció de fuerte apoyo de la opinión pública, no tuvo un bando victorioso.

Más adelante vino la Guerra de Vietnam (1960-75). Con casi tres millones de vietnamitas, entre 200.000 a 300.000 camboyanos, 20.000 a 200.000 laosianos y 58.220 estadounidenses muertos, Washington se retiró del país asiático desgastado en el campo de batalla y presionado por vastas movilizaciones internas. El desastre político-militar en Vietnam fue estrepitoso.

Putrefacción moral

El brutal asesinato de Muammar Khadafi a manos de una jauría de mercenarios organizados y financiados por los gobiernos “democráticos” de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña actualiza dolorosamente la vigencia de un viejo aforismo: “Socialismo o barbarie”. No sólo eso: también confirma otra tesis, ratificada una y otra vez que dice que los imperios en decadencia procuran revertir el veredicto inexorable de la historia exacerbando su agresividad y sus atropellos en medio de un clima de insoportable descomposición moral. Ocurrió con el Imperio Romano, luego con el español, más tarde con el otomano, después con el británico, el portugués y hoy está ocurriendo con el norteamericano. No otra es la conclusión que puede extraerse al mirar los numerosos videos que ilustran la forma en que se “hizo justicia” con Khadafi, algo que descalifica irreparablemente a quienes se arrogan la condición de representantes de los más elevados valores de la civilización occidental. Sobre ésta cabría recordar la respuesta que diera Mahatma Gandhi a la pregunta de un periodista, interesado en conocer la opinión del líder asiático sobre el tema: “es una buena idea”, respondió con sorna.

El imperialismo necesitaba a Khadafi muerto, lo mismo que Bin Laden. Vivos eran un peligro inmediato, porque sus declaraciones en sede judicial ya no serían tan fáciles de ocultar ante la opinión pública mundial como lo fue en el caso de Saddam Hussein. Si Khadafi hablaba podría haber hecho espectaculares revelaciones, confirmando numerosas sospechas y abonando muchas intuiciones que podrían haber sido documentadas contundentemente por el líder libio, aportando nombres de testaferros imperiales, datos de contratos, comisiones y coimas pagadas a gestores, cuentas en las cuales se depositaron los fondos y muchas cosas más. Podríamos haber sabido que fue lo que Estados Unidos le ofreció a cambio de su suicida colaboración en la “lucha contra el terrorismo”, que permitió que en Libia se torturara a los sospechosos que Washington no podía atormentar en Estados Unidos. Habríamos también sabido cuánto dinero aportó para la campaña presidencial de Sarkozy y qué obtuvo a cambio; cuáles fueron los términos del arreglo con Tony Blair y la razón por la cual hizo donativos tan generosos a la London School of Economics; cómo se organizó la trata de personas para enviar jovencitas al decrépito fauno italiano, Silvio Berlusconi, y tantas cosas más. Por eso era necesario callarlo, a como diera lugar.
El último Khadafi, el que se arroja a los brazos de los imperialistas, cometió una sucesión de errores impropios de alguien que ya venía ejerciendo el poder durante treinta años, sobre todo si se tiene en cuenta que el poder enseña. Primer error: creer en la palabra de los líderes occidentales, mafiosos de cuello blanco a los cuales jamás hay que creerles porque más allá de sus rasgos individuales –deleznables salvo alguna que otra excepción– son la personificación de un sistema intrínsecamente inmoral, corrupto e irreformable. Le hubiera venido bien a Khadafi recordar aquella sentencia del Che Guevara cuando decía que “¡no se puede confiar en el imperialismo ni un tantito así!”. Y él confió. Y al hacerlo cometió un segundo error: desarmarse. Si los canallas de la OTAN pudieron bombardear a piacere a Libia fue porque Khadafi había desarticulado su sistema de defensa antiaérea y ya no tenía misiles tierra-aire. “Ahora somos amigos”, le dijeron Bush, Obama, Blair, Aznar, Zapatero, Sarkozy y Berlusconi y él les creyó. Tercer error, olvidar que como lo recuerda Noam Chomsky, Estados Unidos sólo ataca a rivales débiles e inermes, o que los considera como tales. Por eso pudo atacar a Irak, cuando ya estaba desangrado por la guerra con Irán y largos años de bloqueo. Por eso no ataca a Cuba, porque según los propios reportes de la CIA ocupar militarmente la isla le costaría un mínimo de veinte mil muertos, precio demasiado caro para cualquier presidente.
Los imperialistas le negaron a Khadafi lo que les concedieron a los jerarcas nazis que aniquilaron a seis millones de judíos. ¿Fueron sus crímenes más monstruosos que las atrocidades de los nazis? Y el fiscal general de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo, mira para otro lado cuando debería iniciar una demanda en contra del jefe de la OTAN, causante de unas 70.000 muertes de civiles libios. En una muestra de repugnante putrefacción moral la secretaria de Estado Hillary Clinton celebró con risas y una humorada la noticia del asesinato de Khadafi. (Ver http://www.youtube.com/watch?v=Fgcd1ghag5Y) Un poco más cautelosa fue la reacción del Tío Tom (el esclavo negro apatronado que piensa y actúa en función de sus amos blancos) que habita en la Casa Blanca, pero que ya hace unas semanas se había mostrado complacido por la eficacia de la metodología ensayada en Libia, la misma que advirtió podría ser aplicada a otros líderes no dispuestos a lamerle las botas al Tío Sam. Esta ocasional victoria, preludio de una infernal guerra civil que conmoverá a Libia y todo el mundo árabe en poco tiempo más, no detendrá la caída del imperio. Mientras tanto, como lo observa un agudo filósofo italiano, Domenico Losurdo, el crimen de Sirte puso en evidencia algo impensable hasta hace pocos meses: la superioridad moral de Khadafi respecto de los carniceros de Washington y Bruselas. Dijo que lucharía hasta el final, que no abandonaría a su pueblo y respetó su palabra. Con eso le basta y sobra para erguirse por encima de sus victimarios.

Devolver al futuro

Los ricos no se conformaron con todo lo que tenían, lo querían todo. Y en el camino para conseguirlo han hecho miserable la vida de millones. El número oficial de desempleo es de 14 millones, pero yo estoy seguro de que está sobre los 20. Y a eso hay que sumar a los que trabajan en condiciones precarias. Hay 45 millones viviendo en la pobreza. 50 millones no tienen seguro médico. Esas cifras son las semillas de esta revuelta. La gente está reclamando por su futuro. No su pasado, ni siquiera el presente: es el futuro lo que ha sido robado. Así de codiciosos son los de Wall Street.

Mucha gente se está preguntando cuáles son las demandas concretas, qué ha conseguido la movilización al momento. Y lo que hay que entender de esta protesta es que no se parece a ninguna de las que hayan visto antes en sus vidas. Porque se asemeja a esos pocos momentos que han acaecido en la historia americana: luego de la Primera Guerra o en la Gran Depresión, cuando comenzó el Union Movement. Por otro lado, tienen todo a su favor. Cuando la liberación femenina comenzó o cuando se armaron las primeras manifestaciones contra Vietnam, la mayoría de las personas no estaban con ellos. En este momento, en cambio, todos estamos de acuerdo en que nadie quiere a Wall Street.

De todos modos, éste no va a ser un movimiento violento por el simple hecho de que no es una pelea justa: nosotros somos millones y ellos (los ricos) son apenas unos cientos. Hay una armada de norteamericanos esperando desde hace mucho que alguien haga algo y ese algo empezó. Por eso estoy esperanzado. Esto tenía que surgir y surgió acá con unos cientos de personas que ya se volvieron miles, en un movimiento que sólo va a crecer.

La economía no se arregla con sermones

NUEVA YORK.- ¿La agitación del mercado lo ha llevado a sentir miedo? Está bien. Es claro que la crisis económica que empezó en 2008 no ha terminado en lo absoluto. Pero usted debería sentir también otra emoción: enojo. Porque lo que hoy vemos es lo que ocurre cuando las personas influyentes se dedican a explotar una crisis en vez de resolverla.

Durante más de un año y medio -desde que el presidente Barack Obama eligió crear déficits, no empleos, el tema central del discurso sobre el Estado de la Unión de 2010-, hemos tenido una conversación pública dominada por preocupaciones presupuestarias, que ignoraba casi por completo el tema desempleo.

Puerta giratoria

El recorrido de la crisis económica de Estados Unidos y de la Eurozona provoca cierta incredulidad desde la mirada de la experiencia argentina de haber transitado un proceso similar. La debilidad de los liderazgos políticos no se origina simplemente por deficiencias en la gestión, en ingenuidad o negación de los responsables de la gestión. Están subordinados a los intereses de las corporaciones financieras, se asemeja a como aquí los gobiernos adquirían a libro cerrado planes económicos confiando el Ministerio de Economía a Bunge&Born, a Domingo Cavallo con la Fundación Mediterránea, a Roque Fernández con el CEMA o a Ricardo López Murphy con FIEL. El saldo fue la peor crisis de la historia económica argentina. Esos economistas con sus respectivos equipos eran asesores del sector privado, y luego de pasar por la función pública volvieron a sus conchabos originales o a revistar en la plantilla de organismos internacionales. Ese trayecto se conoce como la “puerta giratoria” de representantes de los intereses del poder económico, de quienes no habría que esperar otra cosa que medidas que beneficiaran a su grupo de pertenencia. En Estados Unidos se exhibe con mayor transparencia ese estrecho vínculo de funcionarios en áreas claves de la economía con el sistema financiero. Por eso es una ironía que los mismos que provocaron la crisis sean los que se presenten como los portadores de la solución para superarla.

La desregulación del sistema financiero estadounidense fue instrumentada por funcionarios que previamente trabajaron en instituciones bancarias, y ahora son los responsables de administrar la crisis precipitada por esa medida. Larry Summer, secretario del Tesoro de la administración Clinton, ocupó la presidencia del Consejo Nacional Económico de Obama. Fue el promotor de esa desregulación que incluyó la eliminación de la separación entre bancos comerciales y bancos de inversión. Esa medida había sido establecida en 1932 por la ley Glass-Steagall Act, como consecuencia del crac del ’29, y fue suprimida mediante la ley Gramm-Leach-Billey de 1999. En el siguiente cuadro se observa que esa red “puerta giratoria” tiene una continuidad en gobiernos demócratas y republicanos.

George W. Bush tuvo como secretario del Tesoro a Henry Paulson, quien trabajó en Goldman Sachs desde 1974, y era su director cuando ingresó en ese gobierno. En un esclarecedor documento del economista Julio Sevares publicado en la revista Realidad Económica (Nº 260), se explica que dos años antes de convertirse en funcionario Paulson encabezó un grupo de bancos de inversión que presionó por la reducción de los requerimientos de capital propio a las entidades. “La influencia de las finanzas sobre las regulaciones financieras se canalizó a través de los hombres del sector que participaron o participan en los gobiernos”, señala Sevares en “El poder financiero en la desregulación y liberalización de las finanzas”.

Las instituciones financieras tuvieron un papel central en promover la desregulación del sistema con sus ejecutivos convertidos en funcionarios, para luego también ejercer una impresionante capacidad de lobby para obtener el rescate por la crisis que provocaron. Después de la caída del banco de inversión Bear Sterns, las seis entidades más grandes de Estados Unidos (Goldman Sachs, Bank of America, JP Morgan-Chase, Citigroup, Morgan Stanley y Wells Fargo) ejercieron un activo lobby para influenciar en el Congreso y en el gobierno. Sevares revela que ese grupo ha contratado más de 240 ex funcionarios de gobiernos como lobbystas y gastaron centenares de millones de dólares en esa misión. Muchos de ellos “fueron arquitectos del régimen bancario que llevó a la crisis, cuando eran empleados en el Congreso o en puestos del gobierno federal”, afirma Sevares en base a la investigación de Kevin Connor Big bank takeover. How too-big-to-fail’s army of lobbyists has captured Washington, publicada por el Institute for America’s Future. El saldo que ofrece ese documento es impactante: en el conjunto de lobbystas de los seis grandes bancos y sus asociaciones, 243 trabajaron en el gobierno federal, 202 en el Congreso y el resto en la Casa Blanca, el Tesoro o en agencias gubernamentales de relevancia.

Sevares informa que, según la investigación de una organización de defensa y educación del consumidor de los Estados Unidos, en la última década las organizaciones financieras invirtieron 5100 millones de dólares en comprar influencia política. De ese monto, 1700 millones fueron “contribuciones de campaña” a congresistas y candidatos presidenciales, y el resto como pago a los lobbystas del sector financiero en el Congreso y en otras instancias del Estado. “Los congresistas que apoyaron las medidas favorables al sistema financiero recibieron mucho más dinero que los que no las apoyaron”, revela Sevares. Bajo esas normas institucionales, esa práctica no se la denomina corrupción sólo porque está legalizado ese tráfico de influencias y dinero.

No se trata ya sólo de que la aplicación de teorías económicas incorrectas conduce a políticas incorrectas, como se demostró con el neoliberalismo en la década del noventa en Latinoamérica y ahora en Estados Unidos y Europa. Más aún, esas políticas han fomentado las crisis y exacerbaron su profundidad y duración. Ese resultado no es un “accidente”, como sostiene el mundo de las finanzas y sus propagandistas, sino que se explica en que los protagonistas principales de la actual fase del capitalismo dominado por las finanzas globales tratan de preservar y ampliar su poder sin importar los costos que ello implica. Para esa tarea cuentan con la suficiente capacidad de influir en las áreas sensibles de los gobiernos que les permiten mantener sus privilegios, sin importar que al mismo tiempo se desmorone lo poco o mucho de la estructura social de esos países que aún mantienen la categoría de potencias mundiales.

Las agencias, los nuevos jueces globales

El hombre que tiene en sus manos el destino del crédito de Estados Unidos, y por ende el de la economía mundial, usa corbata con nudos pequeños, luce un espeso bigote y fuma una buena cantidad de cigarrillos por día. Más allá de eso, su vida es un misterio, al igual que su trabajo.

Puede que uno nunca haya oído hablar de David Beers, pero todos los ministros de Finanzas lo conocen. Con gran experiencia en Wall Street, es el máximo responsable de determinar las calificaciones de deuda de los países dentro de Standard & Poors.

Detrás de muchos de los últimos movimientos de los mercados de deuda soberana estuvieron los reportes de algunas de las agencias calificadoras. S&P es la mayor y la más influyente, seguida por Moody's y Fitch.

Una estafa de 16 billones de dólares

La atención de la opinión pública internacional está centrada en el acuerdo pírrico firmado entre Barack Obama y el Congreso mediante el cual el presidente se compromete a aplicar un duro programa de ajuste fiscal, centrado en el recorte de gastos sociales (salud, educación, alimentación) e infraestructura por 2,5 billones de dólares (2.500.000 millones de dólares) pero preservando, como lo exige el Tea Party, el nivel actual del gasto militar y su eventual expansión. A cambio de esto, la Casa Blanca recibió la autorización para elevar el endeudamiento de Estados Unidos hasta 16,4 billones de dólares (es decir, 16.400.000 millones de dólares), cifra superior en unos dos billones al PIB de ese país. Con esto se espera –confiando en la “magia de los mercados”– superar la crisis de la deuda pública y reactivar la languideciente economía norteamericana. Esta receta ya fue implementada a sangre y fuego en América latina y no funcionó; y tampoco lo hizo en la convulsionada Europa de estos días. Con este acuerdo, lo único seguro será el agravamiento de la crisis y, de su mano, la acentuación de la belicosidad norteamericana en el escenario mundial.