Educación para la libertad

Raquel Roberti - Rubén Pereyra
A 50 años de la primera experiencia alfabetizadora, la teoría del pedagogo brasileño ya no es discutida. Cómo la aplican en Cuba. La mirada de su compañero Antonio Faundez. Hace cincuenta años, un pequeño poblado del nordeste de Brasil, Angicos, se convertía en conejillo de indias educativo: Paulo Freire iba a aplicar su método de alfabetización por primera vez. La experiencia fue tan exitosa que se replicó en diversas partes del mundo, incluso en la Argentina, donde en 1973 se puso en marcha la Campaña de Reactivación de la Educación de Adultos, que tendía a la alfabetización de los mayores en todo el territorio. A medio siglo de distancia, ya nadie discute las teorías del gran pedagogo brasileño –quien falleció hace diez años– y diversas organizaciones educativas reafirman su vigencia.

Del 15 al 17 de agosto se desarrolla en Buenos Aires el I Seminario Internacional Paulo Freire bajo la consigna “Educación popular, Paulo Freire y el pensamiento pedagógico contemporáneo” (en el Instituto Superior del Profesorado Sagrado Corazón, Hipólito Yrigoyen 4350). Organizado por el mismo instituto junto a, entre otros, la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Asociación de Educadores de Latinoamérica y el Caribe y los gremios UTE, Suteba y CTERA, tendrá tres ejes fundamentales: dialoguicidad, concientización y dimensión política de la educación.

“Freire constituye una síntesis de lo mejor de la tradición pedagógica latinoamericana con una trascendente actualización desde lo político, social y ético”, afirma Mariano Isla Guerra, vicepresidente de la Asociación de Pedagogos de Cuba, quien participa del seminario. Y agrega que “la concepción freireana deja atrás las prácticas tradicionales de educación, promueve la creatividad y la capacidad de pensar sobre la realidad para transformarla progresivamente”. Para él, dice Isla Guerra, “el proceso pedagógico es un espacio de construcción colectiva de conocimientos, valores y sentimientos, y tiene como propósito promover procesos de cambio desde las comunidades y las organizaciones. El rol del educador se modifica, debe compartir sin miedo su poder con los estudiantes, garantizando la participación del grupo”.

La Asociación de Pedagogos de Cuba impulsa la obra de Freire mediante talleres, cursos, diplomaturas e investigaciones, entre otras modalidades. Sostiene una cátedra de Estudios Comunitarios con su nombre y organiza cada dos años el Encuentro Internacional “Presencia de Paulo Freire”, que ya lleva ocho ediciones. Según Isla Guerra, en Cuba han aplicado el pensamiento freireano tanto en las clases que se dictan en los colegios como en el trabajo comunitario “desde diferentes dimensiones: cultural, medioambiental, de salud, deportiva recreacional, etcétera. Su praxis está presente en proyectos y formas de hacer de organizaciones, escuelas, instituciones, universidades y, principalmente, en proyectos comunitarios”.

Y para que no quede en una mera enumeración, cuenta la experiencia de “Transformar para educar”, cuyo objetivo es mejorar la gestión educativa de los Consejos de Escuela. En cada colegio, ese Consejo se constituye con familiares de los alumnos, los principales actores de la comunidad cercana a la escuela, los estudiantes, profesores y la dirección de la escuela, con la función de articular la escuela, la familia y la comunidad. Con el proyecto, los miembros pudieron diagnosticar su realidad educativa e investigar las causas de los problemas; diseñar acciones para resolverlos; ejecutarlas; evaluar los resultados y sistematizar la experiencia. “Puedo decirles –enfatiza Isla Guerra– que la Educación Popular tiene en estos momentos uno de los mejores escenarios para avanzar y consolidarse como concepción pedagógica liberadora”.

Coincide Regina Agramonte Rosell, doctora en ciencias pedagógicas y subdirectora de la revista de ciencias sociales de Cuba –que presentará en el seminario reflexiones sobre la educación en el siglo XXI–, y considera que “la contemporaneidad nos está metiendo en un sistema convulso de relaciones, en una complejidad que nos permite entender que Freire, con su visión del oprimido, nos da una mirada que constituye una alternativa para la solución y el acercamiento a los problemas actuales. Analizar el proceso pedagógico lleva a pensar en los retos y desafíos del siglo XXI, como derecho y la necesidad que tenemos de ser conscientes de estas complejidades, para poder asumir un mundo mejor”.

Para la especialista cubana, esos retos están en los factores que hoy atraviesan la educación, por ejemplo “la mercantilización de los sistemas educativos. Vengo de una práctica social donde la educación privada no existe, pero me parece que la educación como derecho no puede convertirse en un mercado. Necesitamos dar las mismas oportunidades a todos y lo que estamos viendo es un fenómeno meramente comercial, donde en un gran número de universidades las personas optan por un título que se transforma en una carta de presentación”.

Agramonte Rosell cree que “la obra de Freire tiene un alto valor, de muchísimo alcance; en Cuba asumimos la educación popular como una concepción y metodología que rebasa los arcos del sistema educativo propiamente dicho. La asumimos como una herramienta para las transformaciones que estamos llevando a cabo en nuestra sociedad. Paulo Freire, como todas las personas geniales, ha dejado una obra muy sólida que ha sido enriquecida y que aporta a todo el mundo por la necesidad de los pueblos de emancipación, de lucha contra la hegemonía del poder. Pero cuando se habla de educación popular, hay otros en Latinoamérica que han aportado”.

Entre ellos, Antonio Faundez, filósofo chileno y doctor en Sociología de la Literatura y Semiótica de las Artes. Comprometido con los procesos educativos en África, América latina y Asia, mantuvo una extensa e intensa relación con Freire, con quien trabajó en el Programa de Educación de Adultos del Consejo Ecuménico de Iglesias. Por una pedagogía de la pregunta, de reciente edición (Siglo XXI Editores), es una muestra del diálogo que mantuvieron estos educadores, ya que el libro es una “conversación” entre Freire y Faundez que enseña en sí misma a preguntar y responder de manera comprensiva y crítica.

La amistad entre estos dos educadores obedeció a que compartían objetivos comunes a pesar de que Freire fue un intelectual cristiano mientras que Faundez se considera “un intelectual laico, producto de la educación pública, laica y gratuita del Chile de los años ’20”. “Desde el inicio de nuestro diálogo, Paulo privilegiaba el aspecto político y yo ponía el acento en lo pedagógico –recuerda ahora Faundez–. Se construyó sobre estas premisas, con puntos que nos acercaban y otros que nos alejaban. Por eso fue siempre rico, ya que precisábamos convencernos uno al otro de que nuestras posiciones eran las más justas”.

Sobre el libro y la importancia de preguntar, el educador considera que “el conocimiento se construye partiendo de preguntas sobre fenómenos que no conocemos. Los filósofos griegos consideraban que el conocimiento nace por la admiración, la curiosidad, el asombro que se expresa en preguntas, sean en relación al mundo físico o al metafísico. La pregunta bien estructurada nos ayuda a encontrar las respuestas a lo que deseamos conocer, aunque sean complejas o parciales”. Podría decirse que preguntar es espontáneo y se manifiesta desde los primeros años de vida, pero Faundez advierte la necesidad de “mejorar esa cualidad a través de una educación sistematizada que descubra las insuficiencias y lagunas de los aprendizajes informales. El proceso de enseñanza-aprendizaje debería ser una larga iniciación a una pedagogía de la pregunta, lo que supone la construcción paulatina de una posición critica frente a los conocimientos en general. El cuestionamiento permanente permite que el aprendiz se apropie de los conocimientos y se convierta en un ser conocedor autónomo y no un repetidor de ideas. Para ensenar a preguntar es evidente que los profesores mismos, todos nosotros, debemos aprender a preguntar”.

Convencido de que la educación neutral es una falacia porque “siempre tiene objetivos de índole política” –que se descubren al responder qué sociedad se quiere construir, qué tipo de ciudadano se quiere desarrollar, qué valores se privilegian, etc.–, Faundez advierte una clara división entre dos tipos de principios pedagógicos: “Si se desea construir una sociedad para la reproducción de una elite, se propondrá una educación destinada a hacer esclavos (como parece ser el fin del enfoque por competencias). En cambio, si se desea construir una sociedad del conocimiento la educación debe ser laica, pública, gratuita y de calidad para todos”. Y vuelve sobre las preguntas, porque para que haya una participación en la construcción de determinada sociedad, es imprescindible preguntar. “Si no ocurre, los grupos desfavorecidos se convierten en instrumentos de los que pasan mensajes o ideologías según sus intereses. Así se impone la hegemonía de una concepción del mundo y de la sociedad –enfatiza el filósofo–. Aristóteles definía a los esclavos como animales que hablan. Sin preguntar no nos daremos cuenta de que el hambre amenaza la humanidad, que el concepto actual de desarrollo nos lleva a la catástrofe, que el agua faltará en algunos años, que la polución ha llegado a un punto de no retorno”.

Para Freire, y para Faundez, la pedagogía (más allá de la pregunta) cumple un rol fundamental en la construcción de una cultura nacional, ya que la divulga y la reproduce. “Puede ser reproductora de una sociedad autoritaria o democrática, abierta o cerrada, respetuosa o irrespetuosa de culturas y lenguas diferentes –reflexiona Faundez–. Yo lucho por una educación que tiene como objetivo construir una cultura nacional en que todos los grupos sociales e individuos participen en la superación de contradicciones, teniendo como principio la búsqueda de la justicia y de la igualdad”. Los principios de Paulo Freire.

Revista veintitres - 14 de agosto de 2013

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