Crónicas sobre las retenciones al agro

Arceo - Rodríguez - Zaiat - Scaletta*

La suba de las retenciones trajo variadas opiniones. Recogemos lo escrito por Nicolás Arceo, Javier Rodríguez, Alfredo Zaiat y Claudio Scaletta para ampliar el debate sobre el tema. El aumento de retenciones, los actuales precios internacionales, la producción agraria, los niveles de rentabilidad elevadísimos, los argumentos de los representantes del campo, Expoagro y esa exteriorización de riquezas que es la realidad del nuevo campo. Todo eso y algo más.

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[i]Ganan como nunca - Nicolás Arceo / Javier Rodríguez [/i]

El incremento de las retenciones a las exportaciones de los principales productos agrícolas y la transformación de su alícuota fija en móvil refuerzan la desvinculación de los precios internos respecto de los vigentes en el mercado internacional. Las retenciones a las exportaciones ya han demostrado su efectividad como un instrumento insustituible en el combate de la inflación, en un contexto de alza de los precios externos. La importancia de esa herramienta se hace más nítida ante los magros resultados que se observan en el último tiempo con los acuerdos de precios, muchas veces implementados caricaturescamente.

La necesidad de incrementar los niveles de retenciones queda en evidencia al observar los precios de los principales cultivos agrícolas durante los últimos meses. Con respecto al valor promedio que registraron en 2006 y 2007, en la actualidad se observa un aumento del 86,9 por ciento en el caso del girasol, de un 75,7 por ciento en la soja y de un 59,2 y 43,4 por ciento en el caso del maíz y del trigo, respectivamente. El precio internacional de estos productos en dólares constantes es el más alto de los últimos 25 años, con la única excepción del maíz, que registró cifras similares en 1996.

Como se ha señalado desde las organizaciones agrarias, la aplicación de retenciones como medida antiinflacionaria tiene como contracara la reducción de la rentabilidad de las explotaciones agropecuarias. La amenaza es que podría contraer la producción. Pero este argumento no es válido en la coyuntura actual: los niveles de imposición vigentes no la afectan negativamente.

Los elevados precios internacionales, juntamente con el mantenimiento de una moneda depreciada, han permitido un incremento muy significativo de la rentabilidad en el sector agropecuario en la post-convertibilidad, aun con la aplicación de retenciones. En 2007 se ubicó un 72 por ciento por encima de la registrada durante la vigencia del plan de convertibilidad (ver cuadro). En este contexto, la elevación de las alícuotas de exportación no sólo no genera una reducción de los márgenes de rentabilidad con respecto a los registrados en la campaña 2006/07 sino que, más aún, involucra un alza del 43 por ciento de mantenerse los precios vigentes.

Estos altos niveles de rentabilidad en el sector agropecuario se han traducido en un extraordinario incremento en el valor de la tierra, especialmente en la región pampeana. Por ejemplo, en 2007 el precio en dólares de la tierra en la región maicera de la provincia de Santa Fe se ubicó un 171 por ciento por encima de los valores registrados en el quinquenio 1995-1999. A comienzos de 2008, los precios continúan evidenciando una tendencia alcista. El incremento general de la rentabilidad presenta, sin embargo, ciertas heterogeneidades al interior del sector. En este sentido, el aumento de la alícuota de las retenciones podría afectar la rentabilidad en las pequeñas explotaciones, como consecuencia de los menores niveles de rentabilidad preexistentes originados en las escalas de producción más chicas.

No menos importante en cuanto medida adoptada es el efecto de la ampliación de las retenciones diferenciales sobre la propia producción agropecuaria, a través de la modificación de las rentabilidades relativas entre las distintas producciones. El incremento de las retenciones a la producción sojera eleva la rentabilidad relativa de otros cultivos, así como de la producción ganadera. En el caso de esta última actividad, que mantiene una elevada rentabilidad absoluta, la mejora de la relativa podría permitir la expansión ganadera en terrenos antes dedicados a la producción agrícola. Se trata de un efecto relevante por cuanto podría evitar, en el mediano plazo, las significativas restricciones en la oferta que han afectado ya el abastecimiento de los mercados internacionales.

En pocas palabras, el aumento de la alícuota de las retenciones hace prever una mayor recaudación fiscal, sin afectar negativamente la producción primaria. Queda, sin embargo, todavía pendiente un debate acerca de qué se hace con esos fondos adicionales que ingresan a las arcas públicas. Esa es la segunda parte de esta historia que no está aún precisada.

[i]El viejo y el nuevo campo - Alfredo Zaiat[/i]

La exposición duró cuatro días con un éxito que superó a los más optimistas de los participantes. Expoagro, la feria de negocios y tecnología agrícola más importante, que organizaron Clarín y La Nación, se realizó en el Establecimiento El Semillero, entre las localidades de Armstrong y Tortugas, Santa Fe. En 60 hectáreas se desarrolló la exposición estática, en 500 hubo exposición dinámica en la que participaron más de 300 maquinarias y hubo 40 hectáreas para estacionamiento. Pasaron por la feria más de 200 mil personas. Las estimaciones más conservadoras hablan de operaciones de compraventa de maquinarias, nuevas tecnologías e implementos para la actividad por más de 170 millones de dólares. Un año antes, las transacciones habían sumado 140 millones. Por ejemplo, en la exposición que terminó hace diez días, John Deere concretó la venta de 350 tractores a un precio promedio de 100 mil dólares cada uno, mientras que la alemana Class despachó 16 cosechadoras a un valor por unidad de una Ferrari 500 Maranello: 350 mil dólares.

Esa exteriorización de riquezas es la realidad del nuevo campo en términos generales. El discurso de dirigentes que dicen representar a la actividad agropecuaria sólo puede tener eco en los centros urbanos por ignorancia del interlocutor sobre la situación en el sector o por intereses comerciales de los amplificadores de sus protestas. También por motivos políticos o ideológicos, pero ésos forman parte de otro juego que habría que evitar para no caer en la confusión, como a veces les sucede a integrantes del denominado progresismo. Lo cierto es que en pocas oportunidades en la historia los productores de las zonas agrarias se han enfrentado con rentabilidades tan altas, incluso con el esquema de las nuevas retenciones.

El mecanismo de retenciones móviles constituye una intervención técnica y eficiente del sector público en un área muy sensible, medida que es cualitativamente mejor que las fijas. Por presiones o porque no terminaba de convencer a los anteriores ministros de Economía, esa medida que brinda un horizonte de previsibilidad al productor y de estabilidad para los precios internos de los granos, oleaginosas y sus derivados era postergada. Con el extraordinario ciclo de alza de las materias primas el esquema de las móviles se imponía desde hace bastante, más teniendo como antecedente las aplicadas en el mercado del petróleo. Las retenciones móviles requieren de un seguimiento de los principales costos del sector, tarea que deberá asumir Economía para evitar el deterioro de ese instrumento de intervención, ajustando la tabla de alícuotas si resultara necesario. Aunque, con los actuales precios internacionales, los márgenes son aún bastante amplios.

Como el campo no es uno solo como en forma tosca lo presentan las entidades tradicionales, sino que existe una multiplicidad de realidades, las retenciones móviles resultan incompletas si no se atiende la situación de los pequeños y medianos productores. Estos, ante ciertas dificultades que enfrentan en la provisión de semillas y fertilizantes o en la relación desventajosa con el comercializador/exportador, reaccionan contra las retenciones porque sienten que su rentabilidad es apropiada por los grandes del sector y también por el Estado. Pero por deficiencias en la construcción de un discurso convincente o por ocultos intereses, los dirigentes que dicen representarlos apuntan casi exclusivamente al sector público. En lugar de reclamar estrategias específicas, como la fijación de precios de referencias mínimos de los granos que venden a los exportadores para que éstos no los expriman, se suman a los pedidos de los sectores más concentrados y reaccionarios del campo.

De todos modos, las entidades tradicionales están perdiendo cada vez más relevancia como representantes del sector, porque en los últimos años se ha producido una impresionante transformación en los sujetos activos del campo. Hoy, esas organizaciones son manifestaciones políticas del viejo campo y reductos de conservadores.

Un debate más interesante para el sector apuntaría a reconocer la necesidad de intervenir vía retenciones para evitar subas escandalosas en los alimentos, que afectaría a la población más vulnerable, como así también para detener el avance de la sojización que afecta la diversidad de cultivos y la calidad de la tierra. Pero, a la vez, demandar la constitución de un fondo para obras de infraestructura con parte de los recursos que el fisco se apropia por los derechos de exportación. El bienvenido crecimiento del campo enfrenta insuficiencias en cuestiones básicas. La actividad agropecuaria necesita una sustancial mejora en la logística, como el mejoramiento de las rutas, la habilitación de ramales de trenes de carga y la ampliación de los puertos. También se podría trabajar para la disminución de costos de intermediación, en la transparencia de la comercialización, en investigación genética, en el desarrollo de semillas propias, en técnicas para incrementar la productividad, en facilitar el acceso a la tierra, en obras de prevención de inundaciones y de protección de granizos o sequías. Sin embargo, las anteojeras ideológicas de las voces del campo definen la estrategia de vinculación con el Estado con un discurso que no le reconoce ninguna facultad para intervenir en el mercado, excepto para licuar sus deudas con el sistema financiero. No perder la excelente oportunidad que hoy se le presenta al campo no es responsabilidad exclusiva de un gobierno. También la tiene el nuevo campo, ya no el viejo.

[i]Deshonestidad intelectual - Claudio Scaletta[/i]

Lo del campo no es paro, sino lockout. La diferencia no es sólo nominal. Los que paran son empresarios, no trabajadores asalariados. Pero las diferencias no se detienen en las palabras. Los paros empresarios tienen escenarios cortos. Ante la primera señal de pérdidas, las medidas se deponen. A ello se suma que, desde el lado de quienes deben garantizar el abastecimiento de la población, siempre es posible recurrir a facilitar las importaciones.

A diferencia de la mayoría de los actores económicos, el “campo” tiene un gran poder de fuego mediático. Es verdad que sus entidades madre representan sólo marginalmente a las trinantes bases. Es verdad que los que suelen aparecer como progresistas reclaman lo mismo que los más conservadores. Pero finalmente el campo también funciona como reserva de valor del conjunto de las clases hegemónicas. Por eso, toda medida que intente redistribuir parte de la renta agropecuaria siempre disparará la descripción de escenarios apocalípticos en los que la economía queda sumida en la escasez.

Es comprensible la catarsis que se hace en algunos medios nacionales. A nadie le gusta pagar impuestos. Tampoco que le cambien las reglas de juego después de realizada la inversión. Menos aceptable es la tradicional deshonestidad intelectual con que suelen defenderse algunas posiciones. Al respecto resulta interesante considerar algunas declaraciones escuchadas en los últimos días.

Un alto dirigente que mandó al prójimo a estudiar afirmó que “la soja no impacta en la vida de los alimentos”. En consecuencia, no existiría relación entre los precios de los alimentos y la alícuota de las retenciones a la oleaginosa. Es verdad, el consumo interno de soja y sus derivados es marginal. A nadie le urge bajar el precio interno del aceite de soja o de los porotos. Sin embargo, la gran rentabilidad de estos productos significó una constante expansión del área sembrada con la oleaginosa, en buena medida en detrimento de otros cultivos. Si es más rentable hacer soja que cereales, entonces se producirán menos cereales. Si fuera de la zona núcleo se gana más con la soja que con las vacas, entonces se producirá menos carne y menos leche. Dicho por el absurdo, si las retenciones a la soja fuesen del 100 por ciento, toda el área que hoy se destina a este producto se dedicaría a producir alimentos que si impactan directamente en los precios internos. Además, dejando de lado los lácteos, se trata de transformaciones productivas en las que no existen “costos de transacción”. Prácticamente no hay costo en pasarse de producir oleaginosas a producir cereales (salvo en algunas fronteras agrícolas). Llama la atención que los mismos dirigentes que se quejan por la exclusión social y los desequilibrios productivos generados por el modelo sojero luego afirmen que no existe relación entre el precio del pan o la carne y las retenciones a la soja.

Otro alto dirigente acusó al Gobierno de ser “enemigo de la soja”. Como se explicó, la cosa no pasa por ninguna animadversión a la soja per se, al estilo de las organizaciones presuntamente ecologistas, sino por equilibrar los niveles de producción de cereales, oleaginosas y carnes.

El vicepresidente de otra de las entidades fue más allá, dijo que la “ganancia (que quedará tras el nuevo esquema de retenciones) no es motivante para un sector que después de la crisis hizo un esfuerzo tremendo” por la economía argentina. ¿A qué esfuerzo se referirá? ¿A haber vendido con un dólar a 4 pesos (menos retenciones, claro) la cosecha que se plantó con un dólar a 1? ¿Será ésta la motivación que necesita el campo para esforzarse por “la Argentina”? No se trata, como suelen disparar los dirigentes agropecuarios cada vez que se les hace alguna acotación, de tener un discurso “anticampo”, sino, por el contrario, de pensar la política económica para el conjunto de la economía y no sólo para uno de sus sectores. En otras palabras, de evitar que el discurso “procampo” sea un discurso antisocial.

Nicolás Arceo - Licenciado en Economía (UBA) y Doctorando en Ciencias Sociales (FLACSO). Docente del Centro de Estadística e Investigación Aplicada. Experiencia en el sector público nacional en el área de política social y en investigación académica sobre el sector agropecuario argentino.

Javier Rodríguez - Licenciado en Economía (UBA) y Doctorando en Economía (UBA). Profesor de Microeconomía y Economía Agropecuaria de la UBA. Experiencia en investigación académica sobre la problemática agroalimentaria y el sector agropecuario argentino. Área de trabajo: desarrollo económico.

Alfredo Zaiat - Licenciado en economía de la Universidad de Buenos Aires. Jefe de la sección economía y del suplemento económico Cash del diario Página/12.

Claudio Scaletta - Lic. en Economía (UBA), periodista especializado en economía, columnista agropecuario de Página/12, [1999-2007). Premio Giovanni Agnelli a la Excelencia Periodística (2003).

Fuente: Página 12 / Cash – 17.03.2008

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