Cristina, Dilma y Christine

Marcelo Zlotogwiazda
Parece una imagen vieja. Una foto ajada que se escapó del álbum de recuerdos históricos de la región. Revive como en un mal sueño de angustias pasadas. Pero no es una pesadilla ni un desagradable déjà vu, sino algo totalmente real y de estricta actualidad: volvió el Fondo Monetario Internacional, volvió a favor de un ajuste, y de un ajuste que ya está en marcha. No sucede en este país, pero sucede muy cerca y, sin lugar a dudas, va tener consecuencias sobre la Argentina.

No puede ser casualidad que el gobierno de Dilma Rousseff haya anunciado un severo ajuste fiscal en medio de la visita a Brasil de Christine Lagarde, la directora gerente del FMI. El paquete que profundiza una política económica ortodoxa que ha venido fracasando en su intento reactivador, incluye como medidas principales recortes draconianos en el gasto público y un aumento en la tasa de interés, con el objetivo de alcanzar un ahorro fiscal anual por el equivalente a 23.000 millones de dólares.

“Para que la economía y el crecimiento se recuperen, es necesario hacer este gran esfuerzo de equilibrio fiscal, porque sin estabilidad fiscal y sin control de la inflación el crecimiento no se sustenta”, señaló Nelson Barbosa, el ministro de Planificación que tuvo a cargo la noticia. Aun así, el pronóstico oficial para este año no es de reactivación, ya que prevén una caída del 1,2 por ciento del Producto Bruto. Si se confirma, será el peor resultado de los últimos veinticinco años.

Mientras desde las filas del Partido de los Trabajadores se elevaron algunas voces de protesta, Lagarde fue muy elogiosa con la profundización del ajuste que viene aplicando el ministro Joaquim Levy. “Brasil está en el camino correcto (…) El ajuste fiscal que lleva adelante el gobierno es necesario para poder seguir financiando programas sociales para los más pobres”, dijo durante una visita a una favela de Río de Janeiro. Destacó el “coraje político y la determinación para realmente cumplir con las metas que fueron establecidas”. Y habló enfáticamente en contra de que en la actual coyuntura vuelvan a aplicar políticas de estímulo como las que Lula Da Silva adoptó durante la crisis mundial de 2008-2009, y habló muy a favor de buscar superávit en las cuentas fiscales y en el sector externo, de mantener el tipo de cambio flexible y de guiarse por metas de inflación.

Esto está sucediendo en el mismo país y con el gobierno del mismo partido que en diciembre de 2005 decidió cancelar de una vez toda la deuda que mantenía con el FMI a fin de lograr autonomía en su política económica. Pocos días después, el entonces presidente Néstor Kirchner imitó lo que acababa de realizar su par brasileño. Así como aquel Kirchner se parecía a Lula, esta Dilma se parece más a Christine que a Cristina.
El ajuste brasileño va a agudizar el impacto negativo que el estancamiento de su economía viene provocando en la Argentina. En el primer cuatrimestre del año, las exportaciones a Brasil se derrumbaron un 23 por ciento en relación a igual período del año pasado, con una caída que llegó al 27 por ciento en manufacturas de origen industrial. Ese descenso se agrega al 14 por ciento que habían caído las ventas a Brasil en 2014. El debilitamiento del mercado brasileño, principal destino para los productos argentinos, es clave en la disminución del 12 por ciento que registraron las exportaciones totales el año pasado, a lo que se suma un 17 por ciento en los primeros cuatro meses de este año.

A su vez, la caída de las exportaciones a Brasil es causa determinante del muy flojo desempeño que está teniendo la producción industrial local, que en el primer cuatrimestre del año se contrajo un 1,8 por ciento, acumulando veintiún meses consecutivos de retracción. El sector más afectado es el automotriz, por su enorme dependencia de las ventas a Brasil.

La manera en que Cristina ha venido respondiendo al estancamiento productivo es muy diferente a la receta de Dilma que gusta a Christine. Lejos de cualquier tipo de ajuste, el Gobierno ha desplegado un arsenal de medidas de estímulo al consumo, entre las que destacan los refuerzos en la Asignación Universal por Hijo y en el plan Progresar, ampliación del Ahora 12, la nueva moratoria provisional y el aumento del subsidio a la compra de garrafas. Lo único que se aparta de esa línea es el esfuerzo oficial por contener los aumentos en paritarias; pero ahí prima la idea de que mantener la tendencia de desaceleración de la inflación aporta más al poder de compra que algunos pesos más en el bolsillo.

Hace ya tiempo que el kirchnerismo ha abandonado la idea de que el modelo de acumulación con matriz productiva diversificada e inclusión social se basaba en un tipo de cambio competitivo y el mantenimiento de superávit en las cuentas externas y en las cuentas fiscales. Para la lógica oficial de los últimos años, lo sagrado y prioritario es la demanda y, fundamentalmente, el consumo. Consideran que, casi en cualquier circunstancia, la inversión y el nivel de actividad general se mueven al ritmo de lo que se vende y de las expectativas de facturación.

La actual Biblia macroeconómica de Cristina no predica nada de lo que postula Christine y aplica Dilma. El superávit fiscal ha quedado subordinado al gasto en subsidios y a otros estímulos a la demanda. El superávit de las cuentas externas fue aplastado por el atraso cambiario. Y tanto el esquema de tipo de cambio libre y flexible, como el uso de metas de inflación para contener el alza de precios, son directamente herramientas diabólicas.

Si bien es tranquilizador percibir que no hay chance alguna de que este gobierno aplique paquetes de ajuste al estilo de Christine y Dilma, cierto es también que la política de Cristina no ha sido efectiva para retomar la senda de crecimiento con inclusión social que el kirchnerismo supo recorrer durante varios años.

Revista Veintitrés - 27 de mayo de 2015

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