Comentarios - 'Imperio' devuelve el golpe

ED VULLIAMY UN LIBRO POLEMICO. [i]'Imperio', la obra de Antonio Negri y el norteamericano Michael Hardt, no ha dejado a nadie indiferente. Ed Vulliamy se pregunta en este artículo «cómo un libro inverosímil de un académico de izquierdas y un ex preso italiano, en el que se sostiene que la globalización, lejos de derrotar al comunismo, es el vehículo de nuevas formas de protesta, está tomando por asalto América». Para otros la respuesta es simple: Se trata de la gran síntesis teórica del nuevo milenio. Como sostiene Gabriel Albiac, 'Imperio' «ajeno a las jeremiadas antiglobalizadoras apuesta por la irreversibilidad del nuevo tiempo y por su inmenso potencial creativo».[/i]

¿Cuántas veces puede suceder que un libro desaparezca de las estanterías hasta el punto de que no es posible encontrar un ejemplar en Nueva York ni por todo el oro del mundo? La edición de la biblioteca central está reservada para un futuro inmediato. La promesa de Amazon de que el libro «habitualmente se envía en 24 horas» se ha vuelto absurda. Al editor se le ha agotado el libro y está reimprimiendo y preparando una edición en rústica.

Tan enorme interés es extraño, ya que Imperio no es precisamente el típico best-seller; es un denso tomo de 500 páginas escrito por un revolucionario encarcelado y por un académico americano llamado Michael Hardt, anteriormente desconocido. Es más extraño todavía porque el libro rehabilita la palabra C, el comunismo -no a pesar de la caída del muro de Berlín, sino a causa de ella- en los pasillos del respetable mundo académico y en las calles de Génova, sede de la cumbre del G-8 esta semana.

Hardt, con su coautor, Antonio Negri, un disidente político de los tumultuosos años 70 en Italia, se ha convertido en el involuntario sabio (y crítico) del movimiento a que dieron lugar las manifestaciones de Seattle, Praga y Gothenberg y ha escrito un libro sobre el tema que nos domina y que preside los titulares que leemos: la globalización.

Pero Hardt ha hecho más. La semana pasada, The New York Times citó a algunos destacados profesores que lo describían como «nada menos que una reelaboración del manifiesto comunista para nuestra época» y como «la nueva y gran síntesis teórica del nuevo milenio».

Imperio es una historia integral de la filosofía humanista, el marxismo y la modernidad que se lanza a una grandiosa conclusión política: Somos una especie creativa e ilustrada y que nuestra Historia es la del progreso de la Humanidad para arrebatar el poder a quienes lo explotan.

Al decir esto, Hardt y Negri han dado el pistoletazo de salida a un debate «no contra el movimiento post-Seattle, sino dentro de él», proclamando una serie de herejías, como una defensa de la modernidad y el argumento de que la economía mundializada ofrece la mayor oportunidad de todos los tiempos para la revolución humanista e incluso comunista.

Imperio hace tres cosas: en primer lugar, examina la economía mundial y halla que, como Internet, carece de centro, es un «no lugar». O como dice Hardt: «Ya no hay un Palacio de Invierno». En segundo lugar, el libro redefine lo que se denominaba proletariado como una «multitud» nueva, diferente y poderosa.

Por último, -y aquí llega la hora de la verdad- Hardt y su compañero desprecian el estancamiento de la fatídica izquierda marxista a lo largo de dos décadas. Dicen que la «economía mundial posmodernizada», lejos de ser todopoderosa, contiene las semillas de su propia destrucción, y que el clima político nunca ha sido más propicio para el ascenso de «un comunismo que es marxista, pero mayor que Marx». En pocas palabras, la decadencia del imperio ha comenzado y la revolución contra él está en marcha.

Michael Hardt es un hombre cordial y retraído, que habla en voz baja y viste siempre pantalones vaqueros. Nació en 1960 y se crió en Washington DC; es hijo de un sovietólogo de la Biblioteca del Congreso. Estudió Ingeniería en Pensilvania, «durante la crisis de la energía», época en la que se interesó en las fuentes energéticas alternativas, y trabajó durante las vacaciones en una fábrica italiana haciendo paneles solares.

Hardt se trasladó a Seattle en 1983, año en que se doctoró en Literatura Comparada. Desde allí, Hardt marchó a París a redactar una tesis sobre Italia en los 70, bajo la dirección del filósofo-activista fugitivo Negri.

El y Negri -que estuvo vinculado en tiempos con el grupo terrorista italiano de los 70 Brigada Roja- gozaron de un inmediato entendimiento mental y posteriormente colaboraron en su primera obra conjunta, The Labour of Dionysus.

En el mismo periodo, Hardt tuvo relación con las guerras sucias estadounidenses de los 80 en Centroamérica. Trabajó en Guatemala y El Salvador para el Movimiento Santuario cristiano, que daba cobijo en iglesias a refugiados, a menudo personas escapadas de los escuadrones de la muerte entrenados por la CIA. «Un trabajo que era maravilloso pero también horrible... Santuario hizo verdaderamente más por mí que yo por ellos», dice.

Pero Italia estaba más cerca de casa políticamente y aceptó un puesto en el departamento de Lengua Italiana de la Universidad de Carolina del Sur, Los Angeles, a tiempo de vivir los tumultos de 1992. Recuerda que fue a una conferencia sobre Marx y la deconstrucción y no entendió una palabra.

En 1994, sin embargo, le ofrecieron un cátedra de literatura en la Duke University de Carolina del Norte; aquel mismo año empezó a trabajar en Imperio. Tras su publicación y éxito se le concedió la titularidad, una año antes de lo que esperaba. Desde entonces, el libro ha sido traducido a 10 idiomas y Hardt ha sido el número estelar en más de 20 congresos internacionales.

La nueva idea de Hardt es llevar las conclusiones de la física contemporánea y del «posestructuralismo» o la «deconstrucción» de filósofos franceses como Jacques Derrida y Michel Foucault a la esfera de la política concreta. La idea de Derrida de que en el mundo posmoderno es preciso cuestionar robustos conceptos como «verdad», «centro» y «base» se ha considerado como una abdicación de la política. Fue atacado desde la izquierda y desde la derecha por ser antipolítico y nihilista.

Pero uno de los discípulos de Derrida, Thomas Keenan, escribió una obra teórica precursora de Imperio titulada Fables of Responsibility, en la que sostenía que lo que sucedía era lo contrario. Si había que redefinir la política, teníamos que dejar de preocuparnos por el «centro» y la «base», argumentaba Keenan. Cuando las bases son inseguras, hay que tomar realmente decisiones políticas. Hacerlo sin bases es una manera de redescubrir frágiles valores como la libertad, los derechos y las responsabilidades de la creatividad humana.

En Imperio, Hardt y Negri siguen la premisa de Keenan a lo largo de la Historia desde Atenas hasta los disturbios de Los Angeles. A veces es casi religioso: San Francisco es un militante modelo, los sindicalistas americanos de principios del siglo XX son «agustinianos». El estilo es atrevido e iconoclasta; hablan de la «alegría y luminosidad de ser comunista» y plantean «contra la miseria del poder, la alegría de ser».

Los dos autores se apartan con frecuencia de la ortodoxia de izquierdas. Por ejemplo, ésta mantiene que la economía mundial está centrada en EEUU y está bajo el control de Banco Mundial, el FMI o un puñado de empresas. Hardt sostiene que no hay un lugar de poder y describe éste como «un espacio fluido... que está al mismo tiempo en todas partes y en ninguna. El Imperio es un no lugar.»

Hardt hace una analogía con la continuidad sin fisuras de la Red: «El principio organizador es similar al principio de Internet; enlaza la época de Internet con la manera en que funciona el poder a modo de red de distribución». Ni siquiera la «división norte-sur» sirve: «Hay un tercer mundo en el primero y un primero en el tercero. Brasil es el ejemplo ideal».

La negativa de Hardt a considerar que EEUU goza de algo más que una «posición privilegiada» dentro del imperio le ha valido acerbas críticas. «Pero una de las cuestiones fundamentales con las que teníamos que empezar era nuestra insatisfacción con el 'imperialismo estadounidense' como una manera de denominar el orden mundial contemporáneo», dice. Lo que es más, Hardt es un entusiasta de la Constitución americana: «Y se puede seguir cómo la Constitución aflora positivamente en diversos momentos de la historia del país».

En la obra de Hardt y Negri, el proletariado se ha convertido en la multitud mundial. «No dejo de pensar en los trabajadores que sirven comida rápida en los McDonald's de todo el mundo que llevan un chapa en la que se lee 'Servicio con una sonrisa'. Pero hay agitaciones dentro de esa multitud», dice Hardt «que llegan más allá de su sonriente servidumbre al imperio».

Así pues, aun cuando el imperio sea «un sistema de explotación más elusivo» que su predecesor», dice «también crea, de manera simultánea, mayores posibilidades de relación y cooperación más amplia entre las personas; y aquéllas son las condiciones previas de los movimientos de liberación».

Y además, dice Hardt, la otra cara de la moneda de la globalización es que aquellos a quienes explota poseen un gran potencial para constituir una comunidad. La posibilidad del reconocimiento de la multitud depende de que veamos nuestra naturaleza común como seres humanos... El capital mundial lo hace posible de la misma manera que el capital industrial hizo posible la organización de la clase trabajadora industrial. No creó el Partido Comunista, pero lo hizo posible».

¿El Partido? ¿O una fiesta? En Génova las dos cosas tomarán las calles, a menos que el imperio devuelva el golpe el primero.

Ed Vulliamy es periodista de The Observer.

Fuente: http://www.negri.es.org

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