Byung Chul Han: la crisis de la narración o el fin de la comunidad

Javier Occhiuzzi

Publicado en español a fines del 2023 por la editorial Herder bajo el título La crisis de la narración, el filósofo y bestseller surcoreano nos trae un libro en donde vuelve a señalar el fin de la comunidad y la identidad social. Entramos a una era digital denominada modernidad tardía en donde el fin de las grandes narraciones nos convierte en bárbaros digitales, pobres en experiencias transmitidas oralmente, generando un nuevo tipo de dilema existencialista: “vivir y narrar” o “vivir y postear”.

Con sus 65 años, Byung-Chul Han (BCH), surcoreano (y alemán), es actualmente uno de los principales protagonistas de la escena filosófica contemporánea. Entre sus méritos hay que destacar que uno de sus principales objetos de estudio es la actualidad y el impacto social de las nuevas tecnologías digitales en todas sus formas: desde el Big data, el dataismo, pasando por la guerra de drones, hasta las redes sociales han sido objeto de estudio y deliberación del autor en cuestión.

Cada uno de sus libros ha servido para dibujar las siluetas de la sociedad digital que habitamos. La explotación devenida en autoexplotación según La sociedad del cansancio (2012), la gran nube de información que cruza todos los datos de las redes sociales llamada Big Data brinda psicoperfiles de los usuarios que son usados para controlarlos según La sociedad de la transparencia (2013), un hombre digital y sin clase social se diluye En el enjambre (2014), la represión ha sido sustituida por el exceso de información y de placer según La expulsión de lo distinto (2017).  Llegó a afirmar que pos pandemia el mundo experimenta un estado de fobia al dolor que hace que todo lo desagradable o incómodo sea negado o rechazado La sociedad paliativa (2021).  En su libro Infocracia (2022) llega al extremo de afirmar que la mutación de la esfera pública en el mundo digital causó la muerte de la política, social y partidaria; marcando el nacimiento del dataísmo político, una suerte de comunidad sin comunicación, sólo información. 

En su texto La crisis de la narración (2023) el autor en cuestión viene a dar una vuelta más de tuerca a la alienación que padece el sujeto contemporáneo afirmando que estamos entrando a una era posnarrativa.

“Está haciendo furor la moda del storytelling, que es el arte de narrar historias como estrategia para transmitir mensajes emocionalmente, pero lo que hay tras esa espantosa moda es un vacío narrativo, que se manifiesta como desorientación y carencia de sentido"

Para el autor en la era posnarrativa, el calendario pierde su carácter narrativo y se convierte en una agenda vaciada de sentido. Las festividades religiosas son los clímax y los apogeos de una narración. Sin narración no hay fiesta ni tiempo festivo, no hay sentimiento de festividad, vivida como una intensa sensación de ser; no hay más que trabajo y tiempo libre, producción y consumo. Según BCH la narración es una forma conclusiva que da sentido y proporciona identidad. En este momento histórico llamado Modernidad tardía, que se caracteriza por la apertura y la eliminación de fronteras, se van suprimiendo cada vez más las formas de cerrar y de concluir.

“A esta necesidad obedecen las narrativas de los populismo, los nacionalismos, las extremas derechas y los tribalismos, incluidas las narrativas conspiranoicas. Estas narrativas se toman como ofertas de sentido e identidad”

Para BCH las narraciones son generadoras de comunidad, mientras que por el contrario, el storytelling crea communities. La community es la comunidad en forma de mercancía. Los consumidores de esas community no conforman ninguna comunidad, son consumidores solitarios que suben historias de forma individual. Postear, darle al botón de “me gusta” y compartir son prácticas consumistas que agravan la crisis narrativa.

El capitalismo recurre al storytelling para adueñarse de la narración. La somete al consumo. El storytelling produce narraciones listas para consumir. Se recurre a él para que los productos vengan asociados con emociones. Prometen experiencias especiales. Así es como compramos, vendemos y consumimos narrativas y emociones, las historias venden.

Postear o narrar: he ahí la cuestión

Para BCH hoy vivimos en la era del Smartphone, dicho dispositivo sólo permite un intercambio acelerado de información, teclear o deslizar el dedo no son gestos narrativos, sino acciones mecánicas que reproducen el intercambio de información.

Para narrar hace falta que se escuche atentamente y se preste atención. La comunidad narrativa es una comunidad de personas que escuchan con atención. Pero el giro social se da en que cada vez perdemos más la paciencia para escuchar las narraciones de otros.

La era del Smartphone es lo que BCH llama Modernidad tardía, o era digital, en esta época. Según él, tratamos de disimular la desnudez de la vida y de ocultar el absurdo vital a base de estar permanentemente posteando, dándole al botón de «me gusta» y compartiendo. Una suerte de nuevo “pan y circo” digital.

“La crisis actual no consiste en «vivir o narrar», sino en «vivir o postear». Tampoco la adicción a los selfies se explica por un narcisismo, sino que es más bien el vacío interior lo que causa esa adicción. El yo no encuentra ofertas de sentido que puedan proporcionarle una identidad estable. Ante el vacío interior, el yo crea una imagen de sí mismo y la escenifica permanentemente. Los selfies reproducen la forma vacía del yo.”

Según el autor hoy percibimos el mundo sobre todo como un conjunto de informaciones. Las informaciones carecen de lejanía y de amplitud. Carecen de espacios y sensaciones. El lenguaje pierde por completo su vivencialidad en el momento en que se reduce a informaciones. La información supone el nivel de pérdida absoluta del lenguaje. Los acontecimientos sólo se sintetizan en una historia cuando se apilan de una determinada manera. Un amontonamiento de datos o de información no tiene historia. No es narrativo, sino acumulativo.

La historia es lo contrario de la narración, porque tiene un comienzo y un final. Se caracteriza porque está terminada. La transparencia destruye esta tensión dialéctica, en la que se basa toda narración. El actual desencantamiento del mundo se debe a su informatización. La transparencia es la nueva fórmula del desencantamiento. Desencanta el mundo disolviéndolo en datos e informaciones.

Hoy, para BCH, vivimos en la época de Netflix. El consumo de series se caracteriza más bien por el Binge Watching, el maratón de series. El espectador es cebado cual ganado de consumo. El maratón de series se puede tomar en general como el modo de percepción típico de la Modernidad tardía digital. No hay principio ni final, su consumo es un no-lugar en el tiempo narrativo que pasa en una pantalla en la comodidad de nuestros hogares o dispositivos digitales.

Las historias que se publican en las redes sociales, no son otra cosa que autorretratos o escenificaciones de uno mismo, aíslan a las personas. A diferencia de las narraciones, no crean proximidad ni suscitan empatía. Son, en definitiva, informaciones adornadas visualmente, que vuelven a desaparecer en cuanto nos hemos enterado rápidamente de ellas.

“No narran, sino que publicitan. Tratar de acaparar la atención no es manera de crear una comunidad. En la época del storytelling como storyselling, la narración es indiscernible de la publicidad. En eso consiste la actual crisis de la narración."

El storytelling como storyselling no crea ninguna comunidad narrativa, sino que engendra una sociedad de consumo. Las narrativas se producen y se consumen como si fueran mercancía. Los consumidores no componen ninguna comunidad, ningún nosotros. La comercialización de las narrativas hace que pierdan su fuerza política. Esos bienes se venden y se consumen como informaciones que convierten en privilegiados a quienes los poseen. Las narrativas no nos remiten a una comunidad que hubiera que mejorar, sino al propio ego.

Podemos decir que las tres formas más extremas de este consumo “hueco” e insensible de historias se manifiestan en los tres niveles más absurdos de selfies que existen hasta el día de la fecha. El primero de ellos lo señaló el autor en cuestión en su libro No-cosas (2021)

Denominando funeral-selfie. La coronación, según él, del Phono sapiens, un concepto de Hombre que no respeta ni la muerte ni sus rituales. Para él la selfie anuncia la desaparición de la persona cargada de destino e historia. Expresa la forma de vida que se entrega lúdicamente al momento. Las selfies no conocen el duelo. La muerte y la fugacidad les son del todo ajenas.

El segundo nivel lo podemos ver en lo que se conoció como Holocaust-selfie. Imágenes captadas y posteadas en monumentos y museos que conmemoran los aspectos más oscuros y terribles de la humanidad como lo fue el campo de exterminio en Polonia Auschwitz. Selfies sonrientes son subidas a las redes con el campo de concentración y exterminio en donde los nazis lograron el nefasto récord de quemar 1300 cuerpos por día, como fondo.

El tercer y último nivel lo ubicamos en la forma del Genocide-selfie. El 19 de febrero del 2024 el fotógrafo Tsafrir Abayov capturó el momento en que un grupo de mujeres soldados de las FDI se tomaban una selfie con la ciudad de Gaza destruida como fondo. Lejos de repudiar esta actitud por parte de los altos mandos del gobierno Israeli, se lo festeja y fomenta. Estamos asistiendo como se rebaja una situación de destrucción masiva a un motivo de diversión, un viaje de amigos que salen a pasear y sacarse fotos. La selfie del genocidio cruza las fronteras de la locura y se expone como el síntoma de una época en donde los actos más atroces que antes se buscaban ocultar y no dejar testigos, se registra fotográficamente y presume en redes sociales por sus autores.

Lejos de creer que el ser humano está sufriendo una transformación antropológica por el uso de los celulares y volviéndose peligrosamente insensible (como plantea BCH) da la impresión de que se vuelve a poner en vigencia lo que Hannah Arendt llamaba “la banalidad del mal”. No son monstruos con garras. Son algo peor. Son seres humanos, personas comunes. Y eso es lo que los hace monstruosos.

Posteo, luego existo

Como ya señalamos, el autor en cuestión intenta “narrar” cuáles son las características y límites de esté periodo de tiempo llamado modernidad tardía.

Para BCH actualmente vivimos en lo que denominó sociedad de la transparencia. La sociedad de la transparencia significa el final de la narración y del recuerdo. Ninguna narración es transparente. Lo único transparente son las informaciones y los datos. Y he aquí el centro de la cuestión: la Inteligencia Artificial que maneja los algoritmos de las apps y las redes sociales se maneja sin conceptos, solo datos. Y eso se debe a que la IA no piensa, sólo calcula. El smartphone solo permite un intercambio acelerado de información.

En la actualidad para BCH vivimos en una narrativa neoliberal que impiden justamente que se cree una comunidad.

 “La narrativa neoliberal del rendimiento convierte a cada uno en empresario de sí mismo. Cada uno ve a todos los demás como competidores. La narrativa del rendimiento no genera cohesión social; de ella no nace un nosotros. Al contrario, acaba tanto con la solidaridad como con la empatía. Las narrativas neoliberales, como, por ejemplo, las narrativas de autooptimización, de autorrealización o de autenticidad, desestabilizan a la sociedad aislando a las personas. Ninguna sociedad estable se construye ahí donde cada uno celebra la misa del yo y es el sacerdote de sí mismo, ahí donde cada uno crea y escenifica una imagen de sí mismo y se exhibe a sí mismo.”

La narrativa neoliberal niega al otro como comunidad, afirma el autor,  y junto con él niega las experiencias de su narración. El sujeto contemporáneo posee pobreza en experiencia, lo que supone una especie de nueva barbarie. La experiencia crea continuidad histórica. El nuevo bárbaro se emancipa del contexto de la tradición, en el que se integra la experiencia. La pobreza de experiencia lo conduce a comenzar de nuevo y desde el principio. No se ve a sí mismo como narrador, sino como constructor. Para BCH el nuevo bárbaro celebra la pobreza en experiencia como una emancipación.

Un muy buen ejemplo contemporáneo de este nuevo tipo de psicoperfil o sujeto contemporáneo lo podemos apreciar en las nuevas derechas que ha surgido en la última década a nivel mundial, desde Donal Thrump, Jair Bolsonaro, Giorgia Meloni a Javier Milei, que levanta ideas paleolíticas e históricamente probadas como si fueran grandes novedades. Para BCH el enjambre digital vino a ocupar el lugar de la masa social. No desarrollan energías políticas. No cuestionan las relaciones de poder, solo siguen a personas particulares que son motivo de escándalo y fake news.

Para el autor, a diferencia de la Modernidad, con sus narrativas de futuro y de progreso, la Modernidad tardía ya no conserva nada del pathos revolucionario de lo nuevo ni del entusiasmo por volver a comenzar desde el principio. En ella no se tiene la sensación de que algo esté eclosionando. Por eso declina y se limita a seguir como hasta ahora, cayendo en la falta de alternativas. Se le han quitado las ganas de narrar, las ganas de una narrativa que transforme el mundo.

“Storytelling significa, antes que nada, comercio y consumo. El storytelling, como storyselling o venta de historias, no aporta ningún poder transformador de la sociedad. La extenuada Modernidad tardía desconoce la «sensación de comienzo», el énfasis en «empezar desde cero». No nos «confesamos partidarios» de nada, sino que, por comodidad, lo que hacemos siempre es condescender. Sucumbimos a la conveniencia o al «me gusta», para lo que no hace falta ninguna narrativa. La Modernidad tardía carece de toda nostalgia, de toda visión, de toda lejanía. Por eso carece totalmente de aura, es decir, de futuro.”

Para Byung Chul Han el sujeto contemporáneo es un bárbaro, pobre de experiencias pasadas, que quiere volver a comenzar a narrar la historia de la humanidad desde su propio Yo y que tampoco puede llegar a organizarse en comunidad debido a que la lógica de enjambre hace que como se agrupa se desagrupa sin mayores conflictos ni reparos. Hoy carecemos, dice él, justamente de narrativas de futuro que nos permitan concebir esperanzas. Vamos tropezando de una crisis a la siguiente. La política se reduce a un modo de solucionar problemas de tipo táctico, es infértil para cambiar la realidad a largo plazo, ya que no hay narrativas que puedan emocionar y seducir.

A modo de cierre

Hace ya varios libros que BCH viene planteando la desaparición de la sociedad y de la comunidad. Ya sea por el avance de la filosofía individualista que promueve el neoliberalismo o por la estructura social de enjambre que generan las redes sociales.

 Pero en un punto lo que podemos apreciar en este último ensayo es la destrucción del último puente que lo puede conectar con otro. Según el autor ya no nos podemos comunicar, ni socializar, tampoco organizar, mucho menos narrar, ni siquiera podemos conectarnos eróticamente con alguien más (Agonía del Eros 2012) solamente podemos intercambiar información en la forma de datos algorítmicos por medio de las redes sociales.

En este “nuevo” mundo que nos quiere vender el autor surge la principal contradicción de su narración que él mismo lo señala en la forma de una historia jasídica sobre la mística judía, que citamos a continuación:

“Cuando el Baal Shem, el fundador del jasidismo, debía resolver una tarea difícil, cuando debía realizar alguna obra en bien de las criaturas, iba a un determinado sitio en el bosque, encendía un fuego y, sumido en sus meditaciones, musitaba plegarias. Y todo lo que emprendía entonces se realizaba tal como se lo había propuesto. En la siguiente generación, cuando el Maguid de Mezritch hubo de afrontar un gran reto, se dirigió a ese mismo sitio del bosque y dijo: «Ya no sabemos hacer fuego, pero podemos recitar las oraciones». Y después de haberlas recitado, todo ocurrió según lo había planeado. En la siguiente generación, Rabi Moshe Leib de Sasov tuvo que realizar una gran hazaña. También él fue al bosque y dijo: «Ya no sabemos hacer fuego, hemos olvidado las meditaciones que alientan la plegaria. Pero conocemos el lugar del bosque donde todo eso debe hacerse, y con eso debe bastar». Y en efecto, resultó que con aquello fue suficiente. Pero cuando, transcurrida otra generación, Rabi Israel de Rischin se propuso afrontar una gran tarea, permaneció en su castillo, sentado en su trono dorado, y dijo: «No sabemos hacer fuego, no somos capaces de recitar las oraciones prescritas y ni siquiera conocemos tampoco el lugar del bosque. Pero podemos contar la historia de todo esto». Y bastó con narrar aquella historia para lograr el mismo efecto que también habían alcanzado los tres anteriores.”

Byung Chul-Han cita está historia haciendo referencia a que el poder de la narración puede suplir todas las otras falencias y pérdidas sociales y que al no poseer la narración ya no nos queda nada. Pero lo que no dice es que detrás del acto de narrar en realidad lo que hay es un hecho social, el de interpretar la realidad para las futuras generaciones. No importa si el fuego fue reemplazado por la luz pálida de la TV, lo que importa es reunirse y compartir y eso, lejos de desaparecer, se ha mantenido a lo largo del tiempo como una constante.

Si la narración, como afirma el autor, está desapareciendo la posibilidad de “narrar” esa desaparición también estaría esfumándose, generando lo que en filosofía se conoce como autocontradicción performativa que se puede ejemplificar en la proposición “yo no estoy escribiendo” o “usted no está leyendo esto”.

Para BCH el mundo contemporáneo se deshase de a poco “comiendo pan y mirando el circo” pero no puede responder quién es el que cocina el pan y quiénes son los que organizan el circo. Más dudas que certezas es lo que nos plantea su último ensayo, que los invitamos a leer.

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