“El pueblo debe mandar”

El británico David Cameron y la alemana Angela Merkel fueron al devaluado Foro Económico de Davos a tranquilizar a los ejecutivos de las grandes corporaciones. Europa será inflexible en la austeridad. Es decir, sus gobiernos no crearán empleos públicos pero congelarán los salarios de quienes trabajan en lo que, otrora, fueron Estados de bienestar. Además, aunque no lo explicitaron, los empresarios quedaron tranquilos con que no elevarán los impuestos a sus extraordinarias rentas. Sin embargo, cuando le tocó el turno al presidente de la gran multinacional Unilever, Paul Polman, advirtió que “se acabó la era de los alimentos baratos”. Esto es, al ajuste se le agregará la inflación en bienes básicos. A la cita suiza concurrieron algunos mandatarios latinoamericanos de derecha, el mexicano Felipe Calderón y el chileno Sebastián Piñera. Ninguno de los dos pudo exhibir logros de su fidelidad al neoliberalismo y el librecambismo, sino más bien lo contrario. Pasó inadvertida la presencia del peruano Ollanta Humala cuyo discurso cambia como la rosa de los vientos.

Lo que sí cayó como un balde de agua fría para los organizadores fue la ausencia de la brasileña Dilma Rousseff. Sobre todo porque decidió asistir al Foro de Porto Alegre, el único espacio anti-Davos que durante los primeros años de este milenio tuvo peso significativo, tanto por la participación de organizaciones sociales globalifóbicas como por la capacidad de plantear los debates estratégicos que muchos gobiernos populares desdeñan.

Brasil, el legado económico de Lula: éxitos y límites

El presidente Lula deja un poder plebiscitado, tanto por la prensa internacional como por los ciudadanos de su país. Cuatro de cinco brasileños apoyan su política. Ha entrado en la historia por la puerta grande, como Vargas o Kubitschek. La popularidad del presidente supera ampliamente la de su partido, el PT, lo que hace que se hable de “lulismo” para subrayar la importancia de la personalidad del primer mandatario en su éxito.

Sería erróneo explicar la gran popularidad del presidente solamente por su carisma en los sectores más desheredados de la población. Ello es innegable. Otros factores intervienen, como la mejora de la situación social en un país “enfermo” de inequidad, sobre todo de aquella que afecta a los más pobres, o los avances en la situación económica en un contexto internacional favorable desde la aparición de China como nuevo aliado comercial. Sería igualmente erróneo atribuir los éxitos económicos y sociales a la gestión llevada a cabo por su predecesor, el presidente Fernando Henrique Cardoso, argumentando que la política seguida por Lula sería una continuidad de aquella definida por Cardoso: ortodoxa en el aspecto monetario (altas tasas de interés) y fiscal (superávit presupuestario primario). Si bien se trata de una explicación en cierta medida fundada, peca de simplista. Los regímenes de crecimiento no son los mismos y las respuestas a las crisis son diferentes.