"20 de noviembre: símbolo de la soberanía nacional"

Jorge Francisco Cholvis

 

El 20 de noviembre se conmemora el "día de la soberanía", instituido precisamente en reconocimiento a la valiente respuesta que en esa fecha de 1845 se dio a la agresión que perpetraron contra nuestro país las dos más grandes potencias que por esos tiempos predominaban en el mundo. Veamos como fueron los acontecimientos.

Como señala Ibarguren, la intervención imperialista en el Río de la Plata por las grandes potencias europeas, Francia e Inglaterra, se desarrolló en un largo y complejo proceso que duró cerca de doce años, a través de reclamaciones enérgicas, de bloqueos, de expediciones bélicas, de combates navales, de intrigas políticas, de alianzas de argentinos enemigos de Rosas con los extranjeros invasores y de complicadas gestiones diplomáticas. El año 1845 se iniciaba con una nueva intervención armada por parte de esos países, estimulada y requerida por los unitarios que con tal de derrocar a Rosas no vacilaron en recurrir a cualquier medio.

Reiterando viejas actitudes coloniales estas potencias intervinieron en cuestiones internas de los países del Plata, e intimaron a Rosas para que la escuadrilla del almirante Brown levantase el bloqueo de Montevideo y que las fuerzas argentinas y de Oribe evacuaran el territorio de la Banda Oriental, no obstante que éste último poseía el territorio de su país casi por entero. Rosas lejos de amilanarse les respondía con decisión. La pretensión extranjera se topó con la energía indomable del gobernador, y aquellos acabaron por decir que no admitirían a Oribe como presidente legal del Uruguay “ni aún elegido”. Pero Rosas se mantuvo inflexible (conf., José Luis Busaniche, “Historia Argentina”, Solar-Hachette, Buenos Aires, 1965, pág. 591).

El gobierno de Buenos Aires no accedió ante las pretensiones colonialistas, rechazó el emplazamiento y el 30 de julio de 1845 expidió los pasaportes a los ministros británico y francés, señores Ouseley y Deffaudis. Juan Manuel de Rosas no se doblegó ni siquiera frente al ultimátum de diez días que los agresores le formularon. Ante esa digna respuesta se dispusieron a la vía armada para forzar a la Confederación. Ouseley declaró el bloqueo de Buenos Aires y de toda las costas argentinas, con el propósito de favorecer el tráfico desde el puerto de Montevideo.

¿Pero dónde estaba el interés último de los europeos? En esa época las naciones agresoras realizaron en otros países y en los distintos continentes acciones similares, y para justificarlos invocaron los más variados argumentos camuflando su vocación imperial. “Aberdeen -dice John F. Cady- se disponía a establecer en la Argentina, como lo había hecho recientemente en China, el sagrado dogma británico del divino derecho de comerciar”. Allí su prepotencia mercantil llevó a la llamada “guerra del opio”, donde para mayor semejanza con lo que harían en el Plata no faltó ni siquiera la apertura a cañonazos del río Yangtsé. Para efectivizar esas ambiciones mercantiles en el Atlántico sur los barcos de guerra ingleses y franceses fueron llegando al río de la Plata.

A mediados de noviembre de 1845, quince buques de guerra ingleses y franceses, bien armados y tripulados, varios de ellos movidos a vapor, al mando del almirante Hotham, “con mucho la fuerza naval más considerable vista hasta entonces en el Río de la Plata”, empezaron a remontar el Paraná. El día 18 once buques de guerra, algunos de vapor, llegaron más allá de San Pedro y, dos días después al recodo conocido por la Vuelta de Obligado. Otros llegaron después: todos debían concurrir a violar y ofender la soberanía Argentina para mayor provecho de los dos países más poderosos y ricos del mundo: Francia e Inglaterra.

Es así que el 20 de noviembre de 1845 noventa buques mercantes remontaban las aguas del Río Paraná custodiados por una poderosa flota de barcos de guerra ingleses y franceses, con casi cien cañones a bordo. La presencia extranjera pretendía forzar el libre comercio en el Litoral y el Paraguay, el libre tránsito por el estuario del Plata y los ríos interiores pertenecientes a la cuenca del mismo, y utilizar a Montevideo como una factoría comercial para ambas potencias. Juan Manuel de Rosas, rechazó todas las intimidaciones de las potencias europeas. Su decisión fue resistir, no inclinarse.

En el recodo del río Paraná conocido como la Vuelta de Obligado, cercano a la actual ciudad de San Pedro, en la provincia de Bueno Aires se dispusieron 2.200 hombres, soldados regulares y gauchos, y 35 piezas de artillería dirigidos por el general Lucio N. Mansilla. Las baterías criollas contaban con viejos cañones de mediano calibre y con una tropa de 220 artilleros, protegidos por parapetos de tierra. Frente a la batería del norte, cerraba el paso a las naves invasoras una triple cadena asentada sobre pequeñas embarcaciones y tirada de banda a banda, “más como símbolo de la soberanía nacional que como elemento de obstrucción eficaz”, como dijo Busaniche.

Esa mañana del 20 de noviembre, la escuadra europea, armada con más de cien cañones de largo alcance -y algunos de bala explosiva- atacaron a las baterías argentinas. Fermín Chávez relata que en las primeras horas del combate, las fuerzas criollas consiguieron algunas ventajas, pero cuando los parapetos comenzaron a ceder, se fue haciendo imposible la defensa. Únicamente el heroísmocon que se batieron las milicias argentinas pudo prolongar el combate hasta las cuatro de la tarde. Los anglo-franceses, después de cortar las cadenas concentraron sus fuegos sobre las defensas y arrasaron con ellas, matando gran parte de nuestros artilleros. Sin embargo, no se la habían llevado de arriba. Ellos perdieron más de cien hombres y cuatro de sus barcos resultaron destrozados.

La escuadra extranjera continuó remontando el Paraná, pero Mansilla que había avanzado con sus fuerzas hasta el paso del Tonelero nuevamente las atacó en este punto y luego en San Lorenzo. Finalmente, las naves invasoras lograron pasar y llegaron hasta Corrientes, pero fueron hostigadas siempre en su paso frente a las barrancas santafecinas. Aunque pudo franquear el paso hacia Paraná al norte, el enemigo no logró ocupar las costas por lo cual, al no obtener este vital objetivo estratégico la victoria no fue completa. Contra lo que esperaban los invasores, el río Paraná quedó fiscalizado por las armas criollas, mientras que Rosas declaraba piratas a los intrusos anglo-franceses.

Meses después, a fines de mayo de 1846 la flota enemiga regresa de Corrientes y Paraguay. En las cercanías de San Lorenzo el general Mansilla había aprovechado el tiempo construyendo una batería y defensas sólidas para hostilizar la navegación de los anglo-franceses. Luego de haber esperado el viento norte necesario que les permitiese pasar rápido ante los defensores patriotas, el 4 de junio de 1846 los barcos invasores navegaban en Punta del Quebracho. El general Mansilla con pequeños cañones de 8 libras enfrentó nuevamente a las fuerzas navales franco-inglesas. En esa batalla los patriotas les hundieron dos buques de guerra, varios buques de carga y el desconcierto originado por el fuego certero de los argentinos provocó colisiones entre los barcos intrusos de forma tal que éstos debieron aligerar las cargas con graves pérdidas, y el desorden fue total. El caos se apoderó de las embarcaciones, y en su tentativa de huir algunas vararon y sufrieron duramente el fuego criollo.

En esas acciones de guerra nuestros artilleros combatieron con heroicidad y coraje ante un enemigo con un poder de fuego muy superior, y dejaron en claro que la resistencia de un pueblo decidido torna imposible que el invasor logre su objetivo. Ese día se reafirmó la independencia nacional.

Años después el ministro plenipotenciario británico en Buenos Aires, Mr. Southern y el almirante francés Le Predour fueron encargados por sus gobiernos de ajustar con el de Buenos Aires una convención de paz y comercio. Luego de prolongadas y dificultosas tratativas diplomáticas la Gran Bretaña firmó con Rosas el Tratado del 24 de noviembre de 1849, por el cual esa potencia se obligó a evacuar la isla Martín García, a devolver los barcos argentinos que apresó y a saludar en desagravio a la bandera Argentina con 21 cañonazos. Se reconoció la navegación del Paraná como interior, no sujeta a los reglamentos internacionales, sino a los de la Confederación; lo mismo que la del Uruguay, en común con el Estado Oriental (conf., H. S. Ferns, “Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX”, Solar-Hachette, Buenos Aires, 1966, pág. 283). Por su parte, Francia el 31 de agosto de 1850 concluyó con el gobierno argentino una convención de paz y amistad con declaraciones y reconocimientos análogos (Arana-Le Predour). Rosas obtuvo así, un completo triunfo diplomático, después de haber salvado con honor la dignidad y la independencia del país. Por ello recibió el aplauso del Libertador general San Martín y como legado su sable, el más insigne premio a que pudo aspirar un gobernante argentino.

La opinión serena e imparcial de América y de Europa, tuvo a Rosas como el sostenedor del principio republicano frente la tentativa imperialista y a los ataques de las poderosas monarquías europeas. Estos hechos exaltaron el sentimiento patriótico en la Confederación Argentina. El general San Martín en una carta del 8 de agosto de 1848, refiriéndose al combate de la Vuelta de Obligado, le había escrito a Rosas: “Los interventores (Francia e Inglaterra) habrán visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca ... Esta contienda, en mi opinión, es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de España” (conf., Carlos Ibarguren, “La intervención imperialista en el Río de la Plata. Centenario de un tratado glorioso”, Mendoza, 1950, pág. 26).

El gobierno de los Estados Unidos a través del Secretario de Estado Buchanam hizo saber que “cordialmente deseamos el éxito de la República Argentina en su lucha contra la intervención extranjera” (“Diplomatic Correspondence of the United States, Inter-American Affair, 1831-1860”, vol. I, Argentine, Buchanam a Harris, 30 de marzo de 1846). Cuando aún no había accedido a las alturas imperiales, sin duda veía en la Argentina una nación americana que luchaba por liberarse de la opresión europea y que era acreedora al apoyo moral de los Estados Unidos (conf., H. S. Ferns, “Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX”, Solar-Hachette, Buenos Aires, 1966, págs. 255 y 271).

Durante la segunda mitad del siglo XIX que estuvo marcada por el crecimiento y la expansión económica del Imperio Británico, las potencias imperiales comienzan a cambiar la táctica que aplicaban. “En muchos lugares, la intervención directa fue abandonada como impracticable por su costo. La simple amenaza del empleo del poder naval y la presión comercial en todo el mundo fue un arma preferida y más barata. La sugerencia de descontento en uno de los grandes centros de poder y finanzas de Europa llegó a ser tan preocupante como la presencia de un ejército invasor.(...) cuando una señal de irritación no bastaba, la presencia de una cañonera era suficiente para hacer que el descarriado se arrepintiera de la molestia causada” (Andrew Graham-Yooll, “Pequeñas guerras británicas en América Latina”, Editorial Legasa, Buenos Aires, 1985, pág. 151). Es conocida la expansión que adquirió esta política durante el siglo XX, y cómo el capital financiero y los denominados “mercados”, por distintas vías acosaron a los países emergentes para que no se desvíen del discurso único que todavía le pretenden imponer. Por cierto, después también comenzaron a cumplir una activa función en esa política los organismos financieros internacionales y los grandes conglomerados trasnacionales, acompañados por las naciones asiento de sus casas matrices.

Ante esas circunstancias que van delineando la problemática de estos tiempos, el recuerdo pleno de aquellos forjadores de la nacionalidad nos impulsa a señalar brevemente cual es la esencia de la soberanía, y cómo se integra esa cualidad en el marco de las naciones subdesarrolladas. En nuestra realidad contemporánea del siglo XXI, es necesario remarcar que el contenido de la soberaníase encuentra regido por las condiciones concretas en que un Estado determinado se exterioriza como tal, y en las actuales circunstancias del mundo contemporáneo la noción de independencia económica surge como un dato indispensable para integrar el concepto de soberanía.

La ecuación independencia política formal - dependencia económica real, por más que se la quiera marginar expresa la contradicción polar, característica de la sociedad internacional contemporánea. La misma subraya la situación de la mayoría de los países indesarrollados y define los rasgos esenciales del neocolonialismo que todavía sufren esos países. El primero de esos elementos apunta a los datos jurídico-institucionales que conforman el concepto de soberanía estatal; el segundo, en cambio, traspasa los velos de la estructura institucional y muestra una situación de subordinación, de falta de verdadera autonomía, que se contrapone al concepto legítimo de soberanía.

La falta de independencia económica lleva a la pérdida de la independencia política, pues como se observa en muchos países, quien controla la economía de un Estado domina también su política nacional e internacional. Dependencia económica y dependencia política son dos expresiones o facetas de un mismo fenómeno, y una gravita sobre la otra merced a un incesante proceso de flujo y reflujo. Por otra parte, dependencia económica y subdesarrollo operan como factores en directa interacción y aseguran la subsistencia de las estructuras que impiden una efectiva vigencia de la soberanía. Ello incide directamente en el condicionamiento socioeconómico que ocasiona la falta de vigencia en los derechos económicos, sociales y culturales, lo que afecta a la mayoría de la población.

Cabe remarcar entonces que es imprescindible efectivizar la independencia económica como paso indispensable para una plena independencia política. En esa senda, hagamos honor a los criollos que en defensa de la soberanía libraron las gloriosas batallas del año 1845, y a los que con dignidad rechazaron la agresión extranjera, paso indispensable para hacer efectiva la independencia nacional.

 

Buenos Aires, 20 de noviembre de 2007.

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