El negocio de la novedad perpetua

Del lavarropas a la pc, toda cosa que compramos nace con una vida útil cada vez más breve. Detrás de esta “obsolescencia programada” hay razones económicas y consecuencias culturales.

Los romanos construyeron puentes que, dos mil años después, siguen ahí. Y en la localidad de Livermore (California) funciona una bombilla que ilumina un cuartel de bomberos desde 1901. Sin embargo, en general, el engranaje industrial desarrolla equipos de electrónica de consumo, celulares y otros aparatos con una vida tan fugaz que ni deja rastro en nuestra memoria. Se hacen perecederos al poco de nacer. Diseñados para tener una vida corta, frecuentemente ni siquiera tienen una segunda oportunidad tras estropearse. En la vida cotidiana, apenas se habla de reparar, reponer o reutilizar ante pautas que hacen que todo sea rápidamente viejo y fugaz. Pero acortar el ciclo de vida útil de un artefacto tiene efectos ambientales nocivos: comporta un agotamiento de recursos naturales, derroche de energía y una producción de desechos imparable.

La caducidad planificada caracteriza nuestro modelo económico. Ha sido históricamente la palanca que activó la compra y el crédito. “La obsolescencia programada surgió a la vez que la producción en serie y la sociedad de consumo”, sostiene Cosima Dannoritzer, directora del documental Comprar, arrojar, comprar, producido por Mediapro, que ya han visto dos millones y medio de telespectadores.