Una joya de la identidad francesa se hace humo

Eduardo Febbro
Una de las joyas da la identidad francesa se hace humo: ¿alguien recuerda el retrato del filósofo Jean Paul Sartre, del escritor Albert Camus o del ensayista Jean Baudrillard con un cigarrillo apretado entre los labios, o tal vez recuerden esas páginas de Julio Cortázar en Rayuela o “El Perseguidor” donde todos fumaban los mismos cigarrillos: Gauloises. El mismo Cortázar los fumó hasta finales de los ’70 pero, ahora, la marca y su paquete azul con el casco de Asterix rodeado de alas que durante décadas y décadas simbolizaron la identidad cultural de Francia cierra sus puertas para buscar horizontes más rentables. “Cientos y cientos de Gauloises fumados en cientos y cientos de días”, escribió Cortázar en “Las armas secretas”. Esos cientos o miles serán fabricados en Polonia.

La planta de Carquefou, en Nantes, va a ser “deslocalizada”. Ese término designa una de las barbaries del liberalismo moderno que consiste en trasladar una fábrica a otro país donde la producción cueste menos. La planta de Carquefou produce cada año más de doce mil millones de cigarrillos Gitanes y Gauloises, de los cuales el 60 por ciento va para la exportación. El traslado dejará a más de 360 personas sin trabajo del total de 1100 que operan en el grupo propietario de la marca, el británico Imperial Tobacco. La globalización arrastra todo, el humo, la identidad, los objetos, los símbolos, la historia y los relatos que la constituyen.

Con la mudanza liberal de los cigarrillos Gauloises se cierra una página de la historia a la vez antigua y moderna: la antigua remonta a 1910, cuando los cigarrillos comenzaron a producirse en Francia: la moderna empieza en 1995, cuando la producción de Gauloises pasó a manos privadas. La marca azul no era sólo una cuestión de sello nacional, sino también de propiedad estatal. La empresa Seita que los fabrica (Le Service d’exploitation industrielle des tabacs et allumettes) era una sólida descendiente de los monopolios estatales instaurados en el siglo XVII por Jean-Baptiste Colbert, el controlador general de finanzas del rey Luis XIV. Pero a mediados de los años ’90 empezó el cambio, siempre bajo el huracán de la globalización. Esta deslocalización es el resultado de todo un proceso industrial financiero que, en este caso, debilita al Estado nación y sus prerrogativas o derechos únicos: a la vez Estado, garante de la unidad, de la preservación de la identidad y la cultura y, al mismo tiempo, de varios sectores del aparato productivo.

La muerte de ese Estado son las privatizaciones. La historia del grupo estatal Seita es un eslabón más de la lenta agonía de los Estados nación. En 1999, los Gauloises pasaron a ser propiedad de Altadis, una empresa especializada en el tabaco y la distribución creada a partir de la fusión entre la francesa Seita y la española Tabacalera, luego de la privatización de Seita en 1995. En 2007, los Gauloises y los Gitanes negros dejaron de producirse en Francia tras la adquisición del grupo Altadis por el mastodonte británico Imperial Tobacco. A partir de allí, los célebres cigarrillos cambiaron de cultura de empresa. Las fusiones destructoras son legión, tanto como los planes sociales o las deslocalizaciones que las suelen acompañar. El liberalismo anglosajón no mira cuestiones de historia, de cultura o de identidad. La multinacional británica Tobacco no pierde dinero, todo lo contrario.

Imperial Tobacco lanzó un plan de economías de 385 millones de euros de aquí a 2018, de los cuales 73 millones corresponden a este año. Las ventas de cigarrillos bajaron en todo el mundo, pero ello no implica pérdida de dinero, porque el aumento del precio vino a compensarlas. La situación es un poco más difícil en países como Francia, España, Marruecos y Argelia. La cifra global de negocios bajó en esta zona en un cinco por ciento. Sin embargo, Imperial Tobacco se propuso aumentar las ganancias y ese plan se tragó a los Gauloises rubios.

La decisión de cerrar la planta de Nantes es tanto más emblemática cuanto que es, de hecho, el primer cierre que se anuncia luego de que, a finales de marzo pasado, asumiera el nuevo primer ministro francés, el socialista liberal Manuel Valls. La deslocalización tiene implicancias profundas, porque toca a un emblema francés, a un gobierno socialista y al mundo del trabajo. En su comunicado, el grupo explica que el cierre se justifica por “un contexto marcado por una importante descenso de la demanda de tabaco, el incremento de la presión reglamentaria y la explosión del contrabando y la falsificación”. En realidad, la ofensiva del cigarrillo electrónico y los nuevos hábitos arrastraron el consumo hacia abajo. Todavía queda, sin embargo, un Gauloise enteramente made in Francia: son también rubios, se fabrican en la localidad de Riom y se llaman Gauloise génération.

Desde hace poco más de 20 años, nada escapa de la red implacable de la globalización. Los cigarrillos Gauloises se van hacia Polonia como los souvenirs de París que se compran en los buquinistas junto al Sena. Ya se fueron a China: torres Eiffel en miniatura, reproducciones de cuadros de la vida parisina de los primeros suspiros del siglo XX, afiches de los cabarets de finales del siglo XIX, afiches osados de Toulouse Lautrec, todo se produce en China a precio de esclavo y se vende en París, como auténtico, a precio de oro.

Los Gauloises constituían una suerte de identidad visible y positiva, una suerte de aura de romanticismo nacional, de estilo propio. Los Gauloises olían a Francia, los Gauloises eran París y las buhardillas y los cafés apretados y los libros y la poseía urbana y el amor. Los dos distintivos de Seita, Gitanes y Gauloises, tenían cada uno una suerte de cuerpo social identificado: los Gauloises eran los cigarrillos del pueblo, de los comunistas, de los obreros, de los intelectuales progresistas. Los Gitanes eran de los dandies. Habrá mucho de imaginario en esto, desde luego, pero el país de los fumadores estaba dividido así. Varias generaciones de latinoamericanos viajaron a París con el libro Rayuela en la mano y fueron a fumarse un Gauloise en el Pont des Arts, allí por donde se asomaba la Maga. Otros tantos turistas universales venían a París, iban hasta Montparnasse, se sentaban en la terraza del Café Select esperando que del humo del tiempo y de París surgieran las siluetas de Sartre o de Camus. Fumar es malo para la salud, claro. Pero había que ser una cultura a la vez fuerte y delicada para meterla entera como símbolo en un cigarrillo y hacer soñar a tanta gente. Ver a Francia y París detrás del humo. Una ciudad en tus ojos, una cultura en tus sueños. El cantante y poeta Leo Ferré le consagró al Gauloise una canción. Ferré canta: “Sos mi Gauloise, sos mi tizón. Sos mi Gauloise, sos mi patrón”. Chau, entonces, tabaco francés. Aunque el sediento liberalismo te lleve muy lejos, el humo de aquellos Gauloises de Cortázar o de Sartre ya ocupa un lugar en el infinito cielo de las leyendas.

Página/12 - 26 de abril de 2014

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