Un enfrentamiento ideológico

Nelson Fernández - Corresponsal en Uruguay
MONTEVIDEO.- A la mayoría de los uruguayos les cuesta entender una disputa tan dura en el seno del gobierno nacional por un impuesto que, de aplicarse, representaría menos del 1% de la recaudación tributaria anual. El presidente y el vicepresidente de Uruguay, José Mujica y Danilo Astori, respectivamente, han quedado enfrentados en una disputa wwuno propone 20 y el otro 10 y pueden acordar en 15. No es un asunto de dinero, sino de filosofía tributaria; de ideología política. Unos quieren gravar la propiedad de la tierra para financiar infraestructura rural y proyectos agrarios estatales. Otros aceptan buscar fondos para infraestructura rural mediante aportes a un fideicomiso, pero sin gravar patrimonio sino renta.

Mujica viene del Movimiento Tupamaro, que surgió a mitad de los años 60 y entre sus principios defendió la expropiación de las tierras. Viene de un grupo guerrillero que tras la dictadura, cuando pasó a la legalidad, levantó la consigna de "Por la tierra y con Sendic", en alusión a una reforma agraria liderada por el fundador del Movimiento Tupamaro.
Astori es un académico que fue el decano más joven de la Facultad de Ciencias Económicas, que durante décadas fue el principal referente de esos temas para la izquierda uruguaya y que, en los últimos años, dio la base técnica al giro político al centro de la coalición Frente Amplio.
Mujica le ganó las internas y la candidatura presidencial en 2008, y le ofreció la vicepresidencia en 2009. La relación no es de amistad sino de convivencia política. Pero se han entendido bastante bien, incluso pese a las diferencias.
Ambos reflejan dos corrientes de pensamiento en la izquierda uruguaya, aunque Mujica también se ha corrido al centro político y eso desconcertó a grupos más radicales que fueron parte de su plataforma política.
Este año, Mujica abrió la puerta de un debate que le reclamaban los grupos más de izquierda: ¿cómo mejorar la distribución del ingreso? El presidente vio que comunistas, tupamaros y otros afines a esos grupos aprovechaban eso para atacar a Astori y al ministro de Economía, Fernando Lorenzo, ambos de la línea de izquierda moderada.
Entonces puso un punto final a la discusión y limitó las propuestas a lo que le había sugerido Astori: cumplir la promesa de bajar dos puntos el impuesto al consumo, subsidiar el total de IVA en las compras de pobres que reciben ayuda de planes sociales y ajustar los mínimos de impuesto a la renta personal.
Pero el entorno íntimo de Mujica entiende que el presidente no puede dejar toda la política económica en manos de los moderados de Astori y alentó al jefe de Estado a impulsar un "impuesto contra la concentración de tierra".
Mujica no pidió un anteproyecto a su ministro de Economía ni al de Ganadería, sino al director de Planeamiento y Presupuesto, Gabriel Frugoni, que es de su grupo político, tiene rango ministerial y está enfrentado con la corriente de Astori.
El entorno de Mujica está molesto porque sostiene que el vicepresidente y el Ministerio de Economía no integran a Frugoni a sus debates y no lo valoran profesionalmente. Así, se tomaron revancha.
Frugoni redactó el breve texto y Mujica lo hizo suyo. El ministro de Ganadería, Tabaré Aguerre, lo consideró inaceptable. Astori dijo que es peligroso y que conspira contra el clima de negocios. El ministro de Economía también lo reprobó.
Y el senador Rafael Michelini, que lidera el Nuevo Espacio, al que pertenece el ministro de Economía, anunció que no votará a favor de ese impuesto en el Parlamento, algo que, de cumplirse, haría fracasar el proyecto. En este escenario, el presidente no contaría con votos propios, directos, para imponer la reforma.
¿Existe un punto medio? No. Habrá impuesto a la tierra y en ese caso ganará Mujica y su gente. O la medida fracasará y habrá ganado Astori.
Para llegar a una fórmula en que no haya costos políticos para el presidente o su vice, sólo queda una pirueta de marketing que hasta anoche parecía difícil de encontrar.
Los dirigentes del Frente Amplio confían en que el fin de semana se aplaquen los ánimos, se acerquen posiciones y se amortigüe el impacto político que, tras el fracaso para anular la polémica ley de caducidad, ahora asoma por ideología impositiva.

Publicado en edición impresa La Nación, 10 de junio de 2011

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