Trump en Europa: un elefante en un bazar o expresión de la crisis del orden mundial

Gabriel Esteban Merino


En el excelente libro Adam Smith en Pekín, Giovanni Arrighi reflexiona que una crisis de hegemonía en el plano internacional se produce cuando el Estado hegemónico vigente carece de los medios o de la voluntad de continuar liderando el sistema de estados en una dirección que se percibe como una expansión, no solo de su poder, sino del poder colectivo de los grupos dominantes del sistema. 

Aunque las crisis no necesariamente resultan en el final de las hegemonías, si señalan una situación de transición histórica, que necesariamente implican un desmoronamiento del orden existente, una ausencia de árbitro, una ruptura de las mediaciones. 

La gira de Trump en Europa a propósito de la cumbre de la OTAN, la reunión con Theresa May y la cumbre con Putin expresan dicha crisis. El fenómeno Trump no se trata de un elefante en un bazar movido por la vanidad, con un ego desbordante y la rusticidad de la inexperiencia sumada al histrionismo. Estos son condimentos de color, pero es completamente erróneo volverlos elementos explicativos de las relaciones de poder mundiales. Lo que sucede es que en los Estados Unidos ganaron otras fuerzas, las cuales impulsan otra estrategia de poder contraria al globalismo y que se resume en la frase “Estados Unidos primero”. 

Volviendo a Arrighi, podemos afirmar que por un lado el Estados Unidos carece de los medios para liderar el sistema. Estados Unidos quedó “chico” como poder político y militar para continuar siendo el hegemón del Orden Mundial (creado por el propio Estados Unidos como vértice del polo de poder angloamericano), así como para garantizar la acumulación económica, la valorización sin fin de capital (dominantemente financiero y transnacional). Ya no puede imponer las reglas de juego. 

Los globalistas pretenden resolver dicho problema desde el fortalecimiento de instituciones globales (OMC, FMI, BM) y mega acuerdos político económicos (TPP, TTIP, TISA) que impongan las reglas de juego del siglo XXI frente a la amenaza de China, en alianza con Rusia y expandiéndose por Eurasia. A ello le agregan la expansión de la OTAN hacia el este, hasta a frontera rusa, y una alianza militar similar con India, Japón y buena parte del sudeste asiático que “contenga” a China. Con ello buscan encerrar el desafiante eje euroasiático chino-ruso. Y a su vez, ello brindaría en teoría una expansión de los grupos dominantes del sistema de alianzas del norte global, especialmente de las fuerzas dominantes del eje germano-francés y de Japón. 

Las fuerzas americanistas y nacionalistas de Estados Unidos ven en este “nuevo imperialismo” global, la licuación del poder estadounidense. Y, por ello, pretenden recuperar el poder para retomar la hegemonía de Estados Unidos, aplicando una suerte de neo-reaganismo, aunque teniendo a gran parte del establishment en contra (entre otras diferencias). En este sentido, Trump expresa que ya no tiene la “voluntad” de liderar el sistema de Estados tal como está y el sistema de alianzas de Estados Unidos, profundizando la crisis del Orden Mundial y poniendo en crisis la institucionalidad globalista. Para el trumpismo la reproducción del sistema tal como está implica, como tendencia, la decadencia de Estados Unidos.

La estrategia Estados Unidos primero consiste en: 1) fortalecer unilateralmente el polo angloamericano comandado por Estados Unidos; 2) impulsar una profundización proteccionista para fortalecer la producción industrial de los Estados Unidos frente a China pero también frente a aliados como Alemania y Japón, y asimismo para reequilibrar el déficit comercial, reforzar la “seguridad nacional” y negociar a partir de allí cuestiones políticas y estratégicas; 3) presionar a los aliados de Europa y Japón a que aumenten sus gastos militares y redefinir el sostenimiento de la OTAN; 4) redefinir la geoestrategia frente a las potencias re-emergentes (China y Rusia), dejando de lado las grandes alianzas comerciales en las periferias Euroasiáticas; 5) recuperar para los Estados Unidos la capacidad de establecer monopolios. 

Desde esta perspectiva debemos interpretar las tensiones con la zona euro, con la primera del Reino Unido, Theresa May, y los intentos de establecer algún acercamiento con Rusia. 

Veamos la cuestión con la zona euro. Trump afirma que “la Unión Europea es posiblemente tan mala como China, sólo que más pequeña”. Se refiere a la cuestión comercial. Y apunta particularmente al acero, el aluminio y los automóviles, entre otras cuestiones, buscando, en realidad, restablecer la primacía industrial y tecnológica americana (además de equilibrar el comercio) a través de la política. De esta forma, como en los años ochenta del siglo pasado, Estados Unidos pretende eliminar las presiones competitivas de sus aliados (esto incluye a Japón) y hacerles pagar el costo de la primacía norteamericana. En este sentido, la guerra comercial no es meramente contra China, aunque el gigante asiático constituya el gran desafío estratégico.

En la búsqueda de que Alemania no se convierta en una plataforma industrial desafiante del poder angloamericano, también rechaza Estados Unidos rotundamente el gasoducto ruso-alemán Nord Stream 2. En ello coincide todo el arco político estadounidense, aunque sopesan diferentes las razones de unos y otros: para los poderes que expresa Trump, el gas barato ruso provisto directamente por un gasoducto sin pasar por algún país tapón que ponga en riesgo el aprovisionamiento, le da a Alemania un tremendo poder industrial, reduciendo una de sus mayores debilidades, el aprovisionamiento de energía. Para las fuerzas globalistas, si bien ello es considerado, el problema central es que el gasoducto profundiza los lazos entre Alemania y Rusia, con enorme influencia geopolítica para Eurasia. 

Por otro lado está la discusión por la OTAN. Todo el espectro político angloamericano presiona para que los países lleguen al 2% de gasto militar sobre el PIB. Ese es el compromiso acordado para el 2024, ya alcanzado por Grecia (2,29%), Estonia (2,14%), Reino Unido (2,1%), Letonia (2%). Pero Alemania, la gran potencia económica que paso a paso se está consolidando como el gran poder europeo para su proyección continental, sólo se comprometió a llegar al 1,51% del PIB para 2024, reafirmando su estrategia de avanzar desde el plano económico. Además, su ministro de defensa llamó a construir un “ejército” europeo propio, con su correspondiente complejo industrial-militar, que implicaría una mayor autonomización del Pentágono, hacia donde fluyen buena parte de los recursos puestos en defensa por parte de los países de la OTAN. Un desafío total a Estados Unidos. 

Para Trump, incluso el 2% del PIB en defensa es poco y llamó a invertir el 4%. Estados Unidos quedó chico, ya no puede solventar a la OTAN y Trump además pide que los aliados sostengan parte del impresionante presupuesto de Defensa de Estados Unidos (67,5% del total de la OTAN), para poder aplicar un profundo keynesianismo militar que reactive la economía estadounidense, como en los años ochenta. 

Por lo tanto, Estados Unidos ya no puede liderar el sistema de estados en una dirección en la cual la expansión de su poder signifique la expansión del poder colectivo de los grupos dominantes y aliados del sistema. La estrategia que expresa Trump exacerba esta crisis de hegemonía en la búsqueda de recuperarla.

Las tensiones con Teresa May, la primera ministra británica, tampoco son producto de que Trump sea un “bribón”. Las fuerzas que expresan Trump son las que jugaron al Brexit en el Reino Unido. Y a lo que se opone el Trumpismo, fervorosamente a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, es a un Brexit light. Por eso renunció el canciller británico, Boris Johnson, quien estaba a favor de un Brexit fuerte. Y por eso Trump dice que Johnson sería un gran primer ministro. 

Como señalamos más arriba, el “americanismo” que expresa la figura de Trump en realidad es un profundo continentalismo anglosajón, es decir, busca fortalecer unilateralmente dicho polo de poder (que incluye a Israel) y “recuperar” la identidad anglosajona frente al multiculturalismo globalista, para desde ahí librar las pujas por la reconfiguración del Orden Mundial. Por eso Trump insiste desde que asumió la presidencia en avanzar rápidamente en un acuerdo comercial con el Reino Unido y juega en contra de cualquier acuerdo comercial del Reino Unido con la Unión Europea. 

Por último, también debemos entender las relaciones con Rusia como parte de este juego. Por un lado Trump presiona a Europa para que rompa relaciones con Rusia, llegando a decir que “Alemania está totalmente controlado por Rusia” por continuar la construcción del Nord Stream 2, rechazar las sanciones de Estados Unidos contra Rusia y mantener importantes vínculos estratégicos. Ello lo comparte con los globalistas: hay que romper los vínculos “peligrosos” de la Unión Europea con Rusia y que en todo caso los mismos se hagan a través de la OTAN bajo el mando de los Estados Unidos y el Reino Unido. Pero por otro lado Trump quiere, a diferencia de los globalistas, un acercamiento con Rusia. 

En este sentido Trump “traiciona” la estrategia anglosajona desde 1815, cuando fue vencida la desafiante Francia: impedir que el espacio medio Euroasiático (Rusia) controle dicha masa continental. Por eso el establishment globalista se altera sobremanera ante la estrategia del “trumpismo”, que trastoca los principios geoestratégicos formalizados por Halford Mackinder. Lo que sucede es que para parte del americanismo y de algunos estrategas realistas de los Estados Unidos, es hora de establecer un acercamiento con Rusia para poder ir contra China. 

Tantos intereses y estrategias cruzadas, con un sistema político cada vez más polarizado producto de una grieta en el bloque de poder dominante en los Estados Unidos, genera esta imagen cercana al “caos” y al desquicio en materia de política exterior. Pero lo que opera como telón de fondo es una crisis de hegemonía que siempre va atada a una crisis de acumulación. 

 

Resumen del sur, julio 2018.

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