Textos, reportajes y comentarios de los autores sobre temas abordados en Imperio - Del proletariado al hombre-máquina
La generalización del régimen de fábrica -leyes que rigen las relaciones de producción propias del capitalismo- se ha visto acompañada por un cambio de naturaleza y de cualidad de los procesos de trabajo. En nuestras sociedades, el trabajo tiende cada vez más a hacerse inmaterial -intelectual, afectivo, tecnocientífico, en definitiva, trabajo de cyborg. La mutación actual de la naturaleza del trabajo se caracteriza por redes de cooperación cada vez más intrincadas, la integración del trabajo de apoyo y protección en todos los escalafones de la sociedad y la informatización de un largo abanico de procesos de trabajo. Marx intento aferrar esta mutación a través del concepto de 'general intelllect', pero debe quedar claro que este tipo de trabajo, pese a que tiende hacia la inmaterialidad, es tan físico como intelectual. Se integran al cuerpo tecnologizado apéndices cibernéticos que terminan formando parte integrante de aquél. Las nuevas formas de trabajo son inmediatamente sociales en la medida en que determinan directamente las redes de cooperación productiva que generan y regeneran la sociedad. En el preciso momento en que los discursos dominantes lo marginan, el concepto de trabajo parece reafirmar su posición en el corazón del debate. Parece evidente que el proletariado industrial ha perdido la posición central que ocupaba en la sociedad, que la naturaleza del trabajo y sus condiciones han sufrido mutaciones profundas, ciertamente, que lo que llamamos trabajo ha cambiado considerablemente. Ahora bien, estas mutaciones, lejos de marginar al concepto de trabajo, le devuelven una acentuada preeminencia. El hecho de que la primera ley de la teoría del valor -que intentaba comprender nuestra historia en nombre de la preeminencia del trabajo proletario y de su reducción cuantitativa a medida del desarrollo capitalista- no tenga vigencia, no niega toda una serie de hechos, de tendencias y de constantes históricas: ni, especialmente, que la organización del Estado y de sus leyes depende en gran medida de la necesidad de construir un orden de reproducción social que descanse sobre el trabajo, ni que la forma del estado y sus leyes cambian en función de las mutaciones que sufre la naturaleza del trabajo. Los horizontes monetarios, simbólicos y políticos que a veces se intenta que sustituyan a la ley del valor como elementos constitutivos del lazo social, logran efectivamente excluir al trabajo de las esferas teóricas, pero, en cualquier caso, no pueden excluirlo de la realidad.
El trabajo como substancia común
De hecho, en la era postindustrial, en el instante en que el sistema capitalista y la sociedad -fábrica se generalizan y triunfa la producción asistida por ordenador, la preeminencia del trabajo y la difusión de la cooperación social por toda la sociedad se vuelven totales. Lo que nos lleva a una paradoja: en el momento en que la teoría ya no tiene en cuenta el trabajo, éste ha acabado convirtiéndose en todas partes en la substancia común. La teoría evacua el problema del trabajo mientras que éste alcanza su máxima fuerza en tanto sustancia de la acción humana sobre toda la Tierra. Está claro que no sólo la teoría del valor se ve barrida por este punto de referencia total -si tenemos en cuenta la imposibilidad de reconocer en el trabajo una transcendencia efectiva (o incluso simplemente conceptual)-, sino también que esa inmersión en el trabajo constituye el problema esencial, no sólo económico y político, sino también filosófico. El mundo es trabajo. Cuando planteaba que el trabajo es la substancia de la historia humana, Marx se equivocaba no por exceso de audacia, sino por pusilanimidad.
Nuevas subjetividades
Como respuesta a las recientes y profundas mutaciones de la sociedad contemporánea, muchos autores (a menudo alineados bajo la bandera imprecisa de la posmodernidad) sostienen que debemos abandonar las teorías del sujeto social para no reconocer la subjetividad salvo en términos puramente individualistas -¡o que la ignoremos por completo!. A nuestro entender, tales argumentos han podido reconocer acaso la existencia de una verdadera mutación, pero han sacado de ello una conclusión errónea. Dicho de otro modo, la victoria del programa capitalista y la subsunción efectiva de la sociedad en el capital han generalizado efectivamente las leyes del capital y sus formas de explotación, delimitando tiránicamente las fronteras de los verdaderos posibles, cerrando el mundo de la disciplina y del control y transformando a la sociedad en un sistema "sin afuera", como diría Foucault. Pero este mismo hecho orienta al sujeto y al pensamiento crítico hacia una nueva tarea: la construcción de sí mismo, en forma de nuevas máquinas de producción positiva del ser desprovistas de todo medio de expresión, pero que disponen de una nueva manera de constituirse, de una revolución radical. La crisis del socialismo, la crisis de la modernidad y la crisis de la ley del valor no niegan los procesos de valorización social y de constitución de la subjetividad, así como no condenan indefectiblemente (con una hipocresía imperdonable) a estos procesos a la explotación. Es más, estas mutaciones imponen nuevos procesos de constitución del sujeto -ya no fuera, sino dentro de la crisis que vivimos, es decir, la que sufre la estructura de las viejas subjetividades. En este nuevo espacio crítico y conceptual, una nueva teoría de la subjetividad puede expresarse- y esta nueva definición de la subjetividad es, además, una gran innovación teórica en el programa del comunismo.
Marx evoca, de hecho, la cuestión de la subjetividad en sus obras. Marx teorizó un proceso de constitución de las clases que ya estaba establecido históricamente. En sus obras más importantes, en especial en El Capital y en los Grundrisse, el interés que dedicaba a las prácticas subjetivas estaba en gran medida determinado por dos necesidades: en primer lugar, poner de relieve la necesidad objetiva de los procesos de subjetividad; y, en segundo lugar, en consecuencia, desterrar del horizonte de la acción proletaria toda referencia utópica. En la práctica, sin embargo, estas dos necesidades revelan una paradoja omnipresente en el pensamiento de Marx, paradoja que consiste en confiar la liberación de la subjetividad revolucionaria a un "proceso sin sujeto". Podría pensarse que Marx terminó haciendo del nacimiento y la evolución de la subjetividad revolucionaria y del advenimiento del comunismo los productos de una especie de "historia natural del capital". Es evidente que el desarrollo de este análisis marxiano está lleno de errores. En realidad, Marx, que atribuía como origen de su filosofía la lucha contra la transcendencia y la alienación, y que consideraba el movimiento de la historia humana como una lucha contra toda forma de explotación, presentaba también, por el contrario, la historia bajo la especie del positivismo científico, en el orden de la necesidad económico-realista. Negaba de tal forma al materialismo esa inmanencia absoluta que constituye su dignidad y sus fundamentos en la filosofía moderna.
Hay que aferrar la subjetividad desde la perspectiva de los procesos sociales que estimulan su producción. El sujeto, como bien comprendió Foucault, es a la vez un producto y productivo, constituye las vastas redes del trabajo en sociedad y viceversa. El trabajo es a su vez sujeción y subjetivación -"el trabajo de sí mismos sobre sí mismos"- de forma que hay que desechar toda idea de libre arbitrio o de determinismo del sujeto. La subjetividad de define simultáneamente tanto por su productividad como por su productibilidad, tanto por sus capacidades de producir como de ser producida.
Nuevas formas de organización
Considerando las nuevas cualidades de los procesos de trabajo en la sociedad y los nuevos ejemplos de trabajo inmaterial y de cooperación social en sus diferentes formas, podemos comenzar a percibir otros circuitos de valorización social y las nuevas subjetividades que se desprenden de esos procesos. Tal vez algunos ejemplos nos permitan aclarar este punto. En una serie coherente de estudios llevados a cabo en Francia sobre las recientes luchas políticas de las enfermeras de los hospitales y de otras instituciones médicas, diversas autoras hablan de un"valor de uso particular del trabajo de las mujeres". Estos análisis demuestran que el trabajo realizado, esencialmente por mujeres, en los hospitales y otras instituciones médicas presupone, crea y reproduce, valores de uso particulares -o, más bien, la atención dedicada a ese tipo de trabajo ilumina un terreno de producción del valor en el que las componentes extremadamente técnicas y afectivas de ese trabajo se han vuelto esenciales para la producción y la reproducción de la sociedad, llegando a hacerse irremplazables. A lo largo de sus luchas, las enfermeras no sólo han planteado el problema de sus condiciones de trabajo, sino que también han puesto sobre el tapete la cualidad de su trabajo, con relación no sólo al paciente (deben responder a las necesidades de un ser humano que se enfrenta a la enfermedad y a la muerte), sino también a la sociedad (utilizan las prácticas tecnológicas de la medicina moderna). Pero es fascinante poner de manifiesto que, durante el combate sostenido por las enfermeras, esas formas particulares de trabajo y ese terreno de valorización han producido nuevas formas de organización y una figura del sujeto fundamentalmente original: la "coordination". La forma específica que asume el trabajo de las enfermeras, desde un punto de vista tanto afectivo como tecnocientífico, en vez de encerrarse en sí mismo, ilustra perfectamente hasta qué punto los procesos de trabajo determinan la producción de la subjetividad.
Las luchas de los activistas contra el SIDA se colocan sobre el mismo terreno. Act-up y los demás componentes de lucha contra el SIDA en los EEUU no se conforman con criticar las acciones mundo médico y científico en los dominios de la investigación sobre el SIDA y el tratamiento de la enfermedad, sino que han intervenido además directamente en el dominio técnico y han participado en los esfuerzos científicos. "No sólo intentan reformar la ciencia ejerciendo presiones exteriores", escribe Steven Epstein, "sino también practicar la ciencia desde dentro. No sólo impugnan los usos de la ciencia, o el control que se ejerce desde ésta, sino a veces su contenido y sus procesos de producción" (Democratic Science?AIDS Activism and the Contested Construccion of Knowledge, pg.37). Todo un amplio sector del movimiento de lucha contra el SIDA se ha especializado en las cuestiones científicas y médicas y los tratamientos ligados a la enfermedad, de forma que estos militantes no sólo pueden vigilar precisamente su estado de salud, sino también para que se pongan a prueba tratamientos particulares, se pongan al alcance medicamentos determinados y se tomen nuevas medidas para el esfuerzo de prevención, cura y derrota de la enfermedad. El grado técnicocientífico enormemente alto del trabajo de los miembros de este movimiento abre el camino a una figura del sujeto, una subjetividad que no sólo desarrolla las capacidades afectivas necesarias para vivir con la enfermedad y enseñar a otros sujetos, sino que también asimila las técnicas científicas de punta. Cuando consideramos el trabajo como inmaterial, extremadamente científico, afectivo y colectivo (o, en otros términos, ponemos de manifiesto sus relaciones con la vida y con las formas de vida y hacemos de éstas una función social de la comunidad), observamos que de los procesos de trabajo se derivan la elaboración de redes de valorización social y la producción de otras subjetividades. La producción de la subjetividad es siempre un proceso de hibridación y, en la historia contemporánea, ese híbrido productivo se produce cada vez más en la interfaz entre el ser humano y la máquina. En nuestros días, la subjetividad, despojada de todas sus cualidades aparentemente orgánicas, surge de la fábrica en forma de un brillante ensamblaje tecnológico. Robert Musil escribía hace décadas: "Antaño, uno se acostumbraba de forma natural a las condiciones que nos estaban reservadas, y era una manera muy sana de llegar a ser uno mismo. Pero, en nuestros días, todo está desquiciado, todo está cortado del suelo que lo ha nutrido; en lo que atañe a la producción del alma, se debería, en fin, sustituir el artesanado tradicional por la inteligencia que suponen la máquina y la fábrica" (El hombre sin atributos). La máquina forma parte integrante del sujeto, no es un apéndice, una especie de prótesis -otra cualidad-; es más, el sujeto es ser humano y máquina hasta su núcleo, su naturaleza. El carácter tecnocientífico del movimiento de lucha contra el SIDA y la naturaleza cada vez más inmaterial del trabajo social general indican la nueva naturaleza humana que circula por nuestro cuerpo. El cyborg es hoy el único modelo que nos permite teorizar la subjetividad. Cuerpos sin órganos, hombres sin atributos, cyborgs: son éstas las figuras subjetivas producidas y productivas en el horizonte contemporáneo, las que son hoy capaces de comunismo.
De hecho, comprender el verdadero proceso histórico nos libra de toda ilusión sobre la "desaparición del sujeto". Cuando el capital ha absorbido completamente a la sociedad, cuando la historia moderna del capital ha terminado, la subjetividad, motor de la transformación del mundo por el trabajo e indicador metafísico de los poderes del ser, nos anuncia que la historia no ha terminado. O, mejor dicho, la teoría de la subjetividad vincula íntima y necesariamente esa frontera a esta revolución, cuando atraviesa el territorio desolado de la subsunción real y sucumbe, por juego o con angustia, a los encantos de la posmodernidad, mientras ve, en lugar de límites insuperables, pasos necesarios en la reactivación de los poderes del ser por parte de la subjetividad.
El Viejo Topo, junio 1998, º 119
Publicado en Bloc Note, nº12, abril-mayo 1996
Traducción de Raúl Sánchez
Fuente: http://amsterdam.nettime.org/Lists-Archives/nettime-lat-0012/msg00054.html
Fuente: http://www.el-mundo.es/2001/07/21/mundo/1025936_imp.html